Por Jacinto Grau
El señor o la señora snob vienen a ser lo mismo, sin que se cuente la diferencia de sexo, porque el snobismo es una condición puramente espiritual, un estado psíquico común a ambos sexos y a todas las condiciones sociales, salvo el estado llano o el pueblo, menestrales, trabajadores manuales y campesinos, es decir, la gran masa social sobre el que descansa lo más duro del trabajo humano. Esa gran masa no tiene tiempo de ser snob.
El snobismo propiamente dicho no es, como creen algunos europeos superficiales de observación somera, un fenómeno americano, de países nuevos, en formación. Es un fenómeno europeo extendido a América y a todos los continentes, y su desarrollo es tanto mayor cuantas más instituciones de enseñanza, centros culturales, prensa y centros artísticos hay en esas capitales. Su exponente cuantitativo corre parejo con la mayor civilización externa.
En provincias chicas, en regiones apartadas de grandes movimientos y pulimento urbanos y en los pueblos reducidos no puede arraigar el snobismo. Así, en tiempos normales, sin guerras ni estados revolucionarios o prerrevolucionarios, el snobismo subsiste con la misma pujanza y distintas manifestaciones lo mismo en Londres, París, Madrid que en Buenos Aires. No es, pues, un fenómeno peculiar de determinados países, y en América, como tantas cosas, ha sido importado de Europa.
El buen señor snob —extiéndase a la señora semejantes características— es un hombre, por elevada que sea su posición social, sin apoyos propios para caminar por la vida. Falto de vigorosa personalidad determinante, sin visión ni emoción directas ante el mundo, se alimenta de la opinión ajena, sin ánimos, ni tiempo, ni capacidad para aquilatarla. Además, tampoco se lo propone, ni se inquieta por ello. Lo que le importa es el brillo, la notoriedad ola seudo notoriedad que en determinado momento alcance resonancia. Cuanto más flamante y nueva sea, al igual que la moda, más fervorosamente la acata. El snobismo, como los sastres, modistas y demás expendedores atavíos y aderezos, necesita estar siempre al último grito. Como la prensa, se alimenta primordialmente de actualidad, pero de una actualidad de relumbre y algo insólita. Cuanto más insólita mejor.
Pero así como las raras modas innovadoras, que cambian para siempre el carácter general de una indumentaria, no se adoptan dócilmente, al revés que las corrientes y molientes, y producen resistencia y protestas, así los ademanes y modos intelectuales, que ofrecen una nueva profundidad a las artes o a la filosofía, tampoco placen al señor snob, que trueca su prurito de novedad por un horror a lo verdaderamente nuevo. El señor snob necesita novedades burguesas, de fácil comprensión o acceso, que, además, vayan acompañadas de rebullicio de grupo o escuela, condición que no suelen lograr las verdaderas renovaciones transmutadoras de valores.
El snobismo, pues, sólo vive en zonas de burguesía o clases sociales elegantes, para las cuales la verdadera inteligencia no suele ser simpática ni familiar, porque el señor snob, perteneciente habitualmente a lo que se ha llamado hasta ahora “buena sociedad”, toma todas las disciplinas y actividades del arte y de la mente como toma un adorno más, de buen gusto, en la casa, en el tocado o en el tren de vida.
Por eso, las contadísimas veces que un verdadero grande hombre, ya casi viejo siempre, está en moda, los snobs elegantes, que son los más genuinos snobs, al tratarlo de cerca, se escandalizan y alborotan de sus salidas, ocurrencias y boutades, y acaban por acribillarlo a murmuraciones, porque para varias damas y caballeros del mundo elegante, un eminente sabio o un gran artista debe ser un personaje domesticado, educado, dicen ellos, que se resigne a constituirse en un objeto más de deleite de ese mundo internacional, hacendado y de buen tono: algo así cual una cerámica de mérito, un tití raro, o un perrillo de muy pura raza en auge.
Entre el diverso mundo de los snobs, pues también los hay de posición más moderada, se encuentran algunos más inteligentes que otros, como pasa en todos los mundos; pero los mejor dotados, los que poseen más avisado el espíritu, acostumbran a diferenciarse del mundo chic, puramente frívolo, teniendo más respeto por el grande hombre en boga, con tal que éste tenga la bastante humanidad e indulgencia para disimular las diferencias de carácter y condición que lo separan del montón, por dorado e intelectual que sea ese montón… Si el grande hombre tiene el prurito de la espontaneidad y se le da un ardite el efecto que produce, también concluye por desasombrar y enriquecer su anécdota pintoresca personal.
Mas, este fenómeno del verdadero grande en moda, porque lo sólito, lo normal es que el individuo que nace, acontecimiento humano, no se divulgue y esté en el candelero hasta después de muerto, y que sus obras, de la índole que sean, hayan encontrado o indiferencia y silencio u hosca hostilidad. Y en el orden científico, donde parece más fácil convencer y propalar, porque se basa en hechos y cálculos, cercanas está aún vidas gloriosas, como la de Pasteur, cuya lucha contra muchos colegas no lerdos, y contra la ciencia oficial, no todos los hombres tendrían el temple de soportar.
Si se trata de arte o de pensamiento, el asunto es más arduo. Cuando Kant publica su famosa “Crítica de la razón pura”, apenas si se entiende y se comenta el libro; cuando Nietzche edita su “edición príncipe” de “Zarathustra”, de muy corta cantidad de ejemplares, su reducido número de admiradores se queda fríamente desencantado, y sólo uno o dos amigos, no muy convencidos tampoco, parecen dispuestos a comprender. Años antes, Schopenhauer, a los sesenta años, sorprende a unos cuantos buenos ciudadanos de Francfort con una celebridad tardía. Esos hombres, relativamente modernos, convivieron o estuvieron cerca de snobs intelectuales, subespecie que también abunda en el dilatado gremio snobista… Y fueron totalmente inadvertidos.
Tal como los aplicados eruditos clásicos, que sólo se interesan por el documento, los snobs sólo fijan su atención en los éxitos de ruido, si en tierras extranjeras mejor, sin que influya para nada la calidad de la obra en sí. Por eso, Ibsen necesita tantos años para que se enteren coetáneos de la profunda dimensión de su teatro. Hebbel sufre hasta la madurez el desdén y olvido de sus tímidos éxitos, llevando una vida de miseria, y Pirandello —cuya importancia en el teatro y la literatura es mucho mayor de lo que creen algunos, y cuya obra se agrandará y valorará mucho más en el tiempo—, hasta muy pasados los sesenta, no alcanza ganancias y universalidad de fama, que decrece para el señor snob, después de desaparecido el autor, porque el snobismo necesita el vistoso escaparate del hoy ruidoso.
Se nace destinado a ser snob, cuyas características principales son la satisfacción de la vanidad inmediata. El auténtico snob, desde estudiante, permanece ajeno a todo verdadero esfuerzo mental y sus emociones se confinan en lo personal. Aprender, con menor trabajo posible, aquello que pueda dar más próxima ganancia o nombradía, simulando el conocimiento, porque entregarse de ver a él embarga una vida. Ese fingimiento no impide la comedia del entusiasmo, y como el snob tiene también su mística, cuando hay que elogiar lo que está de moda, autor u obra, se despliega en una serie de gestos y posturas de admiración que constituye todo un rito vivo y transmitido, de grupo a grupo de iniciados, que dicen odiar al vulgo y se gozan en su condición de selectos, según tácito convenio entre sí.
El señor snob se contenta con campo limitado para alimentar su vanidad, unido al resplandor ajeno, en el cual se apoya. Él se sabe, fatalmente destinado a corista distinguido, y saca partido de esa distinción, procurando extraerle todo el jugo posible, en la forma que sea.
Pero cuando el señor snob está dotado de talento, que puede ser brillante, pero siempre moderado, porque si no dejaría de ser snob; cuando el señor snob desempeña algún papel importante en el país que sea, padece un creciente afán de exhibicionismo, multiplica su elegante apostolado intelectual y procura contarnos o recordarnos siempre sus selectas amistades del planeta, que son también las más ruidosas o cotizadas en la estima de las minorías. Si el señor snob trata a algún amigo, o compatriota vecino, poco conocido o considerado, jamás fijara en él su atención, aunque ese compatriota resultara un genio ingente, porque el snob es glacial ante todo lo que no tenga fama estrepitosa o muy distinguida, o no caiga dentro de su muy limitado campo emocional o intelectual.
Todas las épocas suelen ir cargadas de literatura snob…, que apenas si dura una generación.
De “Estampas”, Buenos Aires.
Revista Versiones Mundiales, Empresa Editora Zig-Zag, S.A., Santiago de Chile, págs. 95-98
El ejemplar que tengo está un tanto deteriorado y falta el dato del número pero por lo visto en contenido y averiguado correspondería al año 1, que sería entre 1945 y 1946.
Notas
Jacinto Grau Delgado: Dramaturgo, ensayista y escritor español (Barcelona, 1877- Buenos Aires, 1958)
Snob.- Una persona con un respeto exagerado por la alta posición social o la riqueza que busca asociarse con superiores sociales y le desagradan las personas o actividades consideradas de clase baja. Oxford Languages
Esnob.- Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos. Pedante, jactancioso, presumido, cheto, afectado, sofisticado, orgulloso, altanero, altivo. DLE RAE
Varias citas a continuación son del mismo diccionario de la RAE.
Menestral.- Persona que tiene un oficio mecánico. Persona que tiene un oficio manual. Artesano, obrero, operario.
Prurito.- Deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor manera posible. Anhelo, deseo, ansia, afán, etc.
Rebullicio: Bullicio grande. Alboroto, agitación, etc.
Boutade (butade): Intervención pretendidamente ingeniosa, destinada por lo común a impresionar. Salida extravagante e ingeniosa, de intención a menudo provocadora. Humorada, salida, ocurrencia, genialidad; exabrupto, grosería, dislate, disparate, etc. wordreference.com
Tocado: Peinado, adorno, aderezo, avío, ornamento, ornato, atavío, decorado, afeite, arreglo, compostura, realce, acicalamiento, etc. wordreference.com
Hacendado.- Que tiene hacienda en bienes raíces. Que tiene muchos bienes raíces. Propietario, terrateniente, latifundista, estanciero; rico, adinerado, millonario, acaudalado, potentado, etc
Tití.- Especie de pequeños monos, oriundos de la selva amazónica sudamericana. También es llamado mono pigmeo o de bolsillo por ser los más pequeños entre los primates. Wikipedia y otros.
Ardite: Moneda de poco valor que hubo en Castilla.
[No] Dar(le) o Importarle un ardite: No importarle en absoluto; serle completamente indiferente. expresiones.info
Chic: Elegante, distinguido, a la moda.
Desasombrar.- No está en el diccionario de la RAE. Aunque no sea una palabra reconocida oficialmente, se puede entender como reducir o eliminar el efecto de asombro o sorpresa de algo o de alguien.
Sólito.- Acostumbrado, que se suele hacer ordinariamente. Ordinario, habitual, corriente, normal, común, etc.
Lerdo.- Lento y torpe para comprender o ejecutar algo. Torpe, lento, memo, tonto, necio, etc.
Temple.- Fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos.
Ingente.- Muy grande. Enorme, inmenso, colosal, monumental, descomunal, gigantesco, titánico, grandioso.
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