sábado, 1 de junio de 2024

Un Día como Hoy en un Libro

Desde Nueva España, ya en 1542, Rui López de Villalobos había llegado a las islas Filipinas, pero nadie había logrado todavía realizar el regreso a Nueva España. Veintidós años transcurrieron antes de que fuera intentada de nuevo la aventura por Miguel López de Legazpi, y así, en 21 de setiembre de 1564, salieron del puerto de Navidad cuatro naves ―dos galeones y dos pataches—acompañados de una fragatilla menor. Iban Andrés de Urdaneta como cosmógrafo y Esteban Rodríguez, vecino de Huelva, como piloto mayor. Empezó Legazpi por la conquista de las Bisayas, y envió a Martín de Goiti a hacer un reconocimiento hasta la bahía de Manila, ciudad bien fortificada donde ejercían el poder dos rajás, Suleimán y Lakandola. Allí traficaban indios, javaneses y árabes en oro, perlas, nácar, maderas preciosas, nidos de golondrinas, aletas de tiburón, hojas de betel, cambiando todo esto por lacas del Japón, especias de Molucas, sedas y porcelanas de China, marfiles, joyas, tapices de la India, de Siam o de Camboya. Ocupó Legazpi la isla de Luzón e hizo de Manila su capital.
Pero mucho antes había quedado resuelta la comunicación con México. A primero de junio de 1565 salía del puerto de Cebú la nao San Pedro para intentar el problemático regreso a Nueva España al mando de Felipe de Salcedo, nieto de López de Legazpi, y pilotada por Esteban Rodríguez, acompañados por el célebre Urdaneta. Navegaron directamente hacia el norte, y entre los 37° y 38° encontraron los alisios del oeste que los condujeron rápidamente hasta Acapulco en la costa mexicana. Fue el camino que seguirían en adelante los galeones que aseguraron el tráfico entre las Filipinas y el continente americano.

La Conquista de la Tierra, de Juan Maluquer de Motes et al

 

 

(…) Cuando un grupo de hombres pintados como indios mohawks asaltó un buque que había entrado en el puerto de Boston, después de haber establecido el Parlamento un impuesto especial al té, y arrojó al agua todo el té que había a bordo  ―342 cajas en total―, la noticia se supo en todo el país, y no tardó en ser imitada. En Nueva York también arrojaron el té al puerto y en Annapolis, Maryland, no sólo arrojaron el té por la borda sino que también quemaron el buque. (…)

Su conflicto con Gran Bretaña no era el único. Las colonias también disputaban entre ellas. Ya hemos mencionado la disputa entre Maryland y Virginia por el río Potomac, pero hubo otras muchas. Nueva  York y Nueva Jersey, por ejemplo, tenían discusiones constantes sobre la bahía situada entre ambas. Nueva Jersey y Pennsylvania tuvieron más de una diferencia por el río Delaware. Y no siempre se trataba de cuestiones fronterizas. Siempre alguna de las colonias trataba de aprovecharse de otra en cuestiones comerciales. (…)
Tal vez nunca se hubiesen unido si un acto imprudente de Gran Bretaña no les hubiese hecho ver que debían mantenerse unidas para no caer una por una. El 1 de junio de 1774 los británicos cerraron el puerto de Boston y anunciaron que permanecería cerrado hasta que fuese pagado el té que había sido arrojado al agua.
La clausura del puerto significaba que se quería someter a la ciudad por el hambre  y, si eso sucedía en Boston, lo mismo podría ocurrir a otra ciudad cualquiera. 

Amanecer de un Coloso. Siglo XV a Siglo XVIII, de Gerald W. Johnson (traducción de Atanasio Sánchez)

 

 

Fue entonces cuando Nixon mandó llamar a Kissinger y celebró con él una reunión secreta en el Hotel Pierre de Nueva York, tras la cual Kissinger fue nombrado Asesor del presidente en Asuntos de Seguridad Nacional. Había recorrido un largo camino desde su nacionalización en 1943. (…)
En la excitación de los primeros meses de organización del equipo de la Casa Blanca, casi todo el mundo olvidó que Kissinger había hablado mucho en contra de la presidencia de Nixon en el transcurso de la Convención de Miami Beach.
Y el 1 de junio de 1969 Patrick Anderson pudo citar en el New York Times Magazine el siguiente chascarrillo filosófico de Kissinger: «Cuando se conoce a un presidente, se les conoce a todos».

Las Aventuras de Kissinger, de Charles R. Ashman (traducción de María Antonia Menini)

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