1535
La exploración hacia el sur reviste acaso caracteres más dramáticos. Cuando Almagro decidió tomar posesión del Cuzco, la antigua capital del Perú, creyendo de buena fe que le pertenecía por las disposiciones reales. Pizarro quiso estorbarlo, y para evitar la discordia se decidieron a un acuerdo: Almagro se dirigiría a Chile, donde sin duda hallaría tierra más rica y extensa. Partió del Cuzco a 3 de julio de 1535. Sus primeros pasos hacia el sur le condujeron a lo largo del amplio camino militar de los incas. Por la provincia del Collao alcanza la altiplanicie y bordea las orillas del Titicaca, en el centro de dispersión de las razas prehispánicas; tras un mes de espera, impuesto por el intenso frío, se interna en la región del Aullagas y atraviesa la zona desértica que se interpone antes de Tupiza.
De los dos caminos que se ofrecen a Almagro para alcanzar Chile, uno sigue por la costa a través de Tarapacá y Atacama; el otro se interna tierra adentro. El primero se extiende por el desierto; el segundo exige el paso de los Andes, y éste es, cabalmente, el que Almagro elige, por donde alcanza Copiapó, primer valle chileno. Desde Aconcagua envía a explorar el terreno a Gómez de Alvarado, quien después de tres meses, en que recorrió 150 leguas de tierra pobre y fría con el propósito de llegar al estrecho, sólo recibió la impresión de haberse hallado cerca de «la fin del mundo». En definitiva, Almagro vuelve grupas desalentado de la conquista, eligiendo esta vez para el regreso el camino del desierto.
La Conquista de la Tierra, de Juan Maluquer de Motes et al
Nota.- En el texto original la errata dice Callao pero se está hablando de Collao (una de las provincias del departamento peruano de Puno) dentro de la meseta del mismo nombre situada al sur del Perú y oeste de Bolivia.
1775
Cuando el 3 de julio de 1775 Washington se hace cargo oficialmente del mando del ejército, en las proximidades de Boston, la guerra ya estaba declarada hacía tres meses. Pasaría exactamente un año y un día antes de que el Congreso decidiera aceptar ese estado de cosas.
Amanecer de un Coloso. Siglo XV a Siglo XVIII, de Gerald W. Johnson (traducción de Atanasio Sánchez)
1863
Después de detener cuatro veces a las tropas federales en el camino a Richmond, sin poder destruirlas nunca, sintiendo que la presión de las fuerzas de la Unión se acentúa al Oeste y en las costas, Lee no ve otro medio para aflojar esa presión que desencadenar, a nueve meses de intervalo, una nueva ofensiva en dirección al Norte. Levantará el campamento el 5dejunio, en tanto que el general Hooker inquieta al presidente queriendo precisamente dirigirse otra vez contra el espejismo que la capital confederada representa para lo generales de la Unión. “Ya hace más de dos años”, observa Lincoln, “que doy salvoconductos para Richmond a más de 250.000 hombres, y ninguno de ellos fue capaz de llegar…” Devuelto a su misión esencial, Hooker sigue a regañadientes las huellas de Lee, manteniendo entre su adversario y él una distancia respetable, a despecho de las múltiples exhortaciones de Lincoln
“El animal debe tener un punto débil. ¿No podéis destrozarlo?...” Pero sin que parezca temer a Hooker, Lee sube por el valle del Shenandoah hacia Hagerstown, al sur de Maryland, y se dirige en dirección a Harrisburg, capital de Pensilvania. Los más diversos rumores circulan en Washington, cuya población, presa de pánico, considera inmediatamente que la mitad de los Estados está perdida. Mientras el gobierno trata de reclutar 100.000 voluntarios, una incursión confederada pasa entre la capital y el ejército de Hooker, cuya preocupación esencial, en ese preciso momento, parece ser, no destruir al enemigo sino sustraerse a la autoridad de Halleck. Lincoln da la razón, naturalmente, al comandante en jefe, y liquida inmediatamente al general insubordinado. Este será reemplazado el 28 de junio por el quinto comandante del ejército del Potomac en un año, George Meade.
“Pienso muy bien de Meade” se oyó decir al presidente. Es, en efecto, un hombre de real dignidad, trabajador, enemigo de la intriga, obediente y que sabe hacerse obedecer. Recibe como soldado la orden de tomar el mando; se limita a prometer “ejecutarlo con el máximo de su capacidad” y parte, al día siguiente, en busca del enemigo. Su avance obliga a Lee a concentrar sus fuerzas, llamando de regreso a las tropas que ya se encontraban en la región de Harrisburg.
Tan desprovistos uno como de otro de información sobre sus movimientos recíprocos, los dos ejércitos se acercan a tientas a la pequeña ciudad y la encrucijada de Gettysburg. Se encuentran el 1 de julio de 1863 sin que ninguno de los dos adversarios haya deseado la batalla.
Las tropas federales ocupan al sur de la ciudad una serie de crestas favorables a un combate defensivo, cuyas posibilidades Meade capta inmediatamente. Al tratar de aplastarlas por la ruta de Filadelfia, Lee atacará tres días seguidos, intentando primeramente penetrar en el ala izquierda, luego en la derecha y finalmente en el centro.
Pero el sucesor de Jackson, el general Longstreet, desaprueba sus planes. Una serie de fallas, cometidas por ciertos lugartenientes confederados, tornará inútil el heroísmo de sus tropas. En vano será que el tercer día 15.000 hombres, entre los cuales se encuentra la división Pickett, atraviesen en buen orden, bajo un fuego infernal, un kilómetro y medio de terreno descubierto para desalojar a las tropas federales atrincheradas en la “Cresta del cementerio”; sólo la mitad de ellos llegará a las filas adversarias, donde serán rechazados a duras penas, después de un prolongado cuerpo a cuerpo. Perdido por Lee, quien conseguirá retirarse bajo la lluvia del 4 al 5 de julio, el combate dará ocasión a otros muchos actos de coraje que son legendarios. Pero las pérdidas son aterradoras: el veinticinco por ciento de los federales y el cuarenta por ciento de los confederados faltan al pasar lista.
Acaba de terminar la mayor batalla jamás librada en suelo norteamericano; Gettysburg da el toque de agonía a los esfuerzos del Sur. Lincoln se entera del acontecimiento durante la noche del 3 al 4, por el secretario de Marina, informado a su vez por telegrama privado. Pronto podrá medir la amplitud de la decepción y de la inquietud que experimenta Richmond, ya que las tropas de la Unión han interceptado una carta del presidente confederado en la que invita a Lee a volver a Virginia para salvar la capital. El general vencido ofrecerá a Jefferson Davis, el 11 de agosto una renuncia que será rechazada: “Pedirme que os reemplace por un hombre más capaz de mandar o que posea en mayor grado que vos la confianza del ejército… es exigir de mí lo imposible”.
Abraham Lincoln, de Jean Daridan (traducción de Christina Souverbielle y Juan Monsegur)
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