lunes, 7 de julio de 2025

El Obispo Chicheñó

 

Por Ricardo Palma

 

Lima, como todos los pueblos de la tierra, ha tenido (y tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos mansos y cándidos. A esta categoría pertenecieron, en los tiempos de la República, Bernardino, Basilio Yegua, Manongo Moñón, Bofetada del Diablo, Saldamando, Cogoy, el Príncipe, Adefesios en misa de una, Felipa la Cochina, y pongo punto por no hacer interminable la nomenclatura.

Por los años de 1780 comía pan en esta ciudad de los Reyes un bendito de Dios, a quien pusieron en la pila bautismal el nombre de Ramón. Era éste un pobrete de solemnidad, mantenido por la caridad pública y el hazmerreír delos muchachos  y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo, a todo contestaba con un sí, señor, que al pasar por su desdentada boca se convertía en chí, cheñó.

El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se llamaba Ramoncito, y todo Lima lo conocía por Chicheñó, apodo que se ha generalizado después aplicándolo a las personas de carácter benévolo y complaciente que no tienen hiel para proferir una negativa rotunda. Diariamente, y aun tratándose de ministros de Estado, oímos decir en la conversación familiar:
—¿Quién? ¿Fulano? ¡Si ese hombre no tiene calzones! Es un Chicheñó.

En el año que hemos apuntado llegaron  a Lima con procedencia directa de Barcelona, dos acaudalados comerciantes catalanes trayendo un valioso cargamento. Consistía éste en sedería  de Manila, paño de San Fernando, alhajas, casullas de lana y brocado, mantos para imágenes y lujosos paramentos de iglesia. Arrendaron un vasto almacén en la calle de Bodegones, adornando una de las vidrieras de pectorales y cruces de brillantes, cálices de oro, con incrustaciones de piedras preciosas, anillos, arracadas y otras prendas de rubíes, ópalos, zafiros, perlas y esmeraldas. Aquella vidriera fue pecadero de las limeñas y tenaz conflicto para el bolsillo de padres, maridos y galanes.
Ocho días llevaba abierto el elegante almacén cuando tres andaluces, que vivían en Lima más pelados que ratas de colegio, idearon la manera de apropiarse de parte de las alhajas, y para ello ocurrieron al originalísimo expediente que voy a referir.

Después de proveerse de un traje completo de obispo, vistieron con él a Ramoncito, y dos de ellos se plantaron sotana, solideo y sombrero de clérigo.
Acostumbraban los miembros de la Audiencia ir a las diez de la mañana a Palacio en coche de cuatro mulas, según lo dispuesto en una real pragmática.

El Conde de Pozos Dulces don Melchor Ortiz Rojano era, a la sazón, regente de la Audiencia, y tenía por cochero a un negro, devoto del aguardiente, quien después de dejar a su amo en Palacio fue seducido por los andaluces, que le regalaron media pelucona, a fin de que pusiese el carruaje a disposición de ellos. Acababan de sonar las diez, hora de almuerzo para nuestros antepasados, y las calles próximas a la Plaza Mayor estaban casi solitarias, pues los comerciantes cerraban las tiendas a las nueve y media y seguidos de sus dependientes iban a almorzar en familia. El comercio se reabría a las once.

Los catalanes de Bodegones se hacían llevar con un criado el almuerzo a la trastienda del almacén e iban ya a sentarse cuando un lujoso carruaje se detuvo a la puerta. Un paje de aristocrática librea, que iba a la zaga del coche, abrió la portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos clérigos y tras ellos un obispo.

Penetraron los tres en el almacén. Los comerciantes se deshicieron en cortesías, besaron el anillo pastoral y pusieron junto al mostrador silla para su Ilustrísima. Uno de los familiares tomó la palabra y dijo:
—Su señoría el señor obispo de Huamanga, de quien soy su humilde capellán y secretario, necesita algunas alhajitas para decencia de su persona y de su santa Catedral, y sabiendo que todo lo que ustedes han traído de España es de última moda, ha querido darles la preferencia.

Los comerciantes hicieron, como es de práctica, apología de sus artículos, garantizando bajo palabra de honor que ellos no daban gato por liebre y añadiendo que el señor Obispo no tendría que arrepentirse por la distinción con que los honraba.
—En primer lugar —continuó el secretario—, necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas solemnes. Su señoría no se para en precios, que no es ningún roñoso.
—¿No es así, ilustrísmo señor?
Chí, cheñó —contestó el obispo.

Los catalanes sacaron a lucir cálices de primoroso trabajo artístico. Tras los cálices vinieron cruces y pectorales de brillantes, cadenas de oro, anillos, alhajas para la Virgen de no sé qué advocación y regalos para las monjitas de Huamanga. La factura subió a quince mil duros mal contados.

Cada prenda que escogían los familiares la enseñaban a su superior, preguntándole:
—¿Le gusta a su señoría ilustrísima?
Chí, cheñó —contestaba el obispo.
—Pues al coche.
Y el pajecito cargaba con la alhaja, a la vez que uno de los catalanes apuntaba el precio en un papel.

 Llegado el   momento del pago dijo el secretario:
—Iremos por las talegas al palacio arzobispal, que  es donde está alojado su señoría, y él nos esperará aquí. Cuestión de quince minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima?
Chí, cheñó —respondió el obispo.

Quedando en rehenes tan caracterizado personaje, los comerciantes no tuvieron ni asomo de desconfianza, amén que aquellos no eran tiempos de bancos y papel-manteca en que quince mil duros no hacen peso en el bolsillo.

Marchados los familiares, pensaron los comerciantes en el desayuno, y  acaso por llenar fórmula de etiqueta, dijo uno de ellos:
—¿Nos hará su señoría ilustrísima el honor de acompañarnos a almorzar?
Chí, cheñó.

Los catalanes enviaron a las volandas al fámulo por algunos platos extraordinarios, y sacaron sus dos mejores botellas de vino para agasajar al príncipe de la Iglesia, que no sólo les dejaba fuerte ganancia en la compra de alhajas sino que les aseguraba algunos centenares de indulgencias valederas en el otro mundo.

Sentáronse a almorzar, y no les dejó de parecer chocante  que el obispo no echase su bendición al pan, ni rezase en latín, ni por más que ellos se esforzaran en hacerlo  conversar, pudieran arrancarle otras palabras que chí, cheñó.

El obispo tragó como un Heliogábalo.

Y entretanto pasaron  dos horas, y los familiares con las quince talegas no daban acuerdo de sus personas.
—Para una cuadra que distamos de aquí al palacio arzobispal ya es mucha la tardanza —dijo, al fin, amoscado uno de los comerciantes—. ¡Ni que hubieran ido a Roma por bulas! ¿Le parece a su señoría que vaya a buscar a sus familiares?
Chí, cheñó.

Y calándose el sombrero, Salió el catalán desempedrando la calle.

En el palacio arzobispal supo que allí no había huésped mitrado y que el obispo de Huamanga estaba muy tranquilo en su diócesis cuidando de su rebaño.

El hombre echó a correr vociferando como un loco, alborotóse la calle de Bodegones, el almacén se llenó de curiosos para quienes Ramoncito era antiguo conocido, descubrióse el pastel, y por vía de anticipo mientras llegaban los alguaciles, la emprendieron los catalanes a mojicones con el obispo de pega.

De ene es añadir fue a chirona; pero reconocido por tonto de capirote, la justicia lo puso pronto en la calle.

En cuanto a los ladrones, hasta hoy (y ya hace un siglo) que yo sepa, no se ha tenido de ellos noticia.

 

Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas, Ediciones Libertadores de América S.RL., Lima, Perú, 1982, págs. 60-64



Notas

Chicheñó.- Perú. Persona complaciente, sin carácter e incapaz de opinar por sí misma. Diccionario de Americanismos ASALE

Los demás conceptos son del diccionario de la RAE o de otra fuente.

Cándido.- Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez. Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez. Candoroso, ingenuo, crédulo, incauto, inocente, párvulo, sencillo, simple, panoli, candelejón.

Hazmerreír.- Persona que por su figura ridícula y porte extravagante sirve de diversión a los demás.

Tener alguien bien puestos los calzones, o tener alguien muchos calzones.- Ser de carácter fuerte y decidido.
 
Casulla.- Vestidura que se pone el sacerdote sobre las demás para celebrar la misa, consistente en una pieza alargada, con una abertura en el centro para pasar la cabeza.

Brocado.- Dicho de una tela: Entretejida con oro o plata. Tela de seda entretejida con oro o plata, de modo que el metal forme en la cara superior flores o dibujos briscados. Bordado, briscado.

Paramento.- Adorno o atavío con que se cubre algo. Vestiduras y demás adornos que usan los sacerdotes para celebrar misa y otros divinos oficios. Adornos del altar.

Calle de Bodegones.- Actual calle Carabaya, cuadra VI, en Lima.

Arracada: Arete con adorno colgante.

Real Pragmática o Pragmática: Disposición dada por el rey en virtud de su poder legislativo.
En Castilla se promulgaron pragmáticas sobre temas muy diversos con la fórmula «como si hubieran sido dadas en Cortes», en el sentido de ser consideradas con rango superior. Fue la forma habitual de legislar, desprendiéndose de las Cortes, a partir del siglo XIV o principios del siglo XV. En la Corona de Aragón las podía promulgar tanto el rey como su lugarteniente o gobernador y versaban sobre las materias no reservadas a las Cortes. Se denominan a veces reales provisiones o cartas de provisión. Diccionario Panhispánico del español jurídico, RAE, ASALE

Pelucona.-
El término "pelucona" deriva, como bien indica el diccionario, de "peluca". Esto se debe a la representación del busto del rey en las monedas, que solía mostrar una ostentosa peluca, símbolo de la moda y el estatus social de la época. Estas pelucas, grandes y elaboradas, se convirtieron en un rasgo distintivo de la nobleza y la realeza, y por extensión, de las monedas que llevaban su imagen. De ahí que la moneda, por metonimia, recibiera el nombre popular de "pelucona". bibliatodo.com
Onza de oro, y especialmente cualquiera de las acuñadas con el busto de uno de los reyes de la casa de Borbón, hasta Carlos IV inclusive. 

Apología.- Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo. Alabanza, elogio, panegírico, ensalzamiento, loa, bombo, encomio, etc.  

Dar gato por liebre.-  Esta expresión significa que se ha engañado con mala fe, es decir, que se ha producido un engaño a propósito. Se dice especialmente cuando se quiere vender algo a alguien por una cantidad superior a la que realmente tiene.


Roñoso.- Miserable, mezquino, tacaño, agarrado, etc.

Talega.- Saco o bolsa anchos y cortos, de lienzo basto u otra tela, que sirven para llevar o guardar las cosas.

A las volandas.- Rápidamente, en un instante.

Fámulo.- Criado doméstico. Sirviente, camarero, mozo, lacayo, etc.

Heliogábalo.- Marco Aurelio Antonino Augusto, emperador romano (203-222), conocido también como Heliogábalo.
Por las costumbres y excentricidades que practicó este emperador se denomina heliogábalo a una persona que está dominada por la gula.

No dar acuerdo de su persona.- Reaparecer luego de una ausencia prolongada.

Amoscado.- De amoscar: recelar, desconfiar, escamar, mosquear, enfadar, enojar, irritar, cabrear, etc. wordreference.com

Chirona.- Cárcel, prisión, presidio, penal, cana, calabozo, etc.

Capirote.- Capucha antigua con falda que caía sobre los hombros y a veces llegaba a la cintura. 

Tonto de capirote.- Locución adjetiva coloquial. Pospuesto a un adjetivo despectivo como tonto, se usa para enfatizar el significado de este. RAE

Más detalles: ser un tonto de capirote.

Mojicón.- Golpe que se da en la cara con la mano.

De ene.- Se puede entender como que sobra, que está de más decirlo.



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