1520
El propio Moctezuma salió a recibir a Cortés. Sin embargo, a través de los días la actitud mexicana fue cambiando hacia los españoles al escalonarse sucesos tales como el aprisionamiento de Moctezuma y su consiguiente desprestigio ante los suyos, la conjuración reprimida del rey de Tezcoco, el acto de derribar por orden de Cortés el ídolo del dios de la guerra en su propio templo y, sobre todo, la partida del jefe español hacia la costa en el momento menos oportuno, obligado por la presencia hostil de Pánfilo de Narváez, enviado desde Cuba por el gobernador Velázquez. En Tenochtitlán quedaba como jefe Pedro de Alvarado, hombre duro y decidido que durante la fiesta del dios Tezcatlipoca no supo, o no pudo, contener la reacción mexicana contra los españoles, antes se adelantó a los indios atacando él primero y así, cuando en breve volvió Cortés victorioso de Narváez, halló a toda la ciudad levantada.
El 29 de junio de 1520 moría Moctezuma increpado y apedreado por los suyos; la noche del 30 —la Noche Triste― en medio de la confusión y de la más desorientadora oscuridad. A los siete días llegaba el resto de la hueste a la llanura de Apan, al norte de Tlaxcala, cerca de Otumba y la hallaron llena de guerreros hostiles, pero fueron vencidos.
La Conquista de la Tierra, de Juan Maluquer de Motes et al
1949
La era existencialista no animaba aparentemente al funcionamiento de castillos de cuento de hadas. De hecho, la era existencialista parecía a punto de igualar y reducir a la nada, a base de impuestos, a la Familia, como si no fuera más que otra colección de aterciopeladas reliquias.
Pero los Rothschild volvieron a hacerlo. De forma asombrosa recuperaron su antiguo esplendor. La vieja y sagaz indestructibilidad tornó a reafirmarse.
En 1949 se dio a conocer en forma tradicional en el sitio tradicional: La Bolsa.
El 30 de junio de 1949, sucedían cosas extrañas en la Bolsa de París. Tan pronto como la campana tocó anunciando el principio de las operaciones, Royal Dutch, la compañía mundial de petróleo, empezó a caer. Un gran trust de metales, Río Tinto, bajaba rápidamente. No había razón alguna para esta conducta alarmante, ambas compañías se mantenían en buena forma. No obstante, seguían debilitándose.
Órdenes de venta echaban por tierra otras acciones al mismo tiempo. Le Nickel, gigantesca compañía minera, se iba fundiendo a cada tictac del reloj; y como ella el trust diamantífero de Beers. El azoramiento inundó el mercado. La mayoría de los inversionistas se juntaron al alud que vendía. Los precios llegaron a su punto más bajo.
Poca gente aislaba el factor común a las cuatro acciones en derrumbe: La Familia era gran accionista en todas. Solamente otros importantes tenedores de valores sabían la muerte de Edouard de Rothschild ocurrida aquel mismo día, a la edad de ochenta y un años. Todos se daban cuenta de que los enormes derechos reales sobre la herencia disminuirían considerablemente la fortuna del barón y por tanto el potencial de las compañías que respaldaba. La reducción originada por los impuestos era la orden del día.
A la mañana siguiente, naturalmente, todo el mundo vio la esquela del barón en la primera páginas de los diarios. Las columnas financieras que discutían los derechos a percibir por la herencia, afirmaban que los relativos a las acciones poseídas por el difunto, se basarían en el valor de cierre del día. Y, mientras se tomaban las disposiciones para los funerales, los agentes recibían órdenes de compra de las propias fuentes que les habían mandado vender. Los llamados «papeles Rothschild» se levantaron con la misma puntualidad con que habían caído.
Los Rothschild, de Frederic Morton (traducción de Julio Mateu)
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