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miércoles, 12 de febrero de 2025

El Instrumento de la Victoria

Todos sabían que la gigantesca computadora había sido su arma principal. ¿Cómo habrían ganado la guerra sin ella?

Cuento



Por Isaac Asimov

LA ALEGRE celebración duraría mucho tiempo aún, e impregnaba el ambiente hasta en las silenciosas profundidades de las cámaras subterráneas de la Multivac. Por primera vez en un decenio, los técnicos no se afanaban en torno de las partes vitales de la gigantesca computadora, y las suaves luces no parpadeaban sus caprichosas configuraciones: el flujo de información se había detenido.

Aquel era el único rincón apacible de una metrópoli enloquecida. Tres hombres lo habían buscado como por instinto.

Lamar Swift, director ejecutivo de la Fundación Solar, se quitó la gorra militar y se sentó, cansado, en una de las sillas giratorias. El uniforme, en el que nunca se había sentido cómodo, lucía pesado, arrugado.
ꟷ Echaré de menos todo esto, pero no con agrado ꟷanuncióꟷ. Es difícil recordar los días en que no estábamos en guerra con Deneb y, ahora, parece contrario a la naturaleza estar en paz y ver las estrellas sin sentir angustia.

Los otros dos hombres eran más jóvenes que Swift. Ninguno de ellos estaba tan canoso ni parecía tan extenuado como él.
A John Henderson que tenía labios delgados, le resultaba difícil disimular el alivio que sentía por el triunfo.
ꟷ¡Todavía no puedo creerlo! ꟷexclamóꟷ. Hablamos tanto, durante tantos años, de la amenaza que pendía sobre la Tierra y todos sus mundos; sobre todos los seres humanos… ¡Y ahora estamos vivos y son los denebianos quienes han sido destruidos!
ꟷTodo gracias a la Multivac ꟷcompletó Swift al mismo tiempo que echaba una mirada al imperturbable Max Jablonsky, que durante toda la guerra había sido el Intérprete Principal del enorme oráculoꟷ. ¿No es así, Max?
Jablonsky se encogió de hombros.
ꟷ¡Bueno! Eso es lo que dicen ellos ꟷdijo, y su grueso pulgar se movió en dirección a su hombro derecho, apuntando hacia arriba.
ꟷ¿Estás celoso, Max?
ꟷ¿Por qué aclaman a la Multivac? ꟷreplicó el aludido, mientras su áspero rostro adoptaba un aire de desprecioꟷ. ¿Qué me importa eso? Que sea la Multivac la máquina que ganó la guerra, si eso les complace.

Con el rabillo de los ojos, Henderson miró a los otros dos, consciente tan sólo del peso de su culpa. Súbitamente, como si ese peso fuera demasiado grande para seguirlo soportando, protestó:
ꟷLa Multivac no tuvo nada que ver con la victoria. Es sólo una máquina, y no es mejor que los datos que se le suministran ꟷse detuvo, repentinamente acobardado por lo que decía.
Jablonsky lo miró.
ꟷTú debes saberlo ꟷadvirtióꟷ, porque tú le suministraste los datos.
¿O estás adjudicándote el mérito?
ꟷ¿No! ꟷse indignó Hendersonꟷ. No hay mérito en esto.
¿Qué saben ustedes delos datos que la Multivac tenía que usar, predigeridos en un centenar de computadoras subsidiarias aquí en la Tierra, en la Luna, en Marte y hasta en Titán? Hace ocho año, cuando pasé a ser el Programador Principal, la guerra apenas empezaba; era una aventura sin peligro real. No habíamos llegado al punto en que las naves tripuladas tuvieran que hacerse cargo de la situación, y las curvaturas interestelares podían tragarse un planeta. En ese momento empezaron las verdaderas dificultades. Ustedes no saben nada de esto.
ꟷCuéntanoslo ꟷpidió Swift.
ꟷ¡Está bien! Los datos perdieron valor, literalmente… ¡Ustedes dos no estaban allá, en lo más reñido de los combates! Tú, Max, no te separabas nunca de la Multivac, y tú, Señor Director, jamás salía de la Mansión como no fuera las visitas oficiales, en las que sólo veías lo que ellos deseaban que vieras.
ꟷYo estaba más enterado de lo que supones ꟷse defendió Swift.
ꟷ¿Saben ustedes ꟷprosiguió Hendersonꟷ hasta qué punto se volvieron inciertos los datos concernientes a nuestra capacidad de producción, nuestro potencial de recursos, nuestro personal capacitado, y todo lo que resultaba importante para el esfuerzo bélico, en la segunda mitad de la guerra? Los jefes de grupo, civiles y militares, se preocupaban por proteger su propia imagen y, por eso, disimulaban lo malo y exageraban lo bueno.
Jablonski reflexionó, y comentó:
ꟷNunca dijiste que fueran inciertas, John.
ꟷ¿Cómo iba a decirlo? ꟷreclamó Hendersonꟷ. Todo nuestro esfuerzo se vinculaba a la Multivac. Esta era la única gran arma que teníamos de nuestro lado, ya que los denebianos no poseían nada comparable.
¿Qué otra cosa mantenía en alto la moral de la población, ante la perspectiva de destrucción total, sino la seguridad de que la Multivac prediría y evitaría siempre cualquier ataque denebiano? Si yo te hubiera dicho que los datos no eran fidedignos, ¿qué habrías hecho, aparte de despedirme y de negarte a creerme? Yo no podía permitirlo.
ꟷ¿Qué hiciste entonces? ꟷpreguntó Max Jablonski.
ꟷCorregí los datos.
ꟷ¿Cómo? ꟷindagó Swift.
ꟷ¡Por intuición! Al principio hice algunas modificaciones aquí y allá para corregir ciertos datos que a todas luces eran imposibles. Cuando vi que todo el mundo se nos venía encima, me envalentoné. Ya al final, casi no me preocupaba. Simplemente anotaba los datos necesarios conforme se requerían. Hasta hice que el Anexo de la Multivac me preparara datos según el modelo privado de programación que diseñé.

Para sorpresa de Henderson, Jablonski sonrió, y sus ojos oscuros lanzaron destellos tras las arrugas de los párpados inferiores.
ꟷEn tres ocasiones se me informó del uso no autorizado del Anexo ꟷdijoꟷ, y en cada una de ellas hice la vista gorda. Si el asunto hubiera sido importante, lo habría investigado y te habría descubierto, John. Pero, por supuesto, nada relacionado con la Multivac importaba en esos días y, por lo tanto, te saliste con la tuya.
ꟷ¿No importaba nada? ꟷpreguntó Henderson con cierto recelo.
ꟷNo. ¿Qué te hizo pensar que la Multivac funcionaba bien? ¿Dónde estuvieron mis técnicos en los últimos años de la guerra? Habían salido a alimentar a las computadoras de mil artefactos espaciales distintos. ¡No estaban! Así que tuve que trabajar con los muchachos en los que no podía confiar, y con veteranos que no estaban actualizados. A mí no me importaba que fueran fidedignos, o no, los datos que se suministraban a la Multivac. Los resultados no lo eran. Eso sí lo sabía.
ꟷ¿Y qué hiciste? ꟷle preguntó Henderson.
ꟷLo mismo que tú, John. Me dejé guiar por la intuición… y fue así como la máquina ganó la guerra.

Swift se arrellanó en su silla y estiró las piernas.
ꟷ¡Qué revelaciones! ꟷcomentó Lamarꟷ. ¡Entonces, resulta que el material que se me entregó para orientarme en la toma de decisiones era la interpretación humana de datos recabados por hombres! Tuve razón al no confiar mucho en él.
ꟷ¿No confiaste en el material? ꟷpreguntó Jablonski. A pesa r de loque acababa de confesar, logró aparentar que se sentía herido en su dignidad profesional.
ꟷTemo que no. La Multivac parecía indicar: “Ataquen aquí, y no allá; hagan esto, y no aquello״, pero nunca tuve la certeza de que realmente quería decir lo que parecía decir.
ꟷ¡Pero el informe final de la máquina era siempre muy claro, señor! ꟷprotestó Jablonski.
ꟷTalvez, para quienes no debían tomar decisiones; pero, para mí, no.
¡Era insoportable la responsabilidad de tales decisiones

Dejándose llevar por aquella atmósfera de confesiones mutuas, Jablonski se olvidó de los títulos:
ꟷ¿Qué hiciste entonces, Lamar?
Después de todo tomaste decisiones… ¿Cómo fue?

Swift metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda que databa de los años previos a la escasez de metal que originó el sistema de crédito controlado por computadora, y la sostuvo entre los dedos, contemplándola.
ꟷLa Multivac no es la primera computadora, ni la más conocida, ni la más eficiente para descargar de los hombros del ejecutivo el peso de las decisiones ꟷseñalóꟷ. Ahora bien, sí fue un artefacto de cómputo el que ganó la guerra; uno muy sencillo, mucho más antiguo que la Multivac. Y lo usé cada vez que tuve que tomar una decisión particularmente difícil.

Con una leve sonrisa nostálgica, Swift arrojó al aire la moneda, que destelló al girar en lo alto y cayó en su mano derecha. Luego cerró la mano sobre la moneda y la depositó sobre el dorso de su mano izquierda.
ꟷ¿Cara o cruz, caballeros?

 

Condensado de “The Machine That Won The War״, © 1961 por Mercury Press, Inc. del libro “Nightfalls and Other Stories״ © 1967 por Isaac asimov, publicado por Doubleday, de Nueva York, Nueva York.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CII, Número 609, Año 51, Agosto de 1991, págs 3-6, Reader’s Digest Latinoamérica, Coral Gables, Florida, Estados Unidos

lunes, 12 de julio de 2021

De Químico a Químico

 Por Isaac Asimov 

Esta vez, nuestro doctor Isaac Asimov desea demostrar que Martin Gardner no es el único escritor de esta revista que inventa acertijos con dos soluciones. Isaac Asimov consigue, como es sabido, cuanto se propone”.

 

El profesor Neddring contempló benévolamente a su estudiante graduado y no vio en él el menor nerviosismo. El joven estaba tranquilamente sentado; su cabello era  un poco rojizo ysusojosávidos, pero atemperado; llevaba las manos en los bolsillos de su bata de laboratorio.

 “Un espécimen prometedor, pensó el profesor.

Hacía tiempo que sabía que el joven estaba interesado por su hija. Más aún, hacía algún tiempo que sabía que su hija estaba interesada por el joven.

— Hablemos claro, Hal —dijo el profesor— has venido a verme para obtener mi aprobación  antes de declarte a mi hija, ¿verdad?

— Verdad, señor—asintió Hal.

— Concedo que no soy uno de esos padres anticuados, ni tampoco demasiado moderno, pero estoy seguro que no se trata de una novedad —el profesor metió las manos en los bolsillos de su bata y se retrepó en su sillón—. La juventud, hoy día, no suele pedir permiso. Y no me irás a decir que renunciarás a mi hija si te niego ese permiso.

— No, si ella todavía quiere casarse conmigo, como supongo. Pero me gustaría...

— ... Conseguir mi aprobación. ¿Por qué?

— Por diversos motivos prácticos. Aún no tengo el grado de doctor y no quiero que se murmure que salgo con su hija para que usted me ayude a obtenerlo. Si usted piensa eso, dígalo con claridad, y tal vez aguardaré hasta que me haya graduado.  O tal vez no aguardaré, y corre el albur(*) de que su desaprobación haga más difícil para mí conseguir el diploma.

— Osea  que, en beneficio de tu doctorado, opinas que sería mejor que tú y yo fuésemos amigos.

— Honradamente sí, profesor.

Hubo un silencio entre ambos. El profesor Neddring meditaba en el asunto con cierta vacilación. Su labor investigadora se refería a la compleja coordinación del cromo, y existía una dificultad bien definida en reflexionar con precisión respecto a algo tani mpreciso como el afecto, el matrimonio, y el futuro probable de cada uno de los implicados en el asunto.

Se frotó su suave mejilla (a la edad de cincuenta años era demasiado viejo para lucir alguna de las barbas adoptadas por los miembros jóvenes de su Departamento), y murmuró: 

— Bien, Hal, sideseas saber cuál es mi decisón, tendré que basarla en algo, y la única forma en que yo puedo juzgar a la gente es por medio de sus poderes de razonar. Mi hija te juzga a su manera, peroyo he de juzgarte a la mía.

— Es justo —aprobó Hal.

 — Entonces te lo explicaré —el profesor se inclinó hacia adelante y garabateó algo en un papel—. Dime qué significa esto y te daré mi bendición. 

Hal cogió el papel. Lo que había escrito el profesor era una serie de números: 69663717263376833047.

—¿Un criptograma? (* *) —se extrañó el joven.

—Puedes llamarlo así.

—Quiere que resuelva un criptograma —dijo Hal frunciendo el ceño levemente—, y si lo consigo aprobará mi matrimonio, ¿eh?

 — Sí.

— Y en caso contrario, no aprobará el matrimonio.

— Reconozco que parece trivial, pero por este criterio pienso juzgarte. Claro que siempre podrás casarte sin mi aprobación. Janice es mayor de edad.

— Prefiero casarme con su aprobación. ¿Cuánto tiempo tengo?

— Ninguno. ¡La solución ahora mismo! Razónala.

— ¿Ahora?

— Claro.

Hal Nord cambió de postura en su silla, que crujió en respuesta. Luego miró fijamente los números del papel.

— ¿He de hacerlo de memoria o puedo usar papel y lápiz?

— De memoria. Quiero oír como piensas. ¿Quién sabe? Si me gusta tu forma de pensar, tal vez te dé mi aprobación aunque no resuelvas el enigma.

— De acuerdo —conformóse Hal—. En primer lugar haré una suposición: supongo que usted es un hombre honrado y que no me propondría un problema que supiese por anticipado que yo soy incapaz de solucionarlo. Por tanto, este criptograma yo puedo solucionarlo, según cree usted. Lo que a su vez significa que se refiere a algo que yo conozco bien.

— Bien razonado —admitió el profesor.

Pero Hal no le escuchaba y continuó con lentitud.

— Naturalemente, conozco bien el alfabeto, de manera que estos números podrían ser una sustitución de algunas letras. Presumiblemente, debería de existir, en este caso, alguna sutileza, si no, sería demasiado fácil. Pero soy un aficionado a la solución de criptogramas, y a menos que pueda adivinar rápidamente cierta pauta en los números aquí escritos, estaré perdido. Bien, aquí hay cinco seis y cinco tres, pero ni un solo cinco... lo cual no significa para mí. Por tanto, abandono la posiblidad de un cifrado generalizado y paso al campo de nuestra especialización.

Meditó unos momentos y reanudó sus deduccciones.

— Usted está especializado en química inorgánica que, ciertamente, también será mi especialización. Para cualquier químico los números se refieren a números atómicos. Todos los elementos químicos poseen su número característico  y se conocen ciento cuatro elementos, o sea que los números relacionados con los átomos van del 1 al 104

”Usted no indica cómo han de separarse los números. Los números dígitos, dentro de los atómicos, van del 1 al 9; los pares dígitos, del 10 al 99, y los tríos de dígitos del 100 al 104 (***). Esto es obvio, profesor, pero usted quería oírme razonar y es lo que estoy haciendo. 

”Podemos olvidarnos de los números atómicos de tres dígitos, puesto que en ellos el 1 va siempre seguido de un cero, y el único 1 del criptograma va seguido del 7. Como hay pues, veinte números dígitos, es  posible que sólo se trate de diez números atómicos de dos dígitos: diez de ellos. Podría tratarse de nueve pares de dígitos y dos de uno, aunque lo dudo. Incluso dos números atómicos de un dígito podrían estar presentes en centenares de combinaciones diferentes en la lista de elementos, pero sería una solución demasiado dificl para encontrarla ahora. Yo creo, por consiguiente, que estoy tratando con diez dígitos de dos plazas, y que el criptograma puede convertirse en: 69, 66, 37, 17, 26, 33, 76, 83, 30, 47. Estos números no significan nada en sí mismos, pero si se trata de números atómicos ¿por qué no transformar cada uno en el nombre del elemento que representan? Los nombres sí serían significativos. Lo cual no es muy fácil porque no sé de memoria toda la lista de elementos por el orden atómico. ¿Puedo consultar una tabla?

El profesor les escuchaba con interés.

— Yo no consulté nada para preparar este criptograma.

— De acuerdo. Veamos... —murmuró Hal lentamente—. Algunos son  claros. Sé que el 17 es el cloro, el 26 el hierro, el 83 el bismuto, el 30 el cinc. En cuanto al 76, es algo cercano al oro, que es el 79, lo que significa platino, osmio, iridio... podría ser el osmio. Dos de ellos son elementos raros y jamás he logrado memorizarlos. Veamos... veamos... Ah, sí, creo que ya los tengo.

Escribió algo con rapidez y prosiguió:

— La lista de diez elementos es: tulio, disprosio, rubidio, cloro, hierro, arsénico, osmio, bismuto, cinc y plata. ¿No es así? No, no conteste.

Estudió la lista pensativamente

— No veo ninguna relación entre esos elementos. Aunque supongo que son una pista. Bien, pasemos esto por alto y me pregunto si hay algo, aparte del número atómico, que sea tan característico de esos elementos que cualquier químico lo vea interesante. Obviamente, debe  tratarse del símbolo químico, la abreviatura con una o dos letras para cada elemento, que para el químico es como la segunda naturaleza del elemento. En estecaso, la lista de símbolos químicos es... —volvió a escribir— Tm, Di, Rb, Cl, Fe, As, Os, Bi, Zn, Ag. 

”Esto podría formar una frase, mas no es así; o sea que se trata de algo más sutil. Si con esto se hace un acróstico (****) y se lee sólo la primera letra de cada símbolo, tampoco sirve de nada. Por tanto, hay que probar de otro modo, o sea leyendo la segunda letra de cada símbolo por orden... y el total dice: mi bendición(1)”. Supongo que ésta es la solución.

 

(1) Naturalmente, el criptograma del doctor Asimov debe entenderse con referencia al idioma inglés,en el que la palabra bendición” es blessing, y mi”, es my. (N.del Traductor)

 

—Exacto —asintió el profesor con gravedad—. Has razonado con precisión y te concedo mi permiso para que le propongas a mi hija el casamiento.

Hal se puso de pie, vaciló y se acercó de nuevo a la mesa.

— Por otra parte no me gusta alabarme de algo que no merezco. Es posible que el razonamiento que he efectuado sea preciso , pero solamente lo hice porque quería que usted me oyese razonar con lógica. En realidad, conocía la respuesta antes de empezar, de modo que en cierto modo le engañé y lo admito sinceramente

— ¿Cómo es eso?

— Bueno, usted me aprecia y supongo que deseaba que encontarse la solución, cosa que jamás podría hacer sin su ayuda. Cuando me entregó el papel, me dijo: “Dime qué significa esto y te daré mi bendición”. Supuse, pues, que debía tomar sus palabras al pie de la letra.  Mi bendición(2)” tiene diez letras y usted me entregó veinte dígitos. Naturalmente, yo los separé por parejas. 

(2) Remitimos al lector a la nota anterior.

”Luego le dije que no recordaba de memoria la lista de los elementos.  Bien, los pocos que recordaba eran suficientes para mostrarme que, juntando las segundas letras de cada símbolo, la frase resultante era mi bendición”, de manera que logré añadir los símbolos que no recordaba de acuerdo con las letras que faltaban para formar la frase mi bendición”. ¿Está enfadado conmigo?

El profesor Neddring sonrió:

— Ahora es cuando has razonado bien, muchacho —dijo— Cualquier científico competente puede pensar con lógica. Los grandes se sirven de la intuición.

 

Fuente:

Isaac Asimov's Revista Ciencia Ficción, nº 10, Enero 1981, traducción de Miguel Giménez Sales, Ediciones Picazo, Barcelona, España, págs 53-58


Notas adicionales

 (*) Albur:  Contingencia o azar a que se fía el resultado de alguna empresa.  Albur

 (**) Criptograma: Mensaje cifrado que sólo puede ser entendido por aquellos que logran descifrar la clave en cuestión. El significado literal de criptograma sería “mensaje secreto”. Uno los métodos más usuales y simples para crear un criptograma es el llamado cifrado por sustitución, que consiste en reemplazar cada letra por otra o por un número. Cita de Definición.de

(***) Actualmente los elementos químicos dentro de la tabla periódica son 118. El número 119 es hipotético.

(****) Acróstico: Dicho de una composición poética: Constituida por versos cuyas letras iniciales, medias o finales forman un vocablo o una frase. Pasatiempo que consiste en hallar,  a partir de unas definiciones o indicaciones, las palabras que, colocadas  en columna, forman con sus iniciales una palabra o una frase. Acróstico

 Estas notas adicionales y alguna negrita y/o cursiva en el texto son mías. B.A.


lunes, 2 de enero de 2017

La Masa Siniestra


Los habitantes de la zona cercana a  la estación de investigaciones atómicas temían que hubiera un accidente…

Cuento

Por Arthur C. Clarke

El miércoles es el día que nos reunimos en el Ciervo Blanco, taberna ubicada entre la calle Fleet y el dique del Támesis. Me refiero a los periodistas y los científicos de la calle Fleet (el King’s College está cerca, sobre la ribera).
En el Ciervo Blanco se contaban a veces historias extraordinarias; por ejemplo, la que relató Harry Purvis sobre cómo evitó la evacuación del sur de Inglaterra. He aquí la historia:

Sucedió hace dos años, en el Centro de Investigaciones de Energía Atómica, cerca de Clobham. Trabajé ahí algún tiempo, en un proyecto especial del que no puedo hablar.

Estábamos unos seis científicos en el bar del Cisne Negro. Era sábado por la tarde, un hermoso día, a fines de primavera. Desde las ventanas abiertas se dominaba la ladera de Clobham Hill.

El personal del Centro se llevaba muy bien con los pueblerinos, aunque ellos solían preguntarnos, entre bromas y veras, si planeábamos provocar pronto una buena explosión. Se suponía que esa tarde debían estar presentes algunos compañeros que finalmente no asistieron, porque hubo una tarea urgente en la División de Isótopos. Stanley Chambers, el dueño de la taberna, le preguntó a mi jefe, el doctor French:

-¿Por qué no vinieron sus compañeros, doctor?

-Están ocupados en las obras; llegarán más tarde.

(Acostumbrábamos llamarle al Centro  ”las obras”, para contrarrestar su fama atemorizante).

-Un día -observó Stan, en tono grave-, usted y sus amigos dejarán escapar algo que no podrán encerrar de nuevo. ¿Adónde iremos a parar entonces?

-A medio camino de aquí a la Luna -respondió French. Una salida imprudente, pero las preguntas tontas lo sacaban de quicio.

Un hombre que estaba sentado en el reservado, junto a la  ventana, terció con voz meditabunda:

-Yo estaba en St. Thomas la semana pasada, y vi que transportaban un cargamento, seguramente de esos isótopos que ustedes envían a los hospitales. Lo llevaban en una caja de plomo, herméticamente cerrada, que debe de haber pesado, por lo menos, una tonelada. Sentí un escalofrío al imaginar lo que pasaría si alguien manejara aquello en forma inapropiada.

-El otro día calculamos que había suficiente uranio en Clobham para hacer hervir el Mar del Norte –replicó French, molesto por la interrupción de su juego de dardos.

Aquello no era verdad, por supuesto, pero yo no podía contradecir a mi jefe, ¿verdad?

Vuelta Forzada. Noté que el hombre del reservado miraba hacia el camino con expresión de angustia.

-La sustancia esa que sale de su laboratorio en camiones, ¿no es así? –preguntó con cierto apremio.

-Sí; y muchos de esos isótopos son de vida corta y tienen que llegar a su destino de inmediato.

-Bueno, pues hay un camión en dificultades, allá abajo. ¿Es uno de los suyos?

El tablero de dardos se quedó olvidado, pues todo el mundo corrió a asomarse a la ventana. Alcancé a ver un enorme camión cargado con cajas de embarque, el cual se estaba precipitando colina abajo, como a medio kilómetro de nosotros. De vez en cuando rebotaba contra el seto vivo que bordeaba el camino; sin duda, los frenos le habían fallado, y el conductor había perdido el control del vehículo. Por fortuna, no venían otros vehículos en sentido contrario.

El camión llegó a un recodo del camino y se salió atravesando el seto. Luego avanzó unos 50 metros con velocidad decreciente, entre saltos y violentas sacudidas, por lo accidentado del terreno. Casi se había detenido cuando se topó con una zanja y, con gran parsimonia se volcó de lado. Segundos después llegó hasta nosotros el ruido de madera resquebrajada, pues las cajas estaban cayendo al suelo.

Entonces vimos algo que nos dejó boquiabiertos: la portezuela de la cabina se abrió, y el conductor salió a gatas. Estábamos lejos, pero notamos su agitación. El hombre no se sentó a recobrar el aliento, como era de esperarse: de inmediato se puso en pie y se alejó corriendo, como si lo persiguieran todos los demonios del Averno. Presenciamos pasmados y con aprensión creciente cómo desaparecía corriendo cuesta abajo. En el ominoso silencio del bar, alguien preguntó: ”¿Creen que debemos quedarnos aquí? Porque…. ¡está a sólo ochocientos metros!”

Con los nervios de punta. La reacción general fue un movimiento indeciso de alejarnos de la ventana. French soltó una risita nerviosa, y reflexionó:

-No sabemos si se trata de uno de nuestros camiones y, de todos modos, es imposible que eso estalle. Lo que el conductor teme es que se incendie el tanque de gasolina.

-Ah, ¿sí? -intervino Chambers-. Entonces, ¿por qué sigue corriendo? Ya bajó la mitad de la colina. Iré por mis binoculares.

Nadie se movió hasta que regresó el tabernero; es decir, nadie excepto la pequeña figura, allá lejos, que por fin desapareció en el bosque sin aflojar el paso.

Stan se tardó una eternidad escudriñando con los binoculares, hasta que los bajó y emitió un gruñido: “No es mucho lo que distingo; el camión se volcó hacia el otro lado. Las cajas están dispersas por ahí, y algunas, abiertas. A ver si usted nota algo más”.

Vista borrosa. French miró largo rato, y luego me pasó los binoculares. Eran de un modelo anticuado, y no servían de mucho. Por un momento me pareció ver una extraña nebulosidad alrededor de algunas cajas, pero eso era absurdo; lo atribuí al mal estado de los lentes.

Entonces, dos ciclistas subieron la colina en un tándem, y al llegar al hueco recién abierto en el seto desmontaron inmediatamente para averiguar lo que había sucedido. El camión se veía desde el camino. Se acercaron tomados de la mano; la muchacha se resistía, y el hombre seguramente le decía que no tuviera miedo. Llegaron a unos cuantos metros del camión, y de pronto se alejaron a toda carrera en direcciones opuestas. Ninguno se volvía para ver cómo le iba al otro, y corrían de manera muy peculiar.
Stan, que había recuperado sus binoculares, los bajó con mano temblorosa, y gritó:

-¡A los automóviles!

-Pero… -comenzó French.

Stan lo hizo callar con la mirada:

-¡Malditos científicos!- al tiempo que decía esto, aseguraba la caja registradora (ni en momentos como aquel se olvidaba de su deber)-. Sabía que lo harían, tarde o temprano.

Entonces se fue, y la mayoría de sus amigos lo siguieron. No se ofrecieron a llevarnos.

-“Esto es absurdo”- tronó French.” “Antes que sepamos qué pasa, esos mentecatos habrán hecho cundir el pánico” Y yo sabía que tenía razón. No tardarían en avisarle a la policía; desviarían el tránsito de los caminos a Clobham; las líneas telefónicas se bloquearían con tantas llamadas. Si nunca se deben subestimar los alcances del pánico, mucho menos podíamos hacerlo en un caso como aquel, pues, debemos recordarlo, a la gente le asustaban nuestras instalaciones.

Nosotros  por nuestra parte, también estábamos ya inquietos. No teníamos la menor idea de lo que estaba pasando allá abajo, junto al camión volcado, y no hay nada que odie más un científico que sentirse completamente desconcertado.

Tomé los binoculares de donde Stan los había dejado y me puse a examinar el camión. Mientras miraba, empezaba a incubarse una teoría en mi mente. Aquellas cajas, en efecto, estaban rodeadas de una especie de aura siniestra. Las escruté hasta que me ardieron los ojos, y entonces le dije a French: “Creo que ya sé de qué se trata. ¿Por qué no telefonea a la oficina de correos de Clobham, para tratar de interceptar a Stan e impedir que propague rumores? Avise que está todo controlado. Mientras, caminaré hasta el camión, a ver si puedo probar mi teoría”.

No hubo voluntarios que me acompañaran. Aunque emprendí la marcha bastante confiado, pronto comencé a flaquear. Al fin y al cabo, hay ocasiones en que se impone el valor ante el peligro, y otras en que lo más sensato es tomar las de Villadiego*. Pero era demasiado tarde para regresar, y yo estaba más o menos seguro de mi teoría.

*De la frase Coger o tomar las de Villadiego: Huir de un riesgo o compromiso.

En ese punto, mientras contaba su historia en el Ciervo Blanco. Harry Purvis fue interrumpido por George Whitley.

-Ya sé: era gas.

Harry replicó:

-Ingenioso lo que sugieres. Eso pensé justamente, lo cual demuestra cuán estúpidos podemos ser a veces –luego prosiguió:

A 15 metros del camión me detuve en seco, y aunque el día era caluroso, un escalofrío muy desagradable empezó a recorrerme la espina dorsal. Lo que vi echó por tierra mi teoría del gas.

Una masa negra y reptante se retorcía sobre una de las cajas. Por un momento intenté persuadirme de que era un líquido oscuro que escapaba de un recipiente roto. Pero los líquidos no desafían la gravedad, y eso es lo que estaba haciendo esa cosa. Además, no cabía duda de que estaba viva. Desde donde yo me encontraba parecía el seudópodo de una amiba gigante, pues cambiaba de forma y grosor y se movía de un lado a otro sobre la caja rota.

Muchas fantasías dignas de Edgar Allan Poe desfilaron por mi mente en unos cuantos segundos. Pero recordé mi deber de ciudadano y mi orgullo de científico, y volví a emprenderla marcha, aunque no muy de prisa.

Recuerdo que olfateé cautelosamente, como si todavía creyera en la teoría del gas. Pero fueron mis oídos, no mi nariz, los que me dieron la respuesta, pues el fragor que producía esa masa siniestra y bullente iba intensificándose. Lo había escuchado un millón de veces, si bien nunca tan fuerte. Entonces me senté en el suelo, no muy cerca, y me reí hasta que me  cansé. Finalmente me levanté y regresé a la taberna.

-Bueno, ¿qué es?  –preguntó el doctor French, ansioso-. Tenemos a Stan en la línea; está en el cruce de caminos. Pero no regresará si no le explicamos exactamente qué ocurre.

-Dígale que traiga al apicultor del pueblo. Hay mucho que hacer para él.

-¿Qué traiga a quién? –preguntó French, y se quedó boquiabierto-. ¡Dios mío! No querrás decir que…

-¡Precisamente! Ya se están calmando, pero todavía tienen para rato. Aunque no me detuve a contarlas, debe haber allá abajo medio millón de abejas tratando de regresar a sus destrozadas colmenas.


Condensado de “Critical Mass”. © 1957 por Republic Feature Syndicate, Inc. y “Please Silence” © 1954 por Popular Publications, Inc., que aparecieron en  “Tales From The White Hart”. Por Arthur C. Clarke. Publicado por  Sidgwick & Jackson de Londres.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo XCVIII , Número 579, Febrero de 1989, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A.,  Coral Gables, Florida, Estados Unidos, págs 110-114





viernes, 29 de julio de 2011

Varios autores. Ciencia Ficción. Selección 1 (Primera Selección)

Ciencia Ficción. Selección 1 (Primera Selección), Editorial Bruguera, Colección Amigo nº 181, traducción de Fernando Corripio y Jaime Piñeiro, 1971, 222 págs.

Este es el primer tomo de la selección (antología) de relatos con este título dentro de la colección Libro Amigo de Bruguera y que habían aparecido antes en The Magazine of Fantasy & Science Fiction.

Se editaron los libros también con el título de Primera Selección, Segunda Selección y así hasta el sexto, a partir del Séptima tomo ya se les llamó simplemente Selección 7 y de la misma forma hasta el tomo 41 de estas antologías. Según las ediciones hay algunos cambios en las portadas y ya avanzados los años 70 se varió el formato de los libros.

En su mayoría los relatos estan bien escritos, son entretenidos y los temas que tocan como la sobrepoblación, las epidemias, el desempleo y los problemas personales de toda índole no han perdido vigencia dentro de la literatura y fuera de ella.

Pongo un pequeño resumen de los relatos incluidos:

-Thomas M. Disch. Problemas del Genio Creador
Un individuo fracasa continuamente en una serie de pruebas que son obligatorias para poder ascender en el status dentro de una sociedad de lo más parametrada. Pasa por uno y otro exámen en donde sólo consigue fracasar hasta que ya harto de todo toma una decisión irrevocable.

-John Brunner. Los Hombres sin Alma o Vitanuls
Un médico hindú encuentra que hay algo extraño en los recién nacidos, acaba de descubrir una epidemia que afecta la personalidad...


-Shamus Frazer. El Talismán Cíclope
Alguien posee un extraño talismán y... dejé de leer


-Eduardo Goligorsky. Cuando los pájaros mueren
Una guerra ha arrasado el territorio y entre los que huyen del desastre se encuentra un hombre que termina refugiándose en un tren. Los sobrevivientes van a ver al hombre del tren y solicitan su ayuda creyéndolo un sabio. El hombre les da medicinas hasta que...

Un tema recurrente en la obra de Goligorsky

-Isaac Asimov. La Clave
Dos astronautas encuentran un artefacto de origen extraterrestre en la Luna. Estalla una pelea por poseer el objeto que lee la mente y uno de ellos queda malherido abandonando la base llevándose el aparato que esconde en un cráter y antes de morir el astronauta deja una tarjeta con una clave para ubicar la máquina alienígena y que no caiga en malas manos. Dos investigadores después de haberse hallado la clave solicitan la ayuda de un científico para poder descifrarla.

Parece un guiño homenajeando a Edgar Allan Poe.

-Jennifer y Stuart Palmer. Onda Cerebral
Gary Jones establece de forma involuntaria una comunicación telepática con una lejana civilización extraterrestre, y como consecuencia de ello decide analizar su propia vida aburrida y tomar una decisión trascendental...


-Dennis Etchinson. Un Húmedo Paseo
Spane luego de quedar lisiado a causa de un accidente en el espacio decide buscar a una serie de individuos con caracteres especiales.


Nota: Sólo serán comentarios ya que no soy crítico literario y tampoco pienso hacerle la tarea a nadie poniendo una serie de resúmenes completos de ninguna obra.


Mi consejo es: lee el libro, haz tu resumen o una sinopsis, revisa bibliografía y realiza tu propio análisis criticando con tus propias palabras.