martes, 29 de junio de 2021

Qué es la "flexibilidad cognitiva" y por qué es clave para el aprendizaje y la creatividad

 Por Barbara Jacquelyn Sahakian, Chrsitelle Langley y Victoria Leong

The Conversation *

 

El coeficiente intelectual (CI) a menudo es aclamado como un motor fundamental del éxito, especialmente en campos como la ciencia, la innovación y la tecnología.

De hecho, muchas personas sienten una fascinación infinita por las puntuaciones de coeficiente intelectual de las personas famosas.

Pero la verdad es que algunos de los mayores logros de nuestra especie se han basado principalmente en cualidades como la creatividad, la imaginación, la curiosidad y la empatía.

Muchos de estos rasgos están incrustados en lo que los científicos llaman "flexibilidad cognitiva", una habilidad que nos permite cambiar entre diferentes conceptos o adaptar el comportamiento para lograr metas en un entorno nuevo o cambiante. 

Básicamente, se trata de aprender a aprender y ser capaz de ser flexible en la forma de aprender. 

Esto incluye el cambio de estrategias para una toma de decisiones óptima.

En nuestra investigación en curso, estamos tratando de averiguar cómo las personas pueden mejorar mejor su flexibilidad cognitiva.

La flexibilidad cognitiva nos brinda la capacidad de ver que lo que estamos haciendo no conduce al éxito y de realizar los cambios adecuados para lograrlo. 

Nos solemos fijar en los coeficientes intelectuales de los genios, pero no lo es todo.

Si normalmente tomas la misma ruta para ir al trabajo, pero ahora hay obras en tu ruta habitual, ¿qué puedes hacer? 

Algunas personas permanecen rígidas y se apegan al plan original, a pesar del retraso. Las personas más flexibles se adaptan al evento inesperado y resuelven problemas para encontrar una solución.

La flexibilidad cognitiva puede haber afectado la forma en que las personas se enfrentaron a los bloqueos pandémicos, que produjeron nuevos desafíos en torno al trabajo y la educación.

A algunos nos resultó más fácil que a otros adaptar nuestras rutinas para realizar muchas actividades desde casa.

Es posible que personas tan flexibles también hayan cambiado estas rutinas de vez en cuando, tratando de encontrar formas mejores y más variadas de realizar su día.

Otros, sin embargo, tuvieron problemas y finalmente se volvieron más rígidos en su pensamiento. Se apegaron a las mismas actividades de rutina, con poca flexibilidad o cambios.

 

Enormes Ventajas 

 

El pensamiento flexible es clave para la creatividad; en otras palabras, la capacidad de pensar en nuevas ideas, hacer nuevas conexiones entre ideas y hacer nuevos inventos.

También apoya las habilidades académicas y laborales, como la resolución de problemas.

Dicho esto, a diferencia de la memoria de trabajo, cuánto puedes recordar en un momento determinado es en gran medida independiente del coeficiente intelectual o "inteligencia cristalizada". 

Por ejemplo, muchos artistas visuales pueden tener una inteligencia media, pero son muy creativos y han producido obras maestras.

Contrariamente a las creencias de muchas personas, la creatividad también es importante en la ciencia y la innovación. 

Por ejemplo, hemos descubierto que los emprendedores que han creado varias empresas son cognitivamente más flexibles que los gerentes de una edad y un coeficiente intelectual similares.

Entonces, ¿la flexibilidad cognitiva hace que las personas sean más inteligentes de una manera que no siempre se captura en las pruebas de CI?

Sabemos que conduce a una mejor "cognición fría", que es un pensamiento no emocional o "racional", a lo largo de la vida.

Por ejemplo, para los niños conduce a una mejor capacidad de lectura y un mejor rendimiento escolar.

También puede ayudar a proteger contra una serie de sesgos, como el sesgo de confirmación.

Esto se debe a que las personas que son cognitivamente flexibles reconocen mejor las posibles fallas en sí mismas y utilizan estrategias para superarlas.

La flexibilidad cognitiva también se asocia con una mayor resistencia a los eventos negativos de la vida, así como con una mejor calidad de vida en las personas mayores.

Incluso puede ser beneficioso en la cognición emocional y social: los estudios han demostrado que la flexibilidad cognitiva tiene un fuerte vínculo con la capacidad de comprender las emociones, los pensamientos y las intenciones de los demás.

 

La Rigidez Cognitiva 

Lo opuesto a la flexibilidad cognitiva es la rigidez cognitiva, que se encuentra en varios trastornos de salud mental, incluido el trastorno obsesivo compulsivo, el trastorno depresivo mayor y el trastorno del espectro autista.

Los estudios de neuroimagen han demostrado que la flexibilidad cognitiva depende de una red de regiones cerebrales frontales y "estriatales".

Las regiones frontales están asociadas con procesos cognitivos superiores como la toma de decisiones y la resolución de problemas. En cambio, las regiones estriatales están vinculadas con la recompensa y la motivación.

Hay varias formas de evaluar objetivamente la flexibilidad cognitiva de las personas, incluida la Prueba de Clasificación de Tarjetas de Wisconsin y el cambio de tarea intra-extra dimensional CANTAB.

 

Impulsando la Flexibilidad 

La buena noticia es que parece que puedes entrenar la flexibilidad cognitiva.

La terapia cognitivo-conductual (TCC), por ejemplo, es una terapia psicológica basada en evidencia que ayuda a las personas a cambiar sus patrones de pensamientos y comportamiento.

Por ejemplo, una persona con depresión que no ha sido contactada por un amigo en una semana puede atribuir esto a que ya no le agrada al amigo.

En TCC, el objetivo es reconstruir su pensamiento para considerar opciones más flexibles, como que el amigo esté ocupado o no pueda contactarlo.

El aprendizaje de estructuras, la capacidad de extraer información sobre la estructura de un entorno complejo y descifrar flujos inicialmente incomprensibles de información sensorial, es otra forma potencial de avanzar.

Sabemos que este tipo de aprendizaje involucra regiones cerebrales frontales y estriatales similares a la flexibilidad cognitiva.

En una colaboración entre la Universidad de Cambridge y la Universidad Tecnológica de Nanyang, actualmente estamos trabajando en un experimento en el "mundo real" para determinar si el aprendizaje estructural puede realmente conducir a una mejor flexibilidad cognitiva.

Los estudios han demostrado los beneficios de entrenar la flexibilidad cognitiva, por ejemplo, en niños con autismo.

Después de entrenar la flexibilidad cognitiva, los niños mostraron no solo un mejor desempeño en las tareas cognitivas, sino también una mejor interacción social y comunicación.

Además, se ha demostrado que el entrenamiento de la flexibilidad cognitiva es beneficioso para los niños sin autismo y para los adultos mayores.

A medida que salgamos de la pandemia, necesitaremos asegurarnos de que, al enseñar y capacitar nuevas habilidades, las personas también aprendan a ser cognitivamente flexibles en su pensamiento.

Esto les proporcionará una mayor resiliencia y bienestar en el futuro.

La flexibilidad cognitiva es esencial para que la sociedad prospere. Puede ayudar a maximizar el potencial de las personas para crear ideas innovadoras e invenciones creativas.

En última instancia, son esas cualidades las que necesitamos para resolver los grandes desafíos de hoy, incluido el calentamiento global, la preservación del mundo natural, la energía limpia y sostenible y la seguridad alimentaria.

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*Barbara Jacquelyn Sahakian es profesora de neuropsicología clínica de la Universidad de Cambridge, Christelle Langley es investigadora asociada de neurociencia cognitiva de la Universidad de Cambridge y Victoria Leong es profesora afiliada de psicología de la Universidad de Cambridge.

 

Fuente

Flexibilidad Cognitiva

viernes, 11 de junio de 2021

Sherlock Holmes de Carne y Hueso

 Sherlock Holmes de Carne y Hueso

El hombre que inspiró a Conan Doyle el famoso personaje de sus novelas policíacas


Por Irving Wallace

Cierta noche de las postrimerías del siglo pasado, 12 amigos a quienes una partida de caza congregó en Escocia durante un fin de semana entretenían la cena con animada conversación acerca de los crímenes célebres que nunca logró esclarecer la policía. Uno de los comensales, el doctor Joseph Bell, tenía pasmados a los demás con la sutileza de sus deducciones.

Fue el doctor Bell un cirujano eminente y distinguido catedrático de la Universidad de Edimburgo, en la cual, por su asombrosa técnica de maestro, ejerció manifiesta en los alumnos que en el transcurso de cinco décadas pasaron por su aula. A este número pertenecieron Arthur Conan Doyle, Robert Louis Stevenson y James M. Barrie.

‒La mayoría de las personas–decía esa noche el doctor Bell‒miran, pero no observan. Con darle un vistazo a un hombre, nos bastará para leer su nacionalidad, que lleva escrita en la cara; sus medios de vida, en las manos; y el resto de su historia, en el porte, los modales, los dijes del reloj, y las motas que se le pegaron a la ropa.
‒Una vez‒continúa el doctor‒entró un paciente en la sala donde me hallaba con algunos de mis discípulos. 

«Señores–les dije– este hombre ha servido en un regimiento de escoceses;  probablemente, en la banda de música.» Acto seguido les invité a reparar en el contoneo del paciente, que recordaba el de los gaiteros de esos regimientos. Por lo demás, su poca estatura me indicaba que, de haber servido en el ejército, debió ser en una banda de música. El hombre aseguraba, sin embargo, que era zapatero y nunca había estado en filas. Le mandé que se quitara la camisa. Reparé entonces en la marca que tenía en la piel: una diminuta D azul. Era así como acostumbraban señalar a los desertores durante la Guerra de Crimea. El hombre acabó por confesar que, en efecto, había pertenecido a la banda de un regimiento de escoceses de los que combatieron allí. Deducirlo de su apariencia no había sido difícil. Era realmente elemental, señores.

–El doctor Bell es casi un Sherlock Holmes –reparó en esto uno de los comensales.
–Señor mío –repuso vivamente el aludido– yo soy Sherlock Holmes.

Efectivamente –y así lo declara el propio Conan Doyle en su autobiografía– fue el doctor Bell quien le inspiró la creación de ese popularísimo personaje.

Las reglas que da Sherlock Holmes para la deducción y el análisis son mero trasunto de las que el doctor Bell aplicaba en la realidad de la vida. «Trato siempre de grabar en el ánimo de mis discípulos la gran importancia de las diferencias menudas; la significación inagotable de las pequeñeces–manifestaba el doctor en cierta ocasión a un reportero–Por ejemplo, casi  todo oficio mecánico va escrito en las manos de quien lo ejerce. Las cicatrices del minero no son las del picapedrero. Las callosidades del carpintero difieren de las del albañil. No es uno mismo el modo de andar del marinero y el del soldado. Por lo que hace a las mujeres, un médico que sea buen observador podrá  frecuentemente decir de antemano con toda exactitud la región del cuerpo de que van a quejarse.»

Según el doctor Bell, adquirir y desarrollar el hábito de la observación es indispensable al médico y al detective. En cuanto a los demás hombres, cultivar ese hábito les serviría para que su mundo, antes monótono, les ofreciese a cada paso la emoción de la sorpresa y la aventura.

«Cuando nuestra familia viajaba en tren–cuenta la señora de Cecil Stisted, hermana del doctor– Joseph nos indicaba de dónde venían los viajeros que ocupaban los otros asientos, adónde se dirigían, y agregaba a esto algunos pormenores relativos a la profesión y antecedentes de cada cual. Todo ello sin haber cruzado palabra con ninguno. Después, al ver que acertó en cuanto nos dijo, nos parecía cosa de magia.»

Estaba el doctor Bell una tarde sentado ante el escritorio en su despacho de la Enfermería Real cuando llamaron a la puerta.

–¡Adelante!–dice el doctor;  y luego mirando fijamente al hombre que acababa de entrar– ¿A qué se debe su preocupación?

–¿Quién le dijo que estoy  preocupado?

–Esos cuatro golpecitos. Un hombre libre de preocupaciones al llamar a la puerta se habría contentado con dar dos golpecitos; tres, a lo sumo.

En efecto el visitante estaba preocupado.

«Solía el doctor Bell –refiere Conan Doyle en una entrevista– permanecer sentado en su sala de consulta y diagnosticar la dolencia del enfermo que acababa de entrar allí antes de que éste despegase los labios. No solamente le decía cuáles eran los síntomas: llegaba hasta darle algunos pormenores de su vida pasada. Y muy rara vez dejaba de acertar.»

Esforzábase el doctor Bell día tras día en demostrarles a sus alumnos que la observación no es magia, sino ciencia. En la Enfermería Real, tras de examinar con una rápida ojeada al paciente recién llegado, decía, pongamos por caso:

–Zapatero remendón. 

Luego a solas con sus alumnos les explicaba:

–Tenía raído el pantalón por el lado de adentro, cerca de las rodillas. Es una particularidad característica de los remendones, que apoyan ahí la piedra de batir el cuero.

En los días en que el joven Conan Doyle era alumno practicante del doctor Bell, le oyó preguntarle a un paciente que acababa de llegar al consultorio:

‒¿Le gustó el paseo que dio por el campo de golf cuando venía para acá?

‒Sí, doctor ‒repuso el otro‒ pero… ¿andaba usted también por allí?

El doctor Bell, que no había salido del consultorio, le explicó:

‒En días lluviosos como el de hoy la arcilla rojiza se le pega a uno a los zapatos; y cómo sólo por los lados del campo de golf hay arcilla de ésa…

Conan Doyle menciona  en su autobiografía el siguiente caso en que brillan las dotes de observador del doctor Bell. Después de mirar en silencio por unos minutos a un nuevo paciente, le dice:

‒Veo que sirvió usted en un regimiento de escoceses y que lo licenciaron hace poco.
‒Así es, doctor.
‒Fue suboficial y estuvo de guarnición en la Barbuda.
‒Sí, doctor.

Dirigiose entonces el doctor Bell a sus alumnos:

‒Observen ustedes, señores: El paciente, no obstante ser hombre respetuoso, entra aquí con el sombrero puesto. Señal de que no ha perdido la costumbre militar de no descubrirse. Si lo hubiesen licenciado antes ya habría aprendido lo que se estila entre paisanos. Por su aire, se nota en seguida al hombre acostumbrado a mandar, y también al natural de Escocia. La enfermedad que lo aqueja es la elefantiasis, lo cual nos indica que sirvió en las Antillas.

Tanto impresionó el episodio a Conan Doyle que años después lo reprodujo con muy ligeras variantes en su novela de Sherlock Holmes, El Intérprete Griego.

Arthur Conan Doyle se graduó en 1881 en la Universidad de Edimburgo. Puso su placa de oculista en la puerta y se sentó a esperar pacientes. Al cabo de seis años seguía esperándolos.  La urgencia de procurarse alguna entrada lo empujó a escribir para el público. Tras un poco afortunado comienzo, ínfluido por la lectura de Poe y Gaboriau, quiso probar sus fuerzas en el cuento policíaco. Para ello se propuso crear un detective que se apartase de lo corriente.

«Recordé a mi antiguo maestro el doctor Bell‒cuenta en su autobiografía‒De ser detective, con seguridad él hubiera convertido la interesantísima pero desordenada materia de  esa profesión en algo semejante a una ciencia exacta.  Está muy bien eso de decir que un hombre es muy listo‒pensaba yo‒pero el lector querrá pruebas que así lo demuestren; pruebas como las que el doctor Bell nos daba diariamente. La idea me pareció divertida.»

Sherlock Holmes entró al mundo de la novela en 1887, en las páginas de Beeton’s Christmas Annual.  Fue un comienzo poco prometedor. Sin embargo, dio motivo, pasados dos  años a que el director de un periódico estadounidense pidiera a Conan Doyle nuevas aventuras de Sherlock Holmes. Esto puso al hoy  famoso detective en camino de la inmortalidad literaria.

A lado y lado del Atlántico, cada nueva hazaña de la perspicacia de Sherlock Holmes‒a la cual sabía comunicar tanta verosimilitud como interés la diestra pluma de Conan Doyle‒suscitaba apasionados comentarios entre los muchos admiradores del sagaz detective. En la Aventura del Maestro de Obras de Norwood (*), cuando irrumpe en el piso de la calle Baker un joven poseído de la más viva agitación, quien se presenta a sí mismo diciendo que es el desventurado John McFarlane, Sherlock Holmes responde perezosamente:

‒Menciona usted su nombre como si por eso hubiera de saber yo de quien se trata; pero le aseguro que, fuera delo que salta a la vista, o sea, que es usted soltero, abogado, masón y asmático, no sé  absolutamente nada acerca de su persona. 

(*) En español, La Aventura del Constructor de Norwood o El Constructor de Norwood.

Con todo y su perspicacia el doctor Bell no era infalible. Sabía, eso sí, ver el lado cómico de las cosas. Cuando sus visitantes le instaban a que refiriese alguno de los casos en que brilló su gran talento deductivo, se complacía en relatarles lo que ocurrió en una visita de hospital. 

‒¿Es usted músico?‒pregunta al enfermo ante cuya cama acaba de detenerse.
‒Sí, señor.

A tal respuesta, el doctor Bell se dirige a sus alumnos en tono magistral:

–¿Lo están viendo ustedes? El caso es muy sencillo: parálisis de los músculos faciales ocasionada por el repetido esfuerzo al tocar instrumentos de viento. Una pregunta básica bastará para confirmar el diagnóstico.

–¿Qué tocaba usted, buen hombre?–dice dirigiéndose al músico.

Clava éste ambos hombros en la almohada, se incorpora a medias y responde: 

–¡El bombo, doctor!



Condensado de «The Saturday Review of Literature»

Fuente:
Revista Selecciones del Reader’s Digest, Agosto de 1948, tomo XVI, N° 93, págs. 39-42, Selecciones del Reader’s Digest, S.A., La Habana, Cuba


La nota añadida sobre el Constructor de Norwood es mía. B.A.