lunes, 30 de enero de 2017

Desgaste de la torre de arena Trump

Recién ha pasado un mes desde que el inefable, antipático, demagogo, mentiroso, odioso, atorrante, racista, misógino, insoportable plasta de Donald Trump ha llegado a la presidencia de Esta... Locolandia y ya se está desgastando más rápido que un castillo de arena en la playa.

Sigue así, loco egocéntrico discriminador, para que tus compatriotas, los gringos, se harten de ti a mayor velocidad que Flash -completamente drogado- como les pasó los romanos con Calígula y que ya sabemos como terminó...

Con ese plan si se cumple lo que dijo el cineasta Michael Moore, Trumputin por su maldito narcisismo -claro, y como se rodea de lamecu... que mienten igual- va a acabar peor que Richard Nixon con su Watergate.

A Trump con su cara de enojado estreñido no lo soporto ni 5 segundos cuando sale en la tele sólo a insultar, mentir, o criticar maliciosamente a alguien.

No podrá hacer todo lo que miente a las masas ignorantes porque ni su Congreso ni el Poder Judicial ni el Mercado se lo van a permitir diga lo que diga. 

No hay peor idiota en el poder que el que se hace enemigos tan fácilmente... por su bocota y sus actos.


domingo, 8 de enero de 2017

¿Existen realmente las personas sabias? ¿Eres tú una de ellas?

miércoles, 4 de enero de 2017

¿Lo Sacan de Quicio sus Suegros?

Por Jean Parvin

El muchacho pobre del campo se había casado con la muchacha rica de la ciudad y tenía que soportar a su suegra, que no había estado de acuerdo con la unión. La señora pensaba que ningún hombre, y mucho menos un joven rústico, era suficientemente bueno para su hija, y no hacía el menor intento de disimular lo que pensaba. Como la joven pareja no tenía dinero para vivir aparte, se instalaron en la casa de la madre de la novia…  ¡y los tres vivieron juntos durante 33 años!

Aunque el matrimonio se mudó de Independence, Missouri, a la ciudad de Kansas, y después a la Casa Blanca, la suegra de Harry Truman, Madge Gates Wallace, siguió viviendo con ellos y presidiendo la mesa a la hora de la cena.  “Era una situación muy difícil para mi padre”, dijo años después la hija de Truman, Margaret. “Pero él hacía lo posible por llevarse bien con mi abuela porque amaba a mi madre”.

De igual manera la “querida Clementine” de Winston Churchill no tardó en percatarse de que se había casado no sólo con su marido, sino también con su impositiva suegra. Cuando la pareja volvió de su luna de miel, la joven esposa se encontró con que Lady Randolph Churchill había redecorado por completo su nueva casa, en un estilo más suntuoso del que Clementine había planeado.

Hoy en día son pocas las parejas que viven con los suegros. Aun así, las llamadas telefónicas diarias y las visitas frecuentes muchas veces constituyen una forma de convivencia. Los especialistas coinciden en que tres cuartas partes de los matrimonios tienen problemas con los parientes de uno u otro cónyuge, lo que puede ser una causa importante de infelicidad.

Examinemos en los párrafos siguientes algunas de las dificultades más comunes con los suegros, y la forma de superarlas.

La Segregación. Cuando el maestro John Larson* y su esposa, Winona, estaban recién casados, los padres de ella no sólo se entrometían en los asuntos de la joven pareja, sino que desairaban a John cuando los cuatro se unían.

–Me siento un intruso –le dijo John a Winona cierto día, poco antes de una visita a sus suegros–. Necesito saber que cuento con tu apoyo.

Ese fue un parteaguas en su matrimonio. Desde entonces, Winona se cercioró de que incluyera a John en todas las conversaciones y actividades familiares. Cuando los padres de ella comenzaron a presionarlos para que tuvieran un hijo, los jóvenes les explicaron que no estaban preparados para una responsabilidad tan grande. Poco a poco, los padres de Winona empezaron a aceptar su yerno y a respetar el derecho de la pareja a tomar sus propias decisiones.

Los Obsequios. Georgia Creegan, talentosa cantante aficionada, trabajaba en una oficina para costear los estudios universitarios de su esposo, Michael. Sus padres le regalaron 1000 dólares para que tomara lecciones de canto porque, en palabras de su madre, “queremos que cultives a fondo tu talento”. Pero antes de que la joven empezara con las lecciones, llegó la fecha en que había que pagar la colegiatura de Michael. Como habían acordado que lo más urgente para ello   era que él terminara sus estudios, Georgia destinó el obsequio al pago de la colegiatura de su marido.

Poco después, los padres de ella dejaron de visitarla cuando Michael estaba en casa. Y si él contestaba el teléfono, le pedían de manera brusca que los comunicara con su hija. Peor aún: comenzaron a manifestar su duda de que Michael fuera un buen marido. Preocupada, Georgia les preguntó la razón de ese comportamiento.

–Al principio, Michael nos simpatizaba –le contestó su madre–. Pero ahora vemos que él no te ayuda a desarrollar tu talento. ¡Mira cómo te presionó para que gastaras nuestro dinero en su colegiatura, y no en tus lecciones de canto…!

El dinero fue un obsequio, pensó Georgia sorprendida y un poco molesta. ¿Por qué nos íbamos a gastarlo como se nos antojara? Para mantener la paz le explicó a su madre que había pagado la colegiatura por su propia voluntad, y le prometió comenzar a ahorrar para las lecciones de canto. Pero se hizo el propósito de pensarlo dos veces antes de volver aceptar dinero de sus padres.

La Crítica. Después de algunos años, Winona Larson terminó enojándose por las constantes críticas de su suegra con respecto  a cada compra importante que John y ella hacían. “Fue un auténtico despilfarro comprar ese automóvil nuevo”, escribió la señora tras una visita a la casa de la pareja.

Winona echaba chispas al leer la carta. Pero en lugar de responder en los mismos términos, se puso a pensar que a las dos les gustaba escribir cartas, y eso era bueno. Quizá sirva para estrechar nuestra relación, se dijo. De tal suerte, empezó a escribirle cada semana a su suegra cartas en las que le contaba las actividades de la familia, y la suegra comenzó a contestarle con detalladas descripciones de su trabajo de beneficencia y algunos comentarios sobre noticias de actualidad.

“Desde que aprendí a concentrarme en nuestros intereses comunes”, observa Winona, “mi suegra y yo tenemos una relación mucho más estrecha, y ella rara vez critica nuestros hábitos de gasto”.

La Intrusión. Julie y Jeff Watkins llevaban 12 años de casados cuando él enfermó de gravedad. Julie acudió a sus padres para que la ayudaran con los gastos médicos y a cuidar a sus dos pequeños hijos. Los padres le dieron una mano durante casi un año, pero no se retiraron una vez que Jeff se recuperó y volvió al trabajo.

Cuando él manifestó su inconformidad a Julie, ella los defendió.

–No podemos alejarlos así como así –dijo–. Nos apoyaron, y ahora no puedo herir sus sentimientos.

Una noche, cuando Jeff y Julie preparaban la cena, el padre de ella se apareció de pronto en la cocina.

–Nadie salió a abrir la puerta así que entré –explicó–. ¿Qué hay de cenar?

Ese fue el colmo para Jeff.

–Tu padre se ha propuesto dirigir nuestro hogar. Debemos poner límites –le dijo, molesto, a Julie.

Esta accedió finalmente a hablar con sus padres.

–Mamá, papá: los queremos mucho y apreciamos todo lo que hicieron por nosotros el año pasado –les dijo–. Pero necesitamos recuperar nuestra intimidad y reconstruir nuestra vida familiar.

Aunque se sintieron lastimados al principio, pronto comprendieron que ya no tenían que preocuparse por la familia de su hija y que podían volver a sus actividades de antes.

Las experiencias de estos matrimonios ilustran las siguientes cuatro condiciones para una buena relación con los suegros:

1. Apoye a su Cónyuge. “Si presentan un frente unido, posiblemente disipen las inquietudes de sus suegros”, dice Glen Jenson, experto en relaciones familiares y desarrollo humano. “Si les demuestra que se aman de verdad y son felices, ellos se darán cuenta de que también deberían querer a su hija o hijo político”.

2. Libérese de Ataduras. “Si desea llevarse bien con sus suegros, independícese en el aspecto económico” recomienda Jenson. “Asimismo, no recurra a ellos para que se ocupen del cuidado cotidiano de sus hijos. Esto puede resultar cómo y barato, pero propicia discusiones sobre la mejor manera de criar a los hijos”.

Penny Bilofsky, psicoterapeuta familiar, está de acuerdo.  “Atarse a los padres en cuestiones financieras o de crianza de los hijos daña la relación adulto-adulto que se tiene con ellos”, advierte. “Podría usted regresar a una relación padre-hijo, lo cual podría crearle desavenencias con su cónyuge”.

3. Establezca una Relación Amistosa. El primer paso para forjar una relación amistosa con los suegros es decidir cómo se va a dirigir a ellos. “Esto es crucial”, afirma Jenson. “Durante los primeros años de matrimonio, muchas personas evitan llamar a sus suegros por su nombre, lo cual puede ocasionar tensiones”. Antes de la boda, opte por nombres que sean aceptables para todos –los nombres de pila, “mamá” y “papa” o “señor” o “señora Riquelme”– y úselos con frecuencia. Dedique tiempo a sus suegros e interésese en su trabajo, sus aficiones, sus ideas y sus experiencias.  Si los conoce mejor habrá menos malentendidos.

4. No Se Quede Callado. “si el comportamiento de sus suegros no va de acuerdo con los valores o las creencias de usted, dígalo", aconseja la señora Bilofsky. Pero limite sus comentarios al asunto que se está tratando, y no saque a relucir agravios pasados. “Muéstrese cortés pero firme”, recomienda Maria Mancusi, psicoterapeuta familiar. “En vez de ofrecer explicaciones, diga lo que piensa y aténgase a su decisión”.

Janet Pils, secretaria, se había plegado durante años a las disposiciones de su dominante suegra con respecto a dónde pasaría su familia los días feriados. En cierta festividad, la señora insistió en que todos fueran a cenar a su casa, excepto Tom, el hijo mayor de Janet y John, y su novia.

–No soporto a esa chica –fue la explicación.

Janet discutió el problema con su esposo, obtuvo su renuente apoyo, y luego se enfrentó a su suegra.

–No vamos a ir sin Tom –anunció con firmeza–. Mi hijo y su novia vendrán a cenar con nosotros. Si usted desea acompañarnos será bienvenida.

Janet no tuvo noticias de su suegra hasta que, dos días antes de la cena, la dama anunció que asistiría a la casa de su nuera. ”Mi resentimiento se disipó después de eso”, recuerda Janet. “Por fin me había yo dado mi lugar, y eso fue muy positivo para todos. Disfrutamos mucho la cena esa noche”.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CVIII, Número 646, Año 54, Septiembre de 1994, págs 45-48, Reader’s Digest Latinoamérica, Coral Gables, Florida, Estados Unidos



martes, 3 de enero de 2017

Para Superar la Angustia

¿Le aterroriza tratar con desconocidos, pronunciar un discurso o someter un informe a la consideración de su jefe?  He aquí algunas sugerencias…

Por el Dr. David Burns

Recientemente me invitaron a dictar una conferencia sobre la angustia ante varios cientos de especialistas en salud mental, en Boston, Massachusetts. Mi intervención estaba programada después de las de varios psiquiatras prominentes. Al llegar mi turno, me sentía especialmente nervioso porque el orador que me había precedido había cautivado al público.

Al acercarme al estrado, el corazón me latía con fuerza y yo tenía la boca seca. ¿Qué estoy haciendo aquí?, me pregunté.

Para colmo de males, mi disertación trataba en parte del miedo a hablar en público. Para calmarme, intenté una técnica fuera de lo común, y le pregunté al auditorio: “¿Cuántos de ustedes se sienten nerviosos cuando pronuncian un discurso?” Se levantaron casi todas las manos. “¡Pues precisamente así me siento ahora!”, declaré.

El público reaccionó con risas. Ya sereno inicié mi exposición.

Todos nos vemos  a veces en situaciones que nos ponen nerviosos. Tal vez a usted le asuste la posibilidad de decir tonterías en un coctel, farfullar incoherencias durante una exposición verbal en su trabajo, o quedarse con la mente en blanco en un examen.

En algunos casos, la angustia lega a ser tan intensa, que  incapacita a la persona. En un estudio que hizo en 1984 el Instituto Nacional de Salud Mental (INSM) de Estados Unidos, se calculó que entre 2 y 4 millones de estadounidenses se ven seriamente limitados por fobias sociales en su vida personal y profesional. Aunque el estudio del INSM se concentró en trastornos graves,, casi todo el mundo ha pasado por estados de angustia leves.

A través de los años, mi trabajo con cientos de pacientes me ha enseñado que cualquier persona puede adquirir mayor confianza en sí misma, incluso en las situaciones de mayor estrés. He aquí algunos consejos sencillos, pero útiles:

1. Quítese la Máscara. Cuando nos mudamos de casa, mi hija hizo amistad con una niña que vivía cerca, en una mansión. Cierta noche en que yo vestía pantalones vaqueros y una playera vieja, pasé a recogerla. Sue, la madre de su amiga, vestida como una modelo profesional, me invitó a pasar a un gran vestíbulo atestado de costosas antigüedades y pinturas al óleo.

Me sentía muy incómodo. Notando mi zozobra, Sue me preguntó qué me pasaba. Habría querido ocultar mis emociones, pero le confesé:

–No estoy acostumbrado a estar en casas tan elegantes.

–¡ Vaya! Nunca imaginé que los psiquiatras pudieran sentirse inseguros –observó ella, riendo.

Estoy convencido de que mi sinceridad con esa dama nos relajó a ambos. Si hubiera negado mis sentimientos, habría  agudizado la tensión al grado de parecer falso. Como en la conferencia de Boston, fui sincero respecto a mii inseguridad. Esa franqueza es una buena manera de acercarnos a la gente.

2. Combata sus Temores Uno por Uno. Cuando trabajaban en la Univesidad Estatal de  Pensilvania, el psicólogo Michael Mahoney y el instructor de gimnasia Marshall Avener investigaron los efectos de la angustia sobre los gimnastas en las pruebas que se efectuaron para integrar el equipo olímpico de Estados Unidos, en 1976. ¿Quiénes cree usted que sentían más angustia antes de una competición: los atletas que a la postre ganaban, o los que terminaban perdiendo? Los investigadores descubrieron que ambos grupos presentaban la misma angustia. Lo que diferenciaba a los perdedores de los ganadores era la manera de superarla.

Los atletas menos brillantes rumiaban sus temores y, al imaginarse que su actuación iba a ser desastrosa, creaban en sí mismos una especie de pánico. Los ganadores, por lo general, hacían caso omiso de su angustia, para concentrarse, en cambio, en lo que tenían que hacer: Respira profundamente, o Ahora voy a estirar los brazos y a sujetar la barra. Controlaban sus temores fragmentando el trabajo en una serie de pasos pequeños. Esta técnica da resultados casi en cualquier cosa que uno se proponga realizar.

Me enviaron a Penny tres días antes de que presentara su primer examen final en la escuela de Derecho. “Estoy tan asustada, que no entiendo ni la primera frase de los textos”, me dijo. “Estoy segura de que voy a fracasar. Tal vez sería mejor abandonar los estudios”.

La angustia crea el mito de que no podemos desempeñarnos bien. Penny necesitaba aprender que, aun sometida a presión, podía actuar eficazmente. El primer paso consistió en lograr que el examen le pareciera menos amenazador. Como temía que su mente se acelerara tanto que se le dificultar a entender incluso las instrucciones, convino en leer todo palabra por palabra. Si tropezaba con alguna pregunta difícil procuraría interpretarla.

Algo más importante aún: la convencí de que, por muy nerviosa que se sintiera, no dejara de escribir durante las dos horas del examen. Le indiqué que no podía perder el tiempo en vacilaciones.

–¿Y si no consigo pensar en nada coherente? –me preguntó.

 –Escribe cualquier cosa –contesté–; aunque sea un galimatías.

Dos semanas después, Penny vino a enseñarme su calificación: le habían dado un “excelente”. Su caso demuestra la importancia vital de no rendirse cuando se está nervioso. Escriba usted esa primera oración del informe o dé esa primera brazada en la justa de natación. En cuanto empiece, advertirá que la tarea le sale mejor de lo que creía.

3.  Imite a los Entrevistadores Profesionales. Muchos tenemos que hablar con gente en situaciones incómodas. Quizá se trate de conversar con su nuevo jefe en una fiesta de la empresa, o de conocer a sus futuros suegros. ¿Qué decir cuando se queda la mente en blanco?

Haga de la otra persona el tema de la conversación. Los entrevistadores profesionales sacan a relucir lo mejor de sus invitados, haciéndoles hablar de sí mismos. Puede usted emplear ese método formulando unas cuantas preguntas; por ejemplo: “¿Cómo se interesó usted por tal o cual cosa?” o, “¿Podría comentar algo más sobre este tema?”.

Lo único que desea la mayoría de la gente es que se le preste atención. Los psiquiatras y los psicólogos se ganan bastante bien la vida escuchando comprensivamente y haciendo algunas preguntas pertinentes. Si ellos pudieron salirse con la suya, ¿por qué usted no?

4. Convierta la Angustia en Energía. Todos nos sentimos nerviosos antes de actuar en público, ya sea para hacer una exposición de trabajo o para intervenir en una función de teatro escolar. La clave estriba en lograr que sus nervios colaboren con usted.

Muchas veces me han entrevistado en la televisión y, antes, estas situaciones me ponían nerviosísimo. Una paciente comentó, sorprendida, lo rígido y torpe que me veía. En cuanto entrábamos al aire, me congelaba y perdía la espontaneidad. Cuanto más intentaba tranquilizarme, tanto más nervioso estaba.

Al cabo, encontré la solución.  En un programa de entrevistas, el productor había arreglado un debate entre otro psiquiatra y yo. Durante la primera parte, mi colega sugirió que yo era sólo un “autor de libros”, no un investigador. Encolerizado por aquel ultraje, resolví dejar de preocuparme por ser un invitado cortés y encantador, y me concentré en presentar mis ideas con la fuerza y la convicción que merecían. Me sentí súbitamente cargado de energía y empecé a disfrutar cada minuto del programa.

Los psicoterapeutas llaman a esto “reformulación positiva”, lo que significa analizar un problema desde un ángulo diferente (considerándolo “bueno” en vez de “malo”, por ejemplo). Podemos mitigar la angustia si creemos en nosotros mismos y tenemos el valor de expresar nuestros sentimientos. En cuanto utilicé mi nerviosismo–esa dosis adicional de adrenalina– como una forma de energía, pude intervenir con vigor y “pegar duro”.

5.  Deje de Compararse. Uno de los mayores obstáculos en nuestra vida social es el temor de no estar a la altura de las circunstancias. Tal vez sienta usted que no impresionará a otras personas porque estas tienen mayor seguridad en sí mismas o son más brillantes, inteligentes o atractivas que usted. Esta es una manera errónea de pensar. El secreto para llevarse bien con lo demás radica en que cada quien se acepte tal como es.

Cuando estudiaba yo en la universidad llevaba un diario lleno de recuerdos personales. Algunos eran dolorosas evocaciones de mi niñez; ocasiones en que me sentí lastimado, confuso, solo e inseguro. Allí describí fragmentos de mis sueños, y también sentimientos muy íntimos de ira y odio, además de lo que me encantaba, como las tiendas de artículos para magos y prestidigitadores  y los comercios numismáticos.
Entonces, ocurrió algo terrible. Una noche, después de cenar, me di cuenta de que había dejado mi diario en un guardarropa, junto al comedor de la universidad. Aterrorizado de que alguien lo leyera y descubriera la verdad sobre mí, regresé corriendo, sólo para comprobar que había desaparecido.

Pasaron varias semanas. Al cabo, abandoné la esperanza de recuperarlo. Un día, mientras colgaba mi chaqueta en aquel mismo lugar, vi mi gastado diario de color café… precisamente donde lo había dejado.
Nervioso, lo hojeé y descubrí que unas manos extrañas habían escrito esto: “¡Que Dios te bendiga! Me parezco mucho a ti, pero yo no llevo un diario, y me da gusto saber que hay otros como yo. ¡Ojalá todo te salga bien!!

Se me arrasaron los ojos. Nunca se me había ocurrido que alguien pudiera reconocer mis sentimientos íntimos y aun así apreciarme.

No Importa cómo sea usted –rico o pobre, genial o del montón, atractivo o anodino–, siempre habrá gente a la que inspirará simpatía, y gente a la que le resultará indiferente. Nadie es aceptado por todo el mundo; pero si usted se acepta, atraerá a muchas más personas.


Condensado de “The Feeling Good Handbook”, © 1989,  y de “Intimate Connections”,  © 1985 por David Burns. Publicado por William Morrow & Co., Inc. de Nueva York, Nueva York.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CI, Número 602, Año 51, Enero de 1991, págs. 69-72, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos

lunes, 2 de enero de 2017

La Masa Siniestra


Los habitantes de la zona cercana a  la estación de investigaciones atómicas temían que hubiera un accidente…

Cuento

Por Arthur C. Clarke

El miércoles es el día que nos reunimos en el Ciervo Blanco, taberna ubicada entre la calle Fleet y el dique del Támesis. Me refiero a los periodistas y los científicos de la calle Fleet (el King’s College está cerca, sobre la ribera).
En el Ciervo Blanco se contaban a veces historias extraordinarias; por ejemplo, la que relató Harry Purvis sobre cómo evitó la evacuación del sur de Inglaterra. He aquí la historia:

Sucedió hace dos años, en el Centro de Investigaciones de Energía Atómica, cerca de Clobham. Trabajé ahí algún tiempo, en un proyecto especial del que no puedo hablar.

Estábamos unos seis científicos en el bar del Cisne Negro. Era sábado por la tarde, un hermoso día, a fines de primavera. Desde las ventanas abiertas se dominaba la ladera de Clobham Hill.

El personal del Centro se llevaba muy bien con los pueblerinos, aunque ellos solían preguntarnos, entre bromas y veras, si planeábamos provocar pronto una buena explosión. Se suponía que esa tarde debían estar presentes algunos compañeros que finalmente no asistieron, porque hubo una tarea urgente en la División de Isótopos. Stanley Chambers, el dueño de la taberna, le preguntó a mi jefe, el doctor French:

-¿Por qué no vinieron sus compañeros, doctor?

-Están ocupados en las obras; llegarán más tarde.

(Acostumbrábamos llamarle al Centro  ”las obras”, para contrarrestar su fama atemorizante).

-Un día -observó Stan, en tono grave-, usted y sus amigos dejarán escapar algo que no podrán encerrar de nuevo. ¿Adónde iremos a parar entonces?

-A medio camino de aquí a la Luna -respondió French. Una salida imprudente, pero las preguntas tontas lo sacaban de quicio.

Un hombre que estaba sentado en el reservado, junto a la  ventana, terció con voz meditabunda:

-Yo estaba en St. Thomas la semana pasada, y vi que transportaban un cargamento, seguramente de esos isótopos que ustedes envían a los hospitales. Lo llevaban en una caja de plomo, herméticamente cerrada, que debe de haber pesado, por lo menos, una tonelada. Sentí un escalofrío al imaginar lo que pasaría si alguien manejara aquello en forma inapropiada.

-El otro día calculamos que había suficiente uranio en Clobham para hacer hervir el Mar del Norte –replicó French, molesto por la interrupción de su juego de dardos.

Aquello no era verdad, por supuesto, pero yo no podía contradecir a mi jefe, ¿verdad?

Vuelta Forzada. Noté que el hombre del reservado miraba hacia el camino con expresión de angustia.

-La sustancia esa que sale de su laboratorio en camiones, ¿no es así? –preguntó con cierto apremio.

-Sí; y muchos de esos isótopos son de vida corta y tienen que llegar a su destino de inmediato.

-Bueno, pues hay un camión en dificultades, allá abajo. ¿Es uno de los suyos?

El tablero de dardos se quedó olvidado, pues todo el mundo corrió a asomarse a la ventana. Alcancé a ver un enorme camión cargado con cajas de embarque, el cual se estaba precipitando colina abajo, como a medio kilómetro de nosotros. De vez en cuando rebotaba contra el seto vivo que bordeaba el camino; sin duda, los frenos le habían fallado, y el conductor había perdido el control del vehículo. Por fortuna, no venían otros vehículos en sentido contrario.

El camión llegó a un recodo del camino y se salió atravesando el seto. Luego avanzó unos 50 metros con velocidad decreciente, entre saltos y violentas sacudidas, por lo accidentado del terreno. Casi se había detenido cuando se topó con una zanja y, con gran parsimonia se volcó de lado. Segundos después llegó hasta nosotros el ruido de madera resquebrajada, pues las cajas estaban cayendo al suelo.

Entonces vimos algo que nos dejó boquiabiertos: la portezuela de la cabina se abrió, y el conductor salió a gatas. Estábamos lejos, pero notamos su agitación. El hombre no se sentó a recobrar el aliento, como era de esperarse: de inmediato se puso en pie y se alejó corriendo, como si lo persiguieran todos los demonios del Averno. Presenciamos pasmados y con aprensión creciente cómo desaparecía corriendo cuesta abajo. En el ominoso silencio del bar, alguien preguntó: ”¿Creen que debemos quedarnos aquí? Porque…. ¡está a sólo ochocientos metros!”

Con los nervios de punta. La reacción general fue un movimiento indeciso de alejarnos de la ventana. French soltó una risita nerviosa, y reflexionó:

-No sabemos si se trata de uno de nuestros camiones y, de todos modos, es imposible que eso estalle. Lo que el conductor teme es que se incendie el tanque de gasolina.

-Ah, ¿sí? -intervino Chambers-. Entonces, ¿por qué sigue corriendo? Ya bajó la mitad de la colina. Iré por mis binoculares.

Nadie se movió hasta que regresó el tabernero; es decir, nadie excepto la pequeña figura, allá lejos, que por fin desapareció en el bosque sin aflojar el paso.

Stan se tardó una eternidad escudriñando con los binoculares, hasta que los bajó y emitió un gruñido: “No es mucho lo que distingo; el camión se volcó hacia el otro lado. Las cajas están dispersas por ahí, y algunas, abiertas. A ver si usted nota algo más”.

Vista borrosa. French miró largo rato, y luego me pasó los binoculares. Eran de un modelo anticuado, y no servían de mucho. Por un momento me pareció ver una extraña nebulosidad alrededor de algunas cajas, pero eso era absurdo; lo atribuí al mal estado de los lentes.

Entonces, dos ciclistas subieron la colina en un tándem, y al llegar al hueco recién abierto en el seto desmontaron inmediatamente para averiguar lo que había sucedido. El camión se veía desde el camino. Se acercaron tomados de la mano; la muchacha se resistía, y el hombre seguramente le decía que no tuviera miedo. Llegaron a unos cuantos metros del camión, y de pronto se alejaron a toda carrera en direcciones opuestas. Ninguno se volvía para ver cómo le iba al otro, y corrían de manera muy peculiar.
Stan, que había recuperado sus binoculares, los bajó con mano temblorosa, y gritó:

-¡A los automóviles!

-Pero… -comenzó French.

Stan lo hizo callar con la mirada:

-¡Malditos científicos!- al tiempo que decía esto, aseguraba la caja registradora (ni en momentos como aquel se olvidaba de su deber)-. Sabía que lo harían, tarde o temprano.

Entonces se fue, y la mayoría de sus amigos lo siguieron. No se ofrecieron a llevarnos.

-“Esto es absurdo”- tronó French.” “Antes que sepamos qué pasa, esos mentecatos habrán hecho cundir el pánico” Y yo sabía que tenía razón. No tardarían en avisarle a la policía; desviarían el tránsito de los caminos a Clobham; las líneas telefónicas se bloquearían con tantas llamadas. Si nunca se deben subestimar los alcances del pánico, mucho menos podíamos hacerlo en un caso como aquel, pues, debemos recordarlo, a la gente le asustaban nuestras instalaciones.

Nosotros  por nuestra parte, también estábamos ya inquietos. No teníamos la menor idea de lo que estaba pasando allá abajo, junto al camión volcado, y no hay nada que odie más un científico que sentirse completamente desconcertado.

Tomé los binoculares de donde Stan los había dejado y me puse a examinar el camión. Mientras miraba, empezaba a incubarse una teoría en mi mente. Aquellas cajas, en efecto, estaban rodeadas de una especie de aura siniestra. Las escruté hasta que me ardieron los ojos, y entonces le dije a French: “Creo que ya sé de qué se trata. ¿Por qué no telefonea a la oficina de correos de Clobham, para tratar de interceptar a Stan e impedir que propague rumores? Avise que está todo controlado. Mientras, caminaré hasta el camión, a ver si puedo probar mi teoría”.

No hubo voluntarios que me acompañaran. Aunque emprendí la marcha bastante confiado, pronto comencé a flaquear. Al fin y al cabo, hay ocasiones en que se impone el valor ante el peligro, y otras en que lo más sensato es tomar las de Villadiego*. Pero era demasiado tarde para regresar, y yo estaba más o menos seguro de mi teoría.

*De la frase Coger o tomar las de Villadiego: Huir de un riesgo o compromiso.

En ese punto, mientras contaba su historia en el Ciervo Blanco. Harry Purvis fue interrumpido por George Whitley.

-Ya sé: era gas.

Harry replicó:

-Ingenioso lo que sugieres. Eso pensé justamente, lo cual demuestra cuán estúpidos podemos ser a veces –luego prosiguió:

A 15 metros del camión me detuve en seco, y aunque el día era caluroso, un escalofrío muy desagradable empezó a recorrerme la espina dorsal. Lo que vi echó por tierra mi teoría del gas.

Una masa negra y reptante se retorcía sobre una de las cajas. Por un momento intenté persuadirme de que era un líquido oscuro que escapaba de un recipiente roto. Pero los líquidos no desafían la gravedad, y eso es lo que estaba haciendo esa cosa. Además, no cabía duda de que estaba viva. Desde donde yo me encontraba parecía el seudópodo de una amiba gigante, pues cambiaba de forma y grosor y se movía de un lado a otro sobre la caja rota.

Muchas fantasías dignas de Edgar Allan Poe desfilaron por mi mente en unos cuantos segundos. Pero recordé mi deber de ciudadano y mi orgullo de científico, y volví a emprenderla marcha, aunque no muy de prisa.

Recuerdo que olfateé cautelosamente, como si todavía creyera en la teoría del gas. Pero fueron mis oídos, no mi nariz, los que me dieron la respuesta, pues el fragor que producía esa masa siniestra y bullente iba intensificándose. Lo había escuchado un millón de veces, si bien nunca tan fuerte. Entonces me senté en el suelo, no muy cerca, y me reí hasta que me  cansé. Finalmente me levanté y regresé a la taberna.

-Bueno, ¿qué es?  –preguntó el doctor French, ansioso-. Tenemos a Stan en la línea; está en el cruce de caminos. Pero no regresará si no le explicamos exactamente qué ocurre.

-Dígale que traiga al apicultor del pueblo. Hay mucho que hacer para él.

-¿Qué traiga a quién? –preguntó French, y se quedó boquiabierto-. ¡Dios mío! No querrás decir que…

-¡Precisamente! Ya se están calmando, pero todavía tienen para rato. Aunque no me detuve a contarlas, debe haber allá abajo medio millón de abejas tratando de regresar a sus destrozadas colmenas.


Condensado de “Critical Mass”. © 1957 por Republic Feature Syndicate, Inc. y “Please Silence” © 1954 por Popular Publications, Inc., que aparecieron en  “Tales From The White Hart”. Por Arthur C. Clarke. Publicado por  Sidgwick & Jackson de Londres.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo XCVIII , Número 579, Febrero de 1989, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A.,  Coral Gables, Florida, Estados Unidos, págs 110-114