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viernes, 29 de agosto de 2025

El Recrearse en el Pasado y el Arte de Olvidar

PUEDE CONVERTIRSE EN VÍCTIMA DE SÍ MISMO MEDIANTE SU PROCEDIMIENTO DE RECREARSE EN SU PROPIO PASADO

Mientras otras personas están decididamente dispuestas a utilizar las referencias al pasado para manipularle según les parezca o convenga, usted también puede llevar a cabo un trabajo importante en ese terreno. Tal vez, como muchos otros, vive usted hoy sobre la base de creencias anteriores que ya ni siquiera se aplican. Es posible que se sienta atrapado por el pretérito, pero sin deseos de liberarse de él y empezar de nuevo.

Joanne, una paciente que acudió a mí en busca de consejo porque siempre estaba nerviosa y predispuesta a la ansiedad, me confesó que le resultó imposible pasar un solo día sin sentirse tensa. Me reveló que siempre estaba reprochando a sus padres el hecho de que su infancia, la de Joanne, hubiera sido infeliz. «No me concedían el menor asomo de libertad. Controlaban mi conducta continuamente. Fueron los culpables de la tremenda tensión nerviosa que padezco hoy, de la ruina en que estoy convertida». Tales eran las lamentaciones de Joanne, incluso aunque ya tenía cincuenta y un años y sus padres habían fallecido. Continuaba aferrada a lo sucedido treinta y cinco años antes, de modo que ayudarla a liberarse de un pasado que ella no podía cambiar constituyó el objetivo principal de las sesiones de consulta. 

A base de analizar lo estéril que resultaba odiar a sus padres pero que hicieron lo que consideraban adecuado y de situar todas aquellas experiencias en el punto que les correspondía ―en el pasado―, Joanne no tardó en aprender a suprimir la contraproducente idea de culpar a sus difuntos padres. Comprobó que, en su adolescencia, había tomado decisiones que permitieron a sus superprotectores padres trastornarla y que, si hubiese sido más enérgica durante la juventud, no la habrían avasallado tanto. Empezó a creer en su propia capacidad de ELECCIÓN, a darse cuenta de que había estado optando siempre por su desdicha y de que continuar con esa costumbre era autodestructivo. Al eliminar esas conexiones con un pasado que ella nunca podría cambiar, Joanne se liberó literalmente de su inquietud.

Cuando valore la influencia que el pasado ha ejercido sobre su vida, asegúrese de que no cae en la tentación de creer que el prójimo es responsable de lo que usted siente, hace o incluso deja de hacer hoy.  Si usted es de los que se empeña en echar la culpa de sus problemas actuales a sus padres, a sus abuelos, a los tiempos difíciles o a lo que sea, grábese en el cerebro esta frase: «Si mi pasado tiene la culpa de lo que soy actualmente y es imposible cambiar el pasado, estoy sentenciado a permanecer tal como me encuentro ahora». El hoy es siempre una experiencia flamante y uno puede adoptar ahora mismo la decisión de tirar por la borda todas las cosas desagradables que recuerde de su pasado y hacer de este instante un momento agradable.

La sencilla verdad acerca de sus padres es:  Hicieron lo que sabían hacer. Punto. Si su padre era un alcohólico o le abandonó cuando usted era niño, si su madre era superprotectora o despreocupada, entonces es que no sabían hacer otra cosa en aquellas fechas. Sean cuales fueren las desgracias que le sucediesen en su juventud, es muy probable que usted se las presente como más traumáticas de lo que fueron en aquel momento. 

Por regla general, los chiquillos se adaptan a todo (a menos que sea espantosamente debilitador) y no se pasan los días protestando o lamentándose de que sus padres sean así o asá. Suelen aceptar a sus familiares, las actitudes de sus padres, etcétera, tal como son, lo mismo que las condiciones meteorológicas, y se avienen a ello. Las maravillas del universo llenan su cabeza y disfrutan creativamente incluso en condiciones que otros llamarían desventuradas. Pero, en nuestra cultura, los adultos analizan con reiteración su pasado y rememoran experiencias terriblemente abusivas, muchas de las cuales ni siquiera vivieron.

Cuando recibo clientes que se preocupan de profundizar en el pasado para descubrir por qué se comportan hoy como lo hacen, les ruego que seleccionen dos o tres explicaciones de una lista como la siguiente, que las utilicen, si lo consideran necesario, y continúen luego con nuevas opciones actuales. Éstas son algunas de las más corrientes razones del pasado que la gente suele emplear para explicarse por qué son hoy como son.

Después de emplear buenas cantidades de tiempo y dinero en terapia investigadora del pasado, la mayoría de las personas averiguan alguna de estas cosas:

Mis padres eran irresponsables.
Mis padres se inhibían mucho.
Mi madre era superprotectora.
Mi madre velaba por mí menos de lo imprescindible.
Mi padre me abandonó.
Mi padre era demasiado riguroso.
Todo el mundo hacía las cosas por mí.
Nadie hacía nada por mí.
Yo era hijo único.
Yo era el mayor de…
Yo era el menor de…
Soy un hijo mediano.
Los tiempos eran realmente duros.
Las cosas eran demasiado fáciles.
Vivía en el suburbio.
Vivía en una mansión (palacio, casa grande, hotelito, etc.).
Carecía de libertad.
Éramos demasiado devotos.
En mi casa no se practicaba la religión.
Nadie estaba dispuesto a escucharme.
No tenía intimidad alguna.
Mis hermanos y hermanas me odiaban.
Era hijo adoptivo.
Residíamos en una zona donde no había otros niños.
(Y así sucesivamente).

Cualesquiera que sean las razones que usted elija, tenga presente que es un mito que haya interpretaciones exactas del pasado de alguien. Lo más que cualquier terapeuta, masculino o femenino, puede proporcionarle son sus suposiciones, que promoverán la autocomprensión de usted si cree que son acertadas. A decir verdad, lo provechosamente correcto no son las suposiciones o teorías, sino la circunstancia de que usted se sienta satisfecho. Si bien puedo asegurarle que desarrollará usted su penetración interior, que se formará una idea de sí mismo, al examinar su pasado, lo cierto es que esa penetración no alterará el pasado ni el presente, y que culpar al pasado de lo que es usted hoy sólo servirá para que siga usted en su estancamiento.

La mayoría de los grandes pensadores olvidan el pasado, salvo en lo que se refiere a experiencia o historia susceptible de ayudarles, y viven totalmente en el presente, con un ojo puesto en la posibilidad de mejorar el futuro. Los innovadores no dicen nunca: «Siempre hemos hecho esto así y, por lo tanto, no podemos cambiarlo». Nunca. Aprenden del pasado, pero no viven en él.

En varias de sus obras, Shakespeare alude a la necedad de consumirse uno mismo con el pasado. En un punto advierte: «Lo que ya ha pasado y no sirve de ayuda, no debe servir de aflicción». Y en otro de sus versos nos recuerda que «las cosas que no tienen remedio, tampoco deben importarnos ya; lo hecho, hecho está».

El arte de olvidar puede ser esencial para el arte de vivir. Todos esos espantosos recuerdos que tan cuidadosamente ha ido usted almacenando en su cerebro distan mucho de merecer que los rememore. Como dueño y señor de lo que se alberga en su cabeza, no tiene por qué elegir conservarlos. Desembarácese de esos recuerdos automutiladores y, lo que es más importante, abandone todos los reproches y aborrecimientos que abrigue hacia personas que no estaban haciendo más que lo que sabían hacer. Si le trataron de manera realmente horrible, aprenda de ellos, prométase no tratar así a los demás y perdone en el fondo de su corazón a tales personas. Si no puede usted perdonarlas, será que elige seguir lastimándose, lo que sólo va a procurarle mayor tiranía. Es más, si no olvida y perdona, será usted la única persona, lo subrayo, la única persona que sufrirá con ello. Cuando lo enfoque desde ese punto de vista, ¿por qué va a continuar aferrándose a un pasado sojuzgador si la única víctima va a seguir siendo usted?

 

MANIOBRAS PARA DEJAR DE SER VÍCTIMA A TRAVÉS DE LAS REFERENCIAS AL PASADO

Su estrategia básica para evitar las trampas para víctima orientadas hacia el pasado consiste en estar alerta, «verlas venir», y dar un rodeo, al objeto de no asentar el pie en las arenas movedizas. Una vez haya analizado la situación, la conducta enérgica y valerosa le conducirá hasta el final feliz. A continuación, exponemos algunas pautas para hacer frente a las personas que traten de arrastrarle hacia el paralizador lodo de las referencias al pasado.

―Cada vez que alguien le diga que tal cosa siempre se ha hecho de determinada manera o le recuerde el modo en que otros se comportaron en el pasado, táctica empleada con vistas a avasallarle a usted en el presente, pruebe a preguntarle: «¿Te gustaría saber si me importa lo que me estás diciendo ahora» esto desarmará cualquier opresión potencial antes incluso de que empiece a desarrollarse. Si ese alguien dice: «Está bien, ¿te importa?», limítese a responder: «No, lo que me interesa es hablar acerca de lo que puede hacerse en este momento».

―Cuando personas con las que tenga que tratar directamente empleen los «debería usted haber…», «precisamente la semana pasada», etcétera, a fin de no tener que escuchar lo que usted está diciendo, pruebe a alejarse a cierta distancia: cree un pequeño «retiro».
Uno enseña a la gente mediante la conducta, no con las palabras, así que demuestre que está decidido a no hablar de cosas que pertenecen al pasado cuando alguien le salga con razones por las que usted debe convertirse en víctima ahora.

―Esfuércese en suprimir de su lenguaje coactivas referencias al pasado, de forma que no enseñe a los demás a utilizarlas con usted.  Ponga cuidado en evitar los «Debiste haber…», «¿Por qué no lo hiciste así?» y otras martingalas por el estilo, que sojuzgan a sus amistades y parientes. El ejemplo que dé usted indicará lo que solicita de los demás y, cuando, pida que le ahorren esa clase de avasallamiento, no se encontrará con una «Mira quien fue a hablar». 

―Cuando alguien empiece con «Debería usted haber…», procure decir a esa persona: «Si puede conseguirme un billete de vuelta al momento de marras, tendré mucho gusto en hacer lo que usted dice que debería haber hecho yo. Pero si no puede…». Su «adversario» captará el mensaje de que está usted al cabo de la calle respecto a la trampa, lo que representa más de la mitad del camino hacia el triunfo. Alternativamente, puede usted intentar: «Tiene razón, debí haber…». Una vez se ha mostrado usted de acuerdo con eso, le corresponderá a su «contrincante» la responsabilidad de tomar la iniciativa con usted en el presente.

—Si alguien le pregunta por qué hizo usted algo de determinada manera, dele la mejor respuesta breve de que disponga. Si la persona argumenta que las razones de usted estaban equivocadas, puede usted mostrarse o no de acuerdo con el momento, PERO manifieste que creía que lo que se le solicitaba era explicase su razonamiento y no que justificara lo que hizo. Y, si es necesario, puede añadir: «Si no le satisface mi explicación de por qué hice aquello, tal vez le gustaría decirme por qué cree usted que lo hice, y entonces podemos hablar de los puntos de vista de usted en lugar de debatir los míos».  Esta clase de enfoque directo, al grano, indicará a sus interlocutores que usted no va a sucumbir a las estratagemas sometedoras que suelen emplear.

—Cuando presienta que alguien está molesto con usted y utiliza típicos lazos de orientación hacia el pasado para manipularle, en vez de expresar lo que piensa de usted en ese momento, fuerce el asunto con: «Está decepcionado de veras conmigo en este instante, ¿no es cierto?», «Vaya, parece que está usted más enojado de lo que creí», «Tiene la impresión de que le he fallado y por eso está furioso». El foco de atención se desviará para proyectarse sobre el auténtico problema, que es la preocupación actual de su interlocutor. Esta estrategia de «señalar» los sentimientos presentes desceba también las oportunidades de los demás para sojuzgarle.

—Si comprende que en una situación que se está tratando obró usted equivocada o desconsideradamente, no tema reconocer: «Tiene usted razón. La próxima vez no lo haré así». Decir simplemente que ha aprendido la lección resulta mucho más eficaz que considerarse obligado a defenderse y revisar inacabablemente todo el pasado de uno.

—Cuando alguien próximo a usted ―un compañero, un amigo al que aprecia― empiece a sacar a relucir un incidente del pasado de usted que es doloroso para esa persona y del que ya se ha hablado y discutido más que suficiente, trate de que la atención se concentre sobre los sentimientos de dicha persona, antes que dejarse dominar por los acostumbrados:  «¿Cómo pudiste…?» o «¡No debiste…!» Si la persona insiste en sus repetidas andanadas de reproches, no responda usted con un torrente de palabras que sólo sirvan para intensificar la pesadumbre, es preferible que recurra a un gesto afectuoso ―un beso, una palmada en el hombro, una sonrisa cálida y cordial— y luego se retire momentáneamente. Mostrar afecto y luego marcharse puede indicar a los demás mediante la conducta, que usted está con ellos, pero que no va a permitir que se le coaccione por el sistema de darle cien vueltas más a un asunto del que ya se trató anteriormente y que sólo puede terminar por herir los sentimientos propios o ajenos.

―Prometa aprender del pasado, en vez de repetirlo o hablar del mismo indefinidamente, y comente su resolución con quienes le consta a usted son sus opresores más importantes. Deje bien sentadas las reglas básicas que le gustaría quedasen entendidas a partir de ahora.  «Vamos a dejar de machacarnos verbalmente el uno al otro con asuntos que ya pasaron a la historia y, cuando nos percatemos de que eso empieza a ocurrir, avisémonos el uno al otro». Con  su esposa o con alguien similarmente próximo a usted puede incluso convenir con una seña, sin palabras, como tirarse levemente de la oreja, por ejemplo, para emplearla cuando se dé cuenta de que la coactiva referencia al pasado amenaza con aparecer.

—Cuando alguien empiece a hablarle de los felices viejos tiempos, de cómo hacía las cosas en su juventud o de cosas por el estilo, usted puede responderle: «Claro, como estuviste más tiempo entregado a ello, contaste con más tiempo para practicar y fortalecer los métodos de hacer las cosas ineficazmente, así como con más tiempo para aprender por experiencia. De forma que el hecho de que siempre hiciste de determinada manera las cosas no demuestra que yo deba parecerme más a ti y hacerlas también de ese modo». Una sencilla observación como esta participará al avasallador potencial que usted está ojo avizor en cuanto al gambito y que no rige su vida conforme a las normas por las que otras personas regían la suya.

―No acumule en su memoria demasiados recuerdos de cosas a fin de poder acordarse de ellas. Procure disfrutar del presente tal como viene. Y luego, en vez de consumir sus momentos futuros dedicado a la reminiscencia, puede concentrarse en nuevas experiencias agradables. No es que los recuerdos sean algo neurótico, pero la verdad es que sustituyen a momentos presentes más amenos. Compruebe lo que Francis Duvarige escribió sobre el particular: «Nos enseñaron a recordar; ¿por qué no nos enseñaron a olvidar? No existe hombre vivo que, en algún momento de su existencia, no haya admitido que la memoria era tanto una maldición como una bendición».

―Esfuércese al máximo para eliminar sus propias lamentaciones acerca de cosas en las que nada puede usted hacer para que cambien… cuestiones como las que figuran en la lista relacionada anteriormente en este capítulo. Domínese cada vez que observe que estas quejas inútiles surgen en su cerebro o en su conversación, hasta que usted sea capaz de dejar la práctica de estas estratagemas autosojuzgadoras. Si lo considera necesario, anote diariamente sus éxitos en ese terreno, para tener constancia de los mismos. 

―Perdone silenciosamente a todo aquel que crea usted que le agravió en el pasado y prometa no sacrificarse a sí mismo en el futuro con ideas perversas o de «venganza particular» que no harán más que lastimarle.
A ser posible, escriba o telefonee a alguien con quien se negaba a hablar y reanude las relaciones. Guardar rencor sólo servirá para impedirle a usted disfrutar de muchas vivencias potencialmente provechosas, en su trato con los demás, porque en una o dos ocasiones ellos cometieron errores que le afectaron a usted. ¿Y quién no ha cometido errores de ese tipo? Y recuerde, si está usted molesto o perturbado por su conducta pasada entonces ellos todavía siguen controlándole. 

—Afánese activamente en lo que se refiere a correr riesgos ―conducta enérgica, disposición al enfrentamiento con lo que sea― con tantas personas como sea posible. Reserve tiempo para comunicar a sus interlocutores que es lo que opina ahora y explique, cuando lo considere necesario, que no va a continuar discutiendo cosas que ya no pueden cambiarse. Arriésguese con las personas o sea una víctima: a usted le corresponde elegir.


NOCIONES CONCISAS
 

Nuestros cerebros tienen capacidad para almacenar una increíble cantidad de datos. Aunque esto es una bendición, en muchos sentidos, también puede ser una maldición cuando nos encontramos llevando de un lado para otro recuerdos que sólo sirven para perjudicarnos.

Su mente es personal e intransferible; dispone usted de una tremenda aptitud para expulsar de ahí todos los recuerdos sojuzgadores. Y con determinación y vigilante cuidado, también tiene usted facultades para contribuir a que los demás dejen de avasallarle.

Dr. Wayne Dyer, Evite Ser Utilizado. Técnicas dinámicas para gozar de la vida sin ser manipulado, traducción de Manuel Bartolomé López, Ediciones Grijalbo, Barcelona, España, 1989, págs 99-109



Notas

El título sale del mismo contenido del libro de Dyer. 

Parar los pies.- Locución verbal. Detener o interrumpir su acción por considerarla inconveniente o descomedida.

Deudo.- Pariente, familiar, allegado,  consanguíneo

Coser y cantar.- Ser muy fácil.

Duro de pelar.- Dicho de persona: Difícil de convencer o derrotar. Dicho de cosa: Que tiene muchas dificultades.

Tirar por la borda.- Deshacerse inconsideradamente de alguien o de algo.

Inhibir.- tr. Impedir o reprimir el ejercicio de facultades o hábitos.
Sinónimos: impedir, reprimir, cohibir, contener, refrenar, represar, coartar, prohibir.
Prohibir, estorbar, impedir.
Abstenerse, dejar de actuar. Sinónimos: abstenerse, privarse, apartarse, retraerse, parar, reportarse.

Coaccionar.- Ejercer coacción sobre alguien.
Sinónimos: intimidar, conminar, presionar, amenazar, extorsionar, chantajear, violentar, imponer, compeler, boicotear, etc.

Sojuzgar.- Sujetar o dominar con violencia algo o a alguien. Sinónimos: avasallar, someter, dominar, subyugar, doblegar, oprimir, esclavizar, tiranizar, abusar, vencer. 

Coactiva.- Que ejerce coacción o resulta de ella. Sinónimos: apremiante, coercitivo, conminatorio, constrictivo, obligatorio1, extorsionador, extorsionista.

Martingala.-  Artificio o astucia para engañar a alguien, o para otro fin. Artimaña, argucia, treta, truco, marrullería. DLE RAE 

Estar al cabo de la calle o de algo.- Haberlo entendido bien y comprendido todas sus circunstancias.

Estratagema. Ardid de guerra. Astucia, fingimiento y engaño artificioso.
Sinónimos: artimaña, ardid, maña, artificio, treta, fingimiento, astucia, añagaza, truco, celada, engaño, trampa, trácala, jugarreta.

Descebar.- Quitar el cebo a las armas de fuego. Vaciar el interior de una bomba centrífuga.

Ojo avizor.- Alerta, en actitud vigilante.

Gambito.- En el juego de ajedrez, lance que consiste en sacrificar, al principio de la partida, algún peón u otra pieza, o ambos, para lograr una posición favorable.

Todos los significados fueron tomados del Diccionario de la Lengua Española RAE


domingo, 11 de diciembre de 2016

Ayude a sus Hijos a Hacer Amigos


Por Jean Parvin

Steve Crawford, de nueve años, tuvo dificultades para hacer amigos cuando su familia se mudó de una ciudad a otra.. Un día, una familia en la que había un niño casi de la edad de Steve se mudó a una casa de la misma calle.

-Vamos a darles la bienvenida –propuso la madre de Steve.

Media hora después, Steve y Pat Mullins andaban correteando en el jardín.
Su amistad creció década tras década, y les ayudó a superar muchos escollos de la vida. Cada uno se casó y formó una familia. Cuando murió la madre de Pat, víctima de cáncer, él acudió a Steve en busca de consuelo. Dos años después falleció el padre de Steve, y él buscó a Pat.
En 1987, Steve, que a la sazón vivía lejos de Pat, se vio en peligro de perder su negocio. Fue de visita a su pueblo, y pasó una noche entera hablando del problema con Pat, que le recordó:
-Hemos pasado tiempos difíciles juntos. Y tú siempre has sabido rehacerte. Esto es sólo un bache en el camino.
Gracias al apoyo moral de su amigo, Steve Crawford reconstruyó su compañía, que cuatro años después se convirtió en una gran productora de tarjetas de felicitación.
“Un amigo es alguien que está con nosotros en las buenas, pero también en las malas”, comenta Steve. “Pat me ayudó a creer que podía empezar de nuevo”.

Las amistades más firmes y duraderas suelen forjarse en la infancia. ¿Recuerda usted al chico del vecindario que le enseñó a trepar a los árboles? ¿O a la amiga que le ayudó a vestirse para su primera cita? La mayoría de niños encuentran un compañero con el que descubren cómo es la vida, y con quien comparten las penas y las alegrías que surgen mientras van creciendo.

Los amigos son un puente entre la familia y el mundo; nos dan la certeza de que   pertenecemos a este, y nos brindan su apoyo. Robert Selman, coautor de Making a Friend inYouth (“Haciendo amigos en la juventud”) señala: “Con los amigos de la infancia ensayamos todas las demás relaciones íntimas que tendremos a lo largo de nuestra vida. Ellos nos dejan una huella”.
Kenneth Rubin, psicólogo de la Universidad de Waterloo enOntario, Canadá, al hablar de las personas que en su niñez fueron desdichadas y aprensivas y que luego se convirtieron en adultos sociables, dice: "Lo que ocurre en muchos casos es que encuentran un amigo".

A algunos niños les cuesta mucho trabajo hacer amigos, pero con la orientación y el apoyo adecuado lo pueden lograr. Aunque no es posible que usted controle la vida social de su hijo, hay formas de alentarlo y de ayudarle a hacer buenas migas con otros muchachos.


1. Participe en el Proceso
Un error en el que caen algunos padres de familia, según los expertos, es pensar que sus pequeños harán amigos por sí solos. El psicólogo Thomas Berndt advierte: “Los chicos no pueden cultivar amistades a menos que reúnan con frecuencia”. Las circunstancias pueden exigir que el padre o la madre faciliten los encuentros.

Después de mudarse a otra ciudad, Dana y Ruth Shaw intervinieron para que sus cuatro hijos hicieran amigos. A pesar de que los niños se oponían, los padres insistieron en que fueran a un campamento de verano organizado por su iglesia. Al cabo de una semana en el campamento, los niños habían cambiado de opinión.

-¡Adivinen!- dijo Aaron, de 13 años-. ¡La mayoría de los chicos del campamento van a la escuela donde nos inscribimos.

“El campamento dio a mis hijos la oportunidad de iniciar amistades”, señala Dana Shaw. “De otra manera, al ingresar en la escuela no habrían conocido a nadie”.

Los padres deben idear maneras de participar sin pasar por alto  la dignidad del hijo. Cuando Steve Wurfel inició el sexto grado en una escuela nueva para él, se sintió muy solo; sus mejores amigos estaban inscritos en otro plantel. Pero le resultaba difícil hablar de ello. Una noche, su madre, Sara Fitzgerald, sacó sus diarios  de la adolescencia y le leyó a Steve algunos pasajes en los que narraba las experiencias que tuvo al ingresar en una escuela nueva. “Los diarios”, explica, “fueron mi mejor recurso para demostrarle a Steve que todo el mundo se topa con esos problemas en algún momento”.
Las palabras leídas por su madre reflejaban la misma pena que Steve sentía, y le permitieron poner las cosas en perspectiva mientras buscaba amigos.

2. Ayude a su Hijo a Reforzar con Logros su Confianza en Sí Mismo
Mi madre me dijo un día: “Si no sabes nadar, nunca te invitarán a la piscina. Y si no sabes bailar, no te invitarán al baile de fin de año”.

Tenía razón: tan pronto como aprendí a nadar y a bailar, me llevaron a la piscina y al salón de baile.

Cuando los niños son competentes en algo, su autoestima crece y surgen las oportunidades de conocer a otros. “La amistad se basa en intereses comunes”, observa Berndt. “Si su hijo no tiene muchos amigos, despiértele el intereses en los que pueda fundarse una amistad.

Los padres pueden ayudar a sus hijos a encontrar una actividad propicia presentándoles muchas alternativas. El gusto por el fútbol o por la actuación no aflorará a mensos que el chico tenga la ocasión de explorar esos terrenos.

Cuando tenía 13 años, Michael Easton estaba menos desarrollado que los demás niños de su edad, así que se apartaba de los deportes y no iba a la playa con sus condiscípulos. Sus padres apoyaron su decisión de iniciar un programa de entrenamiento de pesas en un gimnasio. Meses después, los resultados estaban a la vista. Con sus nuevos amigos del gimnasio, Michael pronto empezó a practicar otros deportes y se impuso a sí mismo retos en actividades nuevas para él. “Cuando mi condición física mejoró, tuve la suficiente seguridad en mí mismo para acercarme a los demás”, explica Michael, que hoy hace planes para estudiar medicina. “Cualquier interés que cultivemos nos abre puertas”.

3. Dé a los Chicos Libertad de Acción
Aunque es bueno orientarlos, ellos tienen que tomar algunas decisiones. Por ejemplo, los padres suelen preocuparse por el modo de vestirse o de peinarse de sus hijos. Según los expertos, más vale dejar que experimenten, según los límites razonables. “Para los adolescentes, una de las maneras de adquirir seguridad en sí mismos es pertenecer a un grupo, y los grupos se forman, entre otras cosas, de acuerdo con el aspecto de sus integrantes”, observa Robert Brooks, experto en psicología de niños y adolescentes.

Un sábado, Mona Ojeda llevó de compras a Jason, su hijo de 12años, y se quedó pasmada cuando él se probó la camisa más estrafalaria que ella había visto en su vida.

-Es lo que usan todos mis amigos -explico Jason.

Mona miró aquella monstruosidad roja y morada con flores doradas y recordó algunas prendas que le había gustado ponerse de jovencita.

-Mi madre las consideraba extravagantes, pero me permitía usarlas -dice-. De modo que accedí a que Jason se llevara esa camisa.

Otro aspecto en el que los hijos necesitan libertades es la elección de amistades. Por mucho que los padres deseen que tengan amigos, no querrán que escojan a jóvenes indeseables. “Pero a menos que haya peligro”, advierte Brooks, “es mejor dejar que los chicos descubran por sí mismos cuáles amistades les convienen y cuáles no”.

Eleanor Whiteside ha tratado siempre de aceptar a los amigos de su hijo. Pero cuando David tenía 13 años, empezó a frecuentar a un muchacho a quien ella consideraba rezongón y falto de educación. Una vez entró en la cocina y tomó comida sin pedir permiso. Eleanor se lo comentó a David, pero no le sugirió que dejara de verlo. Al poco tiempo la relación se enfrió por sí sola.

-Es dominante y grosero -explicó David-. Ya no me gusta andar con él.

4. Respete las Diferencias
Hay que tener presente que los niños son distintos unos de otros en lo que se refiere a sus necesidades de relación. No todos necesitan tener muchos amigos. “Cantidad no es lo mismo que Calidad”, indica Rubin. Para algunos pequeños, uno dos amigos son suficientes. 

Por ejemplo, Sarah Kellar, de 12 años, es una niña inteligente y creativa la que le encantan el ballet y el piano. Cuando no está jugando sola, pasa largos ratos con su única amiga íntima. Su hermana, Rachel, de nueve años, es todo lo contrario. Jane, la madre de ambas comenta: “A Rachel siempre la estoy llevando de una actividad social a otra. Antes insistía en que Sarah fuera más sociable, pero terminé por darme cuenta de que sus necesidades y las de Rachel son distintas”.

5. Ponga el Ejemplo
Los padres de familia que recuerdan los cumpleaños de sus amigos y organizan reuniones con ellos, les inculcan así a sus hijos la importancia de la amistad. “El pequeño imita la manera en que sus padres interactúan con sus propios amigos”, expresa Steve Crawford.

En muchas familias, las lecciones sobre la necesidad de escuchar a los demás e interesarse en ellos pasan de una generación a otra. El ministro protestante Steve Banning recuerda el cuidado con que su padre trataba a sus amistades. “Estoy seguro de que sus amigos no eran perfectos”, dice. “Pero nunca le oí hablar de los demás en forma negativa”.

Cuando el padre de Steve, también ministro, fue transferido a una nueva iglesia, siguió cultivando sus amistades con cartas y telefonemas. “Hace poco mi padre recibió una llamada de un amigo suyo al que conoció hace 20 años”, cuenta Steve. “El hijo de aquel hombre buscaba empleo en nuestra zona. Mi padre insistió en que el muchacho se quedara con él hasta que encontrara dónde vivir”.

Banning se esfuerza por transmitir esas lecciones sobre la amistad a James, su hijo de 13 años. “Ante todo, quiero que trate a la gente con respeto y comprensión”, dice. “Gracias a  esas virtudes, mi padre se lleva muy bien con los demás”.

Pocos dones hay más grandes que la amistad. Y con amor, paciencia y una orientación prudente, podemos ayudar a nuestros hijos a conquistar ese tesoro.

            
 Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CVI, Número 634, Año 53, Septiembre de 1993, págs. 105-109,  Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos

sábado, 10 de diciembre de 2016

Forme Hijos a prueba de bravucones


El Hostigamiento en la escuela puede causar graves problemas. He aquí algunas recomendaciones para que usted…

Forme Hijos a prueba de bravucones

Por Elin McCoy

Cuando Owen, que cursaba el primer año de primaria, bajó del autobús escolar, le escurría un hilillo de sangre en la comisura de los labios, que además tenía hinchados, y en la carita se le veían huellas de tierra y lágrimas.
Un “niño malo” lo había golpeado en el autobús, le confió a su padre. En el patio de recreo de la escuela, el mismo chico le había puesto una zancadilla y le había pegado en la nariz. Las maestras no se percataron.
En otro caso, una madre de familia, profesional de servicios sociales, le preguntó a su hija de 13 años, atractiva y destacada jugadora de fútbol soccer, por qué estaba triste. La niña rompió en sollozos y le contó que un compañero de escuela, desde hacía unos seis meses, cada vez que la veía en los pasillos se acercaba a decirle cosas como: “Pareces una ballena”, “una babosa llena de granos”, o “una bruja horrible”. Lo hacía hasta diez veces al día, y empleaba palabras obscenas.
Muchos padres de familia escuchan historias parecidas de boca de sus hijos. “El hostigamiento constituye hoy día uno de los problemas más persistentes y desatendidos en las escuelas de nuestro país”, señala Ronald Stephens, director ejecutivo del Centro Nacional para la Seguridad Escolar, en California, Estados Unidos.
Sin embargo, es muy común que los niños no informen a sus mayores del conflicto; ni siquiera cuando se sienten desesperados. Un padre de familia entró en sospechas de que algo andaba mal cuando su hija, para quedarse en casa, comenzó a quejarse todas las mañanas de dolores de estómago. Entre otras señales reveladoras se cuentan la ropa demasiado sucia, moretones inexplicables, pérdidas de pertenencias, y las peticiones del niño de que se le compren más útiles o se le dé más dinero para el almuerzo;  es decir, más de lo que probablemente le quitan los bravucones.
Las consecuencias psicológicas del hostigamiento pueden ser graves. Los niños que sufren estas agresiones pueden deprimirse y, en ocasiones, convencerse de que no valen nada. Una señora no prestó atención a las quejas de su hijo, que tenía diez años, de que sus compañeros lo molestaban, hasta que las calificaciones del muchacho bajaron y él empezó a comer en exceso para compensar su frustración. Los niños que presencian el hostigamiento de un compañero y ven que no se toma ninguna medida al respecto se llenan de temor: piensan que eso les podría suceder a ellos. “A menos que los padres de familia, los maestros y el personal administrativo de las escuelas intervengan, lo más probables que el acoso continúe”, previene Stephens.
¿Qué pueden hacer los niños y sus padres? He aquí cinco de las mejores estrategias.
  
1. Que el niño no dé al bravucón una satisfacción. Cuando unos muchachos mayores asediaban a Michael, de sexto año de primaria, en el pasillo de la escuela y se burlaban de su gordura, “el niño llegaba a casa terriblemente mortificado”, recuerda su madre. “Le dije que eso era precisamente lo que querían los bravucones”. La señora tenía razón.

“Muchos niños recompensan a su agresor con lágrimas”, dice el psicólogo universitario David Perry. De hecho, los chicos que lloran en cuanto alguien empieza a agredirlos pueden ser objeto después de ataques más graves.

Con un poco de ayuda que le dieron su madre y el director de la escuela, Michael logró conservar la calma y pasar junto a los bravucones sin prestarles atención. Las burlas pronto cesaron. “Desde que él supo que lo apoyábamos cambió por completo la situación”, puntualiza su madre.

2. Que Demuestre Seguridad. A menudo no basta con mostrar indiferencia ante los bravucones, pues ellos siguen fastidiando. Pero muchos niños ignoran cómo defenderse sin pelear. Por ejemplo: a un tímido escolar de primer año de primaria, en un colegio público, tres chicos de segundo año no dejaban de hostigarlo. Entonces el orientador escolar Tip Frank le enseño a mostrar mayor seguridad en sí mismo. “Lo aleccioné para que caminara erguido, mirar a sus agresores a los ojos y les dijera con voz firme que dejaran de importunarlo”, explica.

También hizo que memorizara tres frases: “No hagan eso. No me gusta. Los acusaré si siguen”. Y le aconsejó que después de decirlas se alejara. “Al pequeño le asombró comprobar que le daba resultado”, recuerda Frank.

“Es importante decirle al bravucón que no nos gusta lo que hace, ni cómo nos sentimos por ello”, observa Richard Mills, psicólogo escolar.

3. Que Actúe de Manera Imprevista. Para Eric, de primer año de enseñanza media, la clase de educación física era un suplicio. Había un muchacho que le tiraba su ropa al suelo, le rasgaba las prendas interiores y lo rasguñaba. En una ocasión le dejó marcas en un brazo.

“Finalmente ideamos una solución”, cuenta la madre de Eric. La siguiente vez que el bravucón se le acercó, el chico Eric, con voz sonora y llena de indignación, le espetó: “Quítame tus cochinas manos de encima”. La respuesta desconcertó al agresor, porque todos se volvieron a mirarlo a él. Eric sólo tuvo que reaccionar así dos veces para que cesaran los ataques.

Es importante ensayar estas respuestas agresivas con el objeto de infundir en los niños la seguridad que necesitan para defenderse, asevera el psicólogo escolar Nathaniel Floyd.

Supongamos que un odioso condiscípulo de su hijo de 12años acostumbra a obligarlo a que le ceda su lugar en la fila para comprar el refrigerio escolar. Floyd aconseja escribir frases que su hijo pudiera soltarle al abusón para que lo pensara dos veces, como por ejemplo: “No voy a moverme de aquí, digas lo que digas, así que deja ya de fastidiar”.
Luego, que se turnen para representar los papeles de agresor y de víctima. Permítale a su hijo hacer primero el de bravucón. Esto le dará a usted la oportunidad de enseñarle a hablar de manera convincente, sin mascullar ni bajar la vista, y a romper el contacto visual con el atacante para poner fin al enfrentamiento.

4. Fortalezca las Amistades de su Hijo. A un escolar de tercer año, su padre le aconsejó que no se alejara de sus amigos cuando el provocador lo rondara. El niño hizo algo más: consiguió que cinco compañeros suyos lo ayudaran a enfrentarse a su agresor en el patio de la escuela. “Este es nuestro amigo”, le dijeron. “No está bien que lo molestes a él ni a ningún otro niño”. El bravucón emprendió la retirada. “Un solo chico que tome partido por la víctima puede representar una gran ayuda para detener al agresor”, afirma el psicólogo Ronald Slaby.

Otro psicólogo, Robert Cairns, recomienda a los padres de niños tímidos o poco sociables que los ayuden a hacer amigos invitando a sus compañeros a casa. A los niños mayores, señala, se les puede animar a “practicar algún deporte, tocar un instrumento o emprender cualquier actividad en la que pueden relacionarse con otros chicos”.

5. Pida Ayuda a las Autoridades Escolares. Cuando Grace, de primer año de primaria, estrenó sus anteojos, un chico de quinto año empezó a llamarla “cuatro ojos”. La pequeña puso en práctica todas las tácticas aquí recomendadas. Primero mostró indiferencia. Luego le dijo, sin alterarse y con voz fuerte: “Estás contando mal. Sólo tengo dos”. Nada dio resultado.

Al cabo de una semana, le dijo a una maestra lo que estaba ocurriendo, y la maestra envió al muchacho a la oficina del director. Grace se alegra de haberse quejado. El chico tuvo que pedirle una disculpa, y dejó de hostigarla.

Sin embargo, a casi ningún escolar le gusta que sus compañeros sepan que acusó a alguno de ellos, y muchos padres temen que dar a conocer las agresiones de que son objeto sus hijos signifique inmiscuirse en su vida, o sobreprotegerlos. No es así. Los padres de familia tienen el derecho de exigir que las escuelas tomen medidas enérgicas contra los bravucones.

No llame por teléfono a los padres del agresor, ni hable personalmente con él; eso casi nunca da buenos resultados. Deje que la escuela se encargue del asunto. Si los maestros y el personal administrativo observan la interrelación de ambos chicos, los padres del bravucón no podrán negar que algo pasa.

Los maestros perspicaces pueden idear soluciones sencillas y efectivas. Hubo uno que puso a un hostigador y a su víctima, alumno sobresaliente en matemáticas, en el mismo equipo de trabajo de esa materia. La facilidad del chico agredido para los números lo volvió imprescindible en el equipo, y se convirtió en líder.

A menudo vale más acudir directamente al orientador escolar o al director. Cuando Marjorie Castro, directora de una escuela, se entera de un incidente de hostigamiento, les pide a los profesores que observen con disimulo, o verifica personalmente la denuncia. Después interroga al bravucón sobre lo que ha visto (impidiendo así que tachen al otro de acusón), y le advierte de las consecuencias si continúa: detención después de clases, una entrevista con los padres e incluso la suspensión. Recientemente, cuando dos chicos que habían estado mofándose de otro niño comenzaron a arrojarle piedras, la señora Castro llamó a la estación de policía y pidió que enviaran al agente encargado de menores infractores. El oficial visitó a los bravucones en sus casas y les exigió que se presentaran en el centro juvenil una vez por semana. El hostigamiento cesó de inmediato.

Comoquiera que procedan el director y el resto del personal de la escuela de su hijo, deben crear una atmósfera que en verdad desaliente las agresiones, mediante reglas explícitas y supervisión adecuada. Algunos colegios organizan seminarios para alertar a los maestros sobre el problema y ayudarlos a combatirlo.

La mayoría de los niños son objeto de agresiones en uno u otro momento, y algunos se convierten en víctimas crónicas. La mejor protección que los padres pueden ofrecer consiste en fomentar en sus hijos la independencia y la seguridad en sí mismos, además de estar dispuestos a tomar medidas rápidas  cuando sea preciso. Sólo así formarán hijos a prueba de bravucones.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CV, Número 627, Año 53, Febrero de 1993, págs. 108-111,  Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos