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lunes, 7 de julio de 2025

El Obispo Chicheñó

 

Por Ricardo Palma

 

Lima, como todos los pueblos de la tierra, ha tenido (y tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos mansos y cándidos. A esta categoría pertenecieron, en los tiempos de la República, Bernardino, Basilio Yegua, Manongo Moñón, Bofetada del Diablo, Saldamando, Cogoy, el Príncipe, Adefesios en misa de una, Felipa la Cochina, y pongo punto por no hacer interminable la nomenclatura.

Por los años de 1780 comía pan en esta ciudad de los Reyes un bendito de Dios, a quien pusieron en la pila bautismal el nombre de Ramón. Era éste un pobrete de solemnidad, mantenido por la caridad pública y el hazmerreír delos muchachos  y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo, a todo contestaba con un sí, señor, que al pasar por su desdentada boca se convertía en chí, cheñó.

El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se llamaba Ramoncito, y todo Lima lo conocía por Chicheñó, apodo que se ha generalizado después aplicándolo a las personas de carácter benévolo y complaciente que no tienen hiel para proferir una negativa rotunda. Diariamente, y aun tratándose de ministros de Estado, oímos decir en la conversación familiar:
—¿Quién? ¿Fulano? ¡Si ese hombre no tiene calzones! Es un Chicheñó.

En el año que hemos apuntado llegaron  a Lima con procedencia directa de Barcelona, dos acaudalados comerciantes catalanes trayendo un valioso cargamento. Consistía éste en sedería  de Manila, paño de San Fernando, alhajas, casullas de lana y brocado, mantos para imágenes y lujosos paramentos de iglesia. Arrendaron un vasto almacén en la calle de Bodegones, adornando una de las vidrieras de pectorales y cruces de brillantes, cálices de oro, con incrustaciones de piedras preciosas, anillos, arracadas y otras prendas de rubíes, ópalos, zafiros, perlas y esmeraldas. Aquella vidriera fue pecadero de las limeñas y tenaz conflicto para el bolsillo de padres, maridos y galanes.
Ocho días llevaba abierto el elegante almacén cuando tres andaluces, que vivían en Lima más pelados que ratas de colegio, idearon la manera de apropiarse de parte de las alhajas, y para ello ocurrieron al originalísimo expediente que voy a referir.

Después de proveerse de un traje completo de obispo, vistieron con él a Ramoncito, y dos de ellos se plantaron sotana, solideo y sombrero de clérigo.
Acostumbraban los miembros de la Audiencia ir a las diez de la mañana a Palacio en coche de cuatro mulas, según lo dispuesto en una real pragmática.

El Conde de Pozos Dulces don Melchor Ortiz Rojano era, a la sazón, regente de la Audiencia, y tenía por cochero a un negro, devoto del aguardiente, quien después de dejar a su amo en Palacio fue seducido por los andaluces, que le regalaron media pelucona, a fin de que pusiese el carruaje a disposición de ellos. Acababan de sonar las diez, hora de almuerzo para nuestros antepasados, y las calles próximas a la Plaza Mayor estaban casi solitarias, pues los comerciantes cerraban las tiendas a las nueve y media y seguidos de sus dependientes iban a almorzar en familia. El comercio se reabría a las once.

Los catalanes de Bodegones se hacían llevar con un criado el almuerzo a la trastienda del almacén e iban ya a sentarse cuando un lujoso carruaje se detuvo a la puerta. Un paje de aristocrática librea, que iba a la zaga del coche, abrió la portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos clérigos y tras ellos un obispo.

Penetraron los tres en el almacén. Los comerciantes se deshicieron en cortesías, besaron el anillo pastoral y pusieron junto al mostrador silla para su Ilustrísima. Uno de los familiares tomó la palabra y dijo:
—Su señoría el señor obispo de Huamanga, de quien soy su humilde capellán y secretario, necesita algunas alhajitas para decencia de su persona y de su santa Catedral, y sabiendo que todo lo que ustedes han traído de España es de última moda, ha querido darles la preferencia.

Los comerciantes hicieron, como es de práctica, apología de sus artículos, garantizando bajo palabra de honor que ellos no daban gato por liebre y añadiendo que el señor Obispo no tendría que arrepentirse por la distinción con que los honraba.
—En primer lugar —continuó el secretario—, necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas solemnes. Su señoría no se para en precios, que no es ningún roñoso.
—¿No es así, ilustrísmo señor?
Chí, cheñó —contestó el obispo.

Los catalanes sacaron a lucir cálices de primoroso trabajo artístico. Tras los cálices vinieron cruces y pectorales de brillantes, cadenas de oro, anillos, alhajas para la Virgen de no sé qué advocación y regalos para las monjitas de Huamanga. La factura subió a quince mil duros mal contados.

Cada prenda que escogían los familiares la enseñaban a su superior, preguntándole:
—¿Le gusta a su señoría ilustrísima?
Chí, cheñó —contestaba el obispo.
—Pues al coche.
Y el pajecito cargaba con la alhaja, a la vez que uno de los catalanes apuntaba el precio en un papel.

 Llegado el   momento del pago dijo el secretario:
—Iremos por las talegas al palacio arzobispal, que  es donde está alojado su señoría, y él nos esperará aquí. Cuestión de quince minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima?
Chí, cheñó —respondió el obispo.

Quedando en rehenes tan caracterizado personaje, los comerciantes no tuvieron ni asomo de desconfianza, amén que aquellos no eran tiempos de bancos y papel-manteca en que quince mil duros no hacen peso en el bolsillo.

Marchados los familiares, pensaron los comerciantes en el desayuno, y  acaso por llenar fórmula de etiqueta, dijo uno de ellos:
—¿Nos hará su señoría ilustrísima el honor de acompañarnos a almorzar?
Chí, cheñó.

Los catalanes enviaron a las volandas al fámulo por algunos platos extraordinarios, y sacaron sus dos mejores botellas de vino para agasajar al príncipe de la Iglesia, que no sólo les dejaba fuerte ganancia en la compra de alhajas sino que les aseguraba algunos centenares de indulgencias valederas en el otro mundo.

Sentáronse a almorzar, y no les dejó de parecer chocante  que el obispo no echase su bendición al pan, ni rezase en latín, ni por más que ellos se esforzaran en hacerlo  conversar, pudieran arrancarle otras palabras que chí, cheñó.

El obispo tragó como un Heliogábalo.

Y entretanto pasaron  dos horas, y los familiares con las quince talegas no daban acuerdo de sus personas.
—Para una cuadra que distamos de aquí al palacio arzobispal ya es mucha la tardanza —dijo, al fin, amoscado uno de los comerciantes—. ¡Ni que hubieran ido a Roma por bulas! ¿Le parece a su señoría que vaya a buscar a sus familiares?
Chí, cheñó.

Y calándose el sombrero, Salió el catalán desempedrando la calle.

En el palacio arzobispal supo que allí no había huésped mitrado y que el obispo de Huamanga estaba muy tranquilo en su diócesis cuidando de su rebaño.

El hombre echó a correr vociferando como un loco, alborotóse la calle de Bodegones, el almacén se llenó de curiosos para quienes Ramoncito era antiguo conocido, descubrióse el pastel, y por vía de anticipo mientras llegaban los alguaciles, la emprendieron los catalanes a mojicones con el obispo de pega.

De ene es añadir fue a chirona; pero reconocido por tonto de capirote, la justicia lo puso pronto en la calle.

En cuanto a los ladrones, hasta hoy (y ya hace un siglo) que yo sepa, no se ha tenido de ellos noticia.

 

Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas, Ediciones Libertadores de América S.RL., Lima, Perú, 1982, págs. 60-64



Notas

Chicheñó.- Perú. Persona complaciente, sin carácter e incapaz de opinar por sí misma. Diccionario de Americanismos ASALE

Los demás conceptos son del diccionario de la RAE o de otra fuente.

Cándido.- Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez. Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez. Candoroso, ingenuo, crédulo, incauto, inocente, párvulo, sencillo, simple, panoli, candelejón.

Hazmerreír.- Persona que por su figura ridícula y porte extravagante sirve de diversión a los demás.

Tener alguien bien puestos los calzones, o tener alguien muchos calzones.- Ser de carácter fuerte y decidido.
 
Casulla.- Vestidura que se pone el sacerdote sobre las demás para celebrar la misa, consistente en una pieza alargada, con una abertura en el centro para pasar la cabeza.

Brocado.- Dicho de una tela: Entretejida con oro o plata. Tela de seda entretejida con oro o plata, de modo que el metal forme en la cara superior flores o dibujos briscados. Bordado, briscado.

Paramento.- Adorno o atavío con que se cubre algo. Vestiduras y demás adornos que usan los sacerdotes para celebrar misa y otros divinos oficios. Adornos del altar.

Calle de Bodegones.- Actual calle Carabaya, cuadra VI, en Lima.

Arracada: Arete con adorno colgante.

Real Pragmática o Pragmática: Disposición dada por el rey en virtud de su poder legislativo.
En Castilla se promulgaron pragmáticas sobre temas muy diversos con la fórmula «como si hubieran sido dadas en Cortes», en el sentido de ser consideradas con rango superior. Fue la forma habitual de legislar, desprendiéndose de las Cortes, a partir del siglo XIV o principios del siglo XV. En la Corona de Aragón las podía promulgar tanto el rey como su lugarteniente o gobernador y versaban sobre las materias no reservadas a las Cortes. Se denominan a veces reales provisiones o cartas de provisión. Diccionario Panhispánico del español jurídico, RAE, ASALE

Pelucona.-
El término "pelucona" deriva, como bien indica el diccionario, de "peluca". Esto se debe a la representación del busto del rey en las monedas, que solía mostrar una ostentosa peluca, símbolo de la moda y el estatus social de la época. Estas pelucas, grandes y elaboradas, se convirtieron en un rasgo distintivo de la nobleza y la realeza, y por extensión, de las monedas que llevaban su imagen. De ahí que la moneda, por metonimia, recibiera el nombre popular de "pelucona". bibliatodo.com
Onza de oro, y especialmente cualquiera de las acuñadas con el busto de uno de los reyes de la casa de Borbón, hasta Carlos IV inclusive. 

Apología.- Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo. Alabanza, elogio, panegírico, ensalzamiento, loa, bombo, encomio, etc.  

Dar gato por liebre.-  Esta expresión significa que se ha engañado con mala fe, es decir, que se ha producido un engaño a propósito. Se dice especialmente cuando se quiere vender algo a alguien por una cantidad superior a la que realmente tiene.


Roñoso.- Miserable, mezquino, tacaño, agarrado, etc.

Talega.- Saco o bolsa anchos y cortos, de lienzo basto u otra tela, que sirven para llevar o guardar las cosas.

A las volandas.- Rápidamente, en un instante.

Fámulo.- Criado doméstico. Sirviente, camarero, mozo, lacayo, etc.

Heliogábalo.- Marco Aurelio Antonino Augusto, emperador romano (203-222), conocido también como Heliogábalo.
Por las costumbres y excentricidades que practicó este emperador se denomina heliogábalo a una persona que está dominada por la gula.

No dar acuerdo de su persona.- Reaparecer luego de una ausencia prolongada.

Amoscado.- De amoscar: recelar, desconfiar, escamar, mosquear, enfadar, enojar, irritar, cabrear, etc. wordreference.com

Chirona.- Cárcel, prisión, presidio, penal, cana, calabozo, etc.

Capirote.- Capucha antigua con falda que caía sobre los hombros y a veces llegaba a la cintura. 

Tonto de capirote.- Locución adjetiva coloquial. Pospuesto a un adjetivo despectivo como tonto, se usa para enfatizar el significado de este. RAE

Más detalles: ser un tonto de capirote.

Mojicón.- Golpe que se da en la cara con la mano.

De ene.- Se puede entender como que sobra, que está de más decirlo.



miércoles, 14 de mayo de 2025

Con Días y Ollas Venceremos

Por Ricardo Palma
 
A principios de junio de 1821, y cuando acababan de iniciarse las famosas negociaciones o armisticio de Punchauca entre el virrey La Serna y el general San Martín, recibió el ejército patriota, acantonado en Huaura, el siguiente santo, seña y contraseña: Con días -y ollas- venceremos.
Para todos, exceptuando Monteagudo, Luzuriaga, Guido y García del Río, el santo y seña era una charada estúpida, una frase disparatada; y los que juzgaban a San Martín más cristiana y caritativamente se alzaban de hombros murmurando: ʺ¡Extravagancias del general!ˮ.
Sin embargo, el santo y seña tenía malicia o entripado, y es la síntesis de un gran suceso histórico. Y de eso es de lo que me propongo hoy hablar, apoyando mi relato, más que en la tradición oral que he oído contar al amanuense de San Martín y a otros soldados de la patria vieja, en la autoridad de mi amigo el escritor bonaerense D. Mariano Pelliza, que a vuela pluma se ocupa del santo y seña en uno de sus interesantes libros.


I

San Martín, por juiciosas razones que la historia consigna y aplaude, no quería deber la ocupación de Lima al éxito de una batalla, sino a los manejos y ardides de la política. Sus impacientes tropas, ganosas de habérselas cuanto antes con los engreídos realistas, rabiaban mirando la aparente pachorra del general; pero el héroe argentino tenía en mira, como acabamos de apuntarlo, pisar Lima sin consumo de pólvora y sin lo que para él importaba más, exponer la vida de sus soldados; pues en verdad no andaba sobrado de ellos.
En correspondencia secreta y constante con los patriotas de la capital, confiaba en el entusiasmo y actividad de éstos para conspirar, empeño que había producido ya, entre otros hechos de importancia para la causa libertadora, la defección del batallón Numancia.
Pero con frecuencia los espías y las partidas de exploración o avanzadas lograban interceptar las comunicaciones entre San Martín y sus amigos, frustrando no pocas veces el desarrollo de un plan. Esta contrariedad, reagravada con el fusilamiento que hacían los españoles de aquellos a quienes sorprendían con cartas en clave, traía inquieto y pensativo al emprendedor caudillo. Era necesario encontrar a todo trance un medio seguro y expedito de comunicación.
Preocupado con este pensamiento, paseaba una tarde el general, acompañado de Guido y un ayudante, por la larga y única calle de Huaura, cuando, a inmediaciones del puente, fijó su distraída mirada en un caserón viejo que en el patio tenía un horno para fundición de ladrillos y obras de alfarería En aquel tiempo, en que no llegaba por acá la porcelana hechiza, era éste lucrativo oficio; pues así la vajilla de uso diario como los utensilios de cocina eran de barro cocido y calcinado en el país, salvos tal cual jarrón de Guadalajara y las escudillas de plata, que ciertamente figuraban sólo en la mesa de gente acomodada. San Martín tuvo una de esas repentinas y misteriosas inspiraciones que acuden únicamente al cerebro de los hombres de genio, y exclamó para sí:
—¡Eureka! Ya está resuelta la X del problema.
El dueño de la casa era un indio entrado en años, de espíritu despierto y gran partidario de los insurgentes. Entendióse con él San Martín, y el alfarero se comprometió a fabricar una olla con doble fondo, tan diestramente preparada que el ojo más experto no pudiera descubrir la trampa.
El indio hacía semanalmente un viajecito a Lima, conduciendo dos mulas cargadas de platos y ollas de barro, que aún no se conocían por nuestra tierra las de peltre o cobre estañado. Entre estas últimas y sin diferenciarse ostensiblemente de las que componían el resto de la carga, iba la olla revolucionaria, llevando en su doble fondo importantísimas cartas en cifra. El conductor se dejaba registrar por cuanta partida de campo encontraba, respondía con naturalidad a los interrogatorios, se quitaba el sombrero cuando el oficial del piquete pronunciaba el nombre de Fernando VII, nuestro amo y señor, y lo dejaban seguir su viaje, no sin hacerle gritar antes «¡Viva el rey! ¡Muera la patria!». ¿Quién demonios iba a imaginarse que ese pobre indio viejo andaba tan seriamente metido en belenes de
política?
Nuestro alfarero era, como cierto soldado, gran repentista o improvisador de coplas que, tomado prisionero por un coronel español, éste como por burla o para hacerlo renegar de su bandera le dijo:
-Mira, palangana, te regalo un peso si haces una cuarteta con el pie forzado que voy a darte:

Viva el séptimo Fernando
Con su noble y leal nación.

—¡No tengo el menor conveniente, señor coronel -contestó el prisionero.—Escuche usted:

Viva el séptimo Fernando
con su noble y leal nación;
pero es con la condición
de que en mí no tenga mando...
y venga mi patacón.

II

Vivía el señor don Francisco Javier de Luna Pizarro, sacerdote que ejerció desde entonces gran influencia en el país, en la casa fronteriza a la iglesia de la Concepción, y él fue el patriota designado por San Martín para entenderse con el ollero. Pasaba éste a las ocho de la mañana por la calle de la Concepción pregonando con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Ollas y platos! ¡Baratos! ¡Baratos!, que, hasta hace pocos años, los vendedores de Lima podían dar tema para un libro por la especialidad de sus pregones. Algo más. Casas había en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el pregón de los vendedores ambulantes.
Lima ha ganado en civilización; pero se ha despoetizado, y día por día pierdetodo lo que de original y típico hubo en sus costumbres.
Yo he alcanzado esos tiempos en los que parece que, en Lima, la ocupación de los vecinos hubiera sido tener en continuo ejercicio los molinos de masticaciónllamados dientes y muelas. Juzgue el lector por el siguiente cuadrito de cómo distribuían las horas en mi barrio, allá cuando yo andaba haciendo novillos por huertas y murallas y muy distante de escribir tradiciones y dragonear de poeta, que es otra forma de matar el tiempo o hacer novillos.
La lechera indicaba las seis de la mañana.
La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregón a las siete en punto.
El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre, que gritaba ¡a la cuajadita!, designaban las ocho, ni minuto más ni minuto menos.
La vendedora de zanguito de ñajú y choncholíes marcaba las nueve, hora de canónigos.
La tamalera era anuncio de las diez.
A las once pasaban la melonera y la mulata de convento vendiendo ranfañote, cocada, bocado de rey, chancaquitas de cancha y de maní, y fréjoles colados.
A las doce aparecían el frutero de canasta llena y proveedor de empanaditas de picadillo.
La una era indefectiblemente señalada por el vendedor de ante con ante, la arrocera y el alfajorero.
A las dos de la tarde la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo atronaban con sus pregones.
A las tres el melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito clamoreaban con más puntualidad que la Mariangola de la Catedral.
A las cuatro gritaban la picantera y el de la piñita de nuez.
A las cinco chillaban el jazminero, el de las caramanducas y el vendedor de flores de trapo, que gritaba: ¡Jardín, jardín! ¿Muchacha, no hueles?
A las seis canturreaban el raicero y el galletero.
A las siete de la noche pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera.
A las ocho el heladero y el barquillero.
Aún a las nueve de la noche, junto con el toque de cubrefuego, el animero o sacristán de la parroquia salía con capa colorada y farolito en mano pidiendo para las ánimas benditas del purgatorio o para la cera de Nuestro Amo. Este prójimo era el terror de los niños rebeldes para acostarse.
Después de esa hora, era el sereno del barrio quien reemplazaba a los relojes ambulantes, cantando, entre piteo y piteo: —¡Ave María Purísima! ¡Las diez han dado! ¡Viva el Perú, y sereno!. Que eso sí, para los serenos de Lima, por mucho que el tiempo estuviese nublado o lluvioso, la consigna era declararlo ¡sereno! Y de sesenta en sesenta minutos se repetía el canticio hasta el amanecer.
Y hago caso omiso de innumerables pregones que se daban a una hora fija.
¡Ah, tiempos dichosos! Podía en ellos ostentarse por pura chamberinada un cronómetro; pero para saber con fijeza la hora en que uno vivía, ningún reloj más puntual que el pregón de los vendedores. Ése sí que no discrepaba pelo de segundo ni había para qué limpiarlo o enviarlo a la enfermería cada seis meses. ¡Y luego la baratura! Vamos; si cuando empiezo a hablar de antiguallas se me va el santo al cielo y corre la pluma sobre el papel como caballo desbocado. Punto a la digresión, y sigamos con nuestro insurgente ollero.
Apenas terminaba su pregón en cada esquina, cuando salían a la puerta todos los vecinos que tenían necesidad de utensilios de cocina.


III

Pedro Manzanares, mayordomo del señor Luna Pizarro, era un negrito retinto, con toda la lisura criolla de los budingas y mataperros de Lima, gran decidor de desvergüenzas, cantador, guitarrista y navajero, pero muy leal a su amo y muy mimado por éste. Jamás dejaba de acudir al pregón y pagar un real por una olla de barro; pero al día siguiente volvía a presentarse en la puerta, utensilio en mano,gritando: «Oiga usted, so cholo ladronazo, con sus ollas que se chirrean toditas... Ya puede usted cambiarme esta que le compré ayer, antes de que se la rompa en la tutuma para enseñarlo a no engañar al marchante.   ¡Pedazo de pillo!».
El alfarero sonreía como quien desprecia injurias, y cambiaba la olla.
Y tanto se repitió la escena de compra y cambio de ollas y el agasajo de palabrotas, soportadas siempre con paciencia por el indio, que el barbero de la esquina, andaluz entrometido, llegó a decir una mañana:
—¡Córcholis! ¡Vaya con el cleriguito para cominero! Ni yo, que soy un pobre de hacha, hago tanta alharaca por un miserable real. ¡Recórcholis! Oye, macuito. Las ollas de barro y las mujeres que también son de barro, se toman sin lugar a devolución, y el que se lleva chasco ¡contracórcholis! se mama el dedo meñique, y ni chista ni mista y se aguanta el clavo, sin molestar con gritos y lamentaciones al vecindario.
—Y a usted, so godo de cuernos, cascabel sonajero, ¿quién le dio vela en este entierro? —contestó con su habitual insolencia el negrito Manzanares—. Vaya usted a desollar barbas y cascar liendres, y no se meta en lo que no le va ni le viene, so adefesio en misa de una, so chapetón embreado y de ciento en carga...
Al oírse apostrofar así, se le avinagró al andaluz la mostaza, y exclamó ceceando:
—¡María Santísima! Hoy me pierdo... ¡Aguárdate, gallinazo de muladar!
Y echando mano al puñalito o limpiadientes, se fue sobre Perico Manzanares, que sin esperar la embestida se refugió en las habitaciones de su amo. ¡Quién sabe si la camorra entre el barbero y el mayordomo habría servido para despertar sospechas sobre las ollas; que de pequeñas causas han surgido grandes efectos! Pero, afortunadamente, ella coincidió con el último viaje que hizo el alfarero trayendo olla contrabandista: pues el escándalo pasó el 5 de julio, y al amanecer del siguiente día abandonaba el virrey La Serna la ciudad, de la cual tomaron posesión los patriotas en la noche del 9.
Cuando el indio, a principios de junio, llevó a San Martín la primera olla devuelta por el mayordomo del Sr. Luna Pizarro, hallábase el general en su gabinete dictando la orden del día. Suspendió la ocupación, y después de leer las cartas que venían en el doble fondo, se volvió a sus ministros García del Río y Monteagudo y les dijo sonriendo:
—Como lo pide el suplicante.
Luego se aproximó al amanuense y añadió:
—Escribe, Manolito, santo, seña y contraseña para hoy: Con días —y ollas—
venceremos.
La victoria codiciada por San Martín era apoderarse de Lima sin quemar pólvora; y merced a las ollas que llevaban en el vientre ideas más formidables siempre que los cañones modernos, el éxito fue tan espléndido, que el 28 de julio se juraba en Lima la Independencia y se declaraba la autonomía del Perú. Junín y Ayacucho fueron el corolario.
 

Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas, Ediciones Libertadores de América S.RL., Lima, Perú, 1982, págs. 78-85


Notas
 
Palangana. Argentina, Perú y Uruguay. Persona fanfarrona, pedante. DLE RAE

Patacón:
1. Antigua moneda de plata de una onza.
2. Moneda de cobre que valía dos cuartos.
3. Moneda que valía diez céntimos. DLE RAE

Dragonear. Argentina y Perú: Hacer alarde, presumir de algo. DLE RAE

Zanguito. Perú. Dulce hecho a base de chancaca, canela, manteca y harina de maíz. DLE RAE

Chancaca: La panela, chancaca, rapadura, panocha, piloncillo, pepas dulces, atado de dulce, papelón, raspadura, tapa de dulce, tableta de miel de caña, terrón de caña, piedra de dulce, empanizao, raspadura de guarapo, jaggery o gur (Pakistán o India) es un dulce típico de la gastronomía de muchos países en América y Asia. Se prepara a partir del caldo, jarabe o jugo no destilado de la caña de azúcar tras haberse puesto en remojo, hervido, moldeado y secado antes de pasar por el proceso de purificación necesario para convertirlo en azúcar mascabado (también llamado azúcar mascabo o moscabado).  Wikipedia

Caramanduca: La caramanduca (denominada también caramandunga o karamanduka) es una especie de galleta de la gastronomía peruana, concretamente de la ciudad de Lima. Son también conocidas como revolución caliente y eran vendidas de forma ambulante por pregoneros. Wikipedia

Mari-Angola o María Angola: Nombre dado a la campana de la Catedral de Cuzco.

Chamberinada. Perú: Lujo, ostentación. jojoa.com

Mataperro. Perú Muchacho callejero y travieso. Diccionario de Americanismos, ASALE

Budingas: Un eufemismo para referirse a los afroperuanos, según Primavera Cuder:
Cuder, Primavera, "La representación del Otro en el siglo XIX: la diversidad en Ricardo Palma" (2018). FIU Electronic Theses and Dissertations. 3781.
La representación del otro

Gallinazo: Coragyps atratus
El buitre negro americano (Coragyps atratus), también llamado Sucha, zopilote, chulo, chula, golero, chombo, gallinazo, gallinazo común, gallinazo de cabeza negra, gallinazo negro, jote cabeza negra, gallote, jote de cabeza negra, golero, zamuro o zopilote negro, es la única especie del género Coragyps.
Descripción
Mide aproximadamente 74 cm de longitud y tiene una envergadura de 1.67 m. Posee plumaje negro, cuello y cabeza grises sin plumas y pico corto en forma de gancho. Generalmente es silencioso, pero muy sociable, reuniéndose en grandes grupos. Wikipedia

Tutuma. Perú, Bolivia: Cabeza de una persona. Diccionario de Americanismos. ASALE
 
Macuito: Persona de raza negra. Diccionario de Americanismos. ASALE