Recuerdos de los días del bandolerismo en los Estados Unidos
Por Fairfax Downey
Las diligencias norteamericanas Concord, de mediados del sigloXIX, tenían fama de elegantes, y lo eran en efecto. Doradas volutas adornaban el exterior de la caja escarlata. Las portezuelas ostentaban hermosas vistas y amenos paisajes. Las ruedas,de fresno amarillo pulimentado, relucía como el oro en polvo que se transportaba en el compartimiento de carga delantero. Mas con frecuencia echaban a perderla la apariencia del carrruaje los agujeros y rasaduras (1) que dejaban en él las flechas de los indios y los perdigones de los salteadores. Pues la Concord era el principal vehículo de transporte de las colonias mineras durante la invasión de California por los buscadores de oro. Era, también, el carruaje mejor armado y defendido que se haya visto nunca en tiempo de paz.
(1) Rasadura: Rozadura.
Fabricaba estas diligencias la empresa Abbot, Downing & Co., de la ciudad de Concord, capital del estado de New Hampshire (de ahí el nombre). Centenares de ellas se enviaban en barcos de vela, por el cabo de Hornos, a las regiones mineras del oeste de los Estados Unidos. Cada diligencia pesaba 1080 kilos, costaba 2400 dólares. Eran muy resistentes; aguantaban, sin sufrir avería, no sólo las violentas sacudidas con que marchaban por los escabrosos caminos de aquellos tiempos, sino hasta uno que otro vuelco en los peligrosos zanjones. Las piezas se gastaban, pero no se rompían.
Tirada por seis caballos, que eran relevados de trecho en trecho, la diligencia hacía una jornada de 160 kilómetros o más.
Entronizado en el pescante (2), el mayoral (3) manejaba, con sus riendas múltiples, las tres parejas de animales.Tanta era su destreza con el látigo que lo mismo espantaba suavemente una mosca de las orejas de un caballlo delantero, que le arrebataba la escopeta a un salteador (4).
(2) Pescante:
Asiento delantero en el exterior de un carruaje en el que va el cochero
y desde donde gobierna las mulas o los caballos. Oxford Languages
(3) Mayoral: conductor, cochero.
(4) Salteador: Persona que asaltaba o robaba en caminos o lugares despoblados. Oxford Languages
Al lado del mayoral iba el guarda, llamado escopetero, a quien la compañía del expreso empleaba para escoltar sus despachos. Sobre las piernas llevaba su escopeta de dos cañones, arma que prefería por el ancho campo que abarcaba con sus mortíferos perdigones, sin embargo, manejaba bien el rifle, y tenía varios revólveres a la mano.
La caja del expreso, el correo y los equipajes iban en dos compartimientos, uno delante y otro atrás, que eran como las bodegas de la Concord. Antes de partir de una estación o paradero, mientras los viajeros engullían precipitadamente el desayuno, o se bebían el último trago en la cantina, el mayoral anunciaba a gritos los nombres de los lugares de parada. A poco chasqueaba el látigo, y la diligencia emprendía la marcha.
Al regreso de las minas, la caja del expreso iba llena de oro en polvo, y el coche era, naturalemente, presa muy apetecida por los salteadores.
A menudo, en algún lugar solitario, el salteador acechaba cerca de la cresta de una colina, y al ver llegar la diligencia, gritaba: ¡Alto! El mayoral obedecía. Un hombre enmascarado, con la escopeta lista para disparar, avanzaba hacia la diligencia. Podría ser Dick Barter, apodado Serpiente de Cascabel, a la cabeza de su pandilla; o Tom Bell, médico veterano de la guerra de México, que con gran habilidad y esmero vendaba las heridas de sus víctimas; o quizás algún mozalbete aventurero a quien le había ido mal en las minas.
«¡Tira esa caja!» gritaba el bandido. Entonces sucedía una de dos cosas: o el cochero sacaba la caja del expreso y la arrojaba al camino, después de lo cual se le permitía seguir; o el guarda hacía fuego, y se trababa el combate.
Si los salteadores se tomaban la molestia de robar a los viajeros, sabían hacerlo muy cortésmente y con gran consideración. Dejaban a unos las prendas de valor sentimental, y a otros, si alegaban pobreza, se abstenían de quitarles nada.
Durante los primeros años que siguieron al descubrimiento de las minas de California, en 1848, el oro salía de ellas en abundancia y era transportado sin peligro. Antes de 1852 no hubo en ninguna diligencia robo que ascendiese a mucho. En ese año, los iniciadores del bandolerismo se apoderaron de una caja de expreso que llevaba 7500 dólares. En 1855, la pandilla de Dick Barter atacó un cargamento de la empresa Wells Fargo, que iba a lomo de mulas, y robó 80.000 dólares de oro en polvo.
El bandolerismo llegó a su apogeo en los Estados Unidos después de la Guerra de Secesión (5). Las pandillas existentes fueron engrosadas por un gran número de los soldados a quienes se dio de baja, y los cuales eran holgazanes consuetudinarios.
(5) O Guerra Civil Estadounidense (1861-1865)
En algunos caminos se hiceron frecuentes los asaltos .que, según se decía, los caballos paraban por su propia cuenta al llegar a los «lugares de costumbre». Se cuenta que uno de los compradores de oro en polvo al que habían hecho asalto tras asalto, acabó acudiendo al recurso de meter varias culebras de cascabel entre la caja donde llevaba su tesoro. A un vendedor de plata le habían robado tanta, que recurrió al ingenioso arbitrio de enviarla en balas de cañón, que pesaban unos 340 kilos cada una y que los bandidos no podían mover. Algunos de éstos le hicieron saber que no consideraban limpio ni decente aquel método suyo.
El asalto de diligencia alcanzó un punto en que hasta las mujeres llegaron a practicarlo. Una de ellas, llamada Dutch Kate o Kate la alemana, asaltó una diligencia de California para resarcirse de 2000 dólares que había perdido en el juego. Sin embargo, la suerte nose portó muy bien con ella, pues además de que en la caja del oro no había nada que valiese la pena, entre los ocupantes de la diligencia se le pasó inadvertido uno que llevaba 15.000 dólares en un saquito de mano. En Arizona, un jurado, más galante que justo, absolvió a una bandolera del cargo de asalto, aunque la habían cogido en flagrante (6), pero la condenó a prisión por haber desarmado al mayoral, cosa impropia de una señora.
(6) En Flagrante. Locución adverbial en español equivalente a la locución latina In Fraganti que significa: en el mismo momento que se está cometiendo o realizando una acción censurable. In fraganti
Pero la tolerancia con los salteadores, no pasó de ahí. Pocos llegaron a viejos. Tom Bell, el médico antes mencionado, prosperó hasta el día de 1856, aciago para él, en que uno de sus atalayas le avisó queladiligencia de Marysville,del estadode California, llevaba 100.000 dólares en oro. En ella iba John Gear, mayoral; Bill Dobson, guarda, y nueve viajeros, entre ellos cuatro chinos y una mujer negra.
Bell y seis de sus secuaces saltaron a la silla y partieron en busca de tan rica presa. Su plan era que uno de ellos detuviese los caballos delanteros de la diligencia y los otros tres la atacaran por los flancos. Mas sucedió que un comprador de oro en polvo, dueño de gran parte del que la diligencia llevaba, iba detrás de ella a caballo, porque el balanceo lo mareaba. Tres miembros de la pandilla se detuvieron a desarmarlo, y no llegaron a tiempo para tomar parte en el ataque cuando Bell y sus tres compañeros asaltaron la diligencia.
Aunque la lucha era desigual y los viajeros tenían poquísimas posiblidades de triunfo, Dobson entró entró en combate sin vacilar, haciendo fuego, primero con sus dos escopetas, y luego con todos los revólveres que llevaba. Al primer tiro tumbó de la silla a Tom Bell.
Los fusiles de los atacantes contestaron con una furiosa descarga. Una de las portezuelas se abrió violentamente. Los cuatro chinos y otro pasajero saltaron a tierra y desaparecieron. Bell, a quien Dobson no había herido sino levemente, estaba otra vez a caballo y haciendo fuego. Los pasajeros que quedaban en la diligencia empezaron a disparar también, hiriendo a otro salteador. La pandilla retrocedió hasta más allá de la orilla del camino. Dobson, después de tumbar de la silla a un bandido más, gritó al mayoral: «¡Sigue!»
Aunque herido en un brazo, el mayoral chasqueó el látigo, y los caballos partieron de nuevo. A poco, la diligencia entró en Marysville con sus bajas: la negra muerta, uno de los viajeros herido en ambas piernas, y otro con una herida superficial en la frente.
Los vecinos de la localidad, alarmados, siguieron la pista a los bandidos, y en pocas semanas acabaron con casi todos ellos. Completó la obra un cuerpo de gente armada enviado por las autoridades, el cual aprehendió a Bell y, después de darle tiempoa para escribir unas pocas cartas, lo colgó de un árbol.
Careciendo de ayuda oficial eficaz, las compañías de expreso tomaron medidas para dificultarle la tarea al salteador. Reforzaron bien las cajas y las acerrojaron. Ofrecieron un premio de 250 dólres por cada salteador que fuese aprehendido. Los detectives se dedicaron con empeño a la caza de bandoleros. El tenaz J.B. Hume logró al fin dar con Black Bart, uno de los salteadores más temibles, y prenderlo.
En ocho años, este Black Bart cometió más de veinticinco robos, sin ayuda de nadie. Nunca disparó un tiro. En realidad, él mismo declaró después que su escopeta jamás estaba cargada. Sólo una vez le hicieron fuego, pero no lo hirieron. Después de cada robo, se esfumaba. Nadie lo conocía, y cuando paraba a comer en la casa de algún campesino, nadie veía nada de bandido en sus modales de caballero ni en su cara bondadosa, ni sospechaba que en la maleta llevase una capucha, una escopeta desarmada y una buena cantidad de oro robado. En los intervalos que mediaban entre robo y robo, vivía sosegadamente en San Francisco, donde pasaba por minero.
Con gran paciencia y perseverancia, el detective Hume fue atando cabos hasta salirse con la suya: la marca de una lavandería en un pañuelo; una descripción hecha por una sirvienta observadora, y otra de un cazador que por casualidad pasó cuando el bandido, desenmascarado estaba abriendo una caja robada. Hume aprehendió a Black Bart en San Francisco y próbó que era Charles E. Boles, quien había abandonado a su mujer y a su hija después de la Guerra de Secesión. Declarado culpable, Bart o Boles, cumplió una condena en el presidio, después de la cual desapareció. Se le atribuyeron un gran número de robos ocurridos en sus viejos andurriales (7), pero nunca se probó que él hubiese sido el autor.
(7) Andurrial: Lugar retirado al que resulta difícil llegar. Oxford Languages. Paraje extraviado o fuera de camino. RAE
El aumento de las remesas de oro y plata, cuyo valor ascendía a veces hasta 200.000 dólares, obligó a las compañías de expreso a emplear un número de guardas suficiente para hacer cara a toda eventualidad. Se formó una guardia de ocho hombres para la diligencia que, en las colinas de Dakota del Sur llamadas Black Hills, iba de Deadwood a Sidney, llevando el oro de la maravillosa mina de Homestake. Cuatro de los hombres iban a caballo, dos adelante de la diligencia y dos detrás. Los otros cuatro iban en ella. El coche era una verdadera fortaleza rodante, con blindaje y troneras (8). Llámabanlo el Acorazado.
(8) Tronera: Abertura o agujero estrecho en el costado de un buque, en un muro o en otro lugar, que se utiliza para disparar con protección. Ventana pequeña y por lo general estrecha. Oxford Languages
Una pandilla de salteadores resueltos atacó la diligencia un día de septiembre de 1878. La esperaron emboscados en el puesto de relevo de Canyon Springs, después de encerrar a los empleados.
Sucedió que ese día la diligencia aunque llevaba 45.000 dólares de oro y plata, no tenía su guardia completa. Faltábanle los jinetes de vanguardia y retaguardia, y en ella no iban sino tres guardas: Gail Hill en el pescante, y Scott Davis y Bill Smith adentro. El mayoral era Gene Barnett.
Al llegar al puesto de relevo, dio éste la acostumbrada voz de aviso al encargado, pero solamente el eco le respondió. Al bajar Gail Hill del pescante, el cañón de una escopeta asomó por una tronera abierta en la pared, y acto seguido resonó un disparo.; la carga de perdigones le entró por la espalda, causándole heridas de las que murió después. Sin embargo, aún quedaba ánimo en el valiente mozo para continuar la pelea. Volviéndose de cara a los bandidos, levantó la escopeta y apuntó; mas en ese mismo instante lo hirió otra carga de perdigones. Dio unos pocos pasos tambaleando, y se desplomó sin sentido a la orilla del camino.
Smith, a quien había alcanzado una astilla del carruaje, creyó que estaba gravemente herido, y se tendió en el suelo, incapaz de seguir tomando parte en el combate. Scott Davis, el otro guarda, escapó por la parte posterior y, amparándose detrás de un árbol, hizo a Barnett señas de que siguiera. Cuando el resuelto mayoral preparaba sus caballos para lanzarse a todo correr, un bandido salió precipitadamente de la casa y trató de detener a los dos caballos delanteros. Davis, desde el árbol, le agujereó con su escopeta.
Los salteadores vieron que era necesario suprimir a Davis, pues de otro modo la intentona fracasaría. Uno de ellos trató de flanquearlo; pero Gail Hill lovio y, a pesar de sus penosas heridas y de estar a punto de desmayarse, hizo un esfuerzo supremo, levantó su escopeta y disparó. El salteador cayó muerto.
Para entonces, el jefe de la pandilla había hecho bajar del pescante a Barnett, el mayoral, y escudándose con él, se acercaba al árbol que protegía a Davis. Éste, no pudiendo hacer fuego al bandido, corrió por entre el monte en busca de deauxilio; pero, antes que volviera, los salteadores que quedaban se apoderaron de la caja en que iban el oro y la plata, y huyeron con ella sanos y salvos.
Aún quedan hoy rastros y reliquias de aquellos borrascosos tiempos. En muchas regiones del oeste norteamericano hay todavía oro enterrado que los ladrones no pudieron sacar antes que la muerte los sorprendiera en sus fechorías. Dícese que en el monte Trinity, de California, hay entierrros cuyo valor asciende a 40.000 dólares, y que en Wyoming los hay que valen 150.000. En la estación ferroviaria de Concord se exhibe una de las famosas diligencias a que la ciudad dio su nombre. Otra de ellas se conserva en la Institución Smithsoniana en Washington.
Fuente:
Revista Selecciones del Reader’s Digest, Septiembre de 1945, tomo
X, N° 58, págs. 55-59, Selecciones del Reader’s Digest, S.A., La Habana, Cuba
Las notas añadidas son mías. B.A.
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