domingo, 2 de septiembre de 2012

Cualidades Profesionales y la Biblioteca Particular

Esto puede aplicarse a otras profesiones:

"[...]
La primera condición del hombre de Foro es la veracidad. Se dirá que esto se relaciona con la ética y no con el estilo. Así es. Pero de toda suerte, no está de más fijar esta virtud como la primera y más esencial condición de nuestro trabajo.
Aunque el vulgo ignaro y prostituido suele creer que la gracia del abogado está en hacer lo blanco negro, la verdad es exactamente la contraria. El abogado está para que lo blanco deslumbre como blanco y lo negro se entenebrezca como negro. Somos voceros de la verdad, no del engaño. Se nos confía que pongamos las cosas en orden, que procuremos dar a cada cua lo suyo, que se abra paso la razón, que triunfe el bien. ¿Cómo armonizar tan altos fines con predominio del embuste?[...]

Después de la veracidad, la segunda condición del escritor forense es la claridad. Nunca se recordará bastante el precepto del Quijote: "llaneza, muchacho, llaneza, que toda afectación es mala". Todo el que escribe debe hacerlo para que le entiendan. Pero, al fin y al cabo, si el filósofo, el novelista o el poeta se empeñan, el público aburrido no los leerá y allá ellos. Ellos solos son los perdidosos. Pero las torpezas del escritor forense no las paga él con su descrédito, sino que las sufre el cliente cuyo derecho no ha quedado de manifiesto.[...]

Aneja a la claridad ha de ir la virtud de la brevedad. Cierto magistrado viejo, dando consejos a un abogado novel, le decía entre otras cosas: Sé breve, que la brevedad es el manjar preferido de los jueces. Siéndolo, te darán la razón aunque no la tengas y a veces... a pesar de que la tengas.[...]

¿Y la erudición? La erudición es saber muchas cosas.
Pero hay quien no lo entiende así y cree que la erudición consiste en decir "que se sabe". Todos, en mayor o menor grado somos eruditos, porque lo que sabemos se lo debemos a lo que hemos leído. Las lecturas han ido formando nuestra conciencia y nuestro ideario. Lo que hoy, es fruto de lo que hemos leído en treinta o cuarenta años. Pero lo que se reputa erudición es la invocación de doscientos o trescientos autores que, si a mano viene, no conocíamos hasta el instante de citarlos. Lo cual no es erudición sino pedantería. ¿A qué viene envanecerse que uno ha leído diez autores franceses, veinte italianos y treinta alemanes?. Lo que importa es el sedimento que esas lecturas han dejado en nuestro ánimo. Y eso dará su fruto en nuestras ideas y en nuestra conducta sin necesidad de que presumamos de sabihondos y omniscientes.[...]

Y, es claro, al no leer viene el atasco intelectual, la atrofia del gusto, la rutina para discurrir y escribir, los tópicos, los envilecimientos del lenguaje... Efectivamente, cuando se llega a ese abandono, apenas hay diferencia entre un abogado y un picapedrero; y la poca es a favor del picapedrero.

Se argüirá: "leer es caro y no todos los abogados ganan bastante para permitírselo". Lo niego. Es inasequible para los bolsillos modernos formar una gran biblioteca; a nadie se le puede exigir tenerla, pero es fácil para todoel mundo reputar los libros como artículos de primera necesidad y dedicar a su adquisición un cinco o un cuatro o un tres por ciento de lo que se gane, aunque para ello sea preciso privarse de otras cosas. Más costoso es para los médicos crear, entretener y reponer el arsenal mínimo de aparatos que la ciencia exige hoy para el reconocimiento y para la intervención quirúrgica, así como elementos de higiene, desinfección, asepsia, etc.; y a ningún médico le faltan ni se lo toleraría el público.[...]

Se puede vivir sin mover los brazos ni las piernas, pero a los pocos años de tan singular sistema los músculos estarán atrofiados y el hombre será un guiñapo. Pues lo mismo ocurre en el orden mental. La falta de lectura que excite la imaginación, amplíe el horizonte ideal y mantenga viva la renovada flexiblidad de lenguaje, acaba por dejar al Abogado muerto en sus partes más nobles, y le reduce a una ley de Enjuiciamiento con figura humana, a un curialete con título academico".


Ángel Ossorio, El Alma de la Toga, Ediciones Praxis, Lima, 1998, págs 139, 142, 143, 148, 173, 175

La negrita es mía.