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lunes, 28 de julio de 2025

Un Huerto en Casa

Estas páginas bucólicas —escritas hace más de cien años— conservan aún su inimitable aroma.

 

Condensado de «My Summer in a Garden»

Por Charles Dudley Warner


NO SÉ de cosa alguna que pueda hacerle a uno sentirse más complacido en estos días veraniegos que consumir las hortalizas del propio huerto. ¡Y qué efecto produce en el vendedor de verduras! Es como una declaración de independencia. El hombre me muestra sus guisantes, sus remolachas, sus tomates… «No, muchas gracias —le digo en tono indiferente—. Este año cultivo mis propias hortalizas».

¿Vale la pena cultivar un huerto? Es difícil lo que se entiende por valer la pena. Existe la creencia de que si una cosa no vale la pena lo mejor es dejarla. Desde mi punto de vista, aquella pregunta equivale a otra: ¿Vale la pena contemplar una puesta de sol?

¿Voy a poner precio al tierno espárrago o la rizada lechuga que convierten en realidad tangible la alegre primavera?
¿Voy a considerar como mercancía la roja fresa, el guisante verde pálido, la frambuesa agridulce, la apoplética remolacha y el maíz que es como un estuche de delicias?
¿Voy a calcular en números la lozanía a diario renovada, la salud y la delicia que me rinde el huerto, sin contar el gozo anticipado de las grandes cosechas imaginarias que recojo apenas las semillas empiezan a brotar de la tierra?  Apelo al testimonio de cualquiera que haya hecho la experiencia para que me diga si la mayor recompensa de sus afanes hortícolas no son las intangibles cosechas de la esperanza.

OBSERVACIÓN FILOSÓFICA. Nada como la prosperidad y la fruta madura para enseñarle a uno quiénes son sus amigos. Tenía yo en el campo un excelente amigo a quien rara vez visitaba salvo en la temporada de las cerezas. Por tus frutas los conocerás.

Creo que el problema de cultivar frutales es muy sencillo si se le compara con el de cosechar la fruta una vez madura.  El poder de un muchacho es, en mi opinión, algo verdaderamente temible. Uno compra y planta un peral selecto; abona la tierra para que lo nutra; luego lo poda, lo libra de plagas y se recrea viéndolo crecer poco a poco. Al fin produce dos o tres peras que uno corta en varios trozos y reparte entre la familia.
Al año siguiente el arbolito florece que es una bendición; y ya en otoño sus ramas esbeltas y colgantes ceden al peso de casi una arroba de peras que día a día maduran deliciosamente al sol. Pero una noche invade al huerto un pilluelo, que no tiene muchos más años que el peral, y en cinco minutos se lleva hasta la última pera y desaparece en las tinieblas. El muchacho sin conciencia se aprovecha en cinco minutos de todo el trabajo de varios años. Sin embargo, uno aprende a su tiempo que es mejor haber tenido peras y haberlas perdido que no haber tenido peras. 
Se entera de que lo menos importante en eso de cultivar frutales es comerse la fruta.

HE ESTADO haciendo mi cosecha de patatas y lo digo por si  a alguien le interesa saberlo. Sacarlas de la tierra es una ocupación agradable y sedante pero no poética. Es buena para el espíritu, salvo que las patatas sean demasiado pequeñas, como son muchas de las mías. ¡Qué patatas tan pequeñas somos todos nosotros comparados con lo que podríamos ser!
Es que no aramos a fondo. El año que viene voy a hincar el arado a conciencia para que los tubérculos tengan bastante espacio. ¡Qué gran placer éste de sacarlos al sol y verlos relucir en pardo montón sobre la tierra cálida! Existen pocos momentos tan buenos en la vida. Pero luego hay que recogerlos; y la recogida en este mundo es lo peor de todo.

ME SIENTO realmente avergonzado cuando llevo amigos a mi huerto y observan que no tengo cebollas. Es cosa que salta a la vista. En la cebolla palpita la fuerza, y el huerto que carece de ellas carece de sazón. La cebolla es, con sus sedeñas envolturas, uno de los ejemplares más bellos del mundo vegetal. Casi puede decirse que tiene alma. Le va uno quitando capa tras capa y la cebolla aún está ahí. ¿Quién osaría afirmar, después de quitarle la última capa, que la cebolla no existe ya, si aún está llorando por su espíritu en fuga? Feliz la familia cuyos miembros pueden comer cebollas en amor y compañía.
Mientras las comen, están apartados del mundo y unidos en grata armonía. En esto hay una insinuación para los reformadores. La esperanza de la fraternidad universal está en la cebolla. Si todos los hombres pudieran comer cebollas a todas horas, acabaría por lograrse la armonía universal.

PARA MÍ lo más humillante de mi huerto es la lección que me da sobre la inferioridad del hombre. La naturaleza es pronta, decidida, inagotable. Eleva al cielo las plantas con vigor y libertad, y cuanto más inútil es la planta, tanto más rápida y espléndidamente crece. «La horticultura eterna es el precio de la libertad» sería un lema que pondría en la verja de mi huerto, si tuviera verja. Sin embargo, no existe libertad en la horticultura. El hombre que cultiva un huerto sufre esclavitud sin tregua. Ha plantado una semilla que lo tendrá inquieto y ansioso a todas horas, robará descanso a sus huesos y sueño a su almohada. Casi no ha acabado de plantar su huerto cuando tiene que empezar a escardarlo. Las malas hierbas han surgido de la noche a la mañana.

¿POR QUÉ respetamos algunas plantas mientras que otras nos inspiran desdén? El frijol es una trepadora graciosa, segura, atractiva, pero nunca se podrán mencionar los frijoles en poesía. El maíz, en cambio, es el niño mimado de la canción. Ondula a impulsos del céfiro en todas las literaturas. Pero mézclelo usted con los frijoles y al instante perderá su galanura. Y ahí está el fresco pepino que, como muchísimas personas, no sirve para nada cuando alcanza la madurez y ha perdido su selvática gracia juvenil, viene a ser una especie de actor cómico en una compañía donde el melón es el galán.

La lechuga es como la conversación; tiene que ser fresca, consistente y tan sabrosa que no se le note el amargor. Es la lechuga, sin embargo, tan propensa a languidecer como la conversación de algunas personas. 
Alabadas sean aquellas lechugas que forman una cabeza compacta y así se conservan como unos pocos individuos que yo conozco: cada día más consistentes a la vez que más satisfechos y tiernos, más blancos en el centro y más sólidos cuanto más maduros. La lechuga requiere, como la conversación, bastante aceite para evitar rozamientos y suavizar asperezas, una pulgarada de sal; un poquito de pimienta; cierta cantidad de mostaza y vinagre, desde luego, pero mezclados de manera que no se noten los contrastes violentos; y un poquito de azúcar. En la ensalada como en la conversación, uno puede poner de todo, y cuantas más cosas ponga mejor será; pero el éxito depende de la habilidad con que se mezclen. Por mi parte, me siento en la mejor sociedad cuando estoy ante una lechuga. 



Revista Selecciones del Reader’s Digest, Febrero de 1955, Tomo XXIX, N° 171, págs. 114-118, Selecciones del Reader’s Digest, S.A., La Habana, Cuba.



Charles Dudley Wagner.- Escritor y ensayista estadounidense (1829-1900). Junto a Mark Twain escribió la novela The Gilded Age: A Tale of Today (1873).


 

Notas

Los significados están tomados del diccionario de la RAE.

Bucólica.- Que evoca de modo idealizado el campo o la vida en el campo. Dicho de un género de poesía o de una composición poética, por lo común dialogada: Que trata de modo idealizado la vida pastoril. 
Obra del poeta romano Virgilio (Bucólicas). 

Remolacha: Hortaliza (raíz) también llamada betarraga, betabel, beterraga, beterava, acelga, etc. 

Fresa: frutilla, fresón, fresbaya, fresera, madroncillo, amarrubia, mayuela, etc.

Lozanía.- Cualidad de lozano. frescura, vigor, salud, juventud, verdor, frondosidad, gallardía, vitalidad.
 
Hortícola.- Perteneciente o relativo a la horticultura (Cultivo de los huertos y de las huerta. Conjunto de técnicas y conocimientos relativos al cultivo de los huertos y de las huertas. Cultivo, agricultura, labranza. 

Intangible.- Que no debe o no puede tocarse. Incorpóreo, inmaterial, invisible, etéreo, sutil, espiritual, etc.

Por tus frutas los conocerás.- Referencia a Mateo 7:16.- Por sus frutos los conoceréis. (Versión Reina-Valera).

Arroba.- Peso equivalente a 11,502 kilogramo(s).

Patatas: papas

Sedeña.- De seda o semejante a ella.

Pronta(o).- Veloz, acelerado, ligero.

Verja.- Enrejado que sirve de puerta, ventana o, especialmente, cerca. Valla, enrejado, empalizada, estacada, vallado, etc.

Escardar.- Arrancar y sacar los cardos y las malas hierbas de los sembrados. Desbrozar, deshierbar.

Céfiro.- Poniente (viento). Viento suave y apacible. Personaje de la mitología griega que era el dios del viento del oeste.

 
Pulgarada.- Cantidad que puede tomarse con dos dedos.


lunes, 11 de octubre de 2021

Robert Frost. Un Poeta al Relámpago

Por Manuel Jesús Orbegozo



En la Corpac 

Frost baja del avión que lo trae de Sao Paulo. Llega con un grueso abrigo al brazo. Se quita el sombrero y saluda. Le contesta la Embajada Norteamericana, los relámpagos fotográficos, el sol crepuscular y el frío.
―¿Hace frío? —pregunta Frost.
—Sí, mucho frío.
Entonces, Frost, se pone el abrigo. “Hace rato que lo estaba cargando por gusto” —dice—, ensayando su primera satisfacción.
Mientras arregla sus papeles ante la indiferencia aduanera, se le pregunta:
―¿Qué tal la Conferencia de Escritores Interamericanos?
—No me gustan las Conferencias que desembocan en política —satiriza él.

Frost quiere seguir conversando con los periodistas, pero una bellísima dama se interpone. Frost se mete dentro de un “Cadillac”, y se hunde en el corazón de la ciudad.

  

En la Conferencia de Prensa

De arranque Frost llegó tarde. Para Faulkner y Frost, “time no es money”, para ambos: “escribir es dinero”.
Frost llega con su cara de sabueso rastreador de poesía en los troncos de árboles, en los agujeros de las hormigas, en los mugidos de las vacas, en los ras ras ras de las guadañas.

―¿Quiénes fueron sus maestros, Maestro?
—Virgilio.
“Sigue talando con una pesada hacha por cuenta propia en el bosque de Virgilio” —dice lejanamente un crítico.
—¿Qué opina de los poetas de su generación?
―Reservo mis opiniones porque todos son mis amigos.
—Bueno, pero ¿qué dice del mejor poeta, de Ezra Pound?
—¿Usted cree que es el mejor poeta?

En la cabeza se inicia una competencia: Whitman, ganando; Vincent Benét, alcanzando,; más atrás, más poetas. Y llegaron. Bíblicamente, muchos son los llamados, pocos los escogidos.

—¿Usted cree que la poesía debe ser social?
—La poesía debe ser esencial.
—¿Es partidario de la poesía abstracta?
—La poesía no puede dejar de ser abstracta, relativamente.
Un fotógrafo pregunta:
—¿Qué es un poeta, Sr. Frost?
—Un poeta no es un borracho como todos creen.
Levantan la cabeza Paul Verlaine, Rubén Darío, cien más  y Martínez  Luján que recita: “Mientras lloren las viñas, yo beberé sus lágrimas”.
Por todos los caminos queremos llegar a Roma.

―¿Usted ha leído a Paul Eluard?
—Muy poco leo traducciones, yo sólo leo en inglés y en latín.
—Entonces usted no puede dar razón de la literatura universal.
―¿He dicho tanto?
Otra vez el crítico que nos fustiga: “Frost no cree como Sandburg en la eficacia de la rebelión contra los prejuicios y las formas sociales injustas ―no profetiza ni fustiga― acepta todo con resignación. Es un clásico el que continúa ”.
—¿La guerra no se acabará jamás?
—Cuando el agua se acabe.
(Yo conozco un método de acabar con las guerras —dice Osorio y Gallardo: Acabar con los ejércitos)
—Faulkner ha dicho que los norteamericanos no piensan ni les interesa la literatura, ¿Qué opina sobre esto, poeta Frost?
—Yo me pregunto, entonces, ¿cómo vende sus libros?
Rubén Darío, César Vallejo, Pablo Neruda, Ciro Alegría, Rómulo Gallegos se nos quedan en la punta de la lengua, porque Frost no conoce mayormente literatura de Latinoamérica.



Recital en la ANEA

Suárez Miraval hace la presentación. “Sólo dos  veces he oído mencionar mi nombre” ―dice Frost―. Brown Prado lee unas regulares traducciones de “Departmental” en el que habla sobre una hormiga a la que conoció.

Los norteamericanos e ingleses que asisten están como en un cocktail de gustos. Porque Frost es un Bernard Shaw de la poesía, un viejo poeta que se ríe como un fauno de la vida desde el alto sitial donde ahora se encuentra. Permanece de pie, cuarenta minutos. Por debajo de la mesa le aguaitamos bambolearse sobre sus zapatos N° 49, como si estuviera llevando un compás interior. La luz le platina los cabellos peinados al natural.
Intercala diez anécdotas por cada poema. “Una vez un catedrático me preguntó por qué en uno de mis poemas hago hablar a un caballo. ‘Pasémosle la pregunta a un ranchero –dice Frost–. El ranchero contesta:   Sí, los caballos hacen preguntas  y mejores que la mayoría de los catedráticos’”

Risa. Los jóvenes intelectuales que han asistido están en Babia, pero ensayan risas de conejo. “El Decano de los Poeta de América” agradece con una venia profunda, mientras los aplausos dan por clausurada su visita a Lima.


Reportaje aparecido en Cultura Peruana N° 74

Manuel Jesús Orbegozo, Reportajes, Editorial Ausonia, Lima, Perú, 1958, págs. 137- 142


Nota: He puesto los tres reportajes de Manuel Jesús Orbegozo sobre Faulkner, Hemingway y Frost, porque hay una conexión, una coherencia entre ellos la que lleva a una mejor comprensión de los textos.  B.A.


domingo, 10 de octubre de 2021

Ernest Hemingway. El Merlín que nunca “Picó”

Por Manuel Jesús Orbegozo

Ese día Hemingway no “picó”.
Sé positivamente que el viejo Ernest fue tras mi anzuelo, pero no “picó” porque la “carnada” no estuvo bien preparada  y porque él es un “sota” de merlín. Hemingway que vive por la boca, no podía morir como un pez.
La “carnada” decía lo siguiente:


                                                                                                                            

                                                                                                 

                                 Talara, 14 de abril de 1956


Sr. Ernest Hemingway

Presente.

De mi admiración:

He venido expresamente a esta ciudad para presentarle el saludo de mi país, agrupado en el “Círculo de Escritores del Perú”, y a la vez, invitarle a visitar la Capital de la República y el Cuzco, Capital Arqueológica de América.
El “Círculo de Escritores del Perú” aprovechará de esta oportunidad para inaugurar en Lima, un homenaje público de admiración a su talento merecedor, últimamente, del Premio Nobel de Literatura, un busto suyo, del escultor Ccosi Salas.
Los detalles de su viaje a Lima y del homenaje lo ultimaremos personalmente.

         
                                           De usted, atto y S. S.
                                                                          Manuel Jesús Orbegozo



Hemingway me miró de pies a cabeza en un dos por tres y sonrió. Infló sus carrillos de conejo y volvió a sonreír. Todo fue sonrisas. Me extendió la mano luego de pasarse la caña de pescar a la izquierda. Eran las cinco de la tarde y acababa de desembarcar en su segundo da de pesca en Cabo Blanco.
Hemingway se devoraba la “carnada” con los ojos, pero no se animaba a   “picar”. Le brincaba el corazón ante la carta. Gozaba con la invitación. Pero dudaba. A lo mejor se acordaría de Juan José de Soiza que hizo lo mismo para entrevistar a Clemenceau y no “picó.”
Se me escabulló de las manos como un pez. Mary Hemingway me decía al siguiente día:  “Hemingway iría al Cuzco  y a Lima, pero le tiene más miedo a los homenajes que a los tigres”.
En el fondo, yo lo había arruinado todo.



El Viejo Santiago Traicionado

“Al calamar hay que comerlo en su tinta” dijo en su diario el periodista Jorge Donayre. Y así fue. A Hemingway “nos lo comimos en su tinta”
Yo fui  con Hemingway a alta mar. Me embarqué sin que se diera cuenta, en la lancha “Pescadores Dos” a la que subí de “pavo”.  A la que subí con un portaviandas, y donde tuve que esconderme en un W.C. pero de lujo.
Hemingway iba de pie en la cubierta de la “Miss Texas” del Club Cabo Blanco. Iba mirando el horizonte.  Con su “jockey” metido hasta las orejas y su “short” que permitía verle las largas y poderosas piernas de andarín. Llevaba los brazos al aire como unas banderas, mostrando una musculatura de leñador. Bajó después de una hora y se puso a jugar con su caña de pescar.
—Total, esa es la vida, Ernest Hemingway: Juegos, jugar…

Jugar a atrapar un pez después de una hora de espera o de lucha.O al  revés. Porque esa es su vida.
Juego de azar. Tirar el anzuelo y ponerse a esperar como un chino. La lancha cabriolea con un interminable “pega cortada” con el mar. Detrás viene un pez de mentira y otro de verdad. Un pez grande y un pequeño. Cumpliendo cada cual con esa ley casi bíblica de que el pez grande se comerá al chico.
Allí iba Hemingway jugándole sucio al merlín que quería pescar para su película. Porque la carnada era un pez de metal.  Yo lo vi. Era un pez brillante, nuevecito. Hemingway quedaba mal. No les jugaba limpio a los peces.
Hemingway se movía lentamente. Cuando llegó al aeropuerto, un compañero dijo que parecía un oso polar.  No se  equivocó. Así se movía en la lancha.  Y no por no poderlo hacer a la velocidad de un balazo o de un “upper-cut” sino porque él es así. Recordé la opinión de un escritor y le dije a propósito, con el pensamiento:
―Usted es frívolo, Mr. Hemingway.
―No ―protestó el — recuerde la obviedad de los movimientos de los animales. Los animales pueden ser obvios pero no ridículos ni frívolos.

Eran las tres. Ocho horas estábamos ya en el ejercicio. Hemingway se escurrió dentro de la lancha, aburrido o arrepentido de estar traicionando al personaje de su “Viejo y el Mar”. Porque el viejo Santiago estaba solo con su pez y su inmensidad. Y Hemingway no. Hemingway estaba acompañado, en una lancha de lujo y con amigos. Con su whiskey, sus sandwiches de jamón y huevo duro. Él no estaba solo. Pensaría en el viejo Santiago y su mar y debió sentir remordimiento. Debió aburrirse con la compañía de los demás.
Por eso se metió de cabeza en la lanchita feroz.



¿Hemingway es Esnobista?

Desde la “Pescadores Dos” se veía el rostro del viejo Ernest. El sol era un herrero que atizaba sobre la tez del escritor. De repente se alegró a fondo. Cada metro de cordel  que halaba hacía cambiar en gesto a la tripulación. Todo se apagó como un volcán, cuando RufinoTumee,Capitán, gritó: “No es merlín, sino jibia“
Mary Hemingway, obscureció, también su  alegría  gigante. Hace diez años que es su mujer. Contó: “Nos conocimos en Londres, cuando él y yo éramos corresponsales de guerra. Solíamos conversar mucho de la vida, metidos en unos pesadísimos capotes militares, mientras la neblina se empecinaba en tumbar el  ‘Big Ben’.  Nos  enamoramos a primera vista. En 1945 nos separamos para reunirnos en Cuba“. ”Es la cuarta y última mujer” dijo por su parte el novelista.
―¿Hemingway es humano por naturaleza o por snob?
―La mujer de “Papá” como le llaman al viejo Ernest, cariñosamente, no se molestó por la pregunta. Cuando recibió el Premio Nobel, dicen que dijo que Sandburg era más llamado a recibirlo. Hemingway entregó al chofer y a todos sus servidores diez sueldos de gratificación.
―¿Y a usted, señora?
―Me ofreció una escopeta que esperamos comprarla en París, y un cheque de dos mil dólares.
—¿Y todavía tienen dinero?
La pregunta estuvo de más. Mary Hemingway repitió las palabras que su marido dijo dos días antes:  ”Ya no nos queda nada“.



La Mujer de Hemingway 

Hubo un momento en que Mary Hemingway volvió rapidísimamente la cabeza y me sorprendió contemplándola. Yo me escondí detrás del humo de su cigarrillo para no caer in fraganti.
Estaba desde mucho rato atrás  con una sonrisa de cuarto creciente, mientras en la otra lancha, su marido tiraba del cordel y estaba feliz. Cuando Hemingway no sacó nada, su sonrisa en creciente se convirtió en menguante. Su alegría, en efecto, estaba en función de la de él. Era una confirmación de lo que dos días atrás me dijo en el campo de aviación. Cuando le pregunté si se casó con el novelista o con el hombre. “Me casé con el hombre al que amo y no con el novelista al que admiro“.
Eran las tres y ya me moría de hambre. Mi hambre reclamaba desde el desayuno. Cuando ella me invitó a almorzar, yo volé. Comí sándwiches de jamón con queso.  Una pasta amarilla que no me gustó. Y cerveza. Para finalizar me dio una servilletita de papel que yo agradecí con risa a media agua.
Después, Mary Hemingway con su pantalón pescador y sus piernas nadando en aceite de almendras, con su blusa marinera y su sombrero de Catacaos, volvió a hablar del novelista. Relató sus aventuras en el África con accidentes  y todo, en los que casi pierden la vida. Habló de su afición a las corridas de toros y a la amistad con Dominguín.
Allí supe de Hemingway, desde la hora en que se levanta hasta las películas que ve, de su gusto por el “chifa” hasta su desinterés por saber de Faulkner, etc. Allí supe de su odio a la guerra y de cuantos whiskeys por día sabe beber. Allí supe mucho. 

 

Cómo Escribir Una Novela

A Hemingway, el día que llegó a Talara, se le pregunto:
―¿Es usted capaz de dar una receta para escribir una novela?
Él contestó:
—Hay que vivir y hay que inventar.
—¿Cómo inventar?
—Inventar sobre lo que se ha vivido. Hay que escribir las propias experiencias  y agregarles un poco de fantasía.
—De acuerdo a este concepto, ¿cuánto hay de realidad y cuánto de fantasía en sus obras; por ejemplo, en “Por Quién Doblan las Campanas”?
—Estuve en la Guerra Civil Española como Corresponsal, desde que comenzó hasta que terminó. La conclusión puede sacarla usted mismo.
Hubo oportunidad para que el viejo novelista se pusiera pensativo y triste. Para que pensara  en el Gary Cooper izquierdista y repitiera aquello de “La muerte de todo ser me disminuye, porque soy una parte de la humanidad.  Por eso no me gusta preguntar Por quién Doblan las Campanas”.
Y en seguida se sintió como que exclamaba:
―¡Están doblando por ti!



La Muerte es una Ramera

Después le pregunté por “El Viejo y el Mar”. Él respondió:
―Lo escribí en 80 días. Lo pensé 13 años ¿Está conforme?
―Lo que quiere decir que…
—Primero hay que vivir y luego escribir sobre una verdad profunda, que eso tiene más valor que la literatura misma.
—¿Cuál será su próxima aventura?
—No sé, las aventuras vienen a buscarme.
—¿Usted es republicano o demócrata?
―Ni lo uno ni lo otro. Mis antepasados fueron políticos, yo no. Mi abuelo era un “fregado”. Fue un republicano que nunca se sentó a la mesa con un demócrata.”
Esa mañana el cielo de Talara estaba ligeramente nublado. Por algo en un rincón del cielo aparecía un pedazo de arco iris. Había frío. Alguien relacionó la hora con “cortar la mañana”. Entonces a sabiendas, se le preguntó si le gustaba el trago. Claro que dijo que sí.
―¿Y no le hace daño?
—Nunca me ha hecho daño. Además, los periodistas aguantamos cosas peores.
A propósito:
―Como periodista ¿cuál ha sido su mejor noticia?
―La Liberación de París. Yo iba en el ejército de Patton.
Hemingway no escamoteaba ninguna pregunta. Al conminársele a que haga la descripción de Hemingway, contestó:
—Hace muchos años que no me miro al espejo.
Y de sopetón:
―¿Y la muerte?
—Es una prostituta más ―dijo con arte el viejo novelista.
En el minuto fatal, en el último minuto que estaba con nosotros, Hemingway fue genial. Al preguntarle por cuál era el mayor éxito de su vida, expresó rotundamente y filosóficamente:
Durar
Luego se fue. 

 

La Botella de Pisco

Se fue en la camioneta manejada por Plater. Se perdió en la perspectiva de un caminito rural. Iba ansioso. Quería estar pronto con el merlín de su célebre obra.
Esa misma mañana, mientras los dados saltaban  sobre una mesita única del único Hotel de Talara donde hay que hacer grandes esfuerzos para creer que se está en un retazo de la patria, acordamos los periodistas que viajamos desde Lima a entrevistar al famoso escritor norteamericano regalarle una botella de pisco. “Venga la botella” dijimos y nos encaminamos a dársela. Sobre la etiqueta escribí: “Mientras lloren las uvas, yo beberé sus lágrimas”. Y más al pie al lado de un enorme merlín que dibujó Donayre, escribí a 18 puntos: “A Ernest Hemingway, de sus admiradores y noveles colegas peruanos”. Y firmamos.

A las dos de la tarde llegamos al local del Club de Pesca de Cabo Blanco. Lujoso local hecho sólo para ricos. Llegamos  guiados  por una fila de colas de merlín, puestas en unas picotas. Cuando alcanzamos la explanada del Club, la alegría con que Plater festejaba a Hemingway, se fue de narices. Diría: “Me arruinaron”. Hemingway al contrario nos recibió muy feliz.
Cuando tuvo la botella en sus manos, leyó la inscripción y dijo: “Yo beberé estás lágrimas y después guardaré la botella”. Posó para unas fotos y luego bajó al mar. Se perdió en el océano. Iba feliz.

La mujer del campeón de pesca Kid Farrington, que días después en el Hotel Crillón me dijo que a Hemingway le habían dado una fama exagerada de borracho, iba con él. A la Farrington  le contesté que la historia se encargará de juzgarlo y por último, que Hemingway puede darse los lujos que quiere.



Un Criollo “Viejo Santiago”

Mientras tanto los periodistas nos acercamos a Cabo Blanco. Cabo Blanco es una caleta que está entre la amenaza del mar y al amparo de un cerro terroso. Cabo Blanco es un símbolo de un puertito mísero. Corchos redondos flotando en un mar de atarrayas al pie de casas de horcones y totora. Unos, dos, cien pescadores bronceados de un sol cincuenta de estatura. Dueños del mar más que de la tierra conversando en grupos de a ocho. Tumes y Querebalus  zurciendo sus redes. Y un pescador con cinco cervezas en la cabeza preguntando por quién irá a ser el nuevo Presidente, mientras un chancho hociqueaba la calle real y un gallinazo miraba cincuenta metros a la redonda.

Allí, en la caleta de Cabo Blanco, había un “viejo Santiago”. Un setentón y un muchacho de quince años que jalaban a esa hora crepuscular una red interminable.
Nada pescó esa  vez  aquel viejo. Iban también para 84  los días que el mar le jugaba una mala pasada. Pero es una historia muy común, peruana, demasiado vulgar para inmortalizarla en una obra.



Había Una Vez 

Esa segunda tarde Hemingway desembarcó sin cobrar su codiciado merlín. Él no había pescado nada. Yo tampoco. Mi “carnada” y la suya, no habían surtido efecto.  Ambos  parecíamos derrotados, pero no. La esperanza quedaba pendiente.

Hemingway atravesó el muelle. Dos pescadores levantaron la cabeza y lo miraron como a un gringo más, como a un turista más de los que llegan a Cabo Blanco a llevarse mil kilos de un solo anzuelazo.

Casi al final del muelle dos perros se estaban sacando el alma. Peleaban por sus cosas. Fue allí donde Hemingway se paró. Impasible. Abstraído. ÉL, que había visto pelear a los hombres, se detuvo para ver pelear a los perros. Estuvo, como en la Guerra Civil Española, desde el principio hasta el fin.
―¿Cuál es la receta para escribir una novela?
—Hay que vivir y hay que inventar.
―¿Cómo inventar?
―Inventar sobre lo que se ha vivido. Hay que escribir sobre las propias experiencias  y agregarles un poco de fantasía.
Entonces, pareció como que Hemingway comenzó una nueva obra: “Había una vez, dos perros… etc.”



Manuel Jesús Orbegozo, Reportajes, Editorial Ausonia, Lima, Perú, 1958, págs. 87-99


sábado, 9 de octubre de 2021

William Faulkner. Uno de la “Generación Perdida”

 

 Por Manuel Jesús Orbegozo

 

Decabeza de chihuancocalificó José Sabogal a William Faulkner, después de largo rato en que el gran pintor nacional trató de encontrarle un parecido ornitológico a tan eminente escritor. Se lo dijo en voz baja, tan baja que yo fui el único que lo oí. Si Faulkner lo hubiera oído, seguramente no se habría molestado, porque Faulkner tiene un alto concepto de la libertad de expresión y de las bromas. Después, Sabogal amplió su filiación. Dijo que la cabeza de Faulkner, pequeña, de ojos vivaces, pero poderosos, longeva, aguda, parecía la cabeza de un ave audaz. La idea patrocinada por el maestro pintor fue aprobada por unanimidad.

  

Conferencia De Prensa y De La Otra

Ese día, William Faulkner se encontraba de paso a Sao Paulo. Iba a participar en el Congreso de Escritores al que acudía como invitado de honor. La conferencia de prensa fue a las cuatro, en el Hotel Bolívar, donde Faulkner tuvo que afrontar a tanto flash como preguntas le hicieron los periodistas.

“The Public Affairs Office of the United States Information Services”, había invitado a un  “informal gathering and small cocktail (1), que debía realizarse también el Hotel Bolívar, a las siete de la noche. A esa hora todos soltaban los maoscardones de su conversación en torno a la obra del discutido escritor. Aquí profanaban el  “Santuario”, allá alababan “Absalón, Absalón ”, allí daban jaque mate a “Gambito de Caballo”.

Faulkner —¿dijimos ya que tiene gran sentido del humor?se burló de ese refrancito sajón de “time is money”, porque él llegó a las 7.20 de la noche. Lo curioso es que nadie advirtió su ingreso. Parecía un hombre más de los tantos extranjeros que equivocadamente se meten a donde no los los llaman. Vestía de gris, corbata michi y cabellera de invierno riguroso.

(1) Traducción: La Oficina de Asuntos Públicos del Servicio de Información de los Estados Unidos... un encuentro informal y pequeño cóctel. 

 

Bellísímamente 

Faulkner en su asiento central no se sabía si era el juez Dukinfield (2) o algún atormentado asesino de sus novelas. Fumaba en pipa y parecía salir el humo de una chimenea de casita rural.

Las flechas del interrogatorio comenzaron a venir de la izquierda. Preguntas con punta y romas. Preguntas a quemarropa a las que Faulkner contestaba con pasmosa inmutabilidad. A veces hacía un gesto que le obligaba a formar una serie de arruguitas en las comisuras de sus ojos que como afluentes iban a desembocar a una gran “pata de gallo”, que le daba mayor exquisitez a su mirada de inquisidor.

Hablando en Calvario —y esto sin ofender a nadieFaulkner era el Cristo. Los dos de los lados eran Carlos E. Zavaleta y Oswaldo Brown Prado. Más a la periferia estaba la bella secretaria Patricia Sloan, quien lucía una sortija y un cuello de divina orfebrería. Ojos bellísimos, boca de seduccción. Bella, bellísimamente descortés, porque cuando me encontraba abismado escuchando al escritor norteamericano, ella me haló con una señal finísimamente, como con hilo de carrete:

 —¿Quién es usted?

 —Periodista, señorita

—La conferencia de prensa terminó a las cuatro. Esta es reunión de intelectuales.

Hice mutis de su presencia, pero no de la reunión. 

Cometí el pecado de no hacerle caso, a despecho de la vergüenza que pasé de verme desalojado diplomáticamente. Como en una noria comencé a moler a cada momento la palabra relacionada con la intelectualidad. ¿Intelectuales? Aparte de cuatro o cinco, ¿cuáles eran los intelectuales que asistían a la reunión? ¿Es que la señorita Sloan ignora el movimiento intelectual de mi país?

(2) Personaje del cuento Humo, que figura dentro de Gambito de Caballo, recopilación de relatos de corte policíaco de Faulkner.

 

 “Traduce, Pues, Traduce”

Los que servían de intérpretes en la reunión eran el novelista Carlos E. Zavaleta, propugnador (3) de Faulkner  y Oswaldo Brown Bravo. Faulkner estaba a merced de dos lenguas que en sentido directo eran diestra la una y siniestra la otra. Zavaleta traducía a los pocos asistentes a la conversación de Faulkner. Brown Prado, no. Por eso en un momento, Zavaleta le dijo al otro traductor:

—Traduce, pues, traduce...

Instantes después, ante un descuido de Zavaleta que acaparó la conversación, Brown Prado se cobró cuando dirigiéndose a Zavaleta le dijo:

—Traduce, pues, traduce... —ante el regocijo de su propio corazón.

(3) Propugnador: Promotor, patrocinador, difusor, etc.

 

Arte Social 

En la conferencia de prensa, Faulkner dio respuesta a una serie de preguntas con gigantesca habilidad, con ingenio, con sutileza. Se le preguntó desde si era comunista  (—No, soy demócrata como todos los de Mississippi), hasta si es cierto que usted bebe mucho
(—Sí, bebo, gracias), conversación que apareció en todos los diarios. Lo que se olvidaron de consignar fue su respuesta sobre si el arte es deber social o no.

 —No —contestó en efecto, Faulkner— su principal misión es crear algo emocionante y bello, es presentar algo que no se conocía. Lo social o mensaje es puramente incidental.

Allá él. 

 

Los Poetas  “Tough”

—¿Cree que Ezra Pound ha hecho algo por la poesía? —recuerdo que se le preguntó.

—No —fue su respuesta—.Creo que Ezra Pound sólo ha hecho algo por la poesía de Ezra Pound. 

—¿Cuál es su opinión sobre la poesía actual de los Estados Unidos?

Es mala. Este tiempo no es propicio para la poesía.

 Faulkner se refirió luego a una clase de poetas “tough”(4), que puede enfrentarse a esta época y hacer poesía.

—La mayoría de los poetas está escribiendo en prosa.

 (4) Tough: Duro, en inglés. 

Por los datos debe referirse posiblemente a los escritores estadounidenses de la época que formaron parte de la llamada Generación Beat.

 

Faulkner No Es Hombre de Letras 

—¿Qué opina sobre el artículo de “Life”, sobre usted, Mr. Faulkner?
—No lo he leído.
(El que menos murmuró con los ojos. El que menos pensó en la pedantería, la modestia, la ficción, la mentira o la realidad)

—¿Cómo, Mr. Faulkner?
—Tengo tras cosas más interesantes que leer.
Faulkner contestaba a contrabote, lentamente, pero sin titubear, fumando su pipa y mirando profundamente. Sin cambiar su posición de sentado, cruzada su pierna corta sobre el lado derecho.
—Cuando los críticos escriben mal de usted, ¿qué hace?
—Nunca me han importado los críticos. Yo no soy hombre de letras, soy un campesino.



Los Norteamericanos No Piensan

Mientras discutían acaloradamente Cristina Gálvez y una señora gorda de salud, sobre un problema de arte, Faulkner confesaba que él no usaba una máquina de escribir. Sus artículos los hacía a mano.


Luego se le preguntó:
—¿Mencken
(5) ha influenciado en el pensar del pueblo norteamericano?
—No, porque el pueblo norteamericano no piensa. Ellos son buenos, quieren contribuir al progreso de los otros pueblos, pero sólo saben regalar y regalar. Son incapaces de pensar.
—¿Cree que la acción del pueblo norteamericano es un escape para no pensar?
—Sí, saltan sobre el pensar como sobre las vallas y se arrojan desmesuradamente a actuar, al dinamismo. El pueblo peruano o brasileño piensa más
—¿Y la mujer?
—Siempre fuma —advirtió graciosamente el ilustre visitante que en ese instante fue asediado por la mirada de protesta de la bella Miss Sloan.

(5) H. L. Mencken (1880-1956). Periodista, ensayista y crítico cultural estadounidense.

 
Detesto la Discriminación

Un intelectual, émulo de Martín Adán (6) en el sentido de aquel también bebe, le interrogó:

—¿Cuál es, en realidad, su propuesta para que termine para siempre la discriminación racial que sufren los negros en el Sur de su país?
—Propongo que los estados del sur se gobiernen solos, que no soporten la intervención del Gobierno Federal.


Y calló. Por su mente probablemente pasaban en cinematográfica forma los recuerdos de “expiación” de los hombres de brea. También a nosotros nos pasaba lo mismo, fuimos capaces hasta de repetir los versos de Stephen Vincent Benét:

Y en todas partes
una tierra negra se estremece, un viento sopla sobre la tierra negra
Un viento sopla en caras negras, contra manos
rugosas contraídas sobre el azadón, anudadas con reumatismo
en espaldas ancianas que se curvan sobre el algodón.
El viento de frescura, el viento del júbilo


pero nos arrepentimos.

Por último, hubo una pregunta necesaria y definitiva:
—¿Qué piensa sobre la discriminación?
La detesto.

 (6) Martín Adán. Seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides (1908-1985), poeta y narrador peruano.

 

Ciro Alegría

Mientras salía de un cargamontón (7)  que le habían hecho los asistentes sobre los hombres de su generación, de la famosa “Generación Perdida”, se le preguntó si cuando él escribe piensa en el lector. Dijo que no.

—Yo soy mi único lector…

Se le preguntó si había leído “Ulises” antes de escribir su libro Santuario”, con el cual hay similitud. Dijo que no. Cuando lo pregunté si había leído a Ciro Alegría, también dijo que no. (Otros ojos se expandieron de admiración por su incultura que poco a poco se refrescó, cuando pensamos mucho que a lo mejor Ciro Alegría tampoco ha leído a Faulkner).

(7) Cargamontón: Perú. Acoso a alguien entre varias personas. RAE


La Guerra

 —¿La humanidad de hoy ha mejorado, Mr. Faulkner?
—Sí, notablemente, en relación con la de hace cien años. Ahora hay que soportar más frío y hay buenos libros por 25 centavos. Sólo las estupideces, la ambición, la locura y las tonterías continúan.

Recordando su estada en Europa, exactamente después de la primera y segunda imbecilidad humana, se le preguntó:
—¿Qué diferencia notó usted entre la Europa de 1914 y la de 1947?
—Exactamente la de una guerra—respondió sutilmente.
Al inquirírsele si pensaba que la guerra estaba destinada a desaparecer, el notable escritor manifestó que no.



Su Abuelo Ignorante

Cuando Faulkner contó que su abuelo tomó parte activa en la Guerra de Secesión de los Estados Unidos, alguien le preguntó:
—¿Cómo, su abuelo no fue escritor?
—No —contestó violentamente Faulkner—. Mi abuelo fue un ignorante.

 

Zavaleta, El Propugnador

Zavaleta, que ese día llevaba consigo dos ejemplares de “La Batalla” (8), que todavía estaban frescos de tinta de imprenta, y que días antes me dijera que Faulkner sólo tenía el valor de ser un revolucionario y un artífice de la técnica, se alejó del eminente escritor, lo suficiente como para acercarnos hasta la oreja menuda de Faulkner para decirle:
—Usted sabe, Mr. Faulkner, que quien está a su lado es uno de los que más lo atacan.

Faulkner hizo un giro de cabeza para contemplar a su propugnador, luego volvió para contestarnos sonriendo:
—Sí lo sé, esta mañana hemos discutido bastante.

(8) La Batalla: Colección de relatos, aparecida en 1954, del escritor peruano Carlos E. Zavaleta (1928-2011) .

 
Desapariciones

Cerca ya de las nueve de la noche, la bella Patricia estaba desesperada por Faulkner. Faulkner, no. Parecía que él estaba contento. Total, no sé quién dio por terminada la reunión. Faulkner desapareció del escenario sin despedirse.
También desaparecieron de la mesita dos libros de Faulkner pertenecientes a Zavaleta, que llevó toda la bibliografía para darle ambiente a la reunión. Zavaleta se echó a jugar a la gallina ciega buscando sus libros. Dos eran los que le faltaban. (El otro, no sé quién se lo llevó).


Manuel Jesús Orbegozo, Reportajes, Editorial Ausonia, Lima, Perú, 1958, págs 67-75


Las notas añadidas son mías. B.A.

Sobre la llamada  Generación Perdida véase aquí:

 Generación Perdida