martes, 29 de octubre de 2024

JOMO, el antídoto para dejar de estar constantemente conectado a las redes sociales

 

La conexión constante a la vida virtual puede llegar a producir ansiedad en algunas personas

 

Por Oliver Serrano León

The Conversation*

 

En un mundo cada vez más interconectado, donde las notificaciones constantes y la necesidad de estar siempre presente en las redes sociales parecen dominar la vida cotidiana, surge un fenómeno que invita a la reflexión: el JOMO, siglas de joy of missing out (la alegría de perderse las cosas).

Este concepto, que se postula como la contrapartida del FOMO (fear of missing out o miedo a perderse algo), es una respuesta a la presión de estar constantemente al día con cada evento, tendencia o experiencia social que surge a nuestro alrededor.

En lugar de sentir ansiedad por no participar, el JOMO propone abrazar la desconexión intencionada y disfrutar de los beneficios de estar ausentes de ciertos momentos.

Antes de profundizar en el JOMO, es importante entender su reverso. Desde que las redes sociales comenzaron a formar parte de nuestra vida cotidiana, el FOMO ha sido un término que ha resonado con fuerza, particularmente entre las generaciones más jóvenes.

Este miedo a perderse eventos o experiencias sociales, alimentado en gran parte por las publicaciones y actualizaciones incesantes en plataformas como Instagram, Facebook, X o TikTok, genera una sensación de incomodidad, insuficiencia e incluso ansiedad.

Un estudio de 2013 ya señalaba que el FOMO está profundamente arraigado en las necesidades psicológicas de pertenencia y autoafirmación. Las personas sienten que, al no estar presentes en ciertos eventos, se están quedando excluidas de experiencias significativas o valiosas para su vida.

Esta sensación se exacerba cuando observan a sus amigos o conocidos participando activamente en dichas actividades.

Según otra investigación, publicada en Computers in Human Behavior, el uso excesivo de las redes sociales –particularmente entre los jóvenes– está estrechamente relacionado con la vivencia del FOMO y sus efectos negativos en la salud mental, como la baja autoestima y la ansiedad.

 

Perderse algo como fuente de satisfacción 

Frente a esta presión social, surge el JOMO, un movimiento que defiende la idea de que no estar presente o “perderse algo” no solo es aceptable, sino que puede convertirse en una fuente de satisfacción y bienestar personal.

Una de las primeras menciones destacadas del concepto la hizo la escritora canadiense Christina Crook en su libro de 2014 The Joy of Missing Out: Finding Balance in a Wired World.

Aunque no era un término nuevo: dos años antes, el empresario Anil Dash ya lo había acuñado para reflexionar sobre la tranquilidad de no participar en todo. Desde entonces, ha tomado cada vez más fuerza como una filosofía que promueve la calma y el disfrute del momento presente.

Es, en definitiva, una invitación a la desconexión intencionada de las redes sociales, las notificaciones y los eventos sociales con el fin de reenfocarse en la creatividad y la tranquilidad mental.

 

Los beneficios del JOMO 

Optar por el JOMO en lugar de sucumbir al FOMO tiene una serie de beneficios tangibles que pueden mitigar los efectos adversos del uso excesivo de las redes sociales. Estos incluyen:

  • Reducción del estrés y la ansiedad. La constante comparación con los demás generada por el FOMO puede llevar a sentir que la propia vida es insuficiente o menos gratificante. El JOMO permite liberarse de esta presión.

Así lo comprobaron los autores de una investigación realizada los días posteriores al 4 de octubre de 2021, cuando se cayeron los servicios digitales de la compañía Meta (propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp) durante varias horas. Aunque algunos usuarios fueron presa del FOMO, otros muchos confesaron haber sentido un reconfortante alivio.

  • Mayor tiempo para la introspección. Al desconectarse del ruido externo, las personas pueden reenfocarse en sí mismas, lo que fomenta la autoexploración, el desarrollo personal y una mayor claridad sobre lo que realmente importa en sus vidas.
  • Fomento de la creatividad. El tiempo libre y la tranquilidad permiten que la mente se relaje y divague. Diversos estudios han demostrado que el “aburrimiento” o la desconexión pueden ser catalizadores de nuevas ideas.
  • Mejora de las relaciones personales. Al optar por el JOMO, las personas tienden a priorizar los encuentros cara a cara y las conexiones significativas sobre las interacciones, a menudo superficiales, on-line.

 

Cómo incorporar el JOMO en nuestra vida diaria

Apuntarse al JOMO no significa renunciar completamente a la tecnología o las interacciones sociales. Más bien, implica encontrar un equilibrio saludable entre la conectividad y la desconexión.

Algunas formas de integrarlo incluyen las siguientes pautas:

  • Establecer límites digitales. Definir horarios específicos para revisar las redes sociales o responder a mensajes puede ayudar a reducir el tiempo frente a la pantalla y promover una relación más sana con la tecnología.
  • Implementar el minimalismo digital. Este concepto implica usar solo aquellas plataformas y herramientas tecnológicas que verdaderamente agreguen valor a nuestra vida.
  • Priorizar el tiempo personal. Dedicar tiempo a actividades que nutran el bienestar físico y mental, como leer, hacer ejercicio, meditar o, simplemente, descansar.

En definitiva, adoptar el JOMO no implica una renuncia definitiva al mundo digital o a las interacciones sociales, sino una toma de conciencia sobre cómo y cuándo es mejor estar conectados.

*Oliver Serrano León es director del Máster de Psicología General Sanitaria y profesor del Grado Online de Psicología en la Universidad Europea de Canarias (España). Este artículo apareció en The Conversation. Puedes leer la versión original aquí.

 

Fuente: JOMO

lunes, 14 de octubre de 2024

Lima: Coplas y Guitarras

Por José Diez-Canseco


Es una calle cuando el alba no asoma todavía.
En la sombra húmeda de la esquina despereza un policía el trasnochado cansancio de su ineficacia. Un gallo enarca su clarín sin brillo y en el cielo teorizan las estrellas una inenarrable melodía de guiños. No se sabe de dónde llegarán dos voces rotas que valsan una queja en el din-dón de unas vihuelas próceres. Es una jarana.

Es una jarana y es toda la expresión de Lima.
Ninguno de sus poetas, ninguno de los que hicieron del lirismo una expresión limeña, pudo jamás decir lo que una jarana dice. No es la fiesta que sintetiza apasionado jiro afroperuano, sino la expresión auténtica de la ciudad. Por esas voces que el aguardiente rompe, por esas guitarras que retozan y por ese cajón que ríe, Lima dice lo más auténtico que en su alma queda: la lírica querella y, sobre todo, porque es lírica, es absoluta y deliciosamente limeña. 

Y también porque es popular. La jarana nace en el callejón húmedo y oscuro, en el santo de un compadre calvatrueno. Desde el día anterior llegan, junto con los saludos engreidores, las botellas de pisco y chicha y las viandas que son siempre las mismas: arroz con pato de la cena y chilcano lechucero. Ya se apalabraron, donde el italiano de la esquina, los tres o cuatro más íntimos para la serenata y para parar el baile en casa del festejado. En esa casa humilde —lamparín de kerosén, carátulas de revistas, postales y el retrato de un caudillo de cualquier partido―, se han arrinconado el lecho de los críos y el catre cónyuge. Y la comadre, con las greñas anudadas entre los dientes escasos de una peina, ha barrido y regado el piso de tierra pura. Luego, ha ordenado al mayor de los muchachos:
—Norberto, and’a comprarme un paquete de velas donde don Nicola…
El marido ha ido al camal, cuando camal había por el corazón de buey y las tripas del choncholí. 

Esta jarana ha sido la preocupación de la semana. Días antes, cuando el hombre rendido de trabajo llegaba al refugio del hogar miserable, la compañera le recordaba con regocijada pertinacia la fecha prócer:
―Pa’l sábado son tus días…
Y ahora que hemos pasado por la calle hasta la que llegan los ecos de las vihuelas y las voces quejumbrosas:

perjura juiste, mujer
por ti murió m’ilusión…!

podemos atisbar desde la puerta del callejón el brillo de la fiesta que está que arde…

Entremos: Somos viejos amigos del compadre del cuñado del primo del amigo del festejado… Es más que suficiente este largo título para que, desde nuestro arribo, el dueño de la fiesta alargue copa y botella y, sin perder respetos, ofrezca con fiera hospitalidad amiga:
—Con usted, don Pepe…
E insinué luego, señalando a la más linda de las mozas de canela, una invitación que no se desaira nunca:
―Una güertecita, don Pepe…

Y no será una. Serán mil vueltas las que valsarán al compás de esas guitarras y de esas voces que tienen siempre como tema de sus canciones la queja excesiva de los desencantos. Toda la noche, en la sala que fue dormitorio, aquello compadres de la tira, hábiles en el briscán y eruditos de aguardiente, cantarán sin descanso.

Hasta que llega la hora lechucera del chilcano.
Se apaciguará un instante el festejo rojo mientras sirven el guiso inefable y ardiente, y en este espacio de tiempo se comentará el brillo de la fiesta que viene rodando desde las nueve de la noche. Y ya para terminar, sin que nadie lo haya pedido sino por espontánea eclosión de criollo-trascendente, la melodía se hará quizás más triste en la efusión norteña de un tondero:

Quién te dio la cinta verde,
zamba como no
quién te dio la barriguita,
que te dé la colorada…
paisana,
que te mantenga en la cama!

Ah, como no invitar entonces a una zambita que, de fijo, se llama Zoraida, o a esa otra china mimosa y que ríe con los ojos rasgados, por la boquita carnosa, que es tierna y ágil y que nos ha dicho a medianoche:
—Rosa Adela Gómez, una servidora…

Allí, sobre la tierra del suelo, purita tierra, allí se van a tejer los encajes de la danza peruanísima.

Allí, en medio del corro enardecido de los compadres pendencieros y de las hembras encandiladas, aquella moza va a ondular como una zacuarita alegre. Toda la gloria juvenil de su carne va a decir el ritmo exultante del tondero y va luego a arrancarse con una fuga como Dios manda, aunque yo no sé si estas cosas las manda Dios… Ella va a bailar con la gracia leve y fácil con que una golondrina vuela. Nadie le enseñó el arte difícil de los dengues ni el encanto sutil de la sonrisa. Todo esto aprendió aquí, lo aprendió en el galpón limeño, viendo a su madre y recordando a su abuela. Ella no hace sino moverse con una gracia que heredara como una capellanía de encantamiento. Y allí está.

¿La veis? Si es Rosa Adela. No turbéis con una voz insólita el rubor de la moza que se siente contemplada. Esperad. Este es el preludio de las guitarras y las voces no dicen todavía el sonriente piropo ni el desencanto sonriente. Allí también espera con la gravedad de un rito inolvidable el prieto que tiene el cajón entre las piernas y el pañuelo negro en el cuello. Ahora, ahora es cuando.

Ella avanza con una timidez de paloma que se engríe a sí misma. El mozo la recibe en la mitad de la sala y ella fuga al otro extremo en donde se deja contemplar con un mal disimulado rubor en las mejillas y una aturdida sonrisa entre los labios. Y gira en la danza y se contonea con la morbidez sensual de una voz que no halla respuesta. Es Lima, es la ciudad cuatrocientos años vieja y eternamente joven.

Es Lima, toda la alegría típica y el dengue disforzado de la ciudad eminente. En ella, en esa Rosa Adela que quizá nunca más veremos, está toda la gracia de esa ciudad campanera y revoltosa que puso en jícaras de mozas-malas y en ritmos locos de congas toda la trifulca de su vida.

Ella baila. El seno lindo se alza con la efusión agitada del baile. En las orejitas morenas brillan las dormilonas de oro viejo y la cabecita se ladea dulcemente sobre el hombro cálido. Los pies brillan en la asimetría de sus dibujos perfectos y hasta la calle, luego, llegan los aplausos encendidos y el júbilo de las voces exigentes:
―¡Una sin otra no vale!

Un poeta, que de estas cosas conocía, escribió un libro de nostalgias: “Una Lima que se va…” No. Lima no se ha ido, Lima no se está yendo, es muy difícil que Lima se vaya… Siempre quedará en la miseria de un callejón sombroso un compadre que “cumpla sus días” y una tropa alegre de amigotes que festeje el natalicio. Si algunos se perdieron en el cono oscuro del recuerdo, otros surgen por las barriadas de la leyenda con el mismo afán exultante de jaranas y la misma intención guitarrera. Lima no se ha ido. ¡Qué se va a ir! Aquí está la vieja ciudad del sahumerio, de los hermanos del Señor de los Milagros.

Aquí está Lima con sus mismos jazmines y sus mozas, con sus turrones y sus gallos, con sus piropos y sus lirismos, poniendo siempre en cada cuerda de sus violas y en cada palabra de sus coplas, la misma intención de nostalgia y de sonrisa, de una nostalgia que no se confiesa y de una sonrisa que no abre, porque los criollos del Perú conocen la orgullosa delectación del silencio.

Otras cosas se marcharon definitivamente. Otras cosas que eran simples matices, pero jamás la esencia. Porque aquello que es el espíritu de Lima, aquello que es la médula de la ciudad voluble, eso está permanente, definitiva, eternamente instalado en el alma retozona de los zambos.

Vayamos por sus viejas calles por las transcurre la sombra veneranda de Ricardo Palma, volteriano Comendador de la Sonrisa. Aquí quedan las sombras que se mueven en el júbilo de las Tradiciones ¡oh patriarca admirable de lo pícaro limeño! Quizás en este momento en que se habla de homenaje y a mí se me piden estas líneas, la sombra del viejo tradicionista estará sonriendo de un Olimpo absolutamente criollo, en donde flotan las sombras de Francisco de Carvajal y santa Rosa, de Modesto Gavilán y la “Nariz de Camello״, del Licenciado Paja-Larga y don Dimas de la Tijereta, el tremendo escribano que supo jugársela al propio diablo, tan señor nuestro...

Ya no sé qué homenaje se podrá hacer a Lima en este cuarto centenario que no tiene importancia en la cronología y que es banal en nuestro sentimiento. Que es banal porque los que en Lima nacimos, aun cuando nuestro espíritu haya fugado a otros a otros territorios sentimentales, siempre guardamos como una saudade mínima la cálida efusión de su alegría y la burlesca inquietud de sus azahares. Y así, da lo mismo repetirá hora, que todos los días, las mismas palabras con que arrulla nuestro cariño a la vieja ciudad montonera y jaranista.

He vuelto a Lima, después de una ausencia que mi nostalgia hacía más grande. He vuelto a Lima con otra inquietud y otro anhelo. Pero he aquí que tuve la compensación pronta en el gesto insignificante de dos amigos que de mí no podrán esperar nada, de dos amigos humildes: dos vendedores de periódicos.

En la esquina de Judíos y la Plaza de Armas, en las gradas del atrio de la Basílica, hay un puesto de vendedores de periódicos y lotería. En esa esquina me detuve para tomar un vehículo cuando me sorprendió una voz que mi ausencia no ha podido hacerme olvidar:
—¡Don Pepe!

Era una mujer todavía joven, y su marido. El abrazo con que ambos me saludaron tuvo una efusión fraterna. Y sin esperar más, con la confianza de una amistad y de un compañerismo de no sé cuántos años, los mismos que ellos venden y yo escribo periódicos, me instaron con dulce y cálida llaneza:
―¡Vamos a tomarnos un pisco!

En la taberna sórdida de un japonés dulcero nos sirvieron un brebaje de kerosene y alcohol. Sin un gesto, de un estoicismo del que me enorgullezco, brindé con los dos compadres:
—Salud, Domingo…
―Salud, Don Pepe…

Bebimos. La mujer de Domingo me asediaba a preguntas. Un rato se prolongó esta charla que me punzaba con cierta nostalgia por mis primeros años de escritor para el público, cuando medio en broma y medio enserio yo creía que mi palabra sin trascendencia podría tener importancia en un país en en que nada es importante…

Y me marché. Me despedí de aquellos dos seres que tan franca, alegre, cariñosamente me invitaban el veneno del japonés tremendo. Me marché con cierta pena por las cosas que ya no son, pero con la certidumbre alegre de saber que aquí, en esta tierra adorable y criolla, la ausencia tampoco tiene importancia…

Y ahora que escribo estas líneas recuerdo el consuelo que tuve al encontrar en mi tierra pequeña y jocunda a estos dos amigos que después del abrazo estruendoso me hicieron la guaragua del rito:
ꟷ¡Con usted, Don Pepe!

(De Lima: Coplas y Guitarras)


Varios autores. Festival de Lima Edición Antológica, Volumen VI Crónica, Concejo Provincial de Lima, Lima, Perú, 1959, págs. 147-153



Notas

José Diez-Canseco Pereyra: Escritor y periodista peruano (1904-1949). Autor de novelas, libros de cuentos, poesías, ensayos y artículos periodísticos.

Jiro: Referido a un gallo de pelea, que tiene las plumas de la golilla y las alas de color amarillo, y las del cuerpo negras. RAE 

Afroperuano: Término que designa a la cultura de los descendientes de las diversas etnias africanas subsaharianas que llegaron a Perú durante el Virreinato, logrando cierta uniformidad cultural. Wikipedia

Calvatrueno: Hombre alocado, atronado, poco cuerdo. RAE, Gran Diccionario de la Lengua Española Larousse

Chilcano: Caldo de pescado.

Lechucero: Persona que trasnocha o le gusta hacerlo. RAE

Kerosén: Keroseno, kerosene, querosén,  queroseno, querosene. Líquido inflamable usado como combustible para lámparas, al igual que para calentar y cocinar.

Greña: Cabellera revuelta y mal compuesta. Usado más en plural. RAE

Peina: peineta o peinecillo.

Choncholí: o chinchulín o tripas, se refiere al intestino delgado del ganado vacuno.

Tira: Policía, detective.

Briscán: Juego de cartas, naipes o barajas que se asemeja a la brisca española.

Zacuarita: El texto lo dice así pero debe referirse a la Tacuarita que es una especie de ave que vive en una gran parte de América.

Dengue: Melindre que consiste en afectar delicadezas, males y, a veces, disgusto de lo que más se quiere o desea. Afectación, remilgo. RAE

Galpón: Casa grande de una planta. Cobertizo de gran tamaño.

Una Lima que se va (1921): se refiere a la obra escrita por el poeta y escritor José Gálvez Barrenechea (1885-1957), en donde habla de la Lima de antaño con sus tradiciones y costumbres.
Moza-mala: baile típico en festividades peruanas.

Dormilonas: pendientes, aretes de oro. Se les llama "dormilonas" porque, debido a su comodidad, muchas personas las llevan puestas incluso al dormir.

Nariz de Camello, don Dimas, etc: se refiere a personajes que figuran en las tradiciones del autor Ricardo Palma.

Guaragua: Circunloquio, rodeo innecesario al hablar. Diccionario de Americanismos ASALE

Saudade. Del portugués saudade. Soledad, nostalgia, añoranza. Sinónimos: nostalgia, añoranza, soledad, melancolía, morriña. RAE

Azahar: Flor blanca, y por antonomasia, la del naranjo, limonero y cidro. RAE

Calle de Judíos: Cuadra 2 del actual jirón Huallaga en Lima.

Jocunda: Plácida, alegre, agradable, risueña, amena, apacible, etc.

 

Las notas son un añadido de mi parte.

martes, 8 de octubre de 2024

Sacrilegio en el Reino del Buen Comer

Para mí, era la realización de un sueño; para los gastrónomos franceses, algo inconcebible.

Por Tom Higgins

 

ANTIGUA CAPITAL de la Galia, centro cultural en el medievo, foco de ciencia, erudición y medicina… La ciudad de Lyon es famosa por muchas razones; pero, ¿la recordamos por sus logros científicos, artísticos o literarios?
No, la recordamos por su cocina y sus restaurantes. Todos los franceses la consideran un paraíso gastrónomico. “¿Va usted a Lyon? Vous allez très bien manguer״, dicen.

*Vouz allez très bien manguer: Comerás muy bien

Y es verdad. Lyon se precia de ser la capital gastronómica de Francia y, por ende, del mundo. En la ciudad hay cientos de restaurantes. Es difícil encontrar una calle sin cafés, tabernas, mesones y otros establecimientos para comer; en algunos barrios casi ocupan manzanas enteras.

Todos los lioneses, criados en ese feudo de gourmets, saben muy bien cómo tiene que ser un restaurante, lo cual quizá debí tener en cuenta antes de profanar su santuario sibarítico.
¿Qué podía aportar un inglés al universo culinario de Lyon? ¿Qué podía enseñar a los franceses sobre cómo administrar un restaurante? ¿Tenían la más mínima necesidad de sus servicios? Pero no me hice estas preguntas cuando decidí abrir un restaurante en Lyon, pues para mí era la realización de un sueño, y los sueños no suelen afincarse en la razón.

Para ser francos, si algo no necesita Lyon es otro restaurante. En ningún sitio hay tantos chefs dispuestos a sacrificarse por su arte, pues aunque les fascina comer, no les gusta pagar mucho por una comida, y sus restaurantes son de los más baratos de Francia. Ser dueño de uno allí es un apostolado que exige absoluta devoción; pero convertir esta misión espiritual en un negocio rentable no es nada fácil; casi todos los días quiebra algún restaurante nuevo.

En vista de esto, ¿era sensato abrir un restaurante en Lyon? ¿Ponerle el nombre de Mister Higgins y ofender los refinados paladares franceses con platos de una cocina que detestan? No, no lo era, pero la cordura era algo que nos faltaba un poco a mí y a mi esposa, Sue.

Mi amigo Alain Ville nos hizo ver lo disparatado de nuestro propósito.
Un día, cuando le comenté que sus demás amigos estaban locos de remate y que nosotros éramos los únicos cuerdos, dijo con sarcasmo:
ꟷ¡Ajá, y pretenden abrir un restaurante inglés en Lyon!

¿Qué nos movía a Sue y a mí para acometer una empresa tan irracional?

Yo había trabajado un tiempo como traductor en Ginebra, mientras ella concluía sus estudios de medicina en Inglaterra. Aunque me las arreglaba para ir a verla con regularidad, no estábamos cumpliendo con un precepto del matrimonio, que es vivir juntos.
Necesitábamos hallar una ciudad que estuviera cerca de Ginebra (para no viajar yo tan lejos) y dentro de la Comunidad Europea, para que Sue pudiera ejercer su profesión, lo que no era posible en Suiza. Así pues, cuando Alain nos ofreció su casa en Lyon, nos pareció el sitio ideal.

Cierta noche, ya mudados allí, invitamos a cenar a unos amigos. Cuando probaron nuestro delicioso pastel de carne, dijeron entusiasmados:
ꟷDeberían abrir un restaurante y servir platos como éste.
ꟷSí, claro ꟷrepusimos, riendoꟷ. Podríamos abrir uno cualquier día.

Manos a la obra
A partir de entonces cambió el destino del pastel de carne… y el nuestro. Aunque teníamos poca experiencia en el ramo, ambos éramos buenos en la cocina. Yo había trabajado en varios restaurantes como camarero y cocinero, de modo que sabía comprar y preparar alimentos en cantidades grandes. Incluso traté de abrir un restaurante, pero no fue posible por falta de fondos.

Me obsesioné con la idea. La casa que habitábamos alguna vez había sido panadería, y me pareció que nos imploraba que la convirtiéramos en restaurante. Pues bien, al poco tiempo fui a ver a monsieur Faure, de la Cámara de Comercio de Lyon. Él me proporcionó los detalles de los trámites de rigor: a quién había que acudir, cuánto tendría que pagar, qué documentos debía presentar. A los cinco minutos de hablar con él me sentí exhausto. Cuando salí de su oficina, luego de media hora de conversación, ya me sentía propietario de restaurante, si bien uno muy cansado.

Lo primero que monsieur Faure me aconsejó fue comprar un libro titulado Créer et gérer son restaurant (“Cómo abrir y administrar un restaurant propio״). En la cubierta venía un dibujo de un cocinero con gorro y tres pares de manos que se movían con tal rapidez, que no parecían estar unidas al cuerpo. Tanto me desanimó ver la ilustración, que ya no me atreví a leer el libro. Hasta el día de hoy ignoro de qué se trata.

Después fui al Banco Popular de Lyon. Monsieur Dufour, el gerente, parecía una persona muy razonable.
Por ejemplo, no le dio un ataque de risa cuando le dije que quería abrir un restaurante inglés a la vuelta de la esquina. El banco, me dijo, estudiaría con interés mi solicitud de préstamo, si bien dejó en claro que tendríamos que presentar una breve descripción del proyecto, un cálculo de gastos para un periodo de tres años realizado por un contador, un estudio de mercado, varios documentos legales y presupuestos de reforma de la construcción. Por cierto, ¿había comprado ya un ejemplar de Créer et gérer son restaurant?
Le dije que lo tenía en mi cabecera.

El trámite más engorroso de todos era inscribir el proyecto en el Registro de Comercio, para lo cual debía tomar por asalto los bastiones de los aguerridos burócratas franceses, quienes al igual que los ingleses, se niegan a dar respuestas inteligibles por teléfono y exigen un “máximum de documentación״. Pero por más documentos que yo llevaba, siempre faltaba algo.

Al final monsieur Faure arregló todo. Se cumplieron las formalidades administrativas y mi expediente quedó listo. Aprendí dos cosas sobre la presentación de documentos: primera, que se trata en realidad de una prueba de fuego para ver si el solicitante tiene la fuerza de voluntad para no desistir; y segunda, que el aspecto del expediente es esencial. Pasé tanto tiempo buscando el material adecuado en las papelerías, que al final el legajo se veía tan bonito que ya no quería presentarlo al banco, sino quedarme con él para admirarlo.

Los preparativos
La primera vez que fui al banco fue en junio, y a fines de septiembre recibieron allí una copia de mi expediente. Monsieur Dufour me entregó el dinero y cierta mañana de noviembre, armados de taladros, mazos, sierras y palancas, mi amigo Jean Lextrait y yo hicimos pedazos la planta baja de la casa. Al vernos sacar carretadas de cascajo, los transeúntes se detenían a preguntarnos qué estábamos construyendo.

“Un restaurant anglais?, repetían.
“C'est pas possible!״ En la taberna de enfrente, el Café du Commerce, los parroquianos cruzaban apuestas sobre cuánto tiempo duraríamos, si es que llegábamos a abrir.

*Un restaurant anglais… c'est pas possible: Un restaurante inglés... no es posible.

La reforma de la casa duró dos meses y medio. Gran parte de ese tiempo estuve trabajando en Ginebra, mientras la pobre de Sue la pasó en una covacha sucia y llena de obreros. Uno de los primeros que se presentaron fue el electricista, monsieur Reymond, al que elegimos porque su taller estaba en la misma calle y porque parecía una persona seria y responsable.

Colgó festones de cables en las paredes y el techo y dijo algo incomprensible acerca de lo que él llamaba monophasé y triphasé. Yo no tenía la menor idea de a qué se refería, pero, siguiendo su consejo, opté por lo segundo, pues creí entender que significaba más potencia. Al parecer, la comisión de electricidad de Francia era muy celosa de sus amperios (que al fin y al cabo son un invento francés) y no los suministraba sino a regañadientes.
Y como el local iba a tener un montón de bombillas de halógeno, calefacción eléctrica y aire acondicionado, sin duda necesitaríamos mucha energía.

Como no sabíamos cuándo estaría listo el restaurante, seguí trabajando en Ginebra para poder costear las obras. Incluso una vez terminadas, la cautela me aconsejó quedarme allí un poco más. Luego, unas semanas antes de la inauguración, me senté a tratar de encontrar un nombre apropiado para el establecimiento. El que elegimos, Higgins, quizá hoy parezca obvio, pero no se nos ocurrió hasta que descartamos muchos otros.
Es breve, fácil de recordar y sólo tiene una letra ꟷla hacheꟷ que a los franceses les cuesta trabajo pronunciar. Y lo más importante, dado que servimos comida británica, es que se trata de un nombre francamente anglosajón, aunque respeta la tradición francesa de poner a los restaurantes los nombres de sus dueños: Paul Bocuse, Pic, Troisgros… ¡y desde ese día, Higgins!

Inicio incierto
A la fiesta de inauguración invitamos a mucha gente. Amigos, británicos que residían en la ciudad, albañiles. De hecho, invité a cuanta persona pasó por la calle los días previos. El local estaba tan atestado de gente feliz de poder beber vino gratis, que era casi imposible moverse. Fue una lástima verlos partir, pues nos recordó que en adelante tendríamos que atraerlos de otra manera.

Al fin llegó el primer día. Luego de una semana tranquila, el viernes y el sábado Higgins se llenó de gente que había asistido a la inauguración. Estábamos muy contentos. Al principio nos sentimos cansados, pero luego nos acostumbramos al trabajo o, mejor dicho, a estar rendidos.

El primer año estuvo lleno de sucesos curiosos. Cierto día en que no abrimos el local, un grupo de transeúntes se dio cuenta de que era un restaurante inglés. Cuando uno dijo: “No hay muchos clientes; es más, no hay ni uno״, otro comentó que eso se debía a “l’horreur du pudding anglais״, y se alejaron muertos de risa.
En otra ocasión en que tuvimos que hacer esperar a una pareja porque no había lugar, la mujer, enfurecida, protestó: “Un restaurante inglés, y ¿hay que hacer reservaciones? ¡Esto es el colmo!״

*L’horreur du pudding anglais: El horror del pudín inglés.

Hacia el final de ese año empezó a hacer un frío terrible y yo comencé a premiar con una bebida, por su estoicismo, a los pocos clientes que teníamos. Mientras esperábamos muy  nerviosos que el contador dictaminara si podíamos seguir en el negocio, miré el medidor de electricidad que giraba desenfrenadamente, y maldije nuestro costoso y deficiente sistema  de calefacción.
Le résultat ꟷanunció por fin el contadorꟷ n’est pas magnifique.

*Le résultat n’est pas magnifique: El resultado no es magnífico.

En todo el año habíamos ganado 1539 francos, lo cual significaba que nuestro salario semanal había sido de unas dos libras (o tres dólares) cada uno. ¿Cómo habíamos podido vivir con tan poco dinero? La verdad es que vivíamos de lo que yo había ganado con una de mis traducciones. Reconozco que no fue un comienzo muy promisorio, pero el negocio iba mejorando y pensé que no debíamos perder el optimismo.

Bon appétit!
Desde el principio y hasta el presente nuestro restaurante fue una curiosidad y, dicho sea en reconocimiento de los lioneses, nuestros clientes tuvieron la osadía de probar una cocina que desde niños aprenden a despreciar y, tras su primera visita a Mister Higgins, de admitir que quizá sí tiene algo que ofrecer. Después de todo, Lyon es una “gastrocracia״, y nuestro meatloaf en croûte, en particular, pasó a formar parte de la mitología del restaurante. Los clientes que traen a sus amigos por primera vez les hablan de este plato asombroso: “Le meatloaf ꟷvraiment délicieuxꟷ très fin…״, sin percatarse de que calificar de refinado el pastel de carne es hasta cierto punto una contradicción.

*Meatloaf en croûte: Pastel de carne en corteza o costra.

Le meatloaf ꟷvraiment délicieuxꟷ très fin: El pastel de carne ꟷrealmente deliciosoꟷ muy fino.

En todos estos años hemos disfrutado del inmenso placer de ofrecer un servicio que la gente aprecia. Muchos de nuestros clientes de la primera semana ya son para nosotros como los firmantes de la Declaración de Independencia. “Somos de los primeros clientes asiduos״, dicen con orgullo.  
Hoy en día, los clientes ya no se muestran reacios a hacer reservaciones, e incluso reconocen que la comida que servimos es buena, si bien algunos no pueden creer que sea británica. “Très bon״, dicen, “mais pas très anglais״.
He aquí la lógica de su razonamiento: la comida inglesa es mala; esto no es malo:  por lo tanto, no puede ser comida inglesa. Viniendo de los lioneses es casi un cumplido.

*Très bon… mais pas très anglais:  Muy buena, pero no muy inglesa.


Condensado de Plat Du Jour:  An English Restaurant in Lyons. ©1994 por Tom Higgins, publicado por Aurum Press, Ltd., de Londres. Reimpreso mediante convenio con Jennifer Kavanagh Literary Agency, de Londres.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CXIII, Número 679, Junio de 1997, págs 29-33, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos

Las palabras en cursiva son del autor.

Las notas con asterisco son un añadido de mi parte.

viernes, 4 de octubre de 2024

Colección Cinco Estrellas



Editorial Bruguera

1976-1986

Varias obras fueron coeditadas por un acuerdo con la editorial Emecé.

Los títulos de terror en la colección se pueden ver aquí.

Distintos libros indicados se pueden ubicar en diversas colecciones publicadas por Círculo de Lectores, Bruguera, Emecé, etc.

Lo que está en el listado es lo que se puede hallar en librerías y bibliotecas. 



1. Uwe Bahsen y James P. O'Donnell. El Bunker (Alemania, Segunda Guerra Mundial)
2. Vincent Bugliosi y Curt Gentry. Manson. Retrato de una 'Familia'
3. León Uris. Trinidad. Una novela sobre Irlanda
4. Dr. Frederick Koning. El Sexo en la Historia
5. Johannes Mario Simmel. Nadie es una isla
6. Johannes Mario Simmel. Querida Patria
7. Johannes Mario Simmel. Y Todos los Hombres serán Hermanos
8. Johannes Mario Simmel. Hasta el amargo final
9. Jack Hoffenberg. Cosecha de Lágrimas
10. Robert Payne. Mao Tse-Tung
11. Homero Alsina Thevenet. Chaplin. Todo sobre un mito
12. Abel Paz. Durruti
13. Dr. Frederick Koning. Historia de la pornografía
14. Malachi Martin.  El Cónclave
15. Vincent Charles Teresa. El Acoso
16. John D. MacDonald. Donde terminan los sueños
17. Robert Ackworth. Los Conquistadores
18. Susan Howatch. Los ricos son diferentes
19. Helen Van Slyke. El Mejor Lugar
20. Lawrence Sanders. Muerte de un Actor
21. León Uris. QB VII
22. Erich Segal. Un hombre, una mujer, un hijo
23. Avery Corman. Kramer contra Kramer
24. Frances Moore Lappé. Dietas para la salud
25. Hans Jørgen Lembourn. 40 Días con Marilyn (Marilyn Monroe)
26.  James Jones. Silbido
28. Susan Isaacs. En posición comprometida
29. Darcy O'Brien. Vivir el momento
30. Elmore Leonard. El Desconocido N° 89
31.Robert Payne. La Gran Garbo (Greta Garbo)
32. Johannes Mario Simmel. ¡Hurra, estamos vivos!
34. James Jones. De Aquí a la Eternidad
35. Vncent Bugliosi y Kenneth L. Horwitz. Hasta que la muerte nos separe
36. Ken Follet. Triple
38. Garson Kanin. Moviola
39. A.E. Hotchner. Sofía. Vivir y Amar (Sofía Loren)
40. Burton Wohl. El Síndrome de China
41. James Clavell. Tai-Pan
42. Ken Follet. La Isla de las Tormentas
43. James Jones. Morir o Reventar (o La Delgada Línea Roja, The Thin Red Line)
44. Doris Grumbach. Música de Cámara
45. Christopher Moore. Moonraker
46. Harold Robbins. El Líder
47. Eleuterio Sánchez «El Lute». Mañana seré libre
48. Arthur Hailey. Apagón
49. Richard Adams. Los Perros Perseguidos
50. Carlo Fruttero y Franco Lucentini. La noche del gran mafioso
53. John Ralston Paul. Muerte de un General
55. Joseph Heller. Tan bueno como el oro
56. Len Deighton. SS-GB. Los nazis en Gran Bretaña
57. Tony Chiu. El Pollo de Port Arthur
58. Mario Soldati. Adiós, querida Amelia
59. Mario Soldati. La esposa americana
60. Arthur Hailey. Ruedas
61. Arthur Hailey. Aeropuerto
62. Eleuterio Sánchez «El Lute». Una pluma entre rejas
63. Isaac Asimov. Civilizaciones Extraterrestres
64. Johannes Mario Simmel. Veintidós centímetros de ternura
66. Enrique Tierno Galván. Cabos Sueltos (memorias)
67. Fernando Díaz-Plaja. Viajes por la Europa roja
69. Sidney Sheldon. Venganza de Ángeles
70. Harold Robbins. Adiós, Janette
71. Sloan Wilson. Hermanos de Hielo
72. Ken Follet. La Clave está en Rebeca
73. Jim Harrison. Leyendas de Otoño
74. Joseph DiMona. El Nido del Águila
75. Robert Wilson. Pánico en el Bosque
76. Johannes Mario Simmel. Debéis Confiar
77. Robert S. Elegant. Manchú
78. Françoise D´Eaubonne. La Emperatriz Roja (Yo, Yiang Quing, viuda de Mao)
79. Avery Corman. El Viejo Barrio
80. Dee Brown. Mary, la Creek
81. Garson Kanin. Apoteosis
82. Nicholas Fraser y Marysa Navarro. Eva Perón. La verdad de un mito
83. Gabriel García Márquez. El Olor de la Guayaba. Conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza
83. Beth Guthcheon. Orden de Búsqueda (Secuestrado)
85. Eliseo Bayo. El Día de los Jueces
88. Ken Follet. El Hombre de San Petersburgo
89. Joyce Rebeta-Burditt. Trillizos. Julie, John y Jill
91.. Thomas Harris. El dragón rojo
92. Eleuterio Sánchez «El Lute». Entre sombras y silencios
93. A. J. Quinnell. El Guardaespaldas
94. Henry Denker. Error de Diagnóstico
95. Wilbur Smith. Cuando comen los leones
96. Harold Robbins. El Predicador
97. Robert Ludlum. El Enigma de Parsifal
98. Wilbur Smith. Retumba el trueno
99. Martha Mercader. Solamente Ella
100. Isaac Asimov. Los Límites de la Fundación
101. Tennessee Williams. Memorias
102. Robin Cook. Fiebre
103. Ken Follet. Las Alas del Águila
104. Nelson De Mille. Rehenes en la Catedral
105. Enrique Lafourcade. Adiós al Führer
107. David Bischoff. Juegos de Guerra
108. Joyce Fielding. Decidle adiós a Mamá
109. Wilbur Smith. Muere el Gorrión
110. Lawrence Sanders. El Caso de Lucy Bending
112. John D. MacDonald. Piel Canela
113. A. J. Quinnell. El Mahdi (o El Falso Mahdi)
114. Wilbur Smith. Justicia salvaje
115. James Hadley Chase. Buenas noches, querida
116. Henry Denker. Ultraje
117. Alistair MacLean. El Río de la Muerte
118. Jonathan Black. Los Saqueadores
120. Helen Van Slyke. Sonrisas Públicas, Lágrimas Privadas
121. David Quammen. La Configuración Zolta
122. Isaac Asimov. Los Robots del Amanecer
123.  John Ralston Paul. Baraka
124. Johannes Mario Simmel. Volver a Vivir
125. Caroline Blackwood. El Destino de Mary Rose
127. Luis R. Nogueras. Nosotros, los sobrevivientes
128. Julyan Simons. La Desaparición de Annabel Lee
129. Martha Mercader. Decir que No. En 1983
129. Frédéric Dard. Crimen en la hierba. En 1985
130. Elaine Jackson. Madre de alquiler
151. Jorge Masciángoli. Buenaventura nunca más
163. Luisa Valenzuela. Cola de lagartija
167. Francisco Zamora. Bisiesto viene de golpe
172. Horacio Cabral-Mgnaco. El Bastión