Por Tim Harford
BBC
Serie: "50 cosas que hicieron la economía moderna"
Cuenta la historia que a finales de
1876 un hombre joven llamado John Warne Gates construyó un corral de
alambre en una plaza militar de San Antonio, Texas, en Estados Unidos.
En él metió el ganado más fuerte y salvaje de Texas, o al menos así lo describió él.
Otros afirman que eran animales dóciles y hay quienes incluso dudan si esta historia realmente ocurrió.
Pero no importa.
El
asunto es que John Warne Gates -quien luego se ganaría el apodo de
"Apuesto un millón" Gates- comenzó a aceptar apuestas de transeúntes
sobre si los animales lograrían romper el aparentemente frágil alambrado y salir del corral.
No
lo lograron nunca. Ni siquiera cuando el ayudante de Gates, un vaquero
mexicano, comenzó a perseguir a los animales sosteniendo un hierro
caliente en cada mano y gritando en español.
"Apuesto un millón" Gates no estaba tan interesado en ganar apuestas. Su desafío era más grande.
Quería vender un nuevo tipo de alambre y los pedidos comenzaron a llover.
¿El más grande descubrimiento de la década?
La publicidad aseguraba que este alambre era "El más grande descubrimiento de la época".
Gates lo describía de forma más poética: "Más liviano que el aire, más fuerte que el whisky, más barato que el polvo".
Nosotros lo conocemos simplemente como alambre de púas.
Llamar
al alambre de púas el más grande descubrimiento de la época es algo
exagerado, incluso si tenemos en cuenta que en ese momento los
publicistas no sabían que Alexander Graham Bell estaba a punto de
patentar su teléfono.
Sin embargo, aunque ahora nos es fácil entender cómo el teléfono transformó el mundo, lo cierto es que el alambre de púas generó cambios enormes en el Lejano Oeste de EE.UU. y de forma mucho más rápida.
Alambre retorcido
El diseño creado por Joseph Glidden de DeKalb, Illinois, no fue el primero, pero sí el mejor.
Es el que aún se usa hoy en granjas de todo el mundo.
El
alambre puntudo se retuerce alrededor del alambre liso y luego se usa
un segundo alambre para evitar que las púas se corran de lugar.
Los granjeros lo compraron en masa.
Tenían sus motivos para estar desesperados por conseguir alambre de púas.
Para formar un hogar en tierra ajena
Unos años antes el presidente Abraham Lincoln había firmado la Ley de Propiedad Ocupada* de 1862.
* En inglés, Homestead Act.
Esta especificaba que cualquier
ciudadano honesto -incluyendo a mujeres y esclavos liberados- podía
reclamar hasta 160 acres de tierra* (0,65 kilómetros cuadrados) en los
territorios del oeste.
* Aproximadamente unas 65 hectáreas.
Solo tenían que construir un hogar y trabajar la tierra por 5 años.
Suena
sencillo, pero tratándose de una pradera gigantesca de pastos altos y
gruesos, esos territorios eran más aptos para una vida nómade que para
instalarse.
La tierra le pertenecía a los pueblos originarios.
Tras
el arribo de los europeos y su empuje hacia el oeste, los vaqueros
usaron esos territorios para arrear a su ganado libremente por el
extenso terreno.
Pero los nuevos colonos necesitaban cercas, como mínimo para evitar
que todo ese ganado que pastaba libremente destruyera sus cultivos.
Y
no había mucha madera, ciertamente no suficiente como para hacer vallas
de kilómetros y kilómetros en lo que muchas veces se llamó "El desierto
estadounidense".
Los granjeros intentaron crear cercos de arbustos pero estos crecían muy lentamente y eran inflexibles.
Los alambrados tradicionales tampoco servían: los animales los aplastaban con facilidad.
Era un gran problema y el alambre de púas fue la solución.
Las púas lograron lo que la Ley de Propiedad Ocupada no pudo
Hasta su creación, la propiedad privada en los territorios del Lejano Oeste era algo poco frecuente,
simplemente porque no era viable en un espacio sin fronteras, que
parecía más un océano que una extensión de terreno cultivable.
El alambre de púas se hizo muy popular porque resolvió uno de los problemas más grandes de los colonizadores.
Pero también generó violentos desacuerdos.
Y no es difícil entender por qué.
Los nuevos colonos se querían apropiar de tierras que pertenecían a varias tribus nativas.
No es sorprendente que estas tribus llamaran al alambre de púas "La soga del Diablo".
Los cowboys también lo odiaban.
Estaban acostumbrados a que sus animales pudieran pastar libremente.
Ahora algunos tenían heridas e infecciones.
Cuando había tormentas de nieve miles quedaban enganchados en los alambres y morían cuando intentaban trasladarse hacia el sur.
Cercos ilegales
La gracia del alambre para los colonos era que servía para demarcar los límites legales, pero muchos también lo usaron para crear cercos ilegales, en un intento de adueñarse de tierras públicas.
Por
eso estallaron también las "guerras de corte de cercos", en las que
bandas enmascaradas -con nombres como los Diablos Azules o las
Javelinas- cortaban los alambres y amenazaban de muerte a los dueños
para que no los volvieran a poner.
Eventualmente las autoridades lograron imponer el orden y las guerras llegaron a su fin.
Los alambres de púas quedaron en pie. Hubo ganadores y perdedores.
"Me
enferma", escribió un vaquero en 1883, "cuando pienso en las cebollas y
las papas irlandesas que están creciendo donde los caballos deberían
estar ejercitando".
Si los cowboys estaban furiosos, aún más lo estaban los indígenas americanos.
Guerra de palabras
Estas feroces discusiones en la frontera se vieron reflejadas en un debate filosófico.
El
filósofo inglés del siglo XVII John Locke -que tuvo gran influencia
sobre los fundadores de EE.UU.- se preguntaba cómo era posible que
alguien pudiera legalmente ser dueño de tierras.
Alguna vez nadie fue dueño de nada. Locke sostenía que sólo somos dueños de nuestro trabajo.
Y
si aplicas tu trabajo a la tierra que es de la naturaleza y no
pertenece a nadie -por ejemplo si la cultivas- entonces te estás
haciendo dueño de esa tierra trabajada.
Tonterías, respondió el filósofo francés Jean-Jacques Rousseau un siglo después.
Rousseau se oponía al concepto de los espacios privados.
En su "Discurso sobre Inequidad"* lamentó que "el primer hombre que cercó un pedazo de tierra y pensó 'es mío' encontrara personas tan simples que le creyeran".
*El título más conocido en español es Discurso sobre el Origen y los Fundamentos de la Desigualdad entre los Hombres (1755).
Ese hombre -según Rousseau- fue el verdadero fundador de la sociedad civil, algo que para él no era un elogio.
Pero más allá de sus palabras, lo cierto es que la gran mayoría de las economías modernas se basan en la propiedad privada, es decir, en el concepto legal de que casi todo tiene dueño, por lo general una persona o una empresa.
Las
economías modernas también parten de la idea de que la propiedad
privada es algo bueno, porque incentiva a las personas e invertir y
mejorar aquello que es suyo, sea un terreno en el oeste de EE.UU., un
departamento en Calcuta o la propiedad intelectual de los derechos de
Mickey Mouse.
Es un argumento poderoso y fue usado de
manera implacable y cínica por quienes sostenían que los pueblos nativos
no tenían realmente derechos sobre su territorio porque no lo desarrollaban de la forma que los europeos consideraban apto.
De
modo que la historia sobre cómo el alambre de púas transformó al Lejano
Oeste también es la historia de cómo los derechos de propiedad
cambiaron al mundo.
Y es además la historia de cómo, incluso en una economía sofisticada, a veces lo que dice la ley importa menos de lo que puede hacerse en términos prácticos.
El Acta de Propiedad Ocupada de 1862 estableció las reglas sobre quién era dueño de qué en el Viejo Oeste.
Pero esas reglas no significaron mucho hasta que fueron reforzadas por el alambre de púas.
Entretanto, los barones del alambre de púas -Joseph Glidden, "Apuesto un millón" Gates y varios otros- se hicieron ricos.
El año que Glidden obtuvo la patente de su alambre de púas se produjeron 51km de alambre.
Seis años más tarde, en 1880, su fábrica en DeKalb produjo 423.000 kilómetros, suficiente para dar diez vueltas alrededor de la Tierra.
Fuente:
http://www.bbc.com/mundo/noticias-40446860
Las notas añadidas con asterisco son mías (B.A.)
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