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miércoles, 4 de enero de 2017

¿Lo Sacan de Quicio sus Suegros?

Por Jean Parvin

El muchacho pobre del campo se había casado con la muchacha rica de la ciudad y tenía que soportar a su suegra, que no había estado de acuerdo con la unión. La señora pensaba que ningún hombre, y mucho menos un joven rústico, era suficientemente bueno para su hija, y no hacía el menor intento de disimular lo que pensaba. Como la joven pareja no tenía dinero para vivir aparte, se instalaron en la casa de la madre de la novia…  ¡y los tres vivieron juntos durante 33 años!

Aunque el matrimonio se mudó de Independence, Missouri, a la ciudad de Kansas, y después a la Casa Blanca, la suegra de Harry Truman, Madge Gates Wallace, siguió viviendo con ellos y presidiendo la mesa a la hora de la cena.  “Era una situación muy difícil para mi padre”, dijo años después la hija de Truman, Margaret. “Pero él hacía lo posible por llevarse bien con mi abuela porque amaba a mi madre”.

De igual manera la “querida Clementine” de Winston Churchill no tardó en percatarse de que se había casado no sólo con su marido, sino también con su impositiva suegra. Cuando la pareja volvió de su luna de miel, la joven esposa se encontró con que Lady Randolph Churchill había redecorado por completo su nueva casa, en un estilo más suntuoso del que Clementine había planeado.

Hoy en día son pocas las parejas que viven con los suegros. Aun así, las llamadas telefónicas diarias y las visitas frecuentes muchas veces constituyen una forma de convivencia. Los especialistas coinciden en que tres cuartas partes de los matrimonios tienen problemas con los parientes de uno u otro cónyuge, lo que puede ser una causa importante de infelicidad.

Examinemos en los párrafos siguientes algunas de las dificultades más comunes con los suegros, y la forma de superarlas.

La Segregación. Cuando el maestro John Larson* y su esposa, Winona, estaban recién casados, los padres de ella no sólo se entrometían en los asuntos de la joven pareja, sino que desairaban a John cuando los cuatro se unían.

–Me siento un intruso –le dijo John a Winona cierto día, poco antes de una visita a sus suegros–. Necesito saber que cuento con tu apoyo.

Ese fue un parteaguas en su matrimonio. Desde entonces, Winona se cercioró de que incluyera a John en todas las conversaciones y actividades familiares. Cuando los padres de ella comenzaron a presionarlos para que tuvieran un hijo, los jóvenes les explicaron que no estaban preparados para una responsabilidad tan grande. Poco a poco, los padres de Winona empezaron a aceptar su yerno y a respetar el derecho de la pareja a tomar sus propias decisiones.

Los Obsequios. Georgia Creegan, talentosa cantante aficionada, trabajaba en una oficina para costear los estudios universitarios de su esposo, Michael. Sus padres le regalaron 1000 dólares para que tomara lecciones de canto porque, en palabras de su madre, “queremos que cultives a fondo tu talento”. Pero antes de que la joven empezara con las lecciones, llegó la fecha en que había que pagar la colegiatura de Michael. Como habían acordado que lo más urgente para ello   era que él terminara sus estudios, Georgia destinó el obsequio al pago de la colegiatura de su marido.

Poco después, los padres de ella dejaron de visitarla cuando Michael estaba en casa. Y si él contestaba el teléfono, le pedían de manera brusca que los comunicara con su hija. Peor aún: comenzaron a manifestar su duda de que Michael fuera un buen marido. Preocupada, Georgia les preguntó la razón de ese comportamiento.

–Al principio, Michael nos simpatizaba –le contestó su madre–. Pero ahora vemos que él no te ayuda a desarrollar tu talento. ¡Mira cómo te presionó para que gastaras nuestro dinero en su colegiatura, y no en tus lecciones de canto…!

El dinero fue un obsequio, pensó Georgia sorprendida y un poco molesta. ¿Por qué nos íbamos a gastarlo como se nos antojara? Para mantener la paz le explicó a su madre que había pagado la colegiatura por su propia voluntad, y le prometió comenzar a ahorrar para las lecciones de canto. Pero se hizo el propósito de pensarlo dos veces antes de volver aceptar dinero de sus padres.

La Crítica. Después de algunos años, Winona Larson terminó enojándose por las constantes críticas de su suegra con respecto  a cada compra importante que John y ella hacían. “Fue un auténtico despilfarro comprar ese automóvil nuevo”, escribió la señora tras una visita a la casa de la pareja.

Winona echaba chispas al leer la carta. Pero en lugar de responder en los mismos términos, se puso a pensar que a las dos les gustaba escribir cartas, y eso era bueno. Quizá sirva para estrechar nuestra relación, se dijo. De tal suerte, empezó a escribirle cada semana a su suegra cartas en las que le contaba las actividades de la familia, y la suegra comenzó a contestarle con detalladas descripciones de su trabajo de beneficencia y algunos comentarios sobre noticias de actualidad.

“Desde que aprendí a concentrarme en nuestros intereses comunes”, observa Winona, “mi suegra y yo tenemos una relación mucho más estrecha, y ella rara vez critica nuestros hábitos de gasto”.

La Intrusión. Julie y Jeff Watkins llevaban 12 años de casados cuando él enfermó de gravedad. Julie acudió a sus padres para que la ayudaran con los gastos médicos y a cuidar a sus dos pequeños hijos. Los padres le dieron una mano durante casi un año, pero no se retiraron una vez que Jeff se recuperó y volvió al trabajo.

Cuando él manifestó su inconformidad a Julie, ella los defendió.

–No podemos alejarlos así como así –dijo–. Nos apoyaron, y ahora no puedo herir sus sentimientos.

Una noche, cuando Jeff y Julie preparaban la cena, el padre de ella se apareció de pronto en la cocina.

–Nadie salió a abrir la puerta así que entré –explicó–. ¿Qué hay de cenar?

Ese fue el colmo para Jeff.

–Tu padre se ha propuesto dirigir nuestro hogar. Debemos poner límites –le dijo, molesto, a Julie.

Esta accedió finalmente a hablar con sus padres.

–Mamá, papá: los queremos mucho y apreciamos todo lo que hicieron por nosotros el año pasado –les dijo–. Pero necesitamos recuperar nuestra intimidad y reconstruir nuestra vida familiar.

Aunque se sintieron lastimados al principio, pronto comprendieron que ya no tenían que preocuparse por la familia de su hija y que podían volver a sus actividades de antes.

Las experiencias de estos matrimonios ilustran las siguientes cuatro condiciones para una buena relación con los suegros:

1. Apoye a su Cónyuge. “Si presentan un frente unido, posiblemente disipen las inquietudes de sus suegros”, dice Glen Jenson, experto en relaciones familiares y desarrollo humano. “Si les demuestra que se aman de verdad y son felices, ellos se darán cuenta de que también deberían querer a su hija o hijo político”.

2. Libérese de Ataduras. “Si desea llevarse bien con sus suegros, independícese en el aspecto económico” recomienda Jenson. “Asimismo, no recurra a ellos para que se ocupen del cuidado cotidiano de sus hijos. Esto puede resultar cómo y barato, pero propicia discusiones sobre la mejor manera de criar a los hijos”.

Penny Bilofsky, psicoterapeuta familiar, está de acuerdo.  “Atarse a los padres en cuestiones financieras o de crianza de los hijos daña la relación adulto-adulto que se tiene con ellos”, advierte. “Podría usted regresar a una relación padre-hijo, lo cual podría crearle desavenencias con su cónyuge”.

3. Establezca una Relación Amistosa. El primer paso para forjar una relación amistosa con los suegros es decidir cómo se va a dirigir a ellos. “Esto es crucial”, afirma Jenson. “Durante los primeros años de matrimonio, muchas personas evitan llamar a sus suegros por su nombre, lo cual puede ocasionar tensiones”. Antes de la boda, opte por nombres que sean aceptables para todos –los nombres de pila, “mamá” y “papa” o “señor” o “señora Riquelme”– y úselos con frecuencia. Dedique tiempo a sus suegros e interésese en su trabajo, sus aficiones, sus ideas y sus experiencias.  Si los conoce mejor habrá menos malentendidos.

4. No Se Quede Callado. “si el comportamiento de sus suegros no va de acuerdo con los valores o las creencias de usted, dígalo", aconseja la señora Bilofsky. Pero limite sus comentarios al asunto que se está tratando, y no saque a relucir agravios pasados. “Muéstrese cortés pero firme”, recomienda Maria Mancusi, psicoterapeuta familiar. “En vez de ofrecer explicaciones, diga lo que piensa y aténgase a su decisión”.

Janet Pils, secretaria, se había plegado durante años a las disposiciones de su dominante suegra con respecto a dónde pasaría su familia los días feriados. En cierta festividad, la señora insistió en que todos fueran a cenar a su casa, excepto Tom, el hijo mayor de Janet y John, y su novia.

–No soporto a esa chica –fue la explicación.

Janet discutió el problema con su esposo, obtuvo su renuente apoyo, y luego se enfrentó a su suegra.

–No vamos a ir sin Tom –anunció con firmeza–. Mi hijo y su novia vendrán a cenar con nosotros. Si usted desea acompañarnos será bienvenida.

Janet no tuvo noticias de su suegra hasta que, dos días antes de la cena, la dama anunció que asistiría a la casa de su nuera. ”Mi resentimiento se disipó después de eso”, recuerda Janet. “Por fin me había yo dado mi lugar, y eso fue muy positivo para todos. Disfrutamos mucho la cena esa noche”.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CVIII, Número 646, Año 54, Septiembre de 1994, págs 45-48, Reader’s Digest Latinoamérica, Coral Gables, Florida, Estados Unidos



martes, 1 de noviembre de 2016

Cuando los Hijos siembran Discordias


Los hijos son la causa más frecuente de las desavenencias entre cónyuges. Es preciso saber cómo manejarse en tales situaciones

Por Norman Lobsenz

Queremos entrañablemente a nuestros hijos. Por ellos, que son nuestro orgullo y alegría haríamos cualquier cosa. ¿Por qué,  entonces, los estudios relativos a la familia revelan  que los hijos disminuyen la satisfacción que la pareja encuentra en el matrimonio? ¿Por qué los cónyuges declaran que la felicidad conyugal  empieza a declinar en cuanto nace el primogénito y que, salvo leves fluctuaciones registradas en el curso de los años, no recobra su nivel original  sino hasta que el último de los hijos ha dejado el hogar?

Una razón de esta paradoja es obvia: las responsabilidades físicas y económicas que ocasionan la crianza de los niños, traen consigo enorme tensiones para los padres. Pero existe otra razón, que se reconoce con menos frecuencia. Los hijos directa o indirectamente tienden a provocar mayor número de conflictos entre sus padres que cualquier otra fuente de disensiones conyugales. Juzgue el lector las típicas situaciones que siguen:

• Juanito, chico de diez años de edad, gasta el total de su asignación semanal en un frágil avión de juguete que se hace pedazos la primera vez que lo lanza al aire.

-¿Por qué desperdicias el dinero en semejante basura? –le pregunta su padre, enfadado- ¡Sólo por eso, la semana próxima no te daré ni un centavo!

Juanito va a protestar cuando su madre intercede:

-¿Por qué eres tan duro con él?

El padre la mira, furibundo, y replica:

-Si por ti fuera, este chico jamás aprendería a estimar el valor del dinero.

• El matrimonio Lara no ha podido salir una sola noche desde que nació su primogénito, hace seis meses.

Esta noche Ricardo planea lleva a Laura a comer afuera y al cine; será una agradable sorpresa para ella. Incluso ha contratado los servicios de una niñera .Pero al saberlo, Laura se opone:

-No dejaré a mi hijo en manos de una desconocida.

Desde que el niño llegó, Ricardo se siente abandonado, y explota:

-¡Te preocupas más por ese chiquillo que por mí!

• Melisa tiene 15 años y ha sido invitada a formar parte de un grupo de chicas y muchachos para salir a esquiar el fin de semana.

-No hay peligro alguno -le aseguró a su madre- La hermana mayor de mi amiguita nos hará compañía.

No obstante su madre le niega el permiso. Sin hacer mención de esta negativa, Melisa le pide permiso a su padre, quien responde:

-Por supuesto que puedes ir.

Poco después, sus padres se dan cuenta que han sido engañados; pero en vez de reprenderla, discuten entre sí.

Hasta hace poco todos los padres creían que la presencia de un hijo los uniría más, de modo automático. En la actualidad, pocos son los matrimonios que abrigan tan ilusorias esperanzas, ya que la mayoría de ellos están conscientes del tiempo, las energías y los recursos que es necesario dedicar a los hijos. Y si bien no faltan padres intelectualmente preparados para la paternidad, no siempre son aptos, en lo emocional, para hacer frente a las tensiones diarias que suscita la formación de los niños, o las exigencias de estos.

Los conflictos maritales que con mayor frecuencia causan los hijos, son los que incluyen diferencias de criterio en lo concerniente a las bases de su educación:   disciplina, asignaciones para gastos menores, privilegios. Además “los padres que se preocupan mucho de tales cuestiones, descubren que están defendiendo posiciones cada vez más rígidas”, observa la psicóloga Isabelle Fox, consejera matrimonial, familiar y de niños, del Centro Psicológico del Oeste, en Encino (en el estado norteamericano de California).

La psicóloga habla de cierto matrimonio cuya hija, de 12 años de edad, de pronto empezó a bajar de rendimiento en sus estudios. “La madre consideraba que debía preguntarse a la chica, de manera comprensiva, por qué no trabajaba en la escuela a altura de sus aptitudes, y animarla dulcemente a esforzarse más”, comenta la especialista. El padre quería darle una severa reprimenda y amenazarla con un castigo si no se dedicaba al estudio y obtenía mejores calificaciones.

“Con el tiempo, añade la doctora Fox “ambos padres se vieron atrapados en sus respectivas posiciones: él era el malo y ella era la buena;  esta situación era perjudicial tanto para la niña como para sus padres”.
Posiblemente ciertos conflictos, que en apariencia son provocados por la conducta de un hijo, tengan sus raíces en las tensiones emocionales sufridas por alguno de los padres en su propia niñez. Una señora recordaba  cómo ella y su marido altercaban cuando él reprendía a su hija de 13 años. “Las más de las veces”, cuenta la madre, “Ana se lo había ganado, pero aun así yo salía en su defensa”.

Las riñas entre ambos fueron haciéndose más frecuentes y violentas, al extremo de constituir una amenaza para las relaciones conyugales; entonces decidieron buscar ayuda. En las consultas celebradas con un consejero matrimonial, la señora recordó que cuando era niña su padre la regañaba continuamente. “Los regaños que mi marido hacía a Ana despertaban en mí aquellos sentimientos de agravio y humillación. Desahogaba en mi esposo la ira que jamás había sido capaz de expresar contra mi padre”.

Con todo, existen maridos y esposas que no pueden descargar sus emociones en su cónyuge, pues temen que cualquier demostración de sentimientos negativos haga peligrar su matrimonio, o bien carecen de la suficiente autoestima para hacer valer sus propias necesidades. En esos casos, tal vez uno de los padres use al hijo, inconscientemente, como un arma contra su pareja. Cuando, por ejemplo, Eduardo reprocha a Rita que “jamás esté en casa para cuidar a los niños” a causa de su nuevo empleo, en realidad quiere decir  que es él a quien ella está desatendiendo. Puesto que no puede censurarla con franqueza por ir a trabajar pese a sus deseos de que no lo haga, trata de hacerla sentirse culpable como madre.

En ocasiones crecen las tensiones entre los cónyuges, porque uno de ellos se muestra hostil hacia el hijo (que quizá le recuerde a un hermano que no quería) y el otro se siente obligado a ponerse de parte del niño. “A la inversa”, comenta Isabelle Fox, “uno de ellos padres hace objeto de especial afecto y atención a un hijo predilecto, como un medio de expresar su hostilidad hacia su cónyuge”.

¿Cómo pueden los padres absorber y resolver el impacto emocional que los hijos producen en el matrimonio? A continuación citamos las recomendaciones de varios especialistas:

• Reconozcamos que muchos conflictos conyugales son naturales, y por lo general pasajeros, en la vida familiar. “Toda familia tiene conflictos relacionados con los hijos”, declara Hendrie Weisinger, psicólogo de Los Ángeles (California). “La mayoría de ellos sobrevive en buenas condiciones”.

• Comuniquémonos. Harold Feldman, especialista en relaciones familiares de la Universidad de Cornell, en Ithaca, en el estado de Nueva York, recomienda que los padres analicen entre ellos sus ideas relacionadas con la educación de los niños, así como sus propios principios y prejuicios. Si llegan a ponerse de acuerdo en algún punto y si consiguen encontrar un punto medio aceptable para las cuestiones en que no están de acuerdo, les será posible evitar muchos problemas potencialmente destructivos.

• Distingamos entre los problemas originados por la formación de los hijos y los que son ajenos a estos. Cuando las disputas conyugales se centran siempre sobre los mismos temas, quizás se deriven de las relaciones matrimoniales.

• No debemos utilizar a los niños como instrumentos en las riñas conyugales.

• No permitamos que los niños nos manejen a su antojo: si Julieta, de diez años de edad, dice a su papá que mamá es mala, y él lo acepta  sin siquiera preguntar por qué, serán inevitables las discusiones entre ambos esposos. Claire Lehr, psicóloga y especialista en relaciones entre padres e hijos, radicada en Newport Beach, en el estado de California, dice: “ ¿Qué es, en el sistema familiar, lo que hace necesaria a esta conducta? ¿Por qué la niña siente que la única manera de ejercer el poder es a través de la manipulación de sus padres? A menudo estos discuten entre sí, en vez de preguntarse por qué se comportaron todos ellos de esa manera”.

• Debemos evitar actitudes que nos hagan quedar como mártires ante los hijos. Un matrimonio estuvo a punto de separarse porque la señora se negaba, año tras año, a hacer planes para las vacaciones hasta que supiera si sus hijos,  que estudiaban en la universidad, estarían en casa durante el verano. Cuando los muchachos anunciaban su decisión, ya era demasiado tarde para efectuar el viaje que el padre deseaba hacer. Los padres deben, a veces, contrariar sus propios planes por los hijos, pero sacrificarse inútilmente provoca tensiones conyugales.

• Cuando surjan discusiones respecto a los hijos, debemos impedir que ocurran en presencia de ellos. El chico que ve a sus padres reñir por sus ideas educativas acerca de él, puede sentirse culpable del altercado. Un chico de 12 años de edad explicaba así sus sentimientos al respecto: “De repente los oigo discutir. Procuro mantenerme al margen, pero sé que el problema comenzó por culpa mía. Y entonces me da miedo”.

• Los cónyuges deberían levantar una firme barrera entre sus vidas como esposos y como padres. “En la jerarquía de las prioridades familiares”, escribe el Dr. Fitzhugh Dodson en su libro How to Discipline-With Love (“Cómo Disciplinar… con Amor”), “los cónyuges tienen el derecho de considerar en primer lugar su matrimonio, y en segundo sus relaciones con los hijos”. Hoy día, demasiadas familias concentran más su atención en los hijos que en la unión conyugal. Dar prioridad al matrimonio no significa descuidar las necesidades del niño. A no ser que un matrimonio funcione bien, ninguna atención paterna, por más grande que sea, compensará la pérdida que el hijo sufra en lo emocional.

Se necesita energía, criterio y dedicación para superar las tensiones inherentes a la paternidad. A cambio de ello, la recompensa por el éxito es doble, pues es probable que las parejas que se sientan más unidas a raíz de las presiones ocasionadas por la educación de los hijos, no sólo sean mejores padres sino que constituyan matrimonios más felices.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, tomo LXXXII, N° 492, Noviembre de 1981, págs. 85-89 , Reader’s Digest  México, S.A. de C.V., México D.F., México.