martes, 31 de agosto de 2021

"Ahora", "ahorita", "ahoritita", "ahoritica": ¿por qué es tan difícil definir el tiempo (y ponerse de acuerdo) entre los hablantes del español?

 Analía Llorente

HayFestivalQuerétaro@BBCMundo
 
 
"Ahorita le envío el correo", me dijo del otro lado del teléfono con su inconfundible acento mexicano.

Pero pasaban las horas y el correo con la información solicitada no llegaba.

¿Será que el tiempo transcurre de diferente manera entre los hablantes del español de América Latina?, pensé.

Claramente, el adverbio de frecuencia "ahora" está en el centro de este debate.

Según el Diccionario de la lengua de la Real Academia Española, "ahora" significa "en este momento" o "en el tiempo actual". 

Pero la definición no termina ahí porque "ahora" abarca un tiempo muy amplio.

Puede significar "hace poco tiempo", como en "ahora me lo han dicho". O "dentro de poco tiempo", como en "ahora te lo diré".

"El 'ahora' de toda la vida en el español ya tenía los tres significados desde el latín. Increíble ¿no?, señala María José Rincón, filóloga y miembro de Academia Dominicana de la Lengua.

"Quizás ese propio germen de significado hace que esa extensión hacia el futuro o hacia el pasado sea más fácil de manejar dependiendo de la idiosincrasia de la costumbre del país", añade a BBC Mundo.

Y la cuestión de la referencia temporal se complica aún más cuando algunos hablantes de las distintas variantes del español de América Latina le agregan diminutivos como: "ahorita", "ahoritica", "ahoritita" y hasta "ahorititita".

"Parece que estamos hablando otro idioma", dice Rincón. 

 

¿Y Ahora? 

Los deícticos, que son las palabras que marcan el tiempo o el espacio en el idioma, pueden provocar bastantes problemas en la comunicación de los hablantes de una lengua.

"Si para ti 'ahora' es 'ahora' (es decir, en este momento), que una persona te diga: 'te lo mando ahora' pero en realidad quiere decir 'más adelante'; o te diga: 'te lo mandé ahora', que quiere decir que 'ya te lo mandó hace tiempo' te descoloca completamente porque te cambia la percepción temporal", ejemplifica la filóloga.

En América Latina también es frecuente la convivencia de "ahora", "ahorita" y "ahoritita".

Y cada una de ellas puede tener un matiz diferente en cada región o país.

Según datos del Diccionario de americanismos, en México, Guatemala, Honduras, El Salvador, Perú y Bolivia conviven "ahora" (con el significado de "hoy, en el día presente"), "ahorita" (que es "dentro de un momento, más tarde") y "ahoritita" (que significa "ahora mismo").

Incluso en algunos sitios también se escucha el "ahorititita", (para dar más énfasis a la comunicación) recopila el trabajo "La lengua española en América: normas y usos actuales", de la Universidad de Valencia. 

En Puerto Rico y República Dominicana se distingue entre "ahora" (que significa "en este momento") y "ahorita" (que es "dentro de un rato").

En otros lugares, puede pasar que el "ahoritita" expresa una inmediatez superior a la de "ahorita". Y "ahora" termina siendo la menos inmediata. 

 

¿Por Qué Pasa Esto? 

El tiempo nos permite medir la duración o separación de acontecimientos. Y la palabra "ahora" nos ayuda a ordenar sucesos.

En general "el tiempo es una magnitud que es muy difícil de atrapar y el lenguaje trata de hacerlo con palabras aunque a veces se ve completamente superado", analiza Rincón que también dirige el Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía en República Dominicana.

Sin embargo, "el español es un idioma que atrapa muy bien el tiempo porque tiene una riqueza extraordinaria de tiempos verbales combinados con modos verbales", agrega la filóloga.

Y en el caso de "ahora", "ahorita" o "ahoritica", no hay que ser tan rígidos con el significado.

Cada variedad fija un significado concreto. Por ejemplo, la comunidad en Colombia decidió que "ahoritica", el adverbio con dos diminutivos (-ti y -ca) va a significar "ahora mismo" como en "se estrelló un carro, pasó ahoritica mismo".

Mientras que en Cuba el "ahoritica" puede referirse también a "un futuro muy próximo", como en "dijo que ahoritica llegaba".

Es decir, muchas veces el significado sólo con la palabra sin conocer el contexto es muy difícil determinar.

"No tienes que pensar que en la lengua todas las piezas que se ponen significa lo mismo, lo que hacen es darle más expresividad", define Rincón. 

 


 

 -Mesera ¿me trae más pan?

 -Sí señora, ahorita

 

 

 

"Ahorita sirve para no obedecer"

El "ahorita" en México necesita una explicación más detallada.

Para el lingüista mexicano Luis Fernando Lara, en la mayoría de los casos donde se usa "ahorita" y todas sus variantes, las expresiones van relacionadas con el sentido del mandato y los códigos de cortesía de cada comunidad.

"Para un mexicano, cuyas normas de cortesía son muy barrocas, expresiones como 'hazlo ahora' y 'ya' son rudas, pues necesitamos dulcificarlas con oraciones como 'por favor, haz esto ahora', 'si no te es molesto, hazlo ahora', etc.", dice.

Y la respuesta típica mexicana a esos mandatos suele ser "ahorita". ¿Pero cuándo es eso?

"Ese ahorita se interpreta erróneamente como 'en un momento inmediato', pero cuando uno lo estudia, llega a la conclusión de que significa 'se hará cuando se pueda o en el momento oportuno'", analiza Lara que es Director del Diccionario del español de México.

"Esto desconcierta a los extranjeros. Por eso a veces, el interlocutor responde: 'Bueno, pero ahoritita, ahorititita', para exhortar a una acción inmediata", ejemplifica. 

 

 


 -¡Hija lava los trastes!

-Sí mamá, ahorita
 
 
 
 
 
 
 

Pero para el psicólogo social Pablo Fernández Christlieb, el significado de ese "ahorita" es mucho más profundo y está directamente vinculado a la identidad mexicana en respuesta a la opresión de la conquista española.

"Así como la Ñ es para el español, el 'ahorita' es para el español de México y para toda nuestra idiosincrasia porque concentra la historia completa y el orgullo de este país", le dice a BBC Mundo.

"Yo creo que básicamente podría decirse que el 'ahorita' sirve para no obedecer. ¿Cómo le respondía uno con un 'no' a los españoles que daban órdenes? Pues se le decía 'ahorita', por supuesto", analiza el académico de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En resumen, ese "ahorita" nunca iba a pasar.

Y el uso de diminutivos es una manera de apropiarse del lenguaje que se le fue impuesto.

"Cuando le pones un diminutivo a algo que es grande, que está encima de ti, de repente se vuelve chiquito y lo puedes controlar y manipular y ya no es algo que te oprima. Uno tiene el permiso de desobedecer el lenguaje, por lo tanto de desobedecer las órdenes", opina Fernández Christlieb.

 
 

 -¿A qué hora vamos a la fiesta? 
-Ahorita
 
 
 
 






"Luego",  "luego luego, "luego lueguito"
 
 Si bien las confusiones más comunes -si de tiempo estamos hablando- entre los hablantes de las distintas variantes del español de América Latina se dan con la palabra "ahora", no son las únicas.

"Luego" puede expresar sentido de posterioridad temporal como sinónimo de "después".

Aunque en El Salvador "luego" puede significar "temprano", "en las primeras horas del día" y "rápidamente", en Honduras, "ahora mismo" y en Paraguay, "de antemano", según recoge una publicación de la Academia Mexicana de la Lengua.

"El uso mexicano de 'luego' (…) es una posposición de la acción como: 'luego lo hago', y de ahí la respuesta: 'pero luego luego'", para dar más énfasis que la acción se hará de inmediato.

 
 

-¿Cuándo llegó el electricista?

-Luego, luego de que te fuiste.

 
 
 
 
Es decir que la expresión "luego luego" sería más cerca en el tiempo que sólo "luego".

"Increíble, pero sí", dice Rincón sobre esta expresión que también se usa en Guatemala, por ejemplo.

"Si te pones a verlo matemáticamente es una cosa incomprensible. Pero la lengua es así, tiene muchos factores humanos que nos descolocan porque no tiene mucha explicación, o si la tiene es más bien sentimental", opina.

También en el español de América Latina aparecen las expresiones como "luego, lueguito" para decir que algo sucedió inmediatamente después. O también para dar una idea de cercanía geográfica: "El pueblo está cerquita, aquí lueguito"
 
 
Interferencias
 
Lo cierto es que estas confusiones entre los propios hablantes de las distintas variantes del español es algo relativamente nuevo en la historia de nuestro idioma.

Gracias a la fluidez en las comunicaciones y básicamente a internet, en la actualidad tenemos la posibilidad de interactuar con los distintos usuarios del español de todo el mundo y sorprendernos con las diferencias, aunque más de una vez no nos entendamos.

"Quizá nadie nunca pensó que iba a haber un idioma materno hablado por casi 600 millones de personas y que todos pudiéramos hablar con todos al mismo tiempo. Creo que eso tiene mucho que ver con lo que nos está pasando ahora", analiza Rincón.

Entonces por estas interferencias que se producen en la comunicación necesitamos usar cada vez más palabras para evitar ambigüedades.

"Esas diferencias enriquecen. A veces pueden ser peligrosas, pero es bonito que nos demos cuenta que el español es un idioma múltiple, que no hay una cosa mejor dicha que la otra. No hay nadie que hable mejor que yo", dice la filóloga.

Lara coincide: "Nunca habrá un 'acuerdo', pues estos temas que relacionan el significado con la cortesía son tan íntimos de cada sociedad, de cada tradición, de cada cultura, que no se pueden 'corregir'. Más bien es lo que da idea de la diversidad y riqueza de las culturas hispánicas".

 
Este artículo es parte del Hay Festival Querétaro digital, un encuentro de escritores y pensadores que se realiza del 1 al 5 de septiembre de 2021.
 
Fuente:
 

lunes, 30 de agosto de 2021

Cómo el ejercicio físico puede ayudarnos a crear nuevas neuronas y a mejorar la memoria

 Por Isabel María Martín Monzón

The Conversation*

Hace tiempo se pensaba que en el cerebro no se podían generar nuevas neuronas. Éste se entendía como una entidad estática e invariable que, simplemente, degeneraba a medida que envejecíamos o debido a lesiones cerebrales.

No obstante, a partir de los experimentos de la bióloga de la Universidad de Berkeley (Estados Unidos) Marian Diamond, se demostró en 1964 que el cerebro adulto era plástico y adaptativo.

Ese estudio fue pionero en identificar cómo las características del entorno afectaban directamente al desarrollo y crecimiento cerebral.

El experimento realizado contaba con una jaula grande y espaciosa con doce ratas que crecían en un ambiente enriquecido (elementos para jugar o correr en la rueda giratoria, compañía, alimentación diversa), así como con otras doce ratas que se encontraban en una jaula pequeña, aisladas, sin estímulos sociales o de juego.

Tras ochenta días, Diamond analizó sus cerebros y descubrió que el córtex cerebral se había modificado en el grupo del ambiente enriquecido.  

En estos, la corteza cerebral era más extensa, debido al crecimiento de las espinas dendríticas de las neuronas, se observó angiogénesis —mayor número de vasos sanguíneos—, se vió incrementado el nivel del neurotransmisor acetilcolina, así como el del factor neutrófico derivado del cerebro, conocido por sus siglas en inglés BDNF, una proteína que se expresa especialmente en la corteza cerebral y el hipocampo, áreas fundamentales para procesos como aprendizaje y memoria.

Estos datos han generado un sinfín de estudios dirigidos a analizar el papel de cada uno de los elementos que componían ese ambiente enriquecido.

 

Neurogénesis y Ejercicio Físico 

Desde los estudios pioneros de neuroplasticidad, múltiples han sido las evidencias científicas que demuestran cómo factores tales como la dieta, la actividad cognitiva diversa, el ambiente social, la novedad y el ejercicio físico son elementos que favorecen indiscutiblemente este fenómeno.

Centrémonos en el ejercicio físico.

Los múltiples beneficios del ejercicio físico regular se han demostrado ampliamente en modelos humanos y animales. Sabemos que puede contribuir a la neurogénesis, así como poseer un rol importante para revertir y reparar el daño neural existente, tanto en mamíferos como en peces.

Comprender cómo se produce este proceso, y qué factores lo ponen en marcha, puede resolver el rompecabezas para mejorar la pérdida de memoria relacionada con la edad y tal vez prevenir enfermedades neurodegenerativas, incluido el Alzhéimer.

El cerebro promedio contiene alrededor de 100 000 millones de células cerebrales, la mayoría de las cuales se formaron antes del nacimiento. En las primeras etapas de la infancia se siguen generando nuevas células cerebrales a un ritmo acelerado.

Con los años, la neurogénesis disminuye gradualmente, pero el proceso no se detiene ni durante la vejez. Los factores neurotróficos ayudan a estimular y controlar este proceso, siendo el BDNF el más importante.

 

Entre 700 y 1500 Nuevas al Día 

Eso es especialmente cierto en el giro dentado del hipocampo, a pesar de que hay otras regiones cerebrales que también producen nuevas células cerebrales.

Recientemente, un equipo de investigación de la Universidad de Harvard, liderado por Rudolph Tanzi, ha encontrado que el hipocampo puede producir entre 700 y 1.500 nuevas neuronas cada día. 

Quizás esto pueda no parecer mucho si tenemos en cuenta la vasta galaxia de neuronas que poseemos, pero incluso este pequeño número tiene valor, ya que mantiene activas muchas conexiones neurales ya existentes.

Así, si bien la mayoría de los cerebros puede desarrollar nuevas células, el objetivo de la ciencia ahora es encontrar las mejores maneras de hacerlo.

La idea sería que, si se puede aumentar el número de neuronas aún más a través de la neurogénesis, se podría intensificar la función principal del hipocampo y mejorar la forma en que las personas aprenden nueva información y acceden a la memoria a corto y largo plazo.

Los resultados de este estudio respaldan el vínculo entre ejercicio y neurogénesis.

Se encontró que el ejercicio aeróbico durante ocho semanas puede doblar la ratio de generación de nuevas neuronas en el hipocampo, en relación a aquellos sujetos que no realizan ejercicio.

Además de producir BDNF, el ejercicio aeróbico podría ayudar a aumentar la producción hepática de una enzima (Gpld1), que también puede ayudar con la neurogénesis.

Sabemos que el ejercicio consigue acelerar la maduración de células madre a células adultas totalmente funcionales y fomenta el principal mecanismo celular existente para el aprendizaje y la memoria, denominado aprendizaje a largo plazo. Todos estos elementos son clave para fomentar el aprendizaje y la memoria.

 

¿Cómo reducir el riesgo de enfermedades como el Alzhéimer?

Aunque estos hallazgos provienen de estudios en animales, las personas podrían obtener los mismos beneficios cerebrales a través del ejercicio aeróbico. En este momento, no hay sustituto para el ejercicio regular para ayudar con la neurogénesis.

Sin embargo, no está claro qué tipo de ejercicio aeróbico funciona mejor, ni cuánto tiempo y cuánto es suficiente. Existen datos que sugieren entre 120 y 150 minutos recomendados de ejercicio de intensidad moderada por semana.

Estudios apuntan a la natación como uno de los deportes más completos. Promueve un claro beneficio cognitivo (mejoras en procesos atencionales, flexibilidad cognitiva, memoria) tanto en jóvenes como en personas mayores.

No obstante, cualquier ejercicio físico que aumente la frecuencia cardíaca, como usar usar una cinta de correr, andar en bicicleta o caminar con fuerza, son ideales. El cerebro en movimiento aprende más rápido.

*Isabel María Martín Monzón es neurocientífica y profesora de la Universidad de Sevilla. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.

 

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El Ejercicio Físico, la Neurogénesis y la Salud

Qué es el "youngism" y cómo afecta a los jóvenes en el mercado laboral

Por Redacción

BBC News Mundo

 

La discriminación laboral por edad no solo afecta a las personas mayores.

Cuando tenía 22 años, Priscilla Bonzi terminó su pasantía en una embajada en Washington D.C, Estados Unidos. Postuló a un trabajo y no lo consiguió, algo que podría parecer completamente normal.

Sin embargo, cuando preguntó por qué no la escogieron, la respuesta la descolocó: "Me dijeron que era demasiado joven para el empleo".

"No esperaba que mi edad fuera la causa de la decisión", le dice Bonzi a la BBC.

Ahora trabaja en Nueva York como asesora en una firma internacional de asuntos legales y esa mala experiencia quedó en el pasado. Sin embargo, muchos jóvenes experimentan situaciones similares.

 Así le pasó a la estudiante universitaria de 19 años Nadirah Hussein en su trabajo en Londres.

"Cuando conversaba con mis colegas quedaban impactados cuando les decía mi edad y a veces le restaban importancia a las cosas que he logrado o me trataban como si tuviera menos años, pese a que soy una persona adulta".

"Sentía que me trataban como a una niña pequeña. Era difícil que me tomaran en serio", explica.

Esta práctica discriminatoria conocida como youngism (una palabra en inglés que se refiere a la discriminación laboral por ser joven) pareciera estar más extendida ahora que en el pasado, al menos en los países desarrollados.

 

El Desafío de Detectar que Realmente Existe Discriminación 

Aunque es difícil tener la certeza de que no te han dado el trabajo porque te consideran demasiado joven, es posible inferirlo cuando no hay razones sólidas para sustentar el rechazo.

Elizabeth Houghton, consultora en desarrollo laboral, especializada en asesor a personas menores de 35 años en distintas partes del mundo, cuenta que muchos de sus clientes suelen poner el tema sobre la mesa.

"Si tienes todas las capacidades requeridas por el trabajo y puedes demostrar que las has puesto en práctica, y aún así te dicen que no tienes suficiente experiencia, yo diría que esa una decisión basada en tu edad y no en lo que realmente puedes hacer, salvo que te den razones y ejemplos concretos para argumentar que no eres la persona adecuada".

Al tema de la edad se suma otro elemento: la discriminación de género. "Yo diría que afecta más a las mujeres que a los hombres", dice Houghton.

Desde su perspectiva, una de las cosas que juegan en contra de la contratación de mujeres jóvenes, es que es probable en algún momento tengan hijos.

Esa posibilidad, argumenta, opera como un sesgo inconsciente en los empleadores.

 

Una Práctica "Más Aceptada"

Aunque la discriminación por edad ha afectado tradicionalmente a las personas mayores, la tendencia contraria que afecta a los más jóvenes suele ser una práctica más aceptada, señala Lauren Rikleen, consultora que trabaja con empresas para crear ambientes laborales más inclusivos.

"Es un tema del que no hablamos lo suficiente", dice Rikleen. Y como pareciera ser un problema que no existe, se hace aún más difícil combatirlo.

Aunque siempre ha existido un cierto nivel de sesgo contra los más jóvenes en distintas generaciones, la experta cree que esta práctica es más común ahora que antes.

Una de las razones que pueden explicar el fenómeno es que las nuevas generaciones han sido criadas de un modo muy diferente a cómo se hacía décadas atrás.

Por ejemplo, las generaciones más jóvenes tienen más espacio para participar en las decisiones familiares o las decisiones que toman sobre sus propias vidas.

A eso se suma el efecto de las tecnologías, o la manera en que la infancia transcurre de una manera mucho más estructurada en la escuela y fuera de ella.

Uno de los mayores cambios históricos que se ha producido a partir de esta nueva crianza, sostiene Rikleen, es que hay un mayor foco en la integración entre el trabajo y otras esferas de la vida.

 

"Que No Afecte Tu Autoconfianza"

"La gente siempre habla de conseguir un equilibrio entre el trabajo y la vida personal de una manera más holística y saludable de la visión que tenían generaciones anteriores".

En ese sentido, agrega, "la mayor contribución que han hecho los jóvenes al lugar de trabajo es un cambio fundamental en las prioridades".

Pero frente a los ojos de algunos empleadores, el hecho de que los más jóvenes no estén dispuestos a "sacrificarlo todo" por el trabajo, es una actitud poco bienvenida.

Una reciente investigación realizada a partir de encuestas hechas a 6.000 personas en Estados Unidos y Reino Unido sostiene que la discriminación por edad afecta más a los jóvenes que a los mayores en la actualidad.

"La gente ve a los adultos jóvenes de hoy de una manera positiva y negativa al mismo tiempo", explica Michael North, profesor de Administración en la Escuela de Negocios de la Universidad de Nueva York y uno de los autores de la investigación.

En el lado positivo, consideran que la nueva generación tiene más habilidades para resolver desafíos. Los ven más ambiciosos, más inteligentes, más cool, más tecnológicos.

Pero la otra cara de la moneda es que los perciben como desagradecidos, irrespetuosos o más ingenuamente radicales.

Por otro lado, agrega, la gente tiene una actitud "más fría" con los adultos jóvenes de hoy.

"La gente de todas las edades tiene una visión más negativa sobre los jóvenes de hoy respecto a los jóvenes de generaciones previas", apunta North.

Expertos sugieren a los postulantes jóvenes a un empleo que sean muy claros en enfatizar lo que han hecho, moviendo la entrevista hacia un lugar donde puedan destacar esa experiencia.

Y lo más importante, dice Elizabeth Houghton: "si tienes experiencia, no permitas que la discriminación afecte tu autoconfianza".

(Esta nota es una adaptación de un capítulo del programa de radio de la BBC Business Daily).

 

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Youngism: Discriminación Labroal por Edad

 

sábado, 28 de agosto de 2021

Encanto de los Riachuelos

Ocupan en nuestro corazón y en nuestra mente un lugar más importante que los ríos caudalosos

Por Peter Steinhart

Los riachuelos no reciben nombres de generales ni de caudillos. Los toman de cualquier cosa que esté a lamano: riachuelo Rocoso, riachuelo del Molino, riachuelo Fangoso. No se les exalta en relatos de viajes ni en himnos nacionales. Son lo más trivial del paisaje.

Pero casi todos tenemos uno en nuestro pasado: la corriente amiga que fluyó en la primavera de nuestra mocedad. La voz del guardabosques se suaviza cuando habla del arroyo de su niñez, donde solía nadar o pescar. Una mujer se siente transportada de pronto al hogar paterno cuando recuerda los días en que atrapaba cangrejos en el riachuelo que corría detrás de su casa.

El mío serpentaba entre el huerto de albaricoques de mi abuelo y el pastizal de un vecino, que cubría una colina. Sus orillas estaban sombreadas por álamos y secuoyas, y por una espesa maraña de zarzas y vides silvestres. En los días deverano, el agua clara y fría pasaba tranquilamente sobre las acumulaciones de guijarros donde me gustaba pescar truchas.

Los arroyos jamás son escenarios de hechos históricos. Pero a juzgar por su persistencia en nuestra memoria, son más grandes de lo que parecen. Ocupan en nuestro corazón y en nuestra mente un lugar más importante que los ríos caudalosos.

En los riachuelos el tiempo se mide por la vida de extrañas criaturas: los larvas de frígano moteadas de arena, que se ocultan bajo las rocas; las finísimas nubecillas de cachipollas que se forman repentinamente por la tarde; los pececillos que atraviesan como dardo de inspiración el umbroso destino de la corriente.

A diferencia de los ríos, que corren saturados de limo y de refinamiento, los arroyos son claros, inocentes, bulliciosos, y están llenos de sueños y promesas. Un niño puede vadearlos sin que sus padres lo cuiden. Pertenecen a la niñez; junto a ellos vislumbramos el ancho mundo y la curvatura del horizonte.

Pero, sobre todo, ofrecen a la mente la oportunidad de penetrar en el extraño universo del agua, de los renacuajos y las truchas. La corriente de un riachuelo lleva consigo las posibilidades de otros mundos dentro y fuera del nuestro. El poeta estadounidense Robert Frost escribió: “Fluye entre nosotros, por encima de nosotros y con nosotros. Y es tiempo, fuerza, aliento, luz, vida y amor”.

Los riachuelos nos atraen, como un perfume en el viento. Son algo que se pierde en un recodo, en la tierra, en otra dimensión. Seguir uno es ir al encuentro con la vida.


EN ESTA ETAPA de mi existencia aún megusta seguirlos. Suelo rastrear su curso en las praderas de regiones montañosas, a través de pastizales de color verde limón y de gruesas capas de mantillo congelado. En esos parajes me quedo maravillado ante los destellos del cuarzo y de la mica. Y a lo largo de mis recorridos se va evapornado la prisa urbana, y se me quita un peso de encima. En cierta ocasión, en el desierto de California, mientras los colibríes revoloteaban alrededor de los cactos, oí un murmullo de agua. Mis oídos me condujeronpor por colinas polvorientas y escabrosos barrancos, hasta un inesperado listón de agua límpida y fría que saltaba de roca en roca y formaba pequeñas pozas. El hallazgo me llenó de júbilo, como si hubiera sido un episodi obíblico.

Ya hace tiempo, el riachuelo de mi infancia se vio afectado por el bombeo, la derivación y la canalización de las corrientes subterráneas. Su destino fue el mismo que el de la mayoría de losarroyos que alimentan las grandes vías fluviales de las concentraciones urbanas. No queda uno solo, en este reino de mis recuerdos, que no tenga por lo menos un tramo desviado y constreñido entre muros de concreto. Con los riachuelos desaparecieron también los secretos del valle, el canto de los tordos, la fresca sombra de los álamos, y la inspiración.

Pero yo conservo, como consuelo, una imagen muy distinta de ellos.  El agua corre por un prado,en una región motañsa de California. Es verano, y el sol crepuscular proyecta largas y azules sombras a través de la bruma que envuelve el bosque. La luz se enreda en el rubio cabello de mi hijo de seis años,que sostiene una caña de pescar. En el riachuelo bullen las truchas arco iris. Con sus rápidos y caprichosos movimientos tratan de atraer al niño a su mundo, así como él quiere sacarlas al suyo. Cuando una de ellas por fin muerde el anzuelo, el chico ejecuta una danza triunfal mientras sostiene en alto la plateada criatura, que se agita colgada del sedal. Al contemplar esa imagen no cabe duda de quién ha sido atrapado.

 

© 1989 por Peter Steinhart. Condensado de Audubon” (Mayo de 1989), de Nueva York, Nueva York.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Julio de 1993, tomo CVI, N° 632, págs. 79-80, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos

 

 

sábado, 21 de agosto de 2021

Walter Scott, el hombre que se inventó Escocia

Por Annika Bautz *

Para BBC HistoryExtra Magazine

 

 Sir Walter Scott, 1771-1832. Novelista y poeta, retratado por Sir Henry Raeburn, 1822

                                    

"Walter Scott no tiene por qué escribir novelas, sobre todo si son buenas".

Así opinó Jane Austen en 1814. "No es justo", añadió la autora de la entonces reciente -y anónimamente publicada- "Orgullo y Prejuicio".

"Ya tiene suficiente fama y ganancias como poeta, y no debería quitarle el pan de la boca a otras personas. No me agrada, y no pretendo que me guste 'Waverley' si puedo evitarlo, pero temo que será así".

Los temores de Austen estaban completamente justificados.

Scott, que ya era un poeta muy célebre al que se le había ofrecido el cargo de poeta laureado, que rechazó, tuvo un éxito inmediato y sin precedentes cuando publicó su primera obra de ficción, "Waverley". 

Austen estaba realmente impresionada y estaba lejos de ser la única.

La primera edición de la novela histórica sobre el levantamiento jacobita de 1745 liderado por Carlos Eduardo Estuardo, más conocido como el "Gentil Príncipe Carlos" y "Bonnie Prince Charles", se agotó en menos de un mes. Una segunda edición siguió su ejemplo en unas semanas. Aportó tanto al autor como al editor beneficios nunca antes vistos en el mundo editorial.

"Waverley" lanzó la popular carrera de Scott como novelista.

A partir de 1814, escribió, en promedio, más de una novela al año, llegando a 27 en total, que se publicaron en tiradas inmensamente altas para los estándares contemporáneos. 

 

Rob Roy: el Bestseller

Es difícil exagerar la popularidad de Rob Roy, de 1817.

Para que te hagas una idea, piensa que la tirada promedio de novelas contemporáneas era de 750 copias; esta obra se publicó en una tirada de 10.000, que se agotó en cuestión de 15 días.

Barcos enteros de la novela llegaban de Edimburgo a Londres.

Para mediados del siglo XIX, sus libros habían registrado ventas de más de dos millones, más del doble que todos los demás autores del período romántico juntos.

Los críticos consideraban a Scott, el novelista vivo más famoso de la época, como un Homero.

La influencia de este hijo de un abogado de Edimburgo se extendió mucho más allá de su muerte en 1832, inspirando innumerables pinturas, adaptaciones, ilustraciones e historias.

Los libretos de más de 90 óperas se basan en las novelas y poemas de Scott; se han adaptado más obras que de cualquier otro escritor; y después del duque de Wellington, fue la personalidad pintada con más frecuencia a principios del siglo XIX.

 

Construyendo una Nación 

Sin embargo, su historia no es sólo la del prodigioso talento de un hombre que lo catapultó al firmamento literario. También es la historia de cómo ese talento transformó la imagen de una nación en todo el mundo. 

Tal fue el impacto cultural de Scott que, una vez que sus novelas y poemas se convirtieron en una lectura esencial en lugares tan distantes y diversos como Sydney y Scarborough, Auckland y Arizona, el mundo nunca volvió a ver a su Escocia natal bajo la misma luz.

En el corazón de esa fascinación por la Escocia de Scott estaba la romantización de las Highlands, que evocaba una visión alimentada por la nostalgia de paisajes dramáticos y personajes misteriosos muy alejados de la mayoría de las experiencias de vida de los lectores.

Pronto, esa imagen idealizada nacida de las vívidas representaciones de Scott había envuelto a toda Escocia, y la nación casi llegó a ser un sinónimo de las Tierras Altas y de un pasado que se había perdido.

A mediados del siglo XIX, Escocia se había convertido en el destino turístico para entusiastas de todo el mundo que anhelaban ver los lugares que Scott describía en sus obras.

El turismo creció con visitantes que llegaban a lugares como Loch Katrine y los Trossachs, escenarios de su épico poema de 1810 "La Dama del Lago". 

"La Dama del Lago" se desarrolla en las hermosas montañas, cañadas, lagos y bosques de Perthshire y Stirling en el centro de Escocia. El gran éxito del poema convirtió a Loch Katrine y los Trossachs en un destino de moda para los turistas del siglo XIX.

El editor de Scott, Robert Cadell, escribió más tarde en sus memorias sobre la publicación del poema: "Todo el país estaba lleno de alabanzas al poeta: las multitudes partieron para contemplar el paisaje de Loch Katrine, hasta entonces relativamente desconocido; y como el libro salió justo antes de la temporada de excursiones, cada casa y posada en ese vecindario estaba abarrotada de una constante sucesión de visitantes".

Este fenómeno solo se intensificó a medida que más lectores fueron cautivados por las obras de Scott y la línea entre la historia y la novela histórica se desdibujó.

Escribía, rápidamente, en varios géneros, como poeta, crítico, editor y novelista. Sin embargo, sus novelas históricas obtuvieron los elogios más duraderos. Después de todo, se trataba de un género literario que a menudo se le atribuye haber inventado pues, aunque las novelas ambientadas en el pasado ya existían antes, Scott fue el primero en lograr un éxito tanto crítico como comercial a esta escala.

A diferencia de sus predecesores, Scott buscó presentar sociedades y personajes del pasado de manera realista.

Una vez contó que se esforzaba por no incluir "nada incompatible con las costumbres de la época" en sus obras, mientras que al mismo tiempo trataba de que siguieran siendo novelas, no libros de historia, para evitar "la repugnante sequedad de la mera antigüedad".

Además, dejaba que sus personajes hablaran por sí mismos como parte de su contexto histórico y cultural en una variedad de dialectos regionales y sociales, sobre todo, por supuesto, los de las regiones de Escocia. 

 

La Reina y la Campesina 

La cuestión de la clase y el tratamiento innovador de Scott sobre ella fueron clave para su popularidad.

Como parte de sus representaciones de sociedades pasadas, incluyó personajes de todo el espectro social, desde reyes y reinas hasta campesinos y gitanos. A todos les asignó partes significativas de la trama, con un alcance emocional e intelectual completo.

En "El corazón de Mid-Lothian", que se desarrolla en la década de 1730, la protagonista es Jeanie Deans, una campesina escocesa. Cuando su hermana Effie es condenada a muerte por el supuesto asesinato de su hijo ilegítimo, Jeanie viaja a Londres sola y a pie para pedir el perdón de Carolina de Ansbach, esposa de Jorge II.

Jeanie está dotada de cualidades que no se encontraban a menudo en los personajes de la clase trabajadora antes de Scott.

Los lectores de la época elogiaron su "heroica generosidad y resolución invencible", y su mezcla de "sensatez con fuertes afectos, principios firmes y perfecto desinterés". Otros se sorprendieron por la reacción que Jeanie provocó en ellos. Uno de esos lectores fue el pintor Benjamin Robert Haydon, quien escribió: "Hacer interesante a Jeanie Deans sin belleza personal o juventud fue un ejemplo de poderes sin igual".

Esos "poderes sin igual" se ejemplifican en el pathos y la persuasión del discurso de Jeanie a la reina Carolina, pronunciado en un profundo acento escocés:

"¡Salva a una casa honesta del deshonor ya una niña infeliz, que no tiene 18 años, de una muerte temprana y terrible! ¡Ay! No es cuando dormimos tranquilos y nos despertamos alegremente que pensamos en los sufrimientos de otras personas. Entonces, nuestros corazones se iluminan en nuestro interior, y estamos a favor de corregir nuestros errores y pelear nuestras batallas.

"Pero cuando llega la hora de los problemas ... Oh, mi Leddy, entonces no es lo que hemos hecho por nosotros, sino para los demás, en lo que pensamos más agradablemente".

"Esto es elocuencia", es la respuesta de la reina quien le otorga el perdón a su hermana. 

 

Competencia de Culturas 

Pero aunque la reina y la campesina encuentran puntos en común, las novelas de Scott son, con la misma frecuencia, escenarios de desconfianza y discordia.

De hecho, la competencia de las culturas es un tema constante en sus obras, a menudo el choque entre lo antiguo y lo nuevo; pasado y progreso; o Tierras Altas y Tierras Bajas de Escocia.

Por un lado, aboga por el progreso y lo ve como inevitable, pero por otro, sus obras están imbuidas de la nostalgia de un pasado perdido. Sus escritos se centran en las consecuencias del progreso, en la fricción que se produce cuando partes de la sociedad se mueven a velocidades diferentes a otras.

La descripción de Scott de las culturas en diferentes etapas de desarrollo sigue las ideas de la sociedad humana defendidas por los filósofos de la Ilustración escocesa Adam Ferguson y Adam Smith, donde los grupos sociales se mueven a través de distintas etapas, desde "salvaje" y "rudo", pasando por "feudal", a una sociedad "moderna" y "comercial".

Las tensiones que crea esta progresión son la fuerza impulsora detrás de "Waverley", en el contexto de una rebelión jacobita que dividió Inglaterra y Escocia, pero también dividió a los escoceses entre ellos. Los habitantes de las Tierras Bajas generalmente apoyaron al gobierno de Jorge II, mientras que sus compatriotas de las Tierras Altas eran, en su mayor parte, leales al reclamante de los Estuardo, Bonnie Prince Charlie.

Para Scott, los residentes de las Tierras Altas de Escocia todavía se encontraban en la etapa feudal, mientras que los de las Tierras Bajas y los ingleses habían pasado a la era del comercio.

Sin embargo, se esforzó por no declarar un sistema intrínsecamente mejor que el otro, destacando el heroísmo, el espíritu de clan y el vigor primitivo de los highlanders, en comparación con el comportamiento más disciplinado y convencional de los hannoverianos, ingleses y bajos.

 

De la Realidad a la Página 

En las etapas iniciales del levantamiento de 1745, fue el espíritu de clan el que prevaleció, los clanes "primitivos" de las Highlands derrotaron al ejército moderno de la Gran Bretaña "civilizada". Los respetables ciudadanos de Edimburgo tenían sus casas ocupadas por highlanders cuyos "modales" parecían salvajes y cuya lengua gaélica les resultaba absolutamente incomprensible.

Sin embargo, los primeros éxitos de los highlanders fueron de corta duración. Su levantamiento terminaría en una sangrienta derrota en la batalla de Culloden en abril de 1746. Después de haber pasado por la espada al ejército jacobita, el gobierno de Hannover resolvió que no habría más rebeliones. 

Con ese fin, desarmó las Tierras Altas, destruyó el sistema de pertenencia al clan, eliminó el poder de sus jefes de clan y prohibió el uso de tartanes distintivos. En resumen, los obligó a adoptar una nueva forma de vida y es en las páginas de Waverley donde Scott muestra lo que se perdió en el proceso.

La tragedia que sigue a este choque de culturas se materializa en el juicio de dos de los personajes más carismáticos de "Waverley": el jefe del clan Fergus MacIvor y su fiel servidor Evan Dhu Maccombich.

Fergus está acusado de alta traición por ponerse del lado de Bonnie Prince Charlie en el levantamiento. Así como Fergus está dispuesto a morir por su príncipe, Evan haría lo mismo por su jefe, incluso cuando se le ofrece un perdón.

Tras dictar su sentencia de muerte, el juez le pregunta a cada preso si tiene algo que decir en su defensa. Fergus declara que volvería a hacer lo mismo, sabiendo que esto significa la muerte por ahorcamiento y destripamiento al día siguiente.

Pero es en el intercambio entre el juez y Evan donde los malentendidos fundamentales entre las dos culturas son más severos. 

Evan propone regresar a casa y traer a seis miembros de su clan, incluido él mismo, para morir a cambio de la vida de Fergus, pero recibe la burla de un tribunal incapaz de creer que siquiera consideraría cumplir su promesa.

Su respuesta es una mezcla de desprecio y desafío: "Si se ríen porque creen que no cumpliré mi palabra y volveré para redimirlo, puedo decirles que no conocen ni el corazón de un Hielandman ni el honor de un caballero", declara.

En la lectura de Scott de los hechos, la corte se equivocó por completo con Evan y, al hacerlo, dejó en evidencia una verdad incómoda: tanto la lealtad como el valor se habían perdido en una sociedad que se encontraba en una etapa diferente de desarrollo y ya no se basaba en el honor sino en las reglas.

Como "Waverley" deja muy claro, la clase social, la política y la historia nunca están lejos de la superficie en los escritos de Scott, y esa es parte de la razón de su extraordinaria popularidad.

 

Dándole Forma a Escocia 

Hay otro ingrediente poderoso en el éxito de Scott: Escocia.

Desde la valentía de la campesina Jeanie Deans hasta la tragedia del levantamiento jacobita, la producción literaria de Scott fue moldeada indeleblemente por la nación en la que nació. A su vez, ningún otro artista ha modelado las opiniones e interpretaciones de Escocia durante los últimos dos siglos como él.

El papel que desempeñó Scott en la organización de la visita de Jorge IV a Escocia en 1822, el primer monarca británico que viajó al norte de la frontera en casi 200 años, demuestra que ese proceso ya estaba en marcha.

Para la ocasión, el autor le pidió a los escoceses que fueran a Edimburgo vestidos de tartán. El mismo rey se vistió a la manera de las Tierras Altas para el acto, aunque su falda escocesa era demasiado corta (terminaba muy por encima de las rodillas) y dejaba al descubierto sus medias rosas.

Más de siete décadas después de que el gobierno británico prohibiera el uso de tartanes, la orquestación de esta visita real por parte de Scott jugó un papel clave en que esas telas fueran rehabilitadas como símbolo de la cultura escocesa.

Hubo otras razones, como el cambio del clasicismo hacia una apreciación de un paisaje menos domesticado y ordenado; la compra de Balmoral por la reina Victoria; la expansión de los ferrocarriles que puso al alcance lugares antes lejanos, pero todos los que se beneficiaron del auge de la industria turística escocesa, desde los propietarios de posadas hasta los operadores de autobuses, ferrocarriles y vapores, seguramente tenían una deuda de agradecimiento con Walter Scott.

Los brillantes poemas y novelas de Scott transformaron la percepción de Escocia en el siglo XIX y, hasta cierto punto, han continuado haciéndolo a través de las películas, dramas, óperas, nombres de calles, estaciones de tren, estatuas, bailes y recuerdos que han generado.

A menudo se ha culpado a Scott por fomentar una visión de la nación demasiado romántica, tartán y kitsch, pero no se puede culpar a ningún autor por la forma en que se apropian de su obra.

Sí, sus libros describieron el conflicto entre lo antiguo y lo nuevo y lamentaron lo que se pierde en el desarrollo de las culturas. Pero también reconocieron la inevitabilidad del progreso y la importancia fundamental de acoplarse a él.

 

* Annika Bautz es experta en literatura del siglo XIX y profesora en la Universidad de Plymouth. Puedes leer el artículo original de BBC HistoryExtra haciendo clic aquí: "Walter Scott: the man who invented Scotland"

 

Fuente:

Walter Scott, el hombre que se inventó Escocia 

miércoles, 11 de agosto de 2021

Carretera Real

El año de 1806 como resultado de la agitación inciciada durante elaño 1800, una ley del Congreso aprobó el trazado de una carretera que atravesaba el territorio conocido a la sazón por el nombre de “El Oeste”. En el año 1811 se firmaron varios contratos para la construcció n de las obras, pero la guerra del año 1812 retrasó el comienzo de los trabajos hasta 1815. Construida con fondos federales, cruzando unos territorios indios que fueron nivelasdos con piedras trituradas, la primera sección (la carretera de Cumberland) quedó terminada desde esta población, en Maryland, hasta Wheeling, West Virginia. Entre los años 1828 y 1833 se continuó, gracias a los esfuerzos de Henry Clay, que vislumbró claramente la imperiosa necesidad de construir un camino nacional que continuaba ensanchándose, y la carretera se extendió hasta Columbus, Ohio.

Los problemas de mantenimiento y de reparación obligaron al gobierno a transferir tramos más antiguos a los Estados por los cuales atravesaba. Pero las nuevas construcciones continuaron y finalmente llegaron a Vandalia, Illinois, el año 1840, y San Luis, un terminal poco después. La antigua carretera nacional fue seguida de cerca por la moderna U.S.40.

                                                                                                                    T. W. B             

 

Por Cliff Farrell

Por lo menos la naturaleza favorecía  a Lafe Nelson el día que se vio obligado a luchar por su independencia. Era a principios de mayo y las persistentes lluvias habían cesado. El sol saturaba las tierras de la región del nuevo Ohio, empapadas como en una espuma de vino dorado que se subía a la cabeza.

De haber sido hombre que cantase, hubiera empezado a cantar cuando conducía su carreta arrastrada por seis caballos en dirección al Oeste, por la montañesa ruta, llena de barro, camino recién recientemente bautizado con el nombre de Carrretera Nacional. Pero no podía llevar una canción en su equipaje y por tanto dejó que el mundo entero se ensanchase verdeando ante sus ojos y que los pájaros cantasen por él.

Caminaba junto a su carromato de altas ruedas porque prefería recorrer las millas del camino a pie. En las partes más difíciles arrimaba el hombro a la carreta, aunque sus caballos, de raza conestoga, no necesitaban su ayuda; pero lo hacía para gozar de la oposición del peso contra su fuerza.

Con ojos azules como el mar soleado y cabellos de color castaño leonado, llevaba los pantalones embutidos en sus botas altas y el pecho hinchaba su camisa que parecía fuera a reventar.

Cinco semanas antes salió de Baltimore, viajando por la antigua ruta de Cumberland. Su carreta transportaba un cargamento de mercancías consignadas a comerciantes de un lugar llamado Zanesville, que según los mojones, hallábase tan sólo a unos cinco días de distancia.

Había pasado por delante de una cuadrilla de picapedreros que trituraban piedra para nivelar la Carretera Nacional, y construir un camino de unos treinta y cuatro metros de ancho que en un futuro próximo se extendería, según se decía, hasta el río Mississippi, en San Luis.

Poco después Lafe cruzó con el transbordador el río Ohio en Wheeling, Desde entonces su carreta viajó por un camino embarrado y lleno de baches.

Otros vehículos luchaban con idénticas dificultades en la marcha por entre el cieno, pues Lafe estuvo siguiendo las huellas recientes de una carreta toda la mañana. Más tarde, desde la cresta de un montículo divisó la carreta que seguía, y a la que iba dando alcance.

Era una carreta pequeña, entoldada con gruesa lona, del tipo que los inmigrantes solían usar, y se encontraba atascada en un tremendo barrizal, al pie de la cresta. Lafe frenó, descendiendo para contemplar la situación. La carreta del inmigrante transportaba un cargamento de muebles y otras pertenencias que abultaban tanto, que el toldo se abombaba. Tenía las ruedas hundidas hasta los cubos en un bache que era una verdadera ciénaga.

Los tres caballos, inmovilizados por el barro, esperaban con el aire de animales habituados a estos percances.

Una mujer regordeta, de aspecto maternal que llevaba un gorrito de algodón, hallábase sentada en el tronco de un árbol, en su parte seca, con un cesto de hacer punto en el regazo.

A cierta distancia, en la parte de atrás,  Lafe divisó a un hombrecillo, con una escopetita en la mano, al acecho de una posible pieza, probablemente un conejo o una ardilla. 

La mujer que hacía calceta, saludó:

 —Buenos días, joven. ¡Hace un día hermosísimo!

Antes de que Lafe pudiera asentir, apareció una muchacha que venía de los bosques cercanos, arrastrando unas gruesas ramas de árboles caídos. Llevaba las faldas y las enaguas algo levantadas, sujetas con imperdibles para protegerse del fango, y debajo de estas prendas unas botas de cuero muy prácticas, cubiertas con una buena capa de barro de Ohio.

Un gorrito le colgaba a la espalda. Venía presurosa; un mechón de pelo castaño le caía sobre la nariz, mechón que apartaba continuamente con impaciencia.

Lafe observó que la muchacha estaba dotada de una muy linda figura y que sus ojos vivos y castaños estaban siempre muy animados.

—Estoy aligerando la carga para poder salir de este bache —dijo lajovenmirandoa Lafe—, y usted haría bien en hacer lo mismo antes de intentar cruzar.

La muchacha empezó a tirar las ramas al barro para conseguir un piso más firme y así desastascar la carreta.

—¡Eh! Venga a ayudarme —exclamó alzando la voz.

Lafe miró a la joven con un respeto que no solía sentir hacia el sexo femenino. Hacía tiempo que llegó a la conclusión de que las muchachas, especialmente las agraciadas, se hacían la mar de de pegajosas, y parecían desamparadas cuando veían a un hombre.  Su única finalidad en la vida, pensaba Lafe, era cazar un marido y amarrarlo a su lado.

Esta chica parecía ser una excepción.

Es inútil que se moleste tanto, señorita —dijo Lafe bondadosamente—. Juntaré mis caballos a los suyos y sacaré su carro del barrizal.

Sacó una cuerda muy gruesa. Llevó dos caballos al terreno seco y los enganchó a la carreta atascada. La muchacha cuidó de las riendas eficientemente, y la carreta gimió, se tambaleó, rodando luego a tierra firme cuando los caballos de Lafe tiraron.

Luego, Lafe invirtió el procedimiento, utilizando la yunta como fuerza auxiliar, y él y la muchacha sacaron su pesada carreta del barro, aunque durante un momento pareció imposible conseguirlo.

La muchacha se apartó el mechón que le caía sobre la nariz. No era muy alta, pero sí tan activa como un pez de río y lucía numerosas pecas en el caballete de su nariz.

Sacó su bolso de la carreta. 

—Usted se molestó mucho —balbució—. Creo que... veinticinco centavos sería un precio razonable por sut rabajo.

Lafe ni miró la moneda.

—¿Pagarme? —protestó—. Por lo que a mí concierne estamos en paz.

La joven guardó la moneda.

—Muy bien —aprobó—. Asunto terminado. Pero habría podido obtener un beneficio.

Observó con aprobación los caballos y la carreta de Lafe y los músculos del joven.

¿Cuántas toneladas?

—Tres toneladas, cuatrocientos kilos —contestó Lafe. En su mayor parte, ferretería, barriles de azúcar blanco y ron deJamaica, para entregar en Zanesville.

—¿Qué cobra por su acarreo?

Dos dólares el ciento —contestó Lafe, lacónicamente, pues no solía discutir asuntos de negocios con las mujeres.

Ella frunció los labios.

—La mayoría cobra dos dólares y veinticinco centavos —aseguró ella—. Siga mi consejo y exija más por el acarreo de regreso a Baltimore.

Lafe intentó fulminarla frunciendo el ceño.

—Dos dólares es un precio razonable —replicó—. De todos modos, no regresaré a Baltimore. 

—¿Fijará su residencia en Zanesville?

—No he dicho tal cosa —repuso Lafe con aplomo—. La carreta y las yuntas son mías, y acepté este transporte para ayudarme a sufragar los gastos. Y me parece que continuaré la marcha hacia el Oeste.

—¿Al Oeste? ¿Por qué? Aquí en Ohio hay mucha tierra fértil.

 —Tengo mis motivos —respondió Lafe en tono vago

¿Cómo le contaría a la muchacha que deseaba seguir viajanado hacia el Oeste para ver lo que había al otro lado del siguiente montículo?

 —Usted se parece a mi padre —observó ella—. Siempre se imagina que las cosas estarán mejor en alguna otra parte, cuando en realidad hay muchas oportunidades delante de sus propias narices. 

El  padre de la joven  regresó en ese momento del bosque con su escopetita. Era un hombrecillo de aspecto benigno y voz pausada, que llevabaa un traje de tela tosca tejida en casa. Estrechó la mano de Lafe. Era Thomas Morgan, según dijo, del Estado de Nueva York, y éstas eran su esposa Hattie y su hija Melodía.

 —He visto las huellas de un gamo. Pero eran viejas de hace unas horas.

 —Anteanoche atropellé a un gamo gordísimo —dijo Lafe—. Tengo un cuarto trasero y un jamón colgados en la carreta.

 —¿Has visto por casualidad algo que pareciese buena tierra para una granja? —preguntó Melodía a su padre.

La señora Morgan intervino:

—No molestes continuamente a tu padre —rependió suavemente—. Vaya, encontraremos algo más tarde o más pronto. A papá le gusta cazar.

—He oído decir que hay mucha tierra libre, sin reclamar, en Indiana —observó Thomas Morgan—. Tierra negra y profunda, muy feraz.

¡Indiana! —se mofó Melodía—. ¡No será tierra mejor que la de Ohio!

 —Tengo la intención de cruzar Indiana —manifestó Lafe—. La verdad es que acaso iré más allá del Mississippi. Me gustaría cazar un búfalo, sólo para divertirme. 

Thomas Morgan dirigió una mirada de admiración a Lafe.  

—¡Qué estupendo! —exclamó. 

—¡Un búfalo! —repitió Melodía, desdeñosamente—. Todo lo que conseguirá es que los indios le arranquen la cabellera.

Lafe advirtió el tintineo de unas cadenas que se aproximaban. Era un carromato pesado de Pitttsburg. Descendía la cuesta en dirección  al hoyo de barro.

Lafe gritó avisándole, pero el hombre creyó poder salvar el bache si pasaba rápidamente. Y fracasó. En el centro, el vehículo se atascó a pesar de los denodados esfuerzos de los seis caballos. 

—Le ayudaré enganchando mi yunta —ofreció Lafe.

—Le costará cincuenta centavos —intervino Melodía. 

Lafe se sintió avergonzado, pero el carretero no pareció ofenderse. 

—Muy bien—asintió—. Debo entregar mi carga en fecha determinada, y tendré que pagar una multa por cada día de retraso.

Lafe extrajo la carreta del lodazal donde se hundiera, y aceptó la moneda que el conductor le ofreció. 

La tomó algo avergonzado, pero no se atrevió a rechazarla, pues hubiera parecido una censura para la muchacha.

Cuando la carreta de Pittsburgh se hubo alejado, Melodía contempló especulativamente la ciénaga.

 —Una persona con una yunta —murmuró— podría ganar bastante dinero sacando carros atascados en este barrizal.

Melodía sonrió dulcemente a Lafe. El pánico se apoderó del joven al darse cuenta de que la sonrisa podría representar un peligro mortal. Era tan linda, tan atractiva, que al pensar en lo que podía proyectar le asustó, y se echó a temblar.

Vio entonces que los ojos de Thomas Morgan tenían unaire de profunda tristeza. Seguramente se figuraba que jamás vería un búfalo mientras Melodía tratara de conquistar a Lafe.

—Yo me marcho al Oeste —declaró Lafe con el tono de voz del hombre dueño de sí mismo—. Y directamente.   

 

Viajaron juntos el resto del día. Melodía pasó el tiempo caminando con Lafe. Cuando ella se le aproximaba, el joven se estremecía, casi sin poder dominarse. Flotaba en el aire una fragancia sutil que se le subí a lacabeza y no acertaba a identificar. 

Era el perfume del cedro recién cortado y el recuerdo de especias exóticas y la promesa de capullos de rosa, todo ello mezclado formando algo nuevo y asombroso que impulsaban a un hombre a soñar peligrosamente.

Luego Lafe volvía a la realidad, pues Melodía seguía ocupada inspeccionando los terrenos a medida que la carretera les llevaba por las colinas verdeantes.

—Allí hay un trozo de terreno que nadie ha cogido —solía decir de vez en cuando—. Prados de rica alfalfa, que esperan el arado, y madera abundante en las colinas para que un hombre construya una granja y graneros.

Lafe proseguía tenazmente la marcha. Se alegró al llegar la hora de la puesta del sol. Melodía escogió el lugar para acampar. La voluntad de Lafe se volatilizó cuando ntentó decir que se dirigía a un sitio que había escogido. Así, desenganchó dejando que los animales pastaran mientras él montaba el campamento. Aportó su sucarne de ciervo a la cena. Sabía que jugaba con fuego; pero estaba seguro de su fuerza de voluntad.

Melodía se despojó de las botas de cuero y se puso un vestido de algodón. Se había peinado de manera que incitaba a un hombre a acariciarla. Ayudaba con celeridad y seguridad a su madre en el horno holandés y en el manejo de las cacerolas. El aire embalsamado de la primavera lo invadía todo y la sombra de la joven le seguía por doquier.

Cerraba la noche y la sombra de Melodía le seguía dondequiera que fuese.

Lafe extrajo un botijo de su carreta cuando las mujeres no estaban mirando . Guiñó un ojo al señor Morgan y ambos se dirigieron a las penumbras cercanas donde echaron unos tragos.

Era ron d eJamaica, excelente para las fiebres, las picaduras de serpientes y para todos los males que atacan al ser humano. Proporcionaba al cuerpo un calorcillo agaradable; además, daba ánimos a un hombre.

—Siempre he anhelado poder disparar a un búfalo —confesó el señor Morgan, exhalando un suspiro.

Melodía llamó, diciendo:

 —¡La cena está lista!

Los dos hombres regresaron corriendo al campamento, pues el apetito les azuzaba. 

Resonó un ruido de cascos de caballos en el camino. Una diligencia de Concord, que ostentaba una insignia del cuerpo de Correos, apareció a los reflejos del fuego del campamento.

Lafe vio la cara del conductor y de los pasajeros,olisqueando el maravilloso aroma del fuego.

 —Buenas noches —saludó el conductor—. ¿Cómo están ustedes? Esa comida despide un olorcillo que resucitaría a un muerto. Tengo aquí a cinco hombres que se están muriendo de hambre, incluyéndome yo, pues no hemos probado bocado desde esta mañana. Llevamos varias horas de retraso y no llegaremos a una posada del camino antes de medianoche. Pagaríamos muy bien por una comida, si ustedes pudieran proporcionárnosla.

Lafe y el señor Morgan se miraron mutuamente.

 —No sé —vaciló Melodía.

 —Veinticinco centavos por cabeza —ofreció el conductor—. Un dólar y veinticinco centevos por todos.

 —Me parece que podemos prepararr un poco más —dijo Melodía, dirigiendo una mirada de excusa a Lafe y a su padre—. No tardaré ni un segundo en hacer otra cena.

Pero lo que Lafe y el señor Morgan comieron fue carne ahumada y galletas recalentadas, ya que los pasajeros y el conductor de la diligencia dieron  fin a toda la carne de ciervo.

Melodía obligó a Lafe a que aceptase una parte de lo cobrado, argumentando que habían comido la carne de gamo.

 —Eldnero parece caer en el regazo de una persona en un país en pleno desarrollo—comentó Melodía.

Entonces Lafe decidió retirarse por la mañana. Pero al día siguiente, empezó a llover otra vez. Con el camino convertido en lodazal, sería cruel abandonarlos, pues necesitarían más ayuda en los baches durante el viaje.

 —La lluvia —dijo Melodía— es lo que embellece a Ohio. Dicen que el Oeste no es más que un desierto donde la gente se muere de hambre y por todo el camino no se ven más que esqueletos humanos e indios salvajes. ¡Uf!

Desayunaron debajo de la lona de la carreta. El desayuno fue muy copioso, pues Melodía se esforzó en compensar la parca cena. Las enaguas que llevaba eran bonitas en un día nublado y le sentaban muy bien.

Cuando levantaban el campamento, Melodía se entretuvo con un baúl que habían descargado, evidentemente por equivocación, de la carreta de los Morgan. Lafe dedujo, por la excitación de Melodía, que el baúl contenía las pertenencias de los Morgan. La muchacha se ocupó personalmente de que el baúl estuviera cubierto con una lona y se colocase cuidadosamente en su carro.

Avanzaron lentamente por el barro, y a media tarde llegaron a un río llamado Middle Fork, con árboles en ambas orillas que llegaban a lo alto de las escarpadas colinas.

Normalmente, un carro hubiera podido vadearlo sin apenas salpicar el agua; pero en ese momento el Middle Fork tenía cincuenta metros de orillla a orilla con barro alto, que arrastraba la corriente.

—Parece que tendremos que detenernos hasta que el río baje —observó el señor Morgan.

—Por lo menos —agregó Melodía— podremos echar un vistazo por los alrededores.

Y con lo poco que tenía a su disposición preparó otra comida que superó a todas las anteriores: trozos de cerdo hervidos con berros tiernos y frescos, pasteles, conservas y, sobre todo, un licor que era un verdadero néctar.

Lafe se sintió desesperado después de esa estupenda comida. Sabía que su recuerdo le acosaría como la fragancia del cerdo, de las especias y de las rosas.

Después echó un vistazo  por los alrededores, por su propia cuenta. Encontró lo que buscaba, que no era precisamente tierra de cultivo, en una curva de la parte alta del río. Antiguas inundaciones habían amontonado leña y árboles de todos los tamaños, fáciles de trabajar.

Volvió presuroso al carro, sacó una caja y extrajo sus herramientas.

 —¿Qué piensa hacer? —preguntó Melodía.

 —Voy a construir una balsa —contestó Lafe—. Pienso cruzar el río mañana. Tal vez ahorraré una semana de viaje.

Melodía se oponía a esto, pero no lo expresó en palabras. Dio a comprender a Lafe, de esa forma que las mujeres emplean cuando quieren, que consideraba aquello una molestia inútil.

Pero al día siguiente,a media mañana, cuando la balsa comenzaba a adquirir forma, Meldía cambió de opinión.

 —Yo, en su lugar, la haría más fuerte, más sólida.

 —Servirá para nuestro propósito —protestó Lafe.

 —Es inútil arriesgarse —arguyó ella.

En consecuencia, pusieron cuerdas dobles.

Melodía formuló otras críticas. Así, cuando terminaron los trabajos, la balsa era mucho más sólida de lo que en un principio se propusiera Lafe. Ahora había más carromatos acampados en ambas orillas, esperando que las aguas del río
Middle Fork se retiraran o descendieran. Una carreta ligera se hallaba entre el contingente que se dirigía rumbo al Oeste. El conductor de este vehículo estaba nervioso y preocupado.

Melodía le condujo al lugar donde Lafe estaba terminando la balsa.

 —Llevo en unos cajones con hielo, doscientas gruesas de ostras de punto azul, que valen una fortuna —explicó el hombre—. Y el hielo de las cajas donde van las ostras se está derritiendo. Si usted me pasa al otro lado del río, le estaré muy agradecido.

Lafe contempló dudoso el crepúsculo lluvioso.

—Creo poder hacerlo, puesto que usted se encuentra en un apuro —accedió.

—Pagaré un dólar —ofreció el conductor.

—Dos dólares —intervino Melodía, rotundamente—. Usted recibirá un servicio especial  y hay que hacerlo en plena oscuridad.

Lafe dirigió una mirada de enojo a Melodía.

—Muy bien. Dos dólares —asintió el hombre prestamente— y contento con pagarlos.

—Señorita... —empezó a tronarLafe, pero se interrumpió ali nstante al darse cuenta de que él era el único que no estaba satisfecho con el trato.

Cruzó a nado e lrío llevando una cuerda ligera. Desde la otra orilla tiró de otra cuerda engrasada que amarró a la balsa fuertemente. Luego todo fue fácil. Con la balsa sujeta a un cable y por medio de un cabrestante corredizo, la corriente ayudó a que la balsa cruzara, utilizando de vez en cuando la pértiga.

Los relálmpagos iluminaron el agua durante el cruce. Lafe logró llevar la diligencia a la otra orilla. Melodía le acompaño en el viaje inicial. La muchacha realizó unt rato con el conductor de una diligencia que se dirigía hacia Baltimore y estaba detenido en la otra orilla con seis pasajeros a bordo, y de esta forma el viaje de regreso de la balsa fue igualmente provechoso.

Otros viajeros tenían también mucha prisa y Melodía fijó una tarifa de precios para las personas, otra para los animales y una tercera para los vehículos.

Lafe y el señor Morgan trabajaron sin descanso hasta medianoche transportando vehículos, animales y personas a la otra orilla. Y quedaron muchos más esperando, para cruzar de día.

Más tarde, en la tienda de campaña, Melodía hizo recuento de los beneficios.

—Y esto es sólo el principio —comentó—. Cualquier persona podría ganar mucho dinero utilizando un transbordador aquí. Sin arriesgarse a morir de sed en ese terrible desiertodel Oeste.

—No se necesitará ningún transbordador cuando las aguas del río bajen —objetó Lafe.

—La gente preferiría utilizar el transbordador, y no arriesgarse a vadearlo. Espere y verá.

Lafe comprendió ahora por qué motivo Melodía le indujo a construir una balsa sólida; ella no comprendía las ganas que él tenía de cazarun búfalo.

—El transbordador es suyo —dijo Lafe, de repente—. Yo me marcho mañana.

No tuvo valor de mirarla.

—¡Oh! —exclamó Melodía, al tiempo que la última moneda se le caía de la mano. Permaneció sentada en silencio mirando el vacío, pero no intentó convencer a Lafe.

El joven partió muy temprano a la mañana siguiente.Se levantó una hora antes del amanecer. Era mejor hacer algo. No quería estar echado en la cama sin poder dormir.

Melodía se levantó también e insistió en preparar un desayuno: buñuelos de harina blanca, tan delgaditos que flotaban en el jarabe de arce, trozos bastante grandes de jamón con huevos, que compró a un granjero que por allí pasaba, pan de maíz y vino.

Después, Lafe hizo una pausa un par de veces mientras enganchaba. Pero cada vez realizaba un esfuerzo mayor para continuar. Poco después todo estaba cargado y listo para emprender la marcha.

Estrechó la mano de la señora Morgan y de su marido. Finalmente, llegó el momento crítico cuando hubo transbordado a la otra orilla.

—Adiós, señorita Melodía —dijo con voz quebrada—. Que tenga mucha suerte con el transbordador.

Ella le tendió una mano pequeña y temblorosa. Una manito fría, pero Lafe la soltó como si fuera un carbón ardiente.

Restalló el látigo con violecia, sobresaltando a sus caballos. No miró atrás. No se atrevía. Salía el sol y las alondras cantaban ya. Lafe percibió de nuevo la deliciosa fragancia de la primavera: el cedro, las especies exóticas y el perfume de los capullos de rosa.

Continuó la marcha tenazmente, hacia  un país sito en el lejano horizonte donde por fin vería el tan deseado búfalo y los indios salvajes. A cada milla que avanzaba decíase a sí mismo que estaba más seguro de escapar que de conservar su independencia. Mas ahora su corazón no cantaría al unísono con el mundo.

 

Tres días más tarde llegó a un pueblo llamado Zanesville. Preguntó varias direcciones y comenzó a descargar en las tiendas de los diversos comerciantes a quienes iban consignadas las mercancías. 

El toldo de lona le estorbaba a menudo cunado buscaba alguna mercancía del cargamento.  Y cada vez que lo hacía, percibía la fragancia de primavera que le había seguido tan tenazmente. De repente soltó la lona y se quedó mirando incrédulo. No era sucajón; era el baúl de madera de sándalo que causara a Melodía tanta ansiedad en las acampadas. El baúl y su propio cajón eran más o menos de idéntico tamaño. Así era fácil comprender cómo se cometió semejante error. Lafe podía imaginarse la consternación de la familia Morgan si descubrían la pérdida de sus pertenecias, objetos de valor y joyas, que allí sin duda  guardarían.

La posesión de aquel baúl era peligrosa en más de un sentido para la paz de su espíritu. Era como si tuviera a Melodía a su lado. Su primer pensamiento fue que debía devolverlo con algún carro que fuese hacia el Este. Luego se percató  que no se atrevía a ello, sino que tendría que regresar a Middle Fork para asegurarse de que lo recibían.


Durmió aquella noche junto al preciso baúl, con la escopeta al alcance de su mano. Cuando se dirigía hacia el Este, aceptó un cargamento de piezas de alfarería consignadas a Wheeling. Unos cuantos días de retraso no importarían gran cosa. Además, el cargamento haría comprender a Melodía que la entrega del baúl personalmente era el único motivo de su reaparición.

El tiempo era ahora caluroso y la campiña florecía. La carretera habíase secado, arroyos y ríos volvían  rápidamente al estado normal. Cuando se dirigió al Este, Lafe creyó que el proyecto del transbordador no se utilizaría más en Middle Fork. Pero se equivocaba.

Al atardecer del tercer día, cuando dejó que los caballos se detuvieran por un momento en la cresta de la última colina, contempló el vado.

La balsa seguía trabajando. Thomas Morgan usaba la pértiga y Lafe divisó en la lejana orilla una figura pequeña y activa con un vestido de algodón.

Lafe apretó los dientes. A su juicio, Melodía se aprovechaba de la prisa y de la credulidad de los viajeros utilizando un transbordador en un río donde los carros y las carretas podían cruzar sin costarles un céntimo a la gente.

Él no sería cómplice de semejante fraude. Puso los caballos en movimiento. Estaba furioso y sentía cierta frustración. La fragancia del cedro y los capullos de rosa y las especias exóticas eran un fraude, un engaño también. Lo mismo que el transbordador. No era más que un perfume.

Ahora sabía que Melodía puso deliberadamente aquel baúl en su carro. Quiso que él regresara.

Arreó a los sorprendidos caballos al trote. Divisó a Melodía que llegaba corriendo cuando se acercaba al vado. Gesticulaba y gritaba algo, agitando los brazos. Su padre, que acababa de descargar la carreta y los pasajeros al otro lado, gritaba también.

Lafe no hizo caso de ella. Naturalmente, Melodía no quería que alguien demostrase que un carro podía cruzar el río. Tal cosa arruinaría un negocio provechoso. Lafe cruzó Middle Fork al trote. El agua salpicada por el pataleo de los caballos le mojó. Pero en su furia ni siquiera notó la frialdad.

El agua también le cegaba, pero no se percató de que su carro se estaba atascando.  Cuando su visión se aclaró ya era demasiado tarde para intentar hacer algo. Los caballos pataleaban salvajemente, relinchando de terror.

—¡Arenas movedizas! ¡Barro movedizo!

Lafe se dio cuenta de la verdad. La reciente marea alta sin duda debió cavar hoyos donde antes existía un lecho sólido, y los hoyos se llenaban continuamente de barro movedizo. La yunta delantera estaba cubierta hasta los sillines, las ruedas se hundía cada vez más.

Lafe se sumergió entre las ruedas  y al cabo de un largo rato consiguió soltar las cadenas de los carros. Los seis animales lucharon desesperadamente para apartarse de la carreta, pero estaban sujetos a los arneses. Lafe sacó un cuchillo y empezó acortar correas y riendas, esperando soltar a sus caballos para dejarlos dirigirse a la orilla.

Estaba cegado por el agua y asustado por el tumulto de cascos y cuerpos que se removía en el agua. Buscando aire vio que la balsa se dirigía hacia ellos y que Melodía le miraba con ojos espantados. De pronto, ella gritó:

—¡Lafe!

El casco de un caballo le pegó una coz en la nuca. Vagamente, vio que Morgan utilizaba la pértiga con gran energía y que Melodía saltaba desde la balsa que todavía estaba fuera de su alcance. Finalmente, se hundió entre los caballos y perdió el conocimiento.

Cuando volvió en él se encontraba tendido en tierra seca y Melodía Morgan le daba masaje. El vestido de algodón estaba empapado de agua y pegado a su cuerpo de una manera escandalosa, pero agradable a la vista. Luego Lafe volvió a quedarse dormido.

A media mañana del día siguiente se dio cuenta de los acontecimientos. La cabeza se le despejaba rápidamente, aunque parecía el doble de su tamaño normal. Estaba en la tienda de campaña de los Morgan, tendido en las mantas de Melodía.

—Melodía logró extraerle de entre los caballos —dijo el señor Morgan orgullosamente—. Se lanzó sobre los animales antes de que yo pudiera detenerla y le puso a usted encima de la balsa.

Lafe miró a Melodía y deseó haber muerto.

—También recuperamos los caballos —continuó el padre—, y hasta salvamos el carro. Busqué un par de bueyes que extrajeron el carro sin romper nada. Es una suerte que usted llevara un cargamento de cacharros de alfarería; el agua no les perjudicó. Pasó por aquí un carro vacío y le traspasé el cargamento para que lo entregase en Wheeling. Me figuré que puesto que usted quería dirigirse al Oeste, le gustaría que lo hiciera.

—Me equivoqué —dijo Lafe mirando a Melodía.

La joven salió rápidamente de la tienda de campaña. Lafe no podía censurarla, ya que ella sabía que él se proponía demostrar que el transbordador era un fraude. El señor Morgan parecía nervioso.

—Me parece que después de todo usted cazará algún búfalo. ¿Por qué ha vuelto por aquí?

—Para traer al baúl —explicó Lafe—. El baúl de madera de sándalo con todos sus efectos personales, con todos sus objetos de valor, joyas, etc. Lo encontré en mi carreta en Zanesville.

—¡Objetos de valor! ¡Joyas! —exclamó el señor Morgan—. Quiere decir esas cosas que Melodía guarda en su baúl. No había allí más que un puñado de ropas y las cosas que una muchacha guarda para cuando cace marido. Continuamente está sacando la ropa y planchándola para volver a guardarla en el baúl.

Lafe no hizo ningún comentario. No había nada que decir…

A la mañana siguiente, estaría dispuesto para proseguir su viaje. Tom Morgan le ayudó a enganchar.  La señora Morgan le dio un beso y le deseó buena suerte.

Melodía ni siquiera se acercó a decirle adiós y Lafe no la censuró por ello. Puso los caballos en movimiento dirigiéndose de nuevo hacia el Oeste, alejándose de Middle Fork en dirección a los territorios del búfalo, y en esta ocasión no existía la posibilidad de volver atrás. 

Pero Lafe no pensaba en otra cosa que en la absoluta soledad que le aguardaba en el desierto del Oeste.

Ni siquiera caminó. Iba montado apáticamente en la parte delantera del pescante, rodeado por el ruido hueco de la carreta vacía y pensando en la inestabilidad de su futuro.

Transcurrió mucho tiempo antes de darse cuenta de algo que le era muy familiar: el perfume de primavera. El perfume del cedro, de las rosas y de las especias.

De repente se volvió. La carreta no estaba completamente vacía. El baúl de madera de sándalo estaba a bordo otra vez y sentada encima se hallaba la señorita Melodía Morgan. Tenía las manos entrelazadas modosamente en su regazo, luciendo su mejor gorrito.

—Decidí —balbució con voz temblorosa— que yo también quería ver un búfalo.

Los caballos prosiguieron su marcha. Lafe estaba ocupado. Tenía los brazos llenos de algo que era pequeño, vivo, cálido y mucho más fragante que la primavera.

Al cabo de un rato estaban sentados delante, muy juntos, y Lafe conducía con una mano. Las alondras cantaban y el corazón de Lafe y él cantaba con ellas. 

Apareció un largo prado y Melodía lo vio y empezó a hablar. Luego miró a Lafe y cerró la boca con decisión. Sonrió. 

—Será aquí, si volvemos por este lado —dijo Lafe—. Yo diré cuándo y dónde fijaremos nuestra residencia.

—Sí, Lafe —asintió Melodía sumisa, mansamente.

Pero no pudo evitar mirar por encima del hombro aquella extensión de terreno y la marcó en su memoria para futura referencia.

 Fuente:

Título Original: They Opened The West, © 1967 Western Writers of America Inc.

Varios autores, Pioneros del Oeste, recopilación de Tom W. Blackburn, traducción de H. C. Granch, Editorial Molino, 1970, Colección Bibloteca Oro - Oeste, volumen número 52, págs 13-26