lunes, 30 de mayo de 2016

Cuando las Palabras Hieren

Por Jennifer James

No tienes remedio”.
“¡Qué lindo vestido! ¡Lástima que no lo tuvieran en tu talla!”
“Me enteré de que tu hija por fin consiguió trabajo. Fue por influencia de su padre, ¿verdad?”
“¿Por qué pierdes el tiempo tecleando? ¡Nunca tocarás el piano como tu madre!”
“¡Caramba, estás guapísima! ¿Te hicieron la cirugía plástica?

Los comentarios hirientes nos sacuden todos los días, y casi siempre nos toman desprevenidos. Parecen surgir por todas partes: en la calle, cuando las horas de mayor afluencia hacen aparecer lo peor de la gente; en las filas, cuando todo el mundo empieza a desesperarse; en el trabajo y durante la cena, cuando las personas se sienten en libertad de ser descorteses.

Existen tantos estilos de crítica destructiva, que es imposible clasificarlos. Hay pullas comunes y cotidianas (“¡Felicidades! ¡Por fin lo lograste!”) y otras tan dolorosas que nos dejan confundidos y molestos (“¿Cómo te las arreglas para tener un busto tan pequeño? o “Ya veo que estás ocupado en tu especialidad: comer”).

También hay comentarios increíblemente carentes de delicadeza. Cuando un hombre se armó de valor para comunicarle a su madre que su esposa lo había abandonado, ella le respondió con sarcasmo: “¿Por qué tardaría tanto?”.

Se supone que en la familia nos refugiamos del mundo; pero, en realidad, los parientes hacen comentarios que nunca saldrían de su boca fuera del ámbito familiar, con el pretexto de que: “Bien sabes que no te diría esto si no te amara”.

Una mujer recuerda, que, a la tierna edad de 12 años, se hallaba ante el espejo del cuarto de baño, cuando su madre observó: “No te preocupes, mi amor; si la nariz te sigue creciendo, te la arreglaremos”. Ella siempre había creído que su nariz era perfecta.

La clase de insultos que más llama la atención es la pulla disfrazada, a la que se da el nombre de “crítica constructiva”  (y que es todo, menos eso). Es fácil reconocer las afrentas de esta índole por las frases que las acompañan, como: “Espero que no te molestes si soy franco” o “Te  lo digo por tu propio bien”. Para colmo de males, se supone que debemos admirar al crítico por su sinceridad y agradecerle su interés, mientras tratamos de recuperarnos del golpe bajo.

Cuando nos defendemos de los insultos, es fácil quedarnos atrapados en un círculo vicioso de ataque y contraataque. Afortunadamente, hay maneras de  desviar las agresiones… y reforzar  la autoestima. La próxima vez que sea usted blanco de una crítica mordaz, intente seguir alguna de estas estrategias:

•    Averigüe que hay detrás del insulto. La gente criticona tiene mucho resentimiento que descargar. Si ignora lo que realmente molesta al crítico, pregúnteselo. Recuerde: no todos los ataques van dirigidos a usted, así que deténgase un momento y trate de descubrir su origen.

La mesera no le escoge a usted como víctima; lo que ocurre es que su novio rompió   con ella. El conductor que se le cierra bruscamente no es su verdugo: tiene prisa por llegar a ver a su hijo enfermo. Déjelo pasar; anímelo en su trayecto. Cuando no condena a la gente de antemano, le reconfortará su propia delicadeza.
 
•    Analice la pulla. En The Gentle Art of Verbal Self-Defense (El sutil  arte de la autodefensa verbal), Suzette Haden Elgin sugiere dividir un ataque en sus partes y responder a la suposición tácita… sin hacerse la víctima. Por ejemplo, alguien a quien le dijeran: “Si me quisieras, adelgazarías”, podría responder: ”¿Desde cuándo te imaginas que no te quiero?”.

El secreto está en analizar lo que se dijo –y lo que se calló- antes de reaccionar. Si se puede evitarlo, no ceda a la provocación.

•    Enfréntese a su crítico. No es fácil hacer frente a los insultos. Una manera de lograrlo consiste en ser directo. Desarme el comentario negativo con réplicas como esta: “¿Tienes alguna razón por la que quieras herirme?” o ”¿Estás consciente de cómo podrían interpretar ese comentario otras personas?”

Una segunda opción es pedir al agresor que aclare sus palabras: ”¿Qué quisiste decir con eso?” o “Quiero estar seguro de que entendí lo que dijiste”. En cuanto el crítico se sienta desenmascarado, lo dejará en paz. No hay nada que avergüence tanto como ser pescado con las manos en la masa.

•    Recurra a su sentido del humor.  En una ocasión le dijeron a una amiga mía: ¿Es nueva tu falda? Esa tela parece propia para tapizar sillas”. Mi amiga repuso: ¿Ah, sí? Pues ven a sentarte en mi regazo”.

Otra mujer me contó que su madre, que había dedicado su vida a mantener la casa impecable, reparó un día en una telaraña en la cocina de su hija, y exclamó: “¿Qué es eso?” La hija contestó con ironía: “Un experimento científico”. Ver la vida a la ligera es una de las mejores armas contra los insultos. Con ingenio agudo es posible desarmar casi a cualquiera.

•    Establezca señales. Una dama a quien su esposo sólo criticaba en público empezó a llevar consigo una toalla pequeña. Siempre que él hacía un comentario hiriente, ella se ponía la toalla en la cabeza. El marido se sintió tan avergonzado, que dejó de humillarla.

Otra familia acuñó una frase que tiene el mismo propósito. En una ocasión, después de la cena, su invitado exclamó: “¡Estuvo exquisito! El pollo se consigue barato en estos días, ¿verdad?” Después de ese incidente, siempre que uno de ellos hace un comentario mordaz alguien contraataca: “El pollo se consigue barato”, y todos ríen.

•    Quite importancia al agravio.  No contradiga a su atacante. Si su esposa declara: “Has aumentado como 10 kilos, ¿no, querido?”, respóndale: “En realidad, son casi 12”. Si insiste: “¿No vas a hacer nada al respecto?”, intente esta réplica: “No. Quiero estar gordo una temporada”. Las pullas sólo tienen fuerza sólo si usted se las otorga. Al asentir ante la crítica la anula.

•    Pase por alto el insulto. Tome nota del comentario mordaz, dése cuenta de que  no es aplicable a usted, y haga caso omiso de él. Saber perdonar es una de las técnicas de supervivencia más importantes que podemos cultivar.

Si en ese momento no desea pasar por alto el insulto, haga saber a su atacante que se percató usted del comentario, pero que no contraatacará. La próxima vez que alguien que alguien lo ofenda, limpie una mancha imaginaria de su camisa. Cuando la persona le pregunte qué hace, responda: “Sentí algo que me había golpeado, pero quizá me equivoqué”. Cuando el agresor sabe que usted advierte sus intenciones, lo pensará dos veces antes de volver a hacer observaciones injuriosas.

O puede usted puede fingir indiferencia. Parpadee, bostece, y desvíe la mirada con expresión de “¿qué me importa?” La gente detesta que se le tache de aburrida.

•    No olvide la regla del diez por ciento. Nunca podrá usted evitar ser blanco de comentarios hirientes. Trate de aceptar ciertas agresiones verbales como el desahogo normal de la frustración con que todos nos topamos. La mayoría procuramos no insultar a los demás, pero a veces fallamos. Por ello, defiéndase cuando le parezca conveniente hacerlo, pero considere también la solución del diez por ciento:

El diez por ciento de las veces, lo que usted acaba de comprar resulta estar más barato en otra parte.

El diez por ciento de las veces, algo que usted prestó le será devuelto en mal estado.

El diez por ciento de las veces, incluso su mejor amigo lo lastime de palabra, y lo lamente después.

Dicho de otro modo, endurézcase contra el insulto o la crítica. Suele ser más fácil suponer que la gente obra de la mejor manera que puede,  que muchas personas no son conscientes de las consecuencias de su proceder.

Cuesta mucho más estar a la defensiva, pretender tener siempre la razón y salirse con la suya. Intente perdonar, y obtendrá a cambio mucho más del diez por ciento.

Después que un hombre agredió verbalmente a Buda, este le respondió:
-Hijo mío, si alguien se negara a aceptar un regalo, ¿a quién pertenecería este?
-A aquel que se lo ofreció –contestó el hombre.
-Pues, entonces, me niego a aceptar tus injurias –concluyó Buda.

El mundo está lleno de personas que fincan su valía en rebajar a los demás. Tiene sus bolsas y sus bolsillos repletos de agravios, y los reparten a diestra y siniestra.

Niéguese a aceptar los insultos de esos resentidos, aunque se los lancen disfrazados de cariño. Al mostrarse indiferente ante ellos, mitigará la tensión y fortalecerá sus relaciones y su alegría de vivir.

Fuente:
Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CI, Número 603, Febrero de 1991, Reader’s Digest Latinoamérica, págs 79-82


Ángel de los Perseguidos

                             
Durante casi dos años, en Polonia, una joven protegió a 13 judíos de la amenaza nazi

Por Thomas Fleming

CUANDO LLAMARON a la puerta, Stefania Podgorska sintió mucho miedo. Acababa de acostar a su hermanita Helena. Corría el año de 1942, y la parte suroriental de Polonia había formado parte del imperio de Hitler desde hacía más de tres años. Przemysl, ciudad de más de 50,000 habitantes, estaba llena de agentes de la Gestapo y de soldados alemanes en camino al frente ruso.

La rubia y hermosa joven de 19 años había sentido más de una vez cómo la miraban esos hombres cuando entraba en la casa donde su hermana de ocho años y ella vivían solas. Su padre había muerto antes de la guerra, y a su madre y su hermanos los habían deportado a Alemania, a hacer trabajos forzados. Para mantenerse a sí misma y a su hermana, Stefania operaba una máquina herramienta en una fábrica de la localidad.

Con el corazón desbocado, entreabrió la puerta. Apoyado en el marco estaba un hombre robusto, maltrecho y cubierto de  lodo, que le dijo en voz baja:
-Fusia, necesito ayuda.

Fusia. Sólo sus amigos más cercanos la llamaban así. En ese momento lo reconoció; era Josef Burzminski, de 27 años, hijo del matrimonio en cuya casa trabajaba Stefania cuando los alemanes ocuparon Przemysl.
 Hacía unos meses que los nazis habían conducido a la familia al gheto, junto con los otros 20,000 judíos de la ciudad. Antes de marcharse, los esposos le pidieron a Stefania, en quien confiaban plenamente por considerarla una buena amiga, que se quedara en la casa y la cuidara.

Stefania ayudó a Josef a sentarse en una silla. Y él le pidió:

-¿Puedo quedarme una noche? Te juro que me iré mañana, Fusia. No quiero comprometerte.

La muchacha se esforzó por dominar el terror que se había apoderado de ella. Los alemanes habían puesto avisos por toda la ciudad amenazando con ejecutar a cualquier persona que ocultara judíos. Stefania quería tenderle la mano a ese hombre desesperado, pero, ¿debía arriesgar no sólo su vida, sino también la de su hermana?

Sin embargo, sabía lo que tenía que hacer. Además de una profunda fe religiosa, debía a sus padres, y en particular a su madre, Katarzyna Podgorska, un claro sentido del bien y el mal.

Stefania volvió  los ojos a la recámara, donde había una pintura de la Virgen. Era la misma que se había encontrado un día en una feria, cuando tenía nueve años, y que le había rogado a su madre que le comprara. Desde entonces, todas las noches, cuando rezaba, aquel semblante sereno le infundía paz y fortaleza.

Debes hacerlo, le aconsejó una voz interior. La chica le tocó a Josef una mejilla lastimada, y le dijo:

-Claro que puedes quedarte.

MIENTRAS STEFANIA preparaba té, Josef  le contó que la SS había arrasado el gueto, obligando a sus padres y a muchos más a subir a los vagones de carga de un tren que partió rumbo a los campos de exterminio. A Josef y a uno de sus hermanos los metieron en otro tren. Cuando este arrancaba, el muchacho logró cortar con una navaja el alambre de púas de una estrecha y alta ventana del vagón. Haciendo pasar por la abertura su cuerpo musculoso y bajo de estatura, cayó al suelo con fuerza terrible y perdió el conocimiento.

Cuando volvió en sí se encaminó  con paso vacilante a Przemysl, siguiendo la vía del tren y ocultándose en el bosque.

-No se me ocurrió otro lugar a dónde ir –le explicó a Stefania, mientras engullía agradecido el pan que ella había puesto frente a él.


DOS SEMANAS DESPUÉS, Josef había recuperado las fuerzas y estaba listo para irse. Regresó subrepticiamente al gueto y encontró a Henek, su hermano menor, y a la esposa de Henek, Danuta, muriéndose de hambre .También encontró en condiciones terribles al doctor William Shylenger, un viejo amigo de su familia, a Judy, hija del doctor, a un dentista viudo de casi 60 años, amigo del médico, y al hijo del dentista, de 20 años.

Josef sobornó a un impresor para que le hiciera una tarjeta de identidad falsa, con la que pudo moverse por toda la ciudad y, con la ayuda de Stefania,  llevar alimentos a los otros. Pero después de que perdió la tarjeta y tuvo que golpear a un agente de la SS que lo detuvo, el recio y osado judío comprendió que aquel juego no podía continuar. Y fue a la casa de Stefania.

-Fusia –le dijo-: ¿puedes escondernos? Sin tu ayuda estamos perdidos.

 La muchacha pensó por un momento que Josef había enloquecido, y respondió:

-No puedo meter a toda esa gente bajo mi cama cada vez que alguien llame a la puerta.

-Tienes que encontrar una casa donde puedas ocultarnos a todos –le propuso Josef.

Stefania sabía que su hermana y ella podían morir si seguía protegiendo a ese hombre, pero también sabía que, si lo abandonaba, moriría en espíritu. Entonces se decidió.

-Si encuentro la casa, lo haré.

Buscó y dio con el número 3 de la calle Tatarska, una casita bastante independiente de las próximas, con dos habitaciones, cocina y ático. Después de consultar con Josef  la tomó en alquiler, la limpió y puso en las ventanas cortinas oscuras para que nadie pudiera mirar hacia dentro.

Los prófugos empezaron a llegar. Primero Josef y el hijo del dentista. Después el doctor Shylenger y su hija, seguidos por el dentista, un hombre serio y de barba que lloró de alivio al verse a salvo.

No acabaron de instalarse cuando llegó una nota de una amiga del dentista, una viuda que seguía en el gueto y que deseaba que la acogieran junto con su hijo y su hija. La nota daba a entender que si se negaban, ella podría denunciarlos. Enojada, Stefania accedió.

Después el dentista le suplicó a Stefania que permitiera que se sumaran al grupo su sobrino y la esposa de éste, quienes hasta el momento estaban escondidos en un edificio abandonado. Más adelante llegaron Henek y Danuta.

El último fue un cartero judío que se había enterado de lo que pasaba en aquella casa. Stefania aceptó una vez más, aunque con ese hombre aumentó a 13 el número de refugiados. Que hizo bien quedó terriblemente claro cuando todos los judíos que quedaban en el gueto de Przemysl fueron enviados a campos de exterminio.

STEFANIA compró unos tablones con los que Josef construyó en el ático una pared falsa. Tras la puerta, muy ingeniosamente disimulada, apenas había espacio para que durmieran las 13 personas.
Apenas había terminado Josef el trabajo cuando Stefania llegó con una aterradora noticia:

-¡En la casa de al lado vive un hombre de la SS!

El miedo de hacer ruido fue aún mayor.


UNA FRÍA MAÑANA el dentista anunció:
-Tenemos un caso de tifo.

La viuda había enfermado. Trataron de aislarla para evitar que los demás se contagiaran. La fiebre le subió mucho.    

Stefania entró en su habitación, se arrodilló ante la imagen de  la Virgen y oró: Por favor, sálvanos. No por mí, sino por Helena.

Cuando se volvió vio en la puerta a Josef, que le preguntó:

-¿Fue escuchada tu oración?

-Sí –le aseguró la joven, muy serena-. Estaremos bien. Los alemanes no vendrán.

Semanas después se presentó una nueva dificultad para los prófugos: se estaban quedando sin dinero para comprar víveres.

-Vamos a tener que ganarnos el pan con nuestras manos –propuso Stefania.

Al día siguiente, durante la hora del almuerzo en la fábrica, empezó a tejer un suéter con el estambre de otro que  había desbaratado en la casa. Una compañera le preguntó si le podía hacer uno a ella, por dinero.

-Claro que sí –aceptó Stefania.

Pronto tuvo más de diez pedidos. En el número 3 de la calle Tatarska se trabajaba noche y día. Los agradecidos compradores nunca se dieron cuenta de la enorme cantidad de prendas tejidas que la joven era capaz de entregar.

A fines de 1943, Stefania oyó rumores de que los alemanes estaban perdiendo la guerra y retirándose. Josef le aconsejó que no abrigara demasiadas esperanzas.

-Todavía no se han ido, y es posible que se vuelvan más feroces al sentirse derrotados.

Una mañana, cuando Stefania salía a trabajar, se oyó una sirena de la policía. A unas manzanas de distancia, la joven vio cómo unos agentes de la SS rodeaban una casa y sacaban a unos aterrorizados judíos y la familia polaca que los había escondido, y los arrojaban contra una pared.

-¡Fuego! –gritó el comandante, y las víctimas cayeron acribilladas por las balas.

Stefania, aturdida, se quedó mirado los cadáveres sangrantes. Después no pudo dormir bien durante varias semanas. Y una noche. De regreso en su domicilio, se preguntó cuánto más podría resistirlo.

  Al entrar en la casa vio a Helena, que jugaba al escondite con Josef y algunos de los otros. Los ojos de la niña brillaron cuando pasó corriendo y dijo:

-¡Ahora sí te voy a encontrar, Josef!

Stefania sintió que esa gente era su familia. No podía abandonarlos.


-¡ALLÍ VIENE LA SS! –anunció un día, meses más tarde, la persona que vigilaba desde una ventana.
Los prófugos corrieron a esconderse en el ático, y Stefania abrió la puerta.

Un oficial le informó secamente que disponía de dos horas para desalojar la casa.

-¿Por qué?-preguntó ella-. ¿De qué se me acusa?

-El ejército va a instalar un hospital aquí enfrente, y necesitamos esta casa para que sea dormitorio de enfermeras. Cuando el oficial se fue, Stefania corrió a preguntarle a Josef qué podían hacer.

-Helena y tú deben irse inmediatamente y esconderse en el campo –dijo él.

-¿Y ustedes?

-Moriremos peleando.

-Antes de que hagamos nada –replicó Stefania-, voy a rezar pidiendo ayuda.

-Vamos a rezar todos –propuso Josef, quien desde su escapatoria del tren había sentido cada vez más claramente la mano protectora de Dios.

Todos se dirigieron a la habitación de la joven, y se arrodillaron.

Hacía mucho tiempo, la Virgen de Czestochowa había prometido proteger a Polonia de sus enemigos. Stefania se concentró y le rogó a la Virgen que la histórica promesa incluyera a su familia judía.

Le pareció que una voz bondadosa le decía: No se vayan. No tienen nada que temer. Manda a los trece al ático; luego abre las ventanas y limpia la casa como si pensaras quedarte. Canta mientras trabajas.

Ya tranquila, Stefania le pidió a Josef que llevara a todos al ático.

-No los voy a dejar –les aseguró. Estaremos bien.

Luego, Helena y ella abrieron las ventanas y se enfrascaron en una limpieza general de la casa. Al rato volvió el oficial de la SS para decirles:

-No tienen que irse. Sólo necesitamos una habitación para dos de nuestras enfermeras.

¿Se habrían salvado’ ¿Cómo iban a sobrevivir con dos alemanas bajo el mismo techo?

Una semana más tarde llegaron las enfermeras. Pasaban casi todo el día en el hospital, pero por la noche llevaban frecuentemente soldados alemanes a la casa y armaban ruidosas francachelas en su habitación.

Los prófugos eran presa del terror y la tensión, Una tarde, las enfermeras llegaron antes de lo acostumbrado, acompañadas por dos soldados armados con rifles. Los cuatro hablaban en voz baja. De pronto, una de las mujeres subió la escalera de mano que conducía al ático.

Josef, oculto tras la pared falsa, oyó pasos y les hizo a los demás una señal de que se quedaran inmóviles. Por un agujerito vio aparecer la cabellera rubia de la enfermera. La mujer miró a su alrededor y frunció el entrecejo. Momentos después, los cuatro alemanes salieron de la casa. El escondite había pasado su prueba de fuego.

Al día siguiente, en su trabajo, Stefania se topó con un problema nuevo: el gerente anunció que la fábrica iba a ser desmantelada para reinstalarse en Alemania. El salario de la muchacha se convirtió en humo.

Todos se pusieron a tejer con más empeño que nunca. La venta de un suéter les daba apenas lo suficiente para comer tres días, y el mercado para sus productos no era constante. Pasaban días sin que pudieran llevarse nada a la boca.

Un día, una de las enfermeras volvió corriendo del hospital.

-¡Nos vamos a Alemania! –le dijo a Stefania-. Y tú vienes con nosotros. Necesitamos una criada.

Otra vez se vislumbraba un desastre. Josef, temeroso de lo que pudiera pasarle a su benefactora si se negaba, habló de nuevo de luchar hasta la muerte. Ella sólo movió la cabeza en señal de desacuerdo.
Hizo una maleta, vistió a Helena con su mejor ropa y platicó alegremente con las enfermeras sobre lo mucho que la entusiasmaba el viaje. Cuando las alemanas ya habían subido al camión que llegó a recogerlas, el chofer llamó con la bocina a Stefania, pero ella simplemente dio media vuelta y se alejó diciendo:

-Cambié de opinión. No voy.

Las enfermeras la amenazaron a gritos, pero el chofer tenía prisa y arrancó. Stefania corrió muerta de risa a la casa, y allí abrazó a Josef y comentó:

-Si hubieran querido obligarme a ir les habría propinado un buen puñetazo.

Poco después empezó a oírse ruidos de artillería por las calles. Y una mañana, Josef, que estaba de vigía, de pronto anunció:
-¡Vienen unos alemanes!

Por la calle Tatarska caminaban cansadamente tres maltrechos miembros de las antes victoriosas armadas nazis. Esos fueron los últimos enemigos que vieron los prófugos.

Por fin, cuando ya no tuvieron dudas de hallarse a salvo, bajaron del ático y salieron a la calle. Se veían muy estragados.

-¡Se fueron los alemanes! -dijo Josef, riendo.

En todos los rostros había sonrisas de alegría. Los moradores de aquella casa de la calle Tatarska se abrazaron. Josef apretó a Helena entre sus brazos, para luego hacerlo más largamente con la heroica Stefania.


En 1945, unos meses después de terminada la guerra Josef Burzminski le propuso matrimonio a Stefania. Ella bromeó:

-Me pediste que te permitiera quedarte una noche. ¿Ahora quieres que sea toda la vida?

La pareja emigró a Estados Unidos en 1961, y Josef abrió en las afueras de Boston un consultorio dental. Allí criaron a su hijo y a su hija. Helena se casó, se recibió de médica y actualmente ejerce en la ciudad de Breslau, Polonia.

En 1993, Stefania y Josef asistieron a la inauguración del Museo del Holocausto, en Washington, D.C., a la cual asistieron también los jefes de Estado de Israel, Polonia, Estados Unidos y muchos otros países. Ese acto sirvió para recordar que, aun en medio del mayor mal causado por el ser humano, puede haber muchísimo bien.



Fuente:

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Reader’s Digest Latinoamérica, Abril de 1995, tomo CIX, núm. 653, pp. 112-118


Nota de B.A.: .Si me indican que puedan existir problemas por derechos de autor borraré el artículo.

Así Nació el Conde de Montecristo


Después de más de un siglo se conoce el documento en que Alejandro Dumas dice cómo hizo el “Conde de Montecristo.

Por Alejandro Dumas
De Revue de la Pensse Francaise

Advertencia de B.A.: Si no has leído la novela de Dumas no leas este artículo que da algunos detalles importantes de ella, pero si no te importa eso entonces,adelante, vas por tu cuenta y riesgo.


Ya que charlamos, queridos lectores, bien puedo decirles aquí algunas palabras pro domo mea.
Se trata de bien poca cosa, de una simple calumnia que se me achaca aún después de veinticinco años. Como ven ustedes ya era tiempo que hubiera prescrito.

¡Pero cómo iba yo a tener tiempo de responder a mis detractores cuando apenas contaba con el necesario para contestar a mis amigos!.
Siempre se ha sabido que existe cierta inquietud por saber cómo han sido escritos mis libros y sobre todo quién los ha escrito.
Es tan simple de creer que a mí nunca se me ha ocurrido otra cosa.
Y, naturalmente, en aquellas obras en que he obtenido mayores éxitos  es donde se me disputa con mayor obstinación la paternidad.
Y así, para no hablar más de una sola, en Italia se cree generalmente que fue Fiorentino quien hizo el Conde de Montecristo.
¿Por qué no creerán que he sido yo quien escribió la Divina Comedia?. Tenemos exactamente los mismos derechos.
Fiorentino ha leído el Conde de Montecristo como todo el mundo, pero no lo ha hecho delante de todo el mundo, dado el caso de que lo hubiera hecho.
Los italianos harán bien en no reclamar a Montecristo y será necesario que se contenten con el Assedio di Firenza, de Azeglio, y Dei Promessi Sposi, de Manzoni.
Digamos la razón por la cual escribí el Conde de Montecristo que justamente a esta hora se reimprime.

En 1841 vivía yo en Florencia.
El espíritu de los otros pueblos está tan poco en armonía con el espíritu francés, que cuando los franceses se encuentran en el extranjero se reúnen y forman una colonia.
Ahora bien, en 1841 la colonia francesa en Florencia tenía por centro la encantadora villa de Quarto, habitada por el príncipe Jerónimo Bonaparte y por la princesa Matilde, su hija.
Todos los compatriotas que llegaban a  la ciudad de los Médicis pedían ser presentados a los príncipes.
Esta formalidad era llenada por mí desde 1834, de modo que en mi segundo viaje a Florencia en 1840, encontré que todavía era, para la familia en el exilio un viejo conocido.
El rey Jerónimo me bridaba su amistad, que desde aquella época, todavía me conserva –al menos, así lo espero- y de la cual no puedo decir que nadie jamás haya abusado.
Todos los días iba a su residencia en Quarto.  Y no creo haberlo visitado más de dos veces desde que se encuentra en el Palacio Real.
Un día, al principio de 1842, en un momento en que, a propósito de los asuntos de Egipto, amenazaba a Francia una coalición, me dijo:
-Napoleón abandona el servicio de Wurtemberg y viene a Florencia. No quiere, como tú comprenderás, exponerse a servir contra la Francia. Una vez que esté aquí te lo recomiendo.
-¡Me lo recomiendas a mí, sire! ¿Y en qué puedo ser bueno?
-Para enseñarle la parte de Francia que no conoce aún, y para hacer con él algunas excursiones por Italia, si tienes tiempo.
-¿Conoce ya la isla de Elba?
-No.
-Pues bien, le conduciré a la isla de Elba si tal cosa puede agradaros. Está bien que el sobrino del emperador termine su educación con esa peregrinación histórica.
-En efecto me agrada, y retengo tu palabra.
-Perdón, sire, ¿pero cómo hemos de viajar?
-No te comprendo.
-No soy tan rico como para permitirme viajar principescamente, ni para para viajar al lado del príncipe.
-¡Oh! En cuanto a eso, que tu susceptibilidad no se resienta. Napoleón pondrá mil francos de su bolsa, tú otros mil de la tuya;  yo te daré un ayuda de cámara con quinientos francos para los gastos de posta  y de pasaje.
-Vaya, así todo está bien.
Cuando el príncipe Napoleón arribó estaba todo arreglado entre su padre y yo, y como lo previsto no cambiaba en nada sus planes habiendo pasado algunos momentos al lado de su familia y de sus amigos, se decidió poner en ejecución nuestro proyecto de viaje.
En aquel tiempo contaba yo treinta y nueve años y mi ilustre compañero apenas diez y nueve.
No diré aquí la buena opinión que formé de él ; como lo he dicho , no he de loar sino a los muerto o a los exiliados.
Partimos para Liorna en la calesa del príncipe y nuestro ayuda de cámara a la zaga en el postillón.
Seis u ocho horas después llegamos a Liorna.
Como ésta es una las ciudades que hay en el mundo apenas hubimos llegado cuando ya nos preparábamos para abandonarla. En consecuencia corrimos al muelle  para dirigirnos cuanto antes  a Porto Ferraio.
Pero para nuestra desgracia no pudimos encontrar ninguna embarcación, ni fue posible que nos dijeran cuándo podría haber alguna.
Nos paseamos pues por el puerto de Liorna, pasando revista a las barquitas de dos remos que buscan pasajeros que vayan a los paquebotes, y de pronto el príncipe me dirigió la palabra:
-¿Véis aquella barca, Dumas?
-¿Qué tiene de particular?
-Su nombre.
-¿Cómo se llama?
-Le Duc -de-Reichstadt.
-¡Ah! No deja de ser curioso.
-En efecto, ¿No es así?
-Vaya pues, monsieur (*),  que si el rey no me hubiera constituido en vuestro mentor, yo os propondría una locura.
-¿Cuál?
-De ir a Porto Ferraio en esa barca.
-¿Habláis seriamente?
-No podría hacerlo más seriamente, tengo confianza en la fortuna del César.
El príncipe estaba junto a la barca de marras.
-Os dejo la responsabilidad de la proposición y yo me atengo a las consecuencias, díjome.
-Sin embargo, le dije con alguna vacilación.
-¿Retrocedéis?
-¡Sesenta millas en una barquita de fondo plano!
-¿Retrocedéis?
-¡Y el canal del Piombino por atravesar!
-¿Retrocedéis?
-¡Por Dios, que no! puesto que arriesgo mi vida con la vuestra , estoy tranquilo. Si vos no perecéis nadie me reprochará cosa alguna. ¡Vayamos por  Le Duc -de-Reichstadt!
Y salté a mi vez en la barca.
Mientras discutíamos el precio con uno de los remeros, el otro iba al hotel a buscar las maletas y al ayuda de cámara.
Me parece que el precio fue de ocho paoli por día, más o menos nueve francos.
No le pediría al diablo que acometiera cosa igual.
Por lo demás, los marineros no dudaron un momento; cuando les preguntamos si podían conducirnos a la isla de Elba en su barquichuelo, respondieron:
-Hasta el África, si place a Vuestras Excelencias.
No fue lo mismo con el ayuda de cámara, un honesto alemán. Mientras nos dirigíamos al puerto no puso ninguna objeción: creyó que nos propondríamos abordar algún navío.
Pero una vez que salimos del puerto, que no vio otra cosa que el horizonte, que observó  alos marineros abatir su tienda de vela para poner una pequeña vela sobre el improvisado mástil, el bravo teutón empezó a inquietarse.
Mientras tanto como no podía creer nuestra temeridad, vaciló algunos instantes: pero al cabo de un cuarto de hora, cuando ya no le cupo la menor duda, cuando reconoció que nuestra embarcación se dirigía al cabo sur de la isla de Elba, comenzó, en lengua germánica, un diálogo con el príncipe, que aunque no entendí una palabra, gracias a la pantomima, pude traducir palabra por palabra.
Era evidente que hacía a su amo algunos respetuosos reproches sobre su imprudencia, ya que el príncipe trataba de calmarlo.
Durante ese tiempo yo me dedicaba a tirarles a las aves de mar.
El príncipe Napoleón, que encontraba esto más divertido que tratar de calmar a su ayuda de cámara pronto se reunió conmigo.
Nuestra embarcación tenía de cómodo que cuando matábamos una gaviota o un goelandio, no teníamos  que hacer más que dirigir la barca hacia el ave muerta, extender la mano y cogerla.

Encontramos tanto placer en esa caza que no pusimos la menor atención a una nube que se acercaba de Córcega, la cual, furiosa sin duda de nuestra distracción, señaló sin tardanza su presencia con una serie de relámpagos magníficos y una cadena ininterrumpida de majestuosos truenos.
-Mi querido Dumas, dijo el príncipe, no creo que pase nada a la barca del César, pese a la tempestad.
-Y nosotros llevamos sobre él una ventaja, ya que estamos en el mar y no sobre un río.
Diez minutos después, habían abatido la vela, el equipaje estaba en el fondo de la barca, y danzábamos como un tapón de corcho sobre las olas de quince pies de alto.
El príncipe tenía una gran ventaja sobre mí: fumaba y se había mareado; las preocupaciones secundarias le distraían de la principal.
Yo, que no me puedo marear ni fumo, me da absoluta cuenta de la situación.
Estuvimos en peligro durante casi tres horas.
Al fin de las tres horas el cielo se aclaró, el viento se calmó y el mar estuvo en reposo otra vez.
Estábamos empapados enteramente: de los pies a las rodillas por el agua del mar que habíamos embarcado; de la punta de los cabellos a las rodillas por el agua del cielo que el huracán había vertido sobre nosotros, con una prodigalidad que prueba que lo que el cielo da, lo da de todo corazón.
La tempestad nos había acercado a tierra; sólo que no era fácil abordarla, pues esa tierra era de las Maremmes.
No hubiera tenido gracia que después de habernos salvado de morir como Leandro, muriéramos como Pia de Tolomei.
Los marineros pidiéronnos órdenes.
-Lo que diga su Alteza, respondíles.
-A Porto Ferraio, dijo el príncipe, como habría dicho a su cochero: ”De paseo”.
Al día siguiente, a las cinco horas, llegamos a Porto Ferraio.
Pero, me diréis lectores, hasta ahora el Conde de Montecristo nada ha tenido que ver con esto que yo refiero.
Paciencia y llegaremos.

Después de haber recorrido la isla de Elba en todos sentidos, nos resolvimos hacer una partida de caza a La Pianosa.
La Pianosa es una isla llana, que se eleva apenas unos diez pies sobre el nivel del mar. En ella abundan los conejos y las perdices rojas.
Desgraciadamente nos habíamos olvidado de traer un perro.
Es verdad que cualquier perro, exceptuando un perro de aguas se hubiera rehusado a seguirnos en una barca.
Un buen hombre, feliz poseedor de un gozquecillo blanco y negro, se ofreció a llevarnos la impedimenta, mediante el pago de dos paoli, y nos prestó su perro para la expedición.

El perro nos ayudó a matar una docena de perdices que el amo cargó concienzudamente.

A cada perdiz que el buen hombre metía en su morral, decía, dando un suspiro y echando el ojo a una magnífica roca pan de azúcar que se elevaba dos ó tres metros sobre el nivel del mar.
-¡Oh! Excelencias, si vosotros fuérais allá abajo, qué bella caza haríais.
-¿Qué hay, pues allá? le pregunté por fin.
-Cabras salvajes por centenares; la isla está llena.
-¿Y cómo se llama la dichosa isla?

-Se llama la ISLA DE MONTECRISTO.

Fue la primera vez y en esa circunstancia que el nombre de Montecristo resonó en mi oído.
-Y bien, dije al príncipe, ¿si fuéramos  a la isla de Montecristo, monsieur?
-Vaya por la isla de Montecristo, respondió.
Al día siguiente partimos a la isla de Montecristo.
El tiempo estaba magnífico esa vez; el viento soplaba sólo lo necesario para hinchar la vela, secundada por los remos de los dos marineros, nos hacía navegar tres nudos por hora.
A medida que avanzábamos, Montecristo parecía salir del seno de la mar y crecía como el gigante Adamastor.
Jamás he vuelto a ver manto azul más bello que el que parecía venir sobre nuestras espaldas.
A las once de la mañana nos hallábamos a tres o cuatro golpes de remo del centro del pequeño puerto.
Teníamos ya los fusiles en la mano, listos para saltar a tierra, cuando uno de los remeros dijo:
-¿Vuestras excelencias saben que la isla de Montecristo está en cuarentena?
-¿En cuarentena?, pregunté; ¿y qué quiere decir con eso?
-Eso quiere decir que, como la isla está desierta, si acaso desembarcáramos, cuando entremos a cualquier otro puerto después de haber visitado Montecristo seremos forzados a guardar cinco o seis días de cuarentena.
-Y bien, monsieur, ¿Qué decís a todos esto?
-Digo que este muchacho ha hecho bien en prevenirnos antes de desembarcar, pero que mejor hubiera hecho de advertirnos antes de partir.
-Monsieur, seguramente piensa que cinco o seis cabras que acaso matáramos aquí no valdrán otros tantos días de cuarentena.
-¿Y vos?
-Yo, no creo que merezcan tanto unas cabras y pienso que la cuarentena es un horror; de suerte que si monsieur lo desea lo desea…
-¿Qué?
-Daremos simplemente la vuelta a la isla.
-¿Con qué objeto?
-Para fijar su posición geográfica: después de lo cual regresaremos a La Pianosa.
-Fijemos la posición geográfica de la Isla de Montecristo, sea; ¿pero de qué nos servirá?
-Para dar, en memoria de este viaje que he tenido el honor de hacer con vos,  el título de la Isla de Montecristo a algún cuento que escribiré más tarde.
-Rodeemos la isla, dijo el príncipe, y enviadme el primer ejemplar de vuestro cuento.

Al día siguiente volvimos a La Pianosa; ocho días después, a Florencia.

Hacia 1843 regresé a Francia e hice un contrato con los señores Béthune y Plon por hacerles ocho volúmenes intitulados Impresiones de un Viaje en París.

Había creído hasta entonces hacer la cosa empezando en la puerta del Trono y acabando en el Arco de la Estrella, tocando con la mano derecha la puerta Clichy y con la siniestra la del Maine, cuando una mañana Béthune vino a decirme, en su nombre y el de su asociado, que habían entendido otra cosa que un paseo histórico y arqueológico por Lutecia de César y el París de Felipe Augusto; que creían haber entendido que se trataba de una novela cuyo fondo sería el que yo quisiera y en la cual las impresiones de un viaje en París no serían más que los detalles.

Tenían la cabeza  exaltada por el éxito de Eugenio Sue.

Como se me hacía igual hacer una novela que las impresiones de un viaje, púseme a la obra de buscar una especie de intriga para el libro de los señores Béthune y Plon.

Después de mucho tiempo había logrado construir una anécdota de una veintena de páginas, intitulada: El Diamante y la Venganza.

Tal como estaba aquello era simplemente idiota;  y si hubiera alguna duda no hay más que leerlo.

Pero no es menos cierto que en el fondo de esa ostra se ocultaba una perla; perla informe, perla bruta, perla sin valor alguno y que esperaba su lapidario.

Resolví aplicar a las Impresiones de un Viaje en París la intriga de aquella anécdota.

Me dediqué, en consecuencia, a ese trabajo mental que precede siempre en lo mío al trabajo material y definitivo.

La intriga primera era ésta:

Un señor muy rico, que habitaba en Roma y se nombraba el conde de Montecristo, hacía una gran servicio a cierto joven viajero francés, el cual, a cambio del favor recibido, se prestaba a servirle de guía cuando a su vez visitara París.

Esta visita a París, tenía por objeto aparente, la curiosidad; pero en realidad, la venganza.

Durante sus excursiones a través de París, el conde de Montecristo debía descubrir a sus enemigos escondidos, que le habían condenado durante su juventud, a una cautividad de diez años.

La fortuna le debería proporcionar los medios de venganza.

Comencé la obra sobre esa base e hice de esta manera un volumen y medio, poco después.

En ese volumen y medio estaban comprendidas todas las aventuras en Roma de Albert de Morcef y de Franz d’Epinay, hasta la llegada del conde de Montecristo a París.

Estando mi trabajo en ese estado, hablé con Maquet, con quien ya entonces trabajaba en colaboración.

Le referí lo que ya había hecho y lo que estaba por hacer.
-Creo, me dijo, que has dejado en segundo plano el período más interesante de la vida de nuestro héroe, es decir, sus amores con la catalana, la traición de Danglars y de Fernando y los diez años de prisión con el abate Faria.
-Contaré todo eso, le respondí.
-De allí no saldrán más de cuatro o cinco volúmenes y todavía faltan cuatro o cinco volúmenes más.
-Quizás tengas razón; ven a comer conmigo mañana y discutiremos el resto.

Durante la tarde, la noche y la mañana, medité sobre su observación y me pareció totalmente justa, de tal modo que prevaleció sobre la primera idea.

Y así cuando aquel vino al día siguiente, encontró la obra integrada y dividida en tres partes distintas: Marsella, Roma, París.

La misma tarde hicimos el plan de los cinco primeros volúmenes: uno debía estar consagrado a la exposición, tres a la cautividad y los dos últimos a la evasión y a la recompensa de la familia Morel.
El resto, sin estar terminado completamente, poco a poco fue desarrollándose.
Maquet pensaba haberme rendido simplemente un favor de amigo. Yo aseguro que se trataba de la obra de un colaborador.

He aquí cómo el Conde de Montecristo comenzó por mí en impresiones de viaje, se convirtió poco a poco en novela y terminó en colaboración con Maquet.

Y mientras tanto, dejo libre a cualquiera para buscar otra fuente al  Conde de Montecristo además de la que yo indico aquí; pero bien malicioso sería si la encuentra.

Nota
(*) En el texto publicado se usa Monseñor como traducción  del francés Monsieur (señor) lo cual es un error ya que ninguno de los personajes nombrados era del clero católico. No me gusta enmendarle la plana a un traductor así que sólo he puesto el Monsieur correspondiente como lo utilizarían dos franceses, en este caso Dumas y Napoleón (III), al conversar.

Fuente:
Alejandro Dumas, Así Nació el Conde de Montecristo, Revista Selecciones Universales,
Editora Zig-Zag, Santiago de Chile, año 1, n° 11, Junio 1951, págs 63-69.


Nota: Si me indican que puedan existir problemas por derechos de autor borraré el artículo.

Colección El Ave Fénix


Plaza & Janés

-Thomas Mann. La Muerte en Venecia
-Alexander Soljenitsin.  Un Día en la Vida de Iván Denisovich
-Rabindranat Tagore. Recuerdos
-Jorge Luis Borges. El Libro de Arena
-Alberto Moravia. La Campesina
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-Ray Bradbury. Fahrenheit  451
-Elias Canetti. Auto de Fe
-Thomas Mann. La Montaña Mágica
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-Stefan Zweig.  Veinticuatro Horas en la Vida de una Mujer/Amok
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-Jorge Icaza. Huasipungo
-Miguel Hernández. Poemas
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-Aldous  Huxley.  Un Mundo Feliz
-Gunther  Grass.  Años de Perro
-Ana Frank. Diario
-Hermann Hesse. Hermann Lauscher/Viaje al Oriente
58. Jorge Edwards.  Los Convidados de Piedra

Colección Biblioteca Científica Salvat


Salvat Editores, 1985-1987

1.    Paul Davies. El Universo desbocado. Del Big Bang a la catástrofe final
2.    Dianne Fossey. Gorilas en la niebla. Trece años viviendo entre gorilas
3.    Dieter Zimmer. Dormir y soñar. La mitad nocturna de nuestras vidas
4.    Paul Davies. Superfuerza
5.    M. Hoagland. Las raíces de la vida
6.    Stefan M. Gergely. Microelectrónica
7.    Robert Jastrow. El telar mágico. El cerebro humano y la computadora
8.    James S. Tefril. De los átomos a los quarks
9.    Richard Dawkins. El gen egoísta
10.    Nigel Calder. ¡Que viene el cometa!
11.    Jean-Marie Pelt.  Las Plantas. «Amores y civilizaciones» vegetales
12.    Paul Davies. La Frontera del infinito. De los agujeros negros a los confines del Universo
13.    Alan Charig. La verdadera historia de los dinosaurios
14.    Martin Gardner. Izquierda y derecha en el cosmos. Simetría y asimetría frente a la teoría de la inversión del tiempo
15.    Bernard Campbell. Ecología humana. La posición del hombre en la naturaleza
16.    Hazel Rossotti. Introducción a la química
17.    Erhard Keppler.  Sol, lunas y planetas
18.    Marvin Harris. Caníbales y reyes. Los orígenes de la cultura
19.    Niko Tinbergen. Naturalistas curiosos
20.    John Gribbin. En busca del gato de Schrodinger. La fascinante historia de la mecánica cuántica
21.    Anthony Smith. La mente I
22.    Anthony Smith. La mente II
23.    Jane Goodall. En la senda del hombre. Vida y costumbres de los chimpancés
24.    Albert Einstein y Leopold Infeld. La evolución de la física
25.    John Boslough. El universo de Stephen Hawking
26.    René Dubos. Un dios interior. El hombre del futuro como parte de un mundo natural
27.    Christopher Jargocki. Rompecabezas y paradojas científicas
28.    Paul Davies. Otros mundos. El Espacio y el Universo cuántico
29.    Michael Shallis. El ídolo de silicio. La «revolución » de la informática y sus implicaciones sociales
30.    Eberhard Weismann. Los rituales amorosos. Un aspecto fundamental en la comunicación de los animales
31.    James S.Trefil. El momento de la creación. Del Big Bang hasta el Universo actual
32.    Peter Laurie. Informática para todos
33.    Heribert  Schmid. Cómo se comunican los animales
34.    Rudolf Kippenhahn. Cien mil millones de soles. Estructura y evolución de las estrellas
35.    Paul de Kruif. Cazadores de microbios
36.    Paul Davies. Dios y la nueva física
37.    Basil Booth y Frank Fitch. La InestableTierra. Pasado, presente y futuro de las catástrofes naturales
38.    Brian Leith. El Legado de Darwin
39.    James S.Trefil. El Panorama inesperado. La naturaleza vista por un físico
40.    Hermann Haken. Fórmulas de éxito en la Naturaleza. Sinergética: la doctrina dela acción de conjunto
41.    Martin Gardner. El escarabajo sagrado I. Y otros grandes ensayos sobre la ciencia
42.    Martin Gardner. El escarabajo sagrado II. Y otros grandes ensayos sobre la ciencia
43.    Wolfgang Schwoerbel. Evolución. Teorías de la evolución de la vida
44.    Mariano Medina. Iniciación a  la meteorología
45.    Martin Gardner. La explosión de la relatividad
46.    Dorothy Vitaliano. Leyendas de la Tierra
47.    Francois Jacob. La lógica de lo viviente
48.    John Gribbin. Génesis. Los orígenes del hombre y del Universo
49.    Martin Gardner. Miscelánea Matemática
50.    John Gribbin. La Tierra en  movimiento
51.    Arthur Koestler. Los sonámbulos I. El origen y desarrollo de la cosmología
52.    Arthur Koestler. Los sonámbulos II. El origen y desarrollo de la cosmología
53.    John Gribbin. En busca de la doble hélice. La  evolución de la biología molecular
54.    P. W. Atkins. La creación
55.    Peter S. Stevens. Patrones y pautas en la naturaleza
56.    Paul Davies. El Universo accidental
57.    Karl von Frisch. Doce pequeños huéspedes. Vida y costumbres de unas criaturas «insoportables»
58.    John  Gribbin. El clima futuro
59.    Jonathan Winson. Cerebro y psique
60.  








Continuará

sábado, 21 de mayo de 2016

Cinco señales de que eres víctima de abuso emocional



Humillaciones, aislamiento, amenazas... unas de las herramientas de ese maltrato invisible: el psicológico o emocional.

Tiene mucho en común con el más conocido y evidente maltrato físico, sólo que sin golpes en el cuerpo, lo que lo hace mucho más difícil de reconocer, tanto para quien lo experimenta como para quienes podrían ayudar.

Además, esa caja de herramientas de las que se valen los abusadores es variada; contiene desde ataques verbales y ridiculización, hasta juegos mentales e ironías para confundir y poner en duda la cordura de la víctima.

El tema estuvo haciendo olas en las redes sociales recientemente cuando una escritora dominicana-estadounidense Zahira Kelly lanzó el hashtag#MaybeHeDoesntHitYou, que en español sería #QuizásÉlNoTePegue, y empezaron a acumularse respuestas de miles de mujeres y unos hombres que aprovecharon la oportunidad para discutir sus experiencias.

"A menudo el abuso es visto como algo muy claramente definido, y sólo físico. Durante varios años he estado escribiendo en las redes sociales sobre las diferentes formas de abuso y la manera en las que se manifiestan", le dijo Kelly a la BBC.

Añadió que creó el hashtag para permitirle a la gente "se diera cuenta de situaciones perjudiciales".

 Y los psicólogos concuerdan con que hay señales que sirven para identificar el abuso emocional, muchas.
Pero uno de los problemas es que en algunas culturas pueden estar disfrazadas como expresiones de amor -como no permitir que la persona trabaje o que tenga amigos y vea a su familia "porque la quiere sólo para él"-, o de desilusión - amenazas repetidas de divorcio o abandono, porque ella "no es como se lo soñó"- de manera que le atribuye la responsabilidad absoluta a la víctima de los episodios de maltrato.

No obstante, entre las miles de respuestas a Kelly, encontramos 5 que pueden ayudarte a identificar si tú o alguna persona que conoces está siendo maltratada emocionalmente.


 La gente piensa que son encantadores

Quizas no te pegue...
"Pero pretende de manera muy convincente ante el resto del mundo que es una persona responsable, atenta y virtuosa". Saraswati
"A las personas que agreden emocionalmente les preocupa mucho su imagen pública", le explica a la BBC la psicoterapeuta Amanda Perl.

"A menudo son extremadamente encantadores con el resto de la gente para desestimar cualquier cosa que tú puedas decir para desacreditarlos o llamar la atención a su conducta".

 Burlas

Quizás no te pegue...
"Pero se burla de tus inseguridades y se enfurece cuando te duele porque 'era sólo un chiste'"

"Te ridiculizan, rebajan o humillan públicamente. Hoy en día, lo pueden hacer también por medio de las redes sociales, donde revelan anécdotas diseñadas para que la gente se ría de ti", expande Perl.

"Si a ti no te parece gracioso y continúan haciéndolo, esa es una forma de maltrato psicológico", advierte.

No se pone en mi lugar

Quizás no te pegue...
"Pero si tratas de explicarle cuánto y cómo te ha herido, dirá que lo que realmente es dañino es que critiques lo que hizo"
"Esta es una forma de bloqueo", señala Perl.

"Cuando tu pareja se rehúsa a conversar o evita hablar de asuntos que te conciernen y te manipula para que creas que tu punto de vista no es válido, se trata de otra forma de control".

 Usa cosas que le he dicho en mi contra

Quizás no te pegue...
"Pero usa tus secretos más íntimos en tu contra y te manipula para que actues contra tu voluntad"

"Esos secretos pueden ir desde cuántas parejas sexuales le dijiste que has tenido hasta cualquier otra intimidad que no quisieras que nadie supiera", confirma la psicoterapeuta Perl.

Te compara, desfavorablemente

Quizás no te pegue...
"Pero te compara con parejas anteriores y otras personas frecuentemente para hacerte sentir insuficiente intencionalmente".Richie
"Hay una diferencia entre la gente que es física y emocionalmente abusada", dice Perl.
"Los abusadores a menudo sufren de una ansiedad inmanejable, por lo que buscan una pareja que pueda compensar esa deficiencia", explica.

"Los que son abusados emocionalmente generalmente son personas seguras e inteligentes. No son débiles. No obstante, generalmente son colaboradores, facilitadores y pueden ser complacientes por naturaleza", contrasta.

Zahira Kelly, por su parte, le dijo a la BBC que quería que la gente supiera que "no se están imaginando los terribles efectos emocionales y psicológicos que experimentan".

"Incluso si no califica como abuso según las nociones comunes que sólo validan el abuso físico, es real y tu dolor es real", subraya.

Y concluye: "Te mereces una relación mucho mejor. Todos nos la merecemos".

Fuente:

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/05/160516_violencia_emocional_signos_finde_dv


domingo, 15 de mayo de 2016

¿Vas a heredar la enfermedad mental de tus padres?

Por

En la batalla para averiguar qué causa las enfermedades mentales, los científicos están indagando cada vez más en los factores genéticos. Para el periodista de la BBC James Longman, cuyo padre se quitó la vida luego de sufrir esquizofrenia, es una cuestión muy personal. Este es su testimonio.

A menudo me dicen que me parezco a mi padre, que tengo sus gestos y sus hábitos. Es algo que me enorgullece. Pero también es algo que me preocupa porque él tenía esquizofrenia, y cuando yo tenía 9 años él se quitó la vida.

Después de dos semanas particularmente malas, mi padre prendió fuego a su apartamento en Londres y se arrojó por la ventana.

Algunos de los detalles de su vida y de su muerte solo han quedado claros al revisar su historia. Múltiples intentos de suicidio, paseos en Londres en bata de baño, el hech de que escuchara voces…

Son detalles que contrastan fuertemente con el recuerdo del hombre que estaba bien, feliz, que era creativo y divertido.
Veinte años antes, su propio padre —mi abuelo— se pegó un tiro después de descubrir que tenía cáncer. También tengo otros familiares con problemas de salud mental. Ahora, en mis 20, a veces lucho con la depresión.

Así que naturalmente me pregunto, ¿esto es algo que le pasa a mi familia?

¿Una cuestión genótica?

Para mucha gente, la salud mental es una cosa difícil de tratar. Pero aquellos que se ocupan de estas cuestiones, a menudo apuntan a familiares con problemas similares.

¿Estoy deprimido debido al trauma de perder a mi madre en circunstancias trágicas? ¿O es que está escrito en mi ADN?

 En el King's College de Londres (KLC, por sus siglas en inglés), los investigadores han estado estudiando la genética de la salud mental.

Los estudios sobre gemelos y las historias familiares han demostrado que las enfermedades de salud mental tienen una contribución genética.

Pero solo en los últimos años, los científicos han sido capaces de identificar plenamente los cambios genéticos que podrían causar que aumente el riesgo.
La profesora Cathryn Lewis, investigadora del Centro de Investigación Biomédica INDH Maudsley, explica:
"Es muy difícil identificar la genética de los trastornos de salud mental. Aprendemos en la escuela acerca de las sencillas enfermedades mendelianas (relativas a las leyes de Gregor Mendel) -como el Huntington o la fibrosis quística- donde se encuentra el gen, un simple gen, que contribuye a la misma.

"Los trastornos mentales no son de un solo gen, sino de un conjunto de genes. Tenemos que empezar a pensar en esto como una carga acumulada de la genética".

El trabajo en el KCL está todavía en sus primeras etapas. Pero el equipo constató que hay 108 genes que se modificaron en las personas con esquizofrenia. Además, detectaron nueve genes en las personas con depresión, y 20 en las personas que tienen trastorno bipolar.
Es casi seguro que muchos más sean encontrados y los científicos dicen que muchos de estos genes son compartidos en diferentes condiciones.

 Tener conocimiento de tu herencia genética es importante ya que te permite romper con los sentimientos de fatalidad que te deprimen.

¿Estoy destinado a que me pase esto? ¿Se supone que debo superar esto? ¿Es esto más grande que yo?

 "La evidencia de los últimos años también sugiere que muchos trastornos mentales comparten factores de riesgo genéticos comunes; por ejemplo, la variación genética asociada con la esquizofrenia coincide con la depresión y el trastorno bipolar", dice Lewis.

La esquizofrenia de mi padre no se ha transmitido a mí, ya que por ahora no he experimentado alguno de los síntomas que habría de tener, pero tal vez algo de los genes que compartimos me ha causado depresión.
Estudios en hermanos gemelos

Los hermanos pueden tener resultados muy diferentes.

Los gemelos Lucy y Jonny tienen una madre bipolar. Jonny también ha sufrido de la enfermedad, mientras que Lucy no.

"Cuando tengo un mal episodio, no soy capaz de salir de cama", dice Jonny. "O si lo hago, en el siguiente nivel soy capaz salir de cama pero no puedo entender las cosas. Literalmente no puedo entender cómo encajan las cosas.

"Hay nubosidad en mi cerebro. Así que hay un montón de aspectos físicos que la gente considera como no estar bien mentalmente".

¿Cómo se sentía cuando fue diagnosticado con la enfermedad de su madre?

“Dios mío, experimenté tantas emociones y respuestas intelectuales diferentes. Lloré con alivio", relató.

Pero añadió: "Soy hijo de mi madre, pero siento que esta es mi propia condición porque cada condición de salud mental es única para esa persona".

Si tienes un padre con depresión, es dos veces más probable experimentar depresión. Con la bipolaridad, hay cuatro veces más riesgo. Y en la esquizofrenia se eleva a ocho veces.

Pero estos son los riesgos relativos, el riesgo general sigue siendo muy bajo. Y, como siempre, hay una cierta cantidad de azar involucrada en heredar los rasgos genéticos.

 Nuestra crianza y lo que experimentamos como niños y adultos tiene una enorme influencia sobre si desarrollamos o no enfermedades mentales.

 Preocupación de la madre

La muerte de mi padre tuvo un gran impacto en mi vida y en mi relación con mi madre.

Ella también tiene depresión, tal vez causada por la muerte de mi padre, por lo que era vital hablar con ella para entender un poco más por lo que pasó y la preocupación que tenía sobre mí.

La sensación de fracaso que sentía al no poder detener su muerte estaba clara. También lo eran sus preocupaciones acerca de mí y un posible desarrollo de una enfermedad psicótica como mi padre.
Ella describe el día en que papá murió.

Entró en mi escuela para decírmelo, y recuerda mi cara a mis 9 años, mirándola desde su regazo, mis piernas balanceándose entre las suyas.

"Yo lloro por la noche", me dijo, "llamando a tu padre". No recuerdo nada de esto.

Pero los temores de que herede una enfermedad grave como la esquizofrenia persiguen a mi madre.

"Él estaría muy orgulloso de ti hoy", dice ella.

"Muy, muy orgulloso de que estás haciendo las cosas que nunca sería él capaz de lograr. En su corazón, él se sentiría como 'Oh, increíble, qué gran joven creamos'".


Fuente:

http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/05/160512_finde_enfermedades_mentales_hereditarias_genes_db


viernes, 13 de mayo de 2016

El hombre que ayuda a los estudiantes a hacer trampa

jueves, 12 de mayo de 2016

Por qué levantar pesas puede ser más beneficioso de lo que uno piensa