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domingo, 11 de diciembre de 2016

Ayude a sus Hijos a Hacer Amigos


Por Jean Parvin

Steve Crawford, de nueve años, tuvo dificultades para hacer amigos cuando su familia se mudó de una ciudad a otra.. Un día, una familia en la que había un niño casi de la edad de Steve se mudó a una casa de la misma calle.

-Vamos a darles la bienvenida –propuso la madre de Steve.

Media hora después, Steve y Pat Mullins andaban correteando en el jardín.
Su amistad creció década tras década, y les ayudó a superar muchos escollos de la vida. Cada uno se casó y formó una familia. Cuando murió la madre de Pat, víctima de cáncer, él acudió a Steve en busca de consuelo. Dos años después falleció el padre de Steve, y él buscó a Pat.
En 1987, Steve, que a la sazón vivía lejos de Pat, se vio en peligro de perder su negocio. Fue de visita a su pueblo, y pasó una noche entera hablando del problema con Pat, que le recordó:
-Hemos pasado tiempos difíciles juntos. Y tú siempre has sabido rehacerte. Esto es sólo un bache en el camino.
Gracias al apoyo moral de su amigo, Steve Crawford reconstruyó su compañía, que cuatro años después se convirtió en una gran productora de tarjetas de felicitación.
“Un amigo es alguien que está con nosotros en las buenas, pero también en las malas”, comenta Steve. “Pat me ayudó a creer que podía empezar de nuevo”.

Las amistades más firmes y duraderas suelen forjarse en la infancia. ¿Recuerda usted al chico del vecindario que le enseñó a trepar a los árboles? ¿O a la amiga que le ayudó a vestirse para su primera cita? La mayoría de niños encuentran un compañero con el que descubren cómo es la vida, y con quien comparten las penas y las alegrías que surgen mientras van creciendo.

Los amigos son un puente entre la familia y el mundo; nos dan la certeza de que   pertenecemos a este, y nos brindan su apoyo. Robert Selman, coautor de Making a Friend inYouth (“Haciendo amigos en la juventud”) señala: “Con los amigos de la infancia ensayamos todas las demás relaciones íntimas que tendremos a lo largo de nuestra vida. Ellos nos dejan una huella”.
Kenneth Rubin, psicólogo de la Universidad de Waterloo enOntario, Canadá, al hablar de las personas que en su niñez fueron desdichadas y aprensivas y que luego se convirtieron en adultos sociables, dice: "Lo que ocurre en muchos casos es que encuentran un amigo".

A algunos niños les cuesta mucho trabajo hacer amigos, pero con la orientación y el apoyo adecuado lo pueden lograr. Aunque no es posible que usted controle la vida social de su hijo, hay formas de alentarlo y de ayudarle a hacer buenas migas con otros muchachos.


1. Participe en el Proceso
Un error en el que caen algunos padres de familia, según los expertos, es pensar que sus pequeños harán amigos por sí solos. El psicólogo Thomas Berndt advierte: “Los chicos no pueden cultivar amistades a menos que reúnan con frecuencia”. Las circunstancias pueden exigir que el padre o la madre faciliten los encuentros.

Después de mudarse a otra ciudad, Dana y Ruth Shaw intervinieron para que sus cuatro hijos hicieran amigos. A pesar de que los niños se oponían, los padres insistieron en que fueran a un campamento de verano organizado por su iglesia. Al cabo de una semana en el campamento, los niños habían cambiado de opinión.

-¡Adivinen!- dijo Aaron, de 13 años-. ¡La mayoría de los chicos del campamento van a la escuela donde nos inscribimos.

“El campamento dio a mis hijos la oportunidad de iniciar amistades”, señala Dana Shaw. “De otra manera, al ingresar en la escuela no habrían conocido a nadie”.

Los padres deben idear maneras de participar sin pasar por alto  la dignidad del hijo. Cuando Steve Wurfel inició el sexto grado en una escuela nueva para él, se sintió muy solo; sus mejores amigos estaban inscritos en otro plantel. Pero le resultaba difícil hablar de ello. Una noche, su madre, Sara Fitzgerald, sacó sus diarios  de la adolescencia y le leyó a Steve algunos pasajes en los que narraba las experiencias que tuvo al ingresar en una escuela nueva. “Los diarios”, explica, “fueron mi mejor recurso para demostrarle a Steve que todo el mundo se topa con esos problemas en algún momento”.
Las palabras leídas por su madre reflejaban la misma pena que Steve sentía, y le permitieron poner las cosas en perspectiva mientras buscaba amigos.

2. Ayude a su Hijo a Reforzar con Logros su Confianza en Sí Mismo
Mi madre me dijo un día: “Si no sabes nadar, nunca te invitarán a la piscina. Y si no sabes bailar, no te invitarán al baile de fin de año”.

Tenía razón: tan pronto como aprendí a nadar y a bailar, me llevaron a la piscina y al salón de baile.

Cuando los niños son competentes en algo, su autoestima crece y surgen las oportunidades de conocer a otros. “La amistad se basa en intereses comunes”, observa Berndt. “Si su hijo no tiene muchos amigos, despiértele el intereses en los que pueda fundarse una amistad.

Los padres pueden ayudar a sus hijos a encontrar una actividad propicia presentándoles muchas alternativas. El gusto por el fútbol o por la actuación no aflorará a mensos que el chico tenga la ocasión de explorar esos terrenos.

Cuando tenía 13 años, Michael Easton estaba menos desarrollado que los demás niños de su edad, así que se apartaba de los deportes y no iba a la playa con sus condiscípulos. Sus padres apoyaron su decisión de iniciar un programa de entrenamiento de pesas en un gimnasio. Meses después, los resultados estaban a la vista. Con sus nuevos amigos del gimnasio, Michael pronto empezó a practicar otros deportes y se impuso a sí mismo retos en actividades nuevas para él. “Cuando mi condición física mejoró, tuve la suficiente seguridad en mí mismo para acercarme a los demás”, explica Michael, que hoy hace planes para estudiar medicina. “Cualquier interés que cultivemos nos abre puertas”.

3. Dé a los Chicos Libertad de Acción
Aunque es bueno orientarlos, ellos tienen que tomar algunas decisiones. Por ejemplo, los padres suelen preocuparse por el modo de vestirse o de peinarse de sus hijos. Según los expertos, más vale dejar que experimenten, según los límites razonables. “Para los adolescentes, una de las maneras de adquirir seguridad en sí mismos es pertenecer a un grupo, y los grupos se forman, entre otras cosas, de acuerdo con el aspecto de sus integrantes”, observa Robert Brooks, experto en psicología de niños y adolescentes.

Un sábado, Mona Ojeda llevó de compras a Jason, su hijo de 12años, y se quedó pasmada cuando él se probó la camisa más estrafalaria que ella había visto en su vida.

-Es lo que usan todos mis amigos -explico Jason.

Mona miró aquella monstruosidad roja y morada con flores doradas y recordó algunas prendas que le había gustado ponerse de jovencita.

-Mi madre las consideraba extravagantes, pero me permitía usarlas -dice-. De modo que accedí a que Jason se llevara esa camisa.

Otro aspecto en el que los hijos necesitan libertades es la elección de amistades. Por mucho que los padres deseen que tengan amigos, no querrán que escojan a jóvenes indeseables. “Pero a menos que haya peligro”, advierte Brooks, “es mejor dejar que los chicos descubran por sí mismos cuáles amistades les convienen y cuáles no”.

Eleanor Whiteside ha tratado siempre de aceptar a los amigos de su hijo. Pero cuando David tenía 13 años, empezó a frecuentar a un muchacho a quien ella consideraba rezongón y falto de educación. Una vez entró en la cocina y tomó comida sin pedir permiso. Eleanor se lo comentó a David, pero no le sugirió que dejara de verlo. Al poco tiempo la relación se enfrió por sí sola.

-Es dominante y grosero -explicó David-. Ya no me gusta andar con él.

4. Respete las Diferencias
Hay que tener presente que los niños son distintos unos de otros en lo que se refiere a sus necesidades de relación. No todos necesitan tener muchos amigos. “Cantidad no es lo mismo que Calidad”, indica Rubin. Para algunos pequeños, uno dos amigos son suficientes. 

Por ejemplo, Sarah Kellar, de 12 años, es una niña inteligente y creativa la que le encantan el ballet y el piano. Cuando no está jugando sola, pasa largos ratos con su única amiga íntima. Su hermana, Rachel, de nueve años, es todo lo contrario. Jane, la madre de ambas comenta: “A Rachel siempre la estoy llevando de una actividad social a otra. Antes insistía en que Sarah fuera más sociable, pero terminé por darme cuenta de que sus necesidades y las de Rachel son distintas”.

5. Ponga el Ejemplo
Los padres de familia que recuerdan los cumpleaños de sus amigos y organizan reuniones con ellos, les inculcan así a sus hijos la importancia de la amistad. “El pequeño imita la manera en que sus padres interactúan con sus propios amigos”, expresa Steve Crawford.

En muchas familias, las lecciones sobre la necesidad de escuchar a los demás e interesarse en ellos pasan de una generación a otra. El ministro protestante Steve Banning recuerda el cuidado con que su padre trataba a sus amistades. “Estoy seguro de que sus amigos no eran perfectos”, dice. “Pero nunca le oí hablar de los demás en forma negativa”.

Cuando el padre de Steve, también ministro, fue transferido a una nueva iglesia, siguió cultivando sus amistades con cartas y telefonemas. “Hace poco mi padre recibió una llamada de un amigo suyo al que conoció hace 20 años”, cuenta Steve. “El hijo de aquel hombre buscaba empleo en nuestra zona. Mi padre insistió en que el muchacho se quedara con él hasta que encontrara dónde vivir”.

Banning se esfuerza por transmitir esas lecciones sobre la amistad a James, su hijo de 13 años. “Ante todo, quiero que trate a la gente con respeto y comprensión”, dice. “Gracias a  esas virtudes, mi padre se lleva muy bien con los demás”.

Pocos dones hay más grandes que la amistad. Y con amor, paciencia y una orientación prudente, podemos ayudar a nuestros hijos a conquistar ese tesoro.

            
 Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CVI, Número 634, Año 53, Septiembre de 1993, págs. 105-109,  Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Déles a sus Hijos la Educación que Necesitan


Estas pautas generales no han cambiado con el tiempo

Por Tamara Eberlein

Son tantos los “expertos” que en libros o programas de televisión pregonan consejos novedosos y soluciones mágicas para la crianza de los hijos, que usted, como padre, probablemente ya no quiera oír una palabra al respecto. Entre el cúmulo de recomendaciones hay, sin embargo, algunas que encierran una profunda verdad; son los principios básicos de la educación de los hijos. Aquí les presentamos siete:

1. Que sus Hijos Afronten las Consecuencias de sus Actos

Si su hijo no pasa un examen para el que no estudió; si pierde su suéter favorito porque lo olvidó en la escuela; si se queda sin dinero porque tuvo que pagar una multa de la biblioteca, despreocúpese: éstas son algunas maneras de adquirir sentido de responsabilidad, dice Charles Schaefer, profesor de psicología y coautor de Teach Your Child to Behave (“Enseñe a su hijo a comportarse”).

Desde la edad de tres años su niño es capaz de comprender una relación de causa y efecto. Exprésele en tono desapasionado cuál es la consecuencia probable de determinada conducta suya; por ejemplo: “Si dejas juguetes a la entrada de la cochera, el coche los puede aplastar”. Luego deje que los acontecimientos sigan su marcha normal, pero no eche a perder la lección reponiendo los juguetes que se hayan estropeado. Si se pasa usted la vida evitando que su hijo se caiga, él nunca aprenderá a levantarse.

Si la conducta fuera demasiado peligrosa (por ejemplo, golpear una mesa de cristal con un juguete) o pudiera tener efectos muy costosos (dejar la bicicleta en la calle), entonces establezca usted otras consecuencias que sean razonables, como quitar el juguete al niño o prohibirle usar la bicicleta una semana.

Es un error común establecer consecuencias que nada tienen que ver con la infracción. “Si su hijo se pone a brincar en el sofá mientras ve la televisión, no es lógico prohibirle salir a jugar con sus amigos”, explica Schaefer. “Se trata de hacerle ver la relación entre sus actos y las consecuencias que acarrean; en este caso, lo lógico es apagar la televisión”.

2. Premie las Buenas Conductas
“Sorprenda a su hijo cuando se porta bien (cuando comparte sus juguetes, tiene un gesto de amabilidad o ayuda en los quehaceres de la casa, por ejemplo) y recompénselo con un elogio, una sonrisa o un abrazo”, aconseja el pediatra Barton Schmitt, autor de Your  Child’s Health (“La Salud de su Hijo”). “Para que haya un equilibrio saludable, las muestras de aprobación, sobre todo las que entrañan contacto físico, deben superar en una proporción de tres a uno, por lo menos, a las críticas que se le dirijan al niño en un día dado”.

Sea específico y limite sus elogios a la conducta digna de aprobación; por ejemplo: “Gracias por guardar silencio mientras hablaba por teléfono” o “Estoy orgulloso de ti por como has solucionado el pleito que tenías con tu hermano”.

3. Tenga en cuenta el Temperamento del Niño
Supongamos que su primogénito es muy adaptable y que el menor de sus hijos es muy apegado a usted. Estas diferencias de temperamento son la principal razón por la que no se puede tratar de igual manera a todos los hijos, afirma la psiquiatra infantil Stella Chess, autora del revolucionario libro Know Your Child (“Conozca a su Hijo”), publicado en 1987. Sus hallazgos, basados en la observación de 131 individuos  desde que eran niños, han sido respaldados por recientes descubrimientos que atribuyen causas hereditarias a ciertos rasgos de la personalidad, como la timidez.

“Desde las pocas semanas de nacimiento los niños ya muestran marcadas diferencias de carácter”, señala Chess. El temperamento de un niño determina su grado de actividad, la facilidad con que se distrae, su manera de reaccionar ante las situaciones nuevas y la intensidad con que expresa sus sentimientos.

Actualmente los investigadores saben que tratar de cambiar estas características es tiempo perdido, porque el modo de ser es, en su mayor parte, innato.

Es un error común tratar de cambiar el mundo para que se adapte a su hijo. Si usted tiene un diablillo y lo leva de visita a casa de sus parientes, no pida a éstos que escondan todos los adornos frágiles de la casa. Mejor enseñe primero al niño a comportarse y, si a la hora de la visita necesita desfogar sus energías, llévelo al aire libre.

4. Fije Límites
Como todos los padres, usted quiere que su hijo sea feliz y no le gusta frustrarle sus planes (diciéndole, por ejemplo: “Lo siento, pero no puedes echar agua en el suelo”). Por desgracia, si es usted demasiado condescendiente con él ahora (“Está bien; pero sólo un vaso”), tendrá dificultades más adelante.

De acuerdo con estudios realizados por el Centro para la Educación de los Padres, de Newton, Massachusetts, es posible empezar a malcriar a un niño desde que tiene seis meses. Así pues, cuanto más pronto empiece usted a definir límites, tanto mejor. “Nada impide apartar a un recién nacido del pecho de su madre si al mamar le da por morder”, dice el psicólogo Burton White, director del Centro y autor de Raising Happy, Unspoiled Child (“Cómo criar hijos felices sin mimarlos”). “Aun los niños de edad preescolar son capaces de respetar reglas si éstas se les explican de una manera sencilla y acorde con su edad. La clave está en dejar bien claro que los padres son quienes mandan en la casa”.

Para desenvolverse bien en la vida, un niño debe saber dónde terminan sus derechos y dónde comienzan los de los demás. “Si quiere usted definir esos límites eficazmente, tendrá que aprender a soportar que su hijo sufra y llore de vez en cuando”, dice White.

Una vez que haya decidido dónde está el límite entre una conducta aceptable y una inaceptable, hágaselo saber a su hijo y adviértale lo que le ocurrirá si se pasa de la raya. Sea siempre consecuente con esta manera de obrar.

Tenga cuidado de no exagerar en este punto. Los niños necesitan explorar el mundo y aprender de la propia experiencia, así que no conviene imponer restricciones innecesarias. En vez de reprimir constantemente a un niño que empieza a caminar, por ejemplo, acondicione un espacio para que juegue.

5. No Humille a sus Hijos
Cuando un chico se porta mal es muy fácil reaccionar con una orden (“Recoge este desbarajuste ahora mismo”), una amenaza (“Olvídate de salir si vuelves a llegar tarde”) o, en los momentos más acalorados de una discusión, un insulto (“No has perdido la cabeza sólo porque la tienes pegada al cuello”). “Los mensajes como éstos, formulados en segunda persona, equivalen a señalar al niño con el dedo y lo hacen sentirse no querido o blanco de acusaciones injustas”, explica el psicólogo Thomas Gordon, creador del acreditado Programa de Capacitación para la Eficacia Paterna.

Uno de los principios medulares de este programa consiste en formular los mensajes en primera persona; por ejemplo: “Me molesta ver sucia la cocina cuando acabo de limpiarla”, o “Me preocupo cuando llegas tarde a casa”. Con este método, explica Gordon, ”es menos probable herir los sentimientos de los niños o instigarlos a que se rebelen, porque les hace ver las consecuencias que su conducta acarrea a los demás y se les invita a ser más considerados”.

“Hijo, me molesta oír la televisión tan alto; no puedo hablar con tu papá” es un mensaje mucho más eficaz y productivo que “Baja el volumen de la televisión”.

A menudo se comete el error de enviar a los niños mensajes en segunda persona disfrazados de mensajes en primera persona. Es muy fácil anteponer las palabras “siento que” a un insulto y engañarnos diciéndonos que nos estamos comunicando eficazmente. Sin embargo, decir “Siento que eres un egoísta” tiene el mismo efecto que decir “Eres un egoísta”. En vez de hacer generalizaciones de este tipo, mencione el sentimiento determinado que le inspira una conducta específica del niño; por ejemplo: ”Me siento abrumada de trabajo cuando tengo que hacer los quehaceres que te habías ofrecido a hacer”.

6. Permítales Crecer a su Ritmo
“Algunos padres apresuran a sus hijos para que dejen los pañales, acaben la escuela y se vuelvan independientes”, dice la reconocida psicóloga británica Penelope Leach, autorade Children First (“Los Niños Primero”). “Es un error  muy arraigado suponer que cuanto más deprisa vaya un niño, más lejos llegará”.

Leach advierte que la presión constante de los padres predispone a los hijos al fracaso. “¿Cómo se sentirá un niño al resultar el peor jugador de beisbol de la escuela porque lo inscribieron en el equipo un año antes de lo aconsejable?”, pregunta la experta.

Los chicos sometidos a esta clase de exigencias acaban por darse cuenta de que es imposible complacer a sus mayores. “La muchacha que cree haber decepcionado a sus padres tiene menos incentivos para mantenerse apartada de las drogas, la violencia y la promiscuidad sexual”, añade Leach.

Tenga presente que tampoco hay que llegar al extremo de negar al niño oportunidades de desarrollo por miedo a presionarlo demasiado.

7. Respete los Sentimientos de su Hijo
“¿Cómo puedes decir que tu dibujo es feo? ¡Si es precioso!” “¡No digas que odias a tu papá! No ha sido su intención faltar a tu partido de fútbol”. Aunque la intención de estos comentarios es servir de consuelo, su verdadero efecto es “minimizar el dolor del niño y enseñarle a negar sus sentimientos o a sentirse avergonzado de ellos”, dice la educadora de padres Adele Faber, coautora de How to Talk So Kids Will Listen and Listen So Kids Will Talk (“Cómo hablar para que los chicos escuchen y cómo escuchar para que hablen”). “Además, cortan la comunicación que es esencial para la relación entre padres e hijos”.

Más constructivo resulta comentar sobre los sentimientos que se esconden detrás de las palabras. Un comentario como “¡Caramba! ¡De veras estás enojado con tu papá porque faltó a tu partido!” expresa su comprensión y, al mismo tiempo, enseña a su hijo que es posible estar disgustado con alguien sin dejar de quererlo.

Tampoco es conveniente analizar fríamente la situación. ¿Está su hijo disgustado porque su mejor amigo reveló a otros un secreto que él le había confiado?  “Un comentario frío, como ‘Pareces molesto’ lo hará sentirse como un bicho bajo el microscopio”, advierte Faber. “El comentario de los padres debe estar a tono con los sentimientos del chico: ‘Lo que le dijiste a Luis era estrictamente personal. ¡Con razón estás furioso!’. Esto indica al muchacho que usted realmente lo entiende”.



© Por Tamara Eberlein. Condensado de Child (Octubre de 1995) de Nueva York.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CXIV, Número 685, Año 58, Diciembre de 1997, págs. 62-67, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos






martes, 1 de noviembre de 2016

Cuando los Hijos siembran Discordias


Los hijos son la causa más frecuente de las desavenencias entre cónyuges. Es preciso saber cómo manejarse en tales situaciones

Por Norman Lobsenz

Queremos entrañablemente a nuestros hijos. Por ellos, que son nuestro orgullo y alegría haríamos cualquier cosa. ¿Por qué,  entonces, los estudios relativos a la familia revelan  que los hijos disminuyen la satisfacción que la pareja encuentra en el matrimonio? ¿Por qué los cónyuges declaran que la felicidad conyugal  empieza a declinar en cuanto nace el primogénito y que, salvo leves fluctuaciones registradas en el curso de los años, no recobra su nivel original  sino hasta que el último de los hijos ha dejado el hogar?

Una razón de esta paradoja es obvia: las responsabilidades físicas y económicas que ocasionan la crianza de los niños, traen consigo enorme tensiones para los padres. Pero existe otra razón, que se reconoce con menos frecuencia. Los hijos directa o indirectamente tienden a provocar mayor número de conflictos entre sus padres que cualquier otra fuente de disensiones conyugales. Juzgue el lector las típicas situaciones que siguen:

• Juanito, chico de diez años de edad, gasta el total de su asignación semanal en un frágil avión de juguete que se hace pedazos la primera vez que lo lanza al aire.

-¿Por qué desperdicias el dinero en semejante basura? –le pregunta su padre, enfadado- ¡Sólo por eso, la semana próxima no te daré ni un centavo!

Juanito va a protestar cuando su madre intercede:

-¿Por qué eres tan duro con él?

El padre la mira, furibundo, y replica:

-Si por ti fuera, este chico jamás aprendería a estimar el valor del dinero.

• El matrimonio Lara no ha podido salir una sola noche desde que nació su primogénito, hace seis meses.

Esta noche Ricardo planea lleva a Laura a comer afuera y al cine; será una agradable sorpresa para ella. Incluso ha contratado los servicios de una niñera .Pero al saberlo, Laura se opone:

-No dejaré a mi hijo en manos de una desconocida.

Desde que el niño llegó, Ricardo se siente abandonado, y explota:

-¡Te preocupas más por ese chiquillo que por mí!

• Melisa tiene 15 años y ha sido invitada a formar parte de un grupo de chicas y muchachos para salir a esquiar el fin de semana.

-No hay peligro alguno -le aseguró a su madre- La hermana mayor de mi amiguita nos hará compañía.

No obstante su madre le niega el permiso. Sin hacer mención de esta negativa, Melisa le pide permiso a su padre, quien responde:

-Por supuesto que puedes ir.

Poco después, sus padres se dan cuenta que han sido engañados; pero en vez de reprenderla, discuten entre sí.

Hasta hace poco todos los padres creían que la presencia de un hijo los uniría más, de modo automático. En la actualidad, pocos son los matrimonios que abrigan tan ilusorias esperanzas, ya que la mayoría de ellos están conscientes del tiempo, las energías y los recursos que es necesario dedicar a los hijos. Y si bien no faltan padres intelectualmente preparados para la paternidad, no siempre son aptos, en lo emocional, para hacer frente a las tensiones diarias que suscita la formación de los niños, o las exigencias de estos.

Los conflictos maritales que con mayor frecuencia causan los hijos, son los que incluyen diferencias de criterio en lo concerniente a las bases de su educación:   disciplina, asignaciones para gastos menores, privilegios. Además “los padres que se preocupan mucho de tales cuestiones, descubren que están defendiendo posiciones cada vez más rígidas”, observa la psicóloga Isabelle Fox, consejera matrimonial, familiar y de niños, del Centro Psicológico del Oeste, en Encino (en el estado norteamericano de California).

La psicóloga habla de cierto matrimonio cuya hija, de 12 años de edad, de pronto empezó a bajar de rendimiento en sus estudios. “La madre consideraba que debía preguntarse a la chica, de manera comprensiva, por qué no trabajaba en la escuela a altura de sus aptitudes, y animarla dulcemente a esforzarse más”, comenta la especialista. El padre quería darle una severa reprimenda y amenazarla con un castigo si no se dedicaba al estudio y obtenía mejores calificaciones.

“Con el tiempo, añade la doctora Fox “ambos padres se vieron atrapados en sus respectivas posiciones: él era el malo y ella era la buena;  esta situación era perjudicial tanto para la niña como para sus padres”.
Posiblemente ciertos conflictos, que en apariencia son provocados por la conducta de un hijo, tengan sus raíces en las tensiones emocionales sufridas por alguno de los padres en su propia niñez. Una señora recordaba  cómo ella y su marido altercaban cuando él reprendía a su hija de 13 años. “Las más de las veces”, cuenta la madre, “Ana se lo había ganado, pero aun así yo salía en su defensa”.

Las riñas entre ambos fueron haciéndose más frecuentes y violentas, al extremo de constituir una amenaza para las relaciones conyugales; entonces decidieron buscar ayuda. En las consultas celebradas con un consejero matrimonial, la señora recordó que cuando era niña su padre la regañaba continuamente. “Los regaños que mi marido hacía a Ana despertaban en mí aquellos sentimientos de agravio y humillación. Desahogaba en mi esposo la ira que jamás había sido capaz de expresar contra mi padre”.

Con todo, existen maridos y esposas que no pueden descargar sus emociones en su cónyuge, pues temen que cualquier demostración de sentimientos negativos haga peligrar su matrimonio, o bien carecen de la suficiente autoestima para hacer valer sus propias necesidades. En esos casos, tal vez uno de los padres use al hijo, inconscientemente, como un arma contra su pareja. Cuando, por ejemplo, Eduardo reprocha a Rita que “jamás esté en casa para cuidar a los niños” a causa de su nuevo empleo, en realidad quiere decir  que es él a quien ella está desatendiendo. Puesto que no puede censurarla con franqueza por ir a trabajar pese a sus deseos de que no lo haga, trata de hacerla sentirse culpable como madre.

En ocasiones crecen las tensiones entre los cónyuges, porque uno de ellos se muestra hostil hacia el hijo (que quizá le recuerde a un hermano que no quería) y el otro se siente obligado a ponerse de parte del niño. “A la inversa”, comenta Isabelle Fox, “uno de ellos padres hace objeto de especial afecto y atención a un hijo predilecto, como un medio de expresar su hostilidad hacia su cónyuge”.

¿Cómo pueden los padres absorber y resolver el impacto emocional que los hijos producen en el matrimonio? A continuación citamos las recomendaciones de varios especialistas:

• Reconozcamos que muchos conflictos conyugales son naturales, y por lo general pasajeros, en la vida familiar. “Toda familia tiene conflictos relacionados con los hijos”, declara Hendrie Weisinger, psicólogo de Los Ángeles (California). “La mayoría de ellos sobrevive en buenas condiciones”.

• Comuniquémonos. Harold Feldman, especialista en relaciones familiares de la Universidad de Cornell, en Ithaca, en el estado de Nueva York, recomienda que los padres analicen entre ellos sus ideas relacionadas con la educación de los niños, así como sus propios principios y prejuicios. Si llegan a ponerse de acuerdo en algún punto y si consiguen encontrar un punto medio aceptable para las cuestiones en que no están de acuerdo, les será posible evitar muchos problemas potencialmente destructivos.

• Distingamos entre los problemas originados por la formación de los hijos y los que son ajenos a estos. Cuando las disputas conyugales se centran siempre sobre los mismos temas, quizás se deriven de las relaciones matrimoniales.

• No debemos utilizar a los niños como instrumentos en las riñas conyugales.

• No permitamos que los niños nos manejen a su antojo: si Julieta, de diez años de edad, dice a su papá que mamá es mala, y él lo acepta  sin siquiera preguntar por qué, serán inevitables las discusiones entre ambos esposos. Claire Lehr, psicóloga y especialista en relaciones entre padres e hijos, radicada en Newport Beach, en el estado de California, dice: “ ¿Qué es, en el sistema familiar, lo que hace necesaria a esta conducta? ¿Por qué la niña siente que la única manera de ejercer el poder es a través de la manipulación de sus padres? A menudo estos discuten entre sí, en vez de preguntarse por qué se comportaron todos ellos de esa manera”.

• Debemos evitar actitudes que nos hagan quedar como mártires ante los hijos. Un matrimonio estuvo a punto de separarse porque la señora se negaba, año tras año, a hacer planes para las vacaciones hasta que supiera si sus hijos,  que estudiaban en la universidad, estarían en casa durante el verano. Cuando los muchachos anunciaban su decisión, ya era demasiado tarde para efectuar el viaje que el padre deseaba hacer. Los padres deben, a veces, contrariar sus propios planes por los hijos, pero sacrificarse inútilmente provoca tensiones conyugales.

• Cuando surjan discusiones respecto a los hijos, debemos impedir que ocurran en presencia de ellos. El chico que ve a sus padres reñir por sus ideas educativas acerca de él, puede sentirse culpable del altercado. Un chico de 12 años de edad explicaba así sus sentimientos al respecto: “De repente los oigo discutir. Procuro mantenerme al margen, pero sé que el problema comenzó por culpa mía. Y entonces me da miedo”.

• Los cónyuges deberían levantar una firme barrera entre sus vidas como esposos y como padres. “En la jerarquía de las prioridades familiares”, escribe el Dr. Fitzhugh Dodson en su libro How to Discipline-With Love (“Cómo Disciplinar… con Amor”), “los cónyuges tienen el derecho de considerar en primer lugar su matrimonio, y en segundo sus relaciones con los hijos”. Hoy día, demasiadas familias concentran más su atención en los hijos que en la unión conyugal. Dar prioridad al matrimonio no significa descuidar las necesidades del niño. A no ser que un matrimonio funcione bien, ninguna atención paterna, por más grande que sea, compensará la pérdida que el hijo sufra en lo emocional.

Se necesita energía, criterio y dedicación para superar las tensiones inherentes a la paternidad. A cambio de ello, la recompensa por el éxito es doble, pues es probable que las parejas que se sientan más unidas a raíz de las presiones ocasionadas por la educación de los hijos, no sólo sean mejores padres sino que constituyan matrimonios más felices.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, tomo LXXXII, N° 492, Noviembre de 1981, págs. 85-89 , Reader’s Digest  México, S.A. de C.V., México D.F., México.