miércoles, 30 de agosto de 2017

¿Es realmente racista "Lo que el viento se llevó"?

martes, 29 de agosto de 2017

El misterio del gran tesoro robado a los ingleses que el pirata «Barbanegra» se llevó a la tumba


Con «La venganza de la Reina Ana», un buque apresado a los franceses, Edward Teach logró bloquear la próspera ciudad de Charlestone y poner en jaque a la pérfida Albión 

El 10 de junio de 1718, durante una extraña maniobra, el bajel encalló y tuvo que ser abandonado por el capitán. Algunos historiadores afirman que esta tragedia fue orquestada por el bucanero, deseoso de abandonar a su tripulación y huir con un gigantesco tesoro 



Por Manuel P.Villatoro


Hubo un tiempo, allá por los siglos XVIII y XIX, en el que solo susurrar los nombres de bajeles como el «Santísima Trinidad» (el gigante español de 120 cañones) o el «Victory» (el buque insignia de Horatio Nelson) provocaba escalofríos entre los marineros. No en vano eran los colosos de su época y hacían las veces de jamelgos de madera para los capitanes más populares y entrenados de sus armadas. Enfrentarse a ellos implicaba, casi con total seguridad, verse obligado a arriar la bandera a cambio de no acabar en el fondo de los mares. Un buen trato si no se buscaba dar una buena cabezada junto a los peces de turno.
Estos titanes representaban el ideal del combate naval en el Mediterráneo. Algo drásticamente diferente a lo que ocurría al otro lado del mundo. Unas aguas plagadas de bajeles dedicados a la piratería cuyos sobrenombres evocaban otro tipo de terror. Aquel que sus capitanes se habían ganado robando y masacrando a lo largo de todo el Caribe. De estos barcos cubiertos de leyenda negra hubo muchos. Sin embargo, el más conocido en los puertos del Caribe fue «La venganza de la Reina Ana».

Dirigida por uno de los bucaneros más sanguinarios y terroríficos del Atlántico (Edward Teach, conocido hoy en día como «Barbanegra») esta fragata se convirtió en el azote de naciones como España y la pérfida Albión. Una región esta última que tuvo que ver, incluso, como una de sus colonias más prósperas (Charleston) era bloqueada y estrangulada por el buque insignia del bucanero más temible del Caribe.
Con todo, «La venganza de la Reina Ana» no ha pasado a la historia únicamente por aterrorizar a mercaderes y por estorbar los intereses de la «Royal Navy» en las Américas. A día de hoy, este imponente bajel guarda un misterio que los investigadores luchan por resolver: las extrañas causas en las que se hundió el 10 de junio de 1718. Y es que, en la actualidad apenas se sabe que el navío encalló en un pequeño canal cercano a Beaufort (Carolina del Norte) y que, posteriormente, fue evacuado por «Barbanegra».

El accidente podría haber pasado desapercibido, pero todo ocurrió en unas circunstancias muy extrañas. Y es que, el capitán no solo se olvidó rápidamente de su buque insignia, sino que huyó de la zona en un navío más pequeño que, por si fuera poco, cargó hasta los topes con el oro que había robado en Charleston.

Todo ello, dejando atrás a la mayor parte de su tripulación. Un comportamiento que ha llevado a algunos investigadores a pensar que el pirata embarrancó «La venganza de la Reina Ana» para tener una excusa con la que abandonar a sus hombres, llevarse el inmenso tesoro que había logrado amasar y repartirlo entre menos manos.

 Los Orígenes

A pesar de lo que nos haya hecho creer la saga Piratas del Caribe, «La venganza de la Reina Ana» poco tenía en principio de barco pirata. De hecho, su mástil no siempre enarboló la bandera de la calavera. Así lo afirma la empresa «Nautilus Productions» (propietaria de los derechos de explotación de las imágenes del pecio de este bajel) en su dossier «Nautilus Productions Blackbeard's Queen Anne's Revenge Shipwreck»: «Fue una fragata botada por la "Royal Navy" en 1710 y capturada por Francia en 1711».

Hasta en este punto existe controversia pues, aunque la teoría de «Nautilus Productions» es la más aceptada, algunos expertos afirman que este barco fue construido realmente en Francia por las manos de ingenieros galos. Más allá de esta discusión, lo que sí es seguro es que, a partir de la segunda década del siglo XVIII, navegó bajo pabellón franco.

En el dossier «A brief history of Blackbeard and Queen Annes's Revenge» (un artículo elaborado por varios autores para el programa LEARN NC de la Universidad de Carolina del Norte) se explican los primeros pasos de la fragata, llamada «Le Concorde» por los galos: «El prominente comerciante francés René Montaudoin era propietario del buque, que operaba desde el puerto de Nantes». Aunque en ninguno de estos dos trabajos se especifican las características de la nave, esta destacaba por poder portar hasta 200 toneladas de carga y tener unas dimensiones de 103 pies de eslora (unos 32 metros) y casi 25 de manga (aproximadamente 8 metros).


Montaudoin utilizó «Le Concorde» como barco esclavista, un triste pero lucrativo negocio para los galos. «Los buques [negreros] dejaban Nantes en la primavera cargados de mercancías y viajaban por la costa occidental de África. Allí, su capitán compraba un cargamento de esclavos africanos para transportarlo al Nuevo Mundo», se añade de la obra destinada al LEARN NC.

Los informes recogidos en su momento por el gobierno francés señalan que, antes de ser capturada por «Barbanegra», la fragata llevó a cabo tres viajes de este estilo en 1713, 1715 y 1717. Para entonces todavía era un bajel nuevo (contaba con menos de una década desde su botadura), considerablemente rápido y lo suficientemente armado como para rechazar a los piratas menores que surcaban el Caribe (pues sumaba unos 16 cañones en total).

El último viaje que esta fragata hizo como «Le Concorde» comenzó el 24 de marzo de 1717. Aquella jornada zarpó -bajo la dirección del capitán Pierre Dosset y del teniente Francois Ernaut- del puerto de Nantes. Ambos dejaron claro en sus informes posteriores que partían con el objetivo habitual: adquirir esclavos en África para venderlos, acto seguido, en el Nuevo Mundo.

Casi cuatro meses después, el 20 de julio, la fragata arribó al actual puerto de Benin, donde recogió su preciada carga: 516 esclavos y un poco de polvo de oro. Desde allí, «Le Concorde» inició viaje hacia las Américas en un trayecto que se extendió durante ocho semanas. Dos meses de verdadera angustia en el que fallecieron 16 tripulantes y 71 africanos debido a las enfermedades.

«Barbanegra»

Cansados, faltos de víveres, y hartos de las penurias del viaje. Así es como se hallaban los galos cuando se toparon con «Barbanegra» cerca de la Martinica el 28 de noviembre de 1717.

Aquel noviembre de 1717 «Barbanegra» todavía no había forjado la leyenda de crueldad que haría pasar a los libros. Por entonces no era más que Edward Teach, un nuevo pirata que había abandonado su oficio de corsario de la «Royal Navy» tras combatir en la Guerra de Sucesión (también llamada la «Guerra de la Reina Ana» en las colonias). Durante aquellos años nuestro protagonista andaba a las órdenes del que fue su gran mentor, el maestro de bucaneros Benjamín Hornigold. Rufián que le acogió al ver que derrochaba potencial militar y disponía de una buena dosis de crueldad.

Según parece, Hornigold había sabido valorar desde el principio las capacidades marítimas de «Barbanegra» y le había otorgado a finales de 1716 el mando de un barco apresado. Un «sloop o corbeta de un solo mástil con vela y foque» (en palabras de la popular autora Silvia Miguens) o una «balandra» (según explica el escritor inglés Daniel Defoe, coetáneo del pirata, en «El capitán Teach, alias “Barbanegra”»). En este bajel, precisamente, se enfrentó a los franceses de «Le Concorde». «Según el teniente Ernaut, los piratas estaban a bordo de dos balandras, una con 120 hombres y doce cañones, y la otra con 30 hombres y ocho cañones», añaden los autores del dossier «A brief history of Blackbeard and Queen Annes's Revenge».


La batalla fue rápida y, todo hay que decirlo, humillante para los franceses. Los dos bajeles enemigos apenas tuvieron que disparar un par de balas de cañón y mosquete para que el capitán Dosset (sabedor del mal estado de salud de sus hombres) rindiera «Le Concorde». Acto seguido, los bucaneros se trasladaron a su nuevo buque y ofrecieron a los tripulantes galos una de sus balandras para que volviesen a tierra.
Como curiosidad cabe decir que los galos renombraron aquel cascarón como «Mauvaise Rencontre» e hicieron vela para la Martinica. «”Barbanegra” descargó a los esclavos, algunos miembros de la tripulación y la carga de “Le Concorde” en Bequia, Allí, los esclavos fueron recapturados después por el “Mauvaise Rencontre”», explica la empresa propietaria de los derechos de explotación del pecio en «Nautilus Productions Blackbeard's Queen Anne's Revenge Shipwreck»

La fragata pasó en principio a Hornigold. Sin embargo, finalmente se convirtió en el buque insignia de «Barbanegra», quien la rebautizó como «La venganza de la Reina Ana». «”Le Concorde” fue un premio gordo para "Barbanegra". Al ser un barco de esclavos era rápido, estaba bien armado y podía ser reconvertido en un buque de guerra más formidable si cabe», explica el historiador Angus Konstam en el reportaje «El barco perdido de Barbanegra» (History Channel). Nuestro protagonista aumentó el número de cañones a 40, con lo que convirtió su nuevo juguete en una auténtica máquina de matar.

El Tesoro de Charleston

Con la retirada definitiva de Hornigold comenzó la verdadera carrera delictiva de «Barbanegra». Según explica el arqueólogo David Moore en uno de sus múltiples estudios sobre el pirata, fue entonces cuando Teach saqueó y robó hasta hartarse. Las aguas que surcó con «La venganza de la Reina Ana» no tienen parangón, así como la ingente cantidad de buques que cayeron bajo sus cañones. A día de hoy, la lista de puertos e islas que vieron sus ojos sigue sorprendiendo: San Vicente, Santa Lucía, Nevis, Antigua, Puerto Rico, la Hispaniola o Belice son solo algunas de ellas. Su paseo por el Caribe le llevó incluso hasta las Caimán, donde capturó una balandra española que unió a su flotilla.

En abril de 1718 «Barbanegra» se encontraba en la cúspide de su poder. Contaba a sus órdenes con aproximadamente cuatro centenares de hombres, una pequeña flota y, finalmente, algo que no podía pagarse con dinero: una reputación temible. Esta le daba una gran ventaja en batalla, pues no eran pocos los capitanes que, al ver frente así a «La venganza de la Reina Ana», se rendían antes siquiera de entrar en combate.

Para muchos historiadores «Barbanegra» fue, de hecho, un capitán que supo aprovechar el terror en su favor. «Después de capturar un barco, asesinaba a toda la tripulación y, para robar el anillo de algún pasajero, podía llegar a cortarle el dedo», añade la autora española. Teach se esforzó, durante toda su vida como criminal, en mostrarse como un demonio ante sus enemigos. Para ello llegó a entrar en combate vestido con harapos o portando cerillas encendidas en su barba.



De esta guisa consiguió forjar una pequeña armada pirata. «La flota de “Barbanegra”, que llegó a contar con cuatro barcos y cuatrocientos hombres, tenía su base en la isla caribeña de New Providence, si bien sus incursiones llegaron hasta Carolina del Sur, en la costa atlántica norteamericana. En menos de seis meses apresó veinte mercantes ingleses, españoles y franceses. Era, sin duda, el mayor terror del Caribe», explica el autor Miguel Ángel Linares en su obra «Mala gente».

Con todo, el acto más deleznable de «Barbanegra» se sucedió en mayo de 1718. En esa fecha Teach atacó Charleston (una de las colonias más próspera de Gran Bretaña) a los mandos de «La venganza de la Reina Ana» y tres barcos más (balandras o corbetas, atendiendo a las fuentes). La ciudad, una de las perlas de la «Royal Navy», sufrió una semana de asedio durante la cual ningún bajel pudo entrar ni salir de su puerto. «La flota pirata desvalijó en ese tiempo a 9 mercantes […] y tomaron como rehenes a varios miembros de la alta sociedad de Charleston», añade Linares en su obra.

 El terror fue total. «Barbanegra», de hecho, no liberó a los prisioneros hasta que la ciudad cumplió sus exigencias. «Teach envió al teniente Richards al frente de una partida de piratas para reclamar al gobernador un botiquín con todos los suministros médicos necesarios, con la amenaza de que, si no los entregaba, degollaría a todos los prisioneros», explica el historiador del siglo XIX Philip Gosse en su obra «Quién es quién en la piratería: hechos singulares de las vidas y muertes de los piratas y bucaneros».
En apalabras del mismo autor, los enviados sembraron el caos en la urbe mientras esperaban alguna respuesta. Cuando nuestro protagonista recibió un baúl repleto de medicamentos (y consideró que atesoraba en la bodega de «La venganza de la Reina Ana» unas riquezas suficientes como para saciar sus ansias de oro) retiró el bloqueo. El tesoro, en palabras de varios autores, podría ascender hasta los 4.000 «piezas de a ocho».

Decisión Fatal
Borracho de oro, «Barbanegra» dirigió entonces a «La venganza de la reina Ana» y a la «Aventura» (uno de los pequeños bajeles que había colaborado en el sitio de Charleston) hacia Carolina del Sur. Ya en junio, y sin una razón aparente, ordenó a sus marineros atravesar un pequeño canal cercano a Beaufort. El terreno era sumamente peligroso para un buque del calado del insignia de Teach, pero sus marineros confiaban en su pericia. Debieron pensar que, si su capitán se arriesgaba a que la fragata encallara, sería por una buena razón.

La maniobra inicial se llevó a cabo de forma satisfactoria el 10 de junio de 1718. Sin embargo, al poco tiempo la alegría se convirtió en desastre cuando «La venganza de la Reina Ana» embarrancó en la arena. Este es el instante mágico de la historia en el que la realidad linda con la leyenda. Ese punto de inflexión en el que ni los historiadores se ponen de acuerdo. Según las nuevas investigaciones llevadas a cabo por arqueólogos marinos como Moore, parece que «Barbanegra» intentó liberar el buque de las garras del canal de Beaufort pero, al ver que era imposible, se limitó a cargar todo el oro que pudo en un barco más pequeño y salir por piernas. Todo ello, por descontado, abandonando a su tripulación a su suerte.


Con todo, existen versiones para todos los gustos. Linares, por ejemplo, afirma que el pequeño barco en el que fueron cargadas las riquezas era la «Aventura». Mientras que, por su parte, los investigadores de «LEARN NC» señalan en su dossier que este último barco también encalló. Otro tanto sucede con los autores de «Nautilus Productions Blackbeard's Queen Anne's Revenge Shipwreck». Estos determinan en que el pequeño bajel que acompañaba a la fragata quedó también encallado, pero no desvelan cómo pudo huir nuestro protagonista. De hecho, se limitan a señalar que «se marchó con el tesoro».

¿Fue esta traición premeditada o una mera casualidad? A día de hoy es difícil saberlo. En «A brief history of Blackbeard and Queen Annes's Revenge» se especifica que una de los pocos testimonios que se guardan de aquellos días de junio (el del capitán de la «Aventura») no dejan en muy buen lugar a «Barbanegra»: «En su declaración [el capitán] Herriot afirma que “Barbanegra” encalló intencionadamente “La venganza de la Reina Ana” para desperdigar a la tripulación, que había ascendido a 300 piratas».

Linares es igual de tajante en su libro: «”Barbanegra” decidió que eran demasiados hombres para repartir el tesoro que estaba acumulando con tanto abordaje». Fuera cual fuese la causa, el terrorífico bucanero se la llevó a la tumba, así como la ubicación (si es que le quedaba algo) del supuesto tesoro, pues murió seis meses después a manos de los británicos.





 Fuente:

http://www.abc.es/historia/abci-venganza-reina-misterio-gran-tesoro-robado-ingleses-pirata-barbanegra-llevo-tumba-201708290215_noticia.html





lunes, 28 de agosto de 2017

Octavio: el «hijo» de Julio César que aplastó a Marco Antonio y al Egipto de Cleopatra

Por Rodrigo Alonso
Tras varios años compartiendo el poder, el heredero del imperator se decidió a derrotar a su compañero triunviro y convertirse en el primer emperador de Roma
En la batalla de Actium el victorioso Agripa hizo realidad las aspiraciones del hijo adoptivo del dictador asesinado en los Idus de Marzo
Fue en aguas griegas -frente a la costa de Epiro- donde Octavio (quien más tarde fue conocido como Augusto) escribió para siempre su nombre en la Historia gracias a la victoria sobre Marco Antonio y Egipto en la memorable batalla de Actium (31 a.c)
El que fuera reconocido por el mismísimo Cayo Julio César como hijo adoptivo tenía-gracias a esta épica victoria- vía libre para poder ostentar todo el poder en el que fue el mayor imperio de la antiguedad. Tras largos años en los que tuvo que lidiar con los asesinos de su padre y compartir el poder con Antonio y Lépido por fin había alcanzado el lugar que -en su opinión- le correspondía como descendiente del caído imperator.
Esta es la historia de cómo un joven con genio -pero carente de grandes habilidades militares- logró convertirse en el primer emperador de Roma.
La sangre del padre
La pugna entre Augusto y Marco Antonio tuvo su origen en el magnicidio en los Idus de marzo (15 de marzo del 44 a.C) del victorioso dictador Cayo Julio César. Como explica Pilar Fernández Uriel en «Historia Antigua Universal III: Historia de Roma», los perpetradores del asesinato (el cual fue llevado a cabo en el mismo Senado) fueron incapaces de predecir el resultado de su atentado contra la vida del que fuese «imperator» de las Galias.
Es necesario explicar, en lo que a la labor de César se refiere, que los bastos territorios bajo el control de Roma requerían un cambio en el sistema político con respecto a la fórmula republicana, cuya reinstauración era el prinicipal objetivo de los magnicidas. Como expresa Fernández Uriel, la transformación iniciada por el victorioso imperator no llevaba necesariamente a la imposición de una monarquía (la cual además constituía un delito sagrado). Simplemente, el momento reclamaba la instauración de una figura fuerte y capacitada en lugar de que el poder estuviese repartido entre las distintas familias patricias
Al mismo tiempo, la plebe romana tampoco acogió el asesinato con satisfacción. No en vano, César había llevado a cabo varias reformas que le habían granjeado buena fama entre el «populus». Fue así como el intento de volver a lo que, ya desde inicios del siglo I a.C, se consideraba una forma de gobierno caduca acabó por explotarle a los asesinos en la cara.
Cuando se producía el asesinato de César, el joven Octavio (su hijo adoptivo posteriormente conocido como Augusto) se hallaba fuera de Roma. Estaba en Apolonia, donde recibía formación militar junto a quien sería su mayor sustento y más destacado oficial en el futuro: el héroe de Actium, Marco Vipsanio Agripa.
Marco Antonio (sobrino y lugarteniente del difunto Julio que, a posteriori, fue el máximo rival de Octavio), supo aprovechar la defunción del otrora imperator de las Galias. Como señala Pierre Grimal en «El Siglo de Augusto», en la sesión del Senado del 17 de marzo -tan solo dos días después de que se llevase a cabo el atentado- el militar y político se opuso enérgicamente a la propuesta de conceder honores excepcionales a los asesinos, a los que por otra parte mantuvo sus cargos. También logró que se respetase la obra de gobierno de César, incluso los proyectos que aún no tenían fuerza de ley.
Los homicidas -como afirma el historiador Gonzalo Bravo en «Historia del Mundo Antiguo: Una introducción crítica»- no asistieron a la sesión ya que sabían que sus acciones no contaban con el beneplácito de gran parte del Senado. Además, gracias a la habilidad de Antonio -que consiguió mediante su panegírico en los funerales de César dirigir el odio del pueblo contra los asesinos- se acabó con cualquier posibilidad de volver a la situación anterior al gobierno del imperator.
Sin embargo, no todo fueron buenas noticias para el lugarteniente de César. Octavio (heredero legítimo) supo hacerse con la lealtad de gran parte del ejército y de la mayoría de los partidarios del difunto gobernante. El objetivo era ser reconocido como el más indicado para ocupar el puesto vacante de su padre adoptivo. Mientras tanto, Antonio, logró convencer al Senado de que le otorgase el gobierno de la Galia por un espacio de cinco años.
El Triunvirato
Como explica Bravo en su obra, los sucesos del año siguiente (43 a.C) fueron claves para la evolución posterior. Antonio se decidió a marchar contra el magnicida Décimo Bruto sin contar con la aprobación del Senado, que envió tras él al mismísimo Octavio y a los cónsules Hirtio y Pansa. Fue en Mutina (Módena) donde tuvo lugar el choque entre los dos ejércitos.
Pese a la victoria de las tropas senatoriales, el lugarteniente del extinto César logró huir y unirse a las tropas del general Lépido en la Galia. Aun así, el resultado de la pugna fue sumamente beneficioso para las aspiraciones de Octavio quien, tras la muerte en combate de Hirtio y Pansa, no tenía que compartir la gloria con nadie. Al mismo tiempo, su control del Norte de Italia a raíz de su triunfo en la campaña suponía un enorme peligro a ojos del Senado. Ante la negativa a la solicitud del joven heredero a prorrogar su consulado, este decidió marchar sobre Roma y ocuparla.
Una vez forzó su elección y la de Quinto Pedio como cónsules, Octavio tomó una serie de disposiciones de suma trascendencia que fueron el embrión del posterior Triunvirato. Como explica Bravo, promulgó la «Lex Pedia», mediante la cual se declaraba la guerra abiertamente a los asesinos de César y a Sexto Pompeyo (hijo de Pompeyo Magno y oficial de la flota romana). Al mismo tiempo, ponía punto y final a la enemistad senatorial con Antonio y Lépido. Esta medida fue tomada fruto de la necesidad, ya que -como afirma Fernández Uriel- ambos contaban con la lealtad de los ejércitos provinciales.
La paz entre los tres militares tuvo lugar en las cercanías de la ciudad de Bonomia (Bolonia) en noviembre del 43. Nacía de este modo el Triunvirato, conocido erróneamente -según explica Bravo- como el Segundo Triunvirato. Tras alcanzar el acuerdo se procedió a una división de los territorios romanos entre los integrantes. De este modo, Antonio conservó el gobierno de las Galias, Lépido se hizo con el control de Hispania y la Narbonense y Octavio logró África, Sardinia (Cerdeña) y Sicilia.
Según explica Bravo, fruto de la condición plenipotenciaria de los triunviros se llevó a cabo, en apenas diez años, el asesinato de unos 200 miembros del Senado y otros 2.000 caballeros. Entre estos se encontraban no pocos individuos de suma importancia a nivel histórico, como es el caso del afamado orador Cicerón (diciembre del 43). También, a partir de este punto, los magnicidas comenzaron a caer poco a poco. En el 42 Antonio logró derrotar a Bruto y Cassio en la batalla de Filipos. Agripa y Lépido hicieron lo propio venciendo a las fuerzas de Sexto Pompeyo en Sicilia (36).
Durante este tiempo -como afirma Bravo en otra de sus obras: «Poder político y desarrollo social en la Antigua Roma»- Octavio «había restado protagonismo y prestigio político a Antonio». Debido a la necesidad de estrechar lazos entre los triunviros, tuvo lugar en el 40 el matrimonio entre el lugarteniente de César y la hermana del hijo adoptivo: Octavia. También se llevó a cabo un nuevo acuerdo que reformuló el reparto territorial.
A partir de este momento Antonio gobernó en Oriente, Octavio en Occidente y Lépido en África.
En su obra, Grimal afirma que, tras la derrota del hijo de Pompeyo el Grande, Octavio decidió levantar en el interior de Roma un templo a Apolo, a quien consideraba sudios. A este respecto, existía un escandaloso mito en la época según el cual el joven triunviro habría nacido de un abrazo entre su madre -Atia- y la divinidad griega. Esta idea, que rozaba los límites de lo aceptable por la sociedad del momento, nunca habría sido negada por el protagonista.
Antonio, mientras tanto, se instaló en la ciudad de Atenas junto a su esposa Octavia (a la que acabó repudiando al poco tiempo). Como se afirma en la obra «Poder político y desarrollo social en la Antigua Roma», el lugarteniente del difunto César empleó como excusa una campaña contra los partos en el 36 (en la que fracasó dando al traste con buena parte su influencia) para partir rumbo a Egipto con Cleopatra VII. Fruto de su relación con la afamada gobernante ptolemaica tuvo dos hijos.
Señala Fernández Uriel que Antonio «fue atraído enseguida por la vida en la corte y el pensamiento de los antiguos monarcas Ptolemaicos, donde iba asimilando la ideología oriental y transformándose en un monarca helenístico con su aspecto divino». Al mismo tiempo, el heredero militar de César, se dispuso a acometer pactos de vasallaje distintos a los llevados a cabo por Roma.
Octavio no dejó pasar la oportunidad que le brindaba la extranjerización de su rival. Mediante un empleo sublime de la propaganda logró hacer pasar a Antonio por un traidor a ojos del «populus» romano. Con ese fin se hizo con el testamento del consorte de Cleopatra -el cual se encontraba en el templo de las Vestales- y lo hizo público. Según parece -como señalan varios autores- el otrora héroe militar habría puesto por escrito, entre otras cosas, que la capital debía ser trasladada a Alejandría y sus hijos serían los herederos del Imperio. Sin embargo, existe la posibilidad de que este fuese falseado por su enemigo.
En principio Octavio -como señala Víctor San Juan en «Breve historia de las Batallas Navales de la Antigüedad»- no se atrevió a declarar a Antonio enemigo del pueblo romano, pero se decidió a desposeerlo de sus cargos y magistraturas. Se daban de esta forma todas las condiciones para que la ya irremediable guerra entre Roma y Egipto fuese declarada a finales del 32 a.C.
Actium
Como explica Grimal en su obra, con el inicio de las hostilidades culminaba la preparación de Octavio, la cual tuvo como inicio los idus de marzo. De este modo el heredero de César «ya no era un señor tratando de asegurar su dominio sobre el mundo, sino el campeón enviado por los dioses para salvar a Roma y al Imperio».
Parece ser que Antonio y Cleopatra llegaron a reunir un gran ejércitoterrestre (San Juan lo cifra en torno a los 80.000 efectivos) así como una enorme flota conformada por unos 500 navíos. Aun así, gran parte de la nobleza romana -que en su momento había apoyado al consorte de de la gobernante egipcia- acabó por abandonarle y unirse a la causa del hijo de César. En este contexto llegamos al inevitable desenlace: la batalla de Actium (2 de septiembre, 31).
El heredero de César, a parte de contar con unas tropas parejas en número y experiencia a las de Antonio, tenía junto a él a uno de los oficiales romanos más reputados y competentes de la historiaimperial: Marco Vipsanio Agripa, quien fue el encargado de guiar a los navíos del futuro Augusto en la decisiva batalla de Actium en las costas de Epiro (Grecia).
La victoria marítima del formidable militar ante Antonio y Cleopatra tuvo como resultado el fin de la contienda entre los dos herederos de César. La egipcia partió apresuradamente con sus naves toda vez que la batalla estaba virtualmente perdida. Por su parte, el consorte se dispuso a seguirla con rumbo a las tierras del Nilo. Como explica Bravo, el resto de su flota y ejército se unieron a Octavio, quien ahora contaba con unas 50 legiones.
Fue al año siguiente (agosto del 30) cuando el victorioso heredero llegó a Alejandría acompañado por un gran número de tropas. Ante la negativa de este a llegar a un acuerdo razonable con sus enemigos, Antonio y Cleopatra optaron por el suicidio como la salida más honrosa. No querían convertirse en el «triunfo vivo» de su rival.
De Octavio a Augusto
Como explica Fernández Uriel, al margen de la anexión de Egipto al Imperio romano, las consecuencias de Actium fueron mucho más importantes. A partir del triunfo de Octavio el Imperio estaba unido bajo un único «princeps»: Augusto (el nuevo «cognomen» de Octavio).
Se daba así el pistoletazo de salida a una nueva etapa de estabilidad tras las constantes convulsiones fruto de las guerras fratricidas y la inestabilidad tardo republicana.
Augusto, el primer emperador romano, acabó siendo -además de divinizado- una de las figuras más renombradas y representativas de la antigüedad. Su victoria sobre Antonio -amén de su maestría en el empleo de la propaganda- supuso que fuese reconocido como «Restitutor Pacis» (restaurador de la paz)
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Fuente:


sábado, 26 de agosto de 2017

Cómo se inventó (accidentalmente) la teoría de los Illuminati