1821
Basil Hall
Viajero inglés (1788- 1944). Marino al servicio de la escuadra inglesa, recorrió todos los mares del mundo, visitando países de Asia y de América. A partir de 1820 estuvo 3 veces en el Perú y presenció sucesos importantes de la Independencia.
Escritor notable, produjo varios libros de viaje, entre ellos Extracts from a Journal, Written on the Coasts in Chili, Peru, and México, Edinburgh, 1824.
Lima en Julio de 1821
1821
Como medida de primordial importancia, San Martín buscaba implantar el sentimiento de la independencia, por algún acto que ligase los habitantes de la capital a su causa. El 28 de julio, por consiguiente, se celebraron ceremonias para proclamar y jurar la independencia del Perú.
Las tropas formaron en la Plaza Mayor, en cuyo centro se levantaba un alto tablado, desde donde San Martín, acompañado por el gobernador de la ciudad y algunos de los habitantes principales, desplegó por primera vez la bandera independiente del Perú, proclamando al mismo tiempo con voz esforzada: “Desde este momento el Perú es libre e independiente por la voluntad general del pueblo y por la justicia de su causa que Dios defiende”. Luego, batiendo la bandera exclamó: “¡Viva la Patria! ¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad!”, palabras que fueron recogidas y repetidas por la multitud que llenaba la plaza y las calles adyacentes, mientras repicaban todas las campanas y se hacían salvas de artillería entre aclamaciones tales como nunca se había oído en Lima. La nueva bandera peruana representa el sol naciente apareciendo por sobre los Andes, vistos desde detrás de la ciudad, con el río Rímac bañando su base. Esta divisa, con un escudo circundado de laurel, ocupa el centro de la bandera, que se divide diagonalmente en cuatro piezas triangulares: dos rojas y dos blancas.
Desde el tablado en que estaba de pie San Martín y de los balcones del palacio se tiraron medallas a la multitud, con inscripciones apropiadas. Un lado de estas medallas llevaba: “Lima libre juró su independencia en 28 de julio de 1821”; y en el anverso: “Baxo la protección del ejército libertador del Perú, mandado por San Martín”.
Las mismas ceremonias se celebraron en los puntos principales de la ciudad, como se decía en la proclama oficial: “en todos aquellos sitios públicos donde en épocas pasadas se anunciaba al pueblo que había de soportar sus míseras y pesadas cadenas”.
(Tomado de Basil Hall, Extracts from a Journal, Written on the Coasts of Chili, Peru, and Mexico, 1820-1822, Edinburgh, 1824)
El Perú Visto Por Viajeros, Tomo I La Costa, prólogo, recopilación, y selección de Estuardo Núñez, Ediciones Peisa, Lima, págs. 82-92
1836
En la mitad de junio de 1836, la ciudad de Francfort fue testigo de una asamblea sin precedentes. La mayor de sus familias celebraba el más grande de sus casamientos. Lionel Rothschild, heredero de Nathan, contraía matrimonio con Charlotte Rothschild, la mayor de las hijas de Carl.
Procedentes de Londres y de Nápoles, carruaje tras carruaje entraban con el ruido del trueno en la ciudad, trayendo no sólo parientes, sino dotes y presentes. De París llegó James con una pompa casi imperial, con Rossini entre otros, en su séquito. De Viena llegó Salomón, en un coche parecido a un castillo. Presidía Amschel, y Gutele, matriarca de ochenta y cinco años (todavía en la plenitud de sus facultades) abandonó su casa del ghetto para honrar a la ocasión con su presencia. Es dudoso que cualquier emperador o canciller hubiera podido igualar el poder total que se congregaba allí.
Pero aún la familia debía doblegarse ante una fuerza superior. Precisamente en la mitad de la celebración se desató, haciendo su víctima al más potente de todos los Rothschild.
Empezó con un carbunclo sobre la piel de Nathan.
El propio día del casamiento, la inflamación se hizo opresiva. Nathan rechazó todos los cuidados, insistiendo en quedarse al lado de su hijo mientras el rabino pronunciaba la bendición nupcial. Durante la fiesta, el novio vio cómo su padre temblaba, presa de una alta fiebre. Fue llevado a la cama. Al día siguiente deliraba. Los doctores alemanes fueron consultados; correos se apresuraron a ir a Londres en busca de su médico personal, el famoso Benjamín Travers. Travers llegó, por fin…, demasiado tarde. El veneno se había extendido por todo el sistema circulatorio de Nathan.
Hacia el final, su mente se aclaró. Llamó a sus hijos a su alrededor y se entretuvo con ellos con su normal, aguda y poderosa confianza. Salomón informó a Metternich:
«Dijo a sus hijos que el mundo intentaría ahora sacar dinero de nosotros; por lo tanto, les tocaba a ellos ser más prudentes que nunca. Y les manifestó que si un hijo tenía 50.000 libras más o menos que otro, esto no tenía ninguna importancia. Lo que le interesaba era que todos se mantuvieran unidos…
Al recibir los últimos consuelos de nuestra religión, dijo: “No es necesario que rece tanto, porque, créanme, de acuerdo con mis convicciones, no he pecado” A mi hija Betty, cuando se despedía de él, la saludó a la moda británica: ”Buenas noches para siempre”».
La tarde del 28 de julio de 1836, Nathan Rothschild murió. No tenía aun sesenta años. A medianoche fueron soltadas palomas mensajeras que volaron a las oficinas y agentes de Rothschild, extendidas por toda Europa. Llevaban este breve mensaje:
«Il est mort».
Los Rothschild, de Frederic Morton (traducción de Julio Mateu)
Il est mort: (Él) Falleció, murió, en francés.
1929
Poco tiempo después, mandé a Lillian a Quesnel, un pueblecito situado a orillas del Fraser, a ciento cincuenta kilómetros al norte de Riske, que presumía no sólo de médico, sino de un hospital bastante moderno. Después de examinarla, el médico fue tajante. Lillian debería trasladarse a Quesnel por lo menos un mes antes de que naciera el niño. Por culpa de los defectos de la espina dorsal y la cadera, el parto sería muy difícil. Tal vez tuvieran que hacerle una cesárea.
Pero, gracias a Dios y a la habilidad del médico, el 28 de julio de 1929, Veasy Eric Collier vino al mundo por medios naturales. Pero en el otoño siguiente conocí al doctor en el arroyo Riske, donde había venido para cazar patos silvestres.
Después de preguntarme por Lillian y el niño, me dijo, muy serio:
―Joven, tuvo usted mucha suerte. No fue un parto fácil, ni mucho menos. Creo que deberían conformarse con uno.
Traer a Veasy al mundo nos costó ciento cincuenta dólares, pero aunque su llegada retrasó un año nuestros planes, creo que salimos ganando.
Tres Pioneros, de Eric Collier (traducción de Ana María De la Fuente)
1970
El día 1 de julio de 1970, el día siguiente de salir el veredicto de Stanard, el fiscal del Bronx, Burton Roberts, mandó una carta al comisario en jefe Howard Leary. «Deseaba ―escribió Roberts— presentar a su atención al agente Frank Serpico, placa n.° 19076 y hacer notar que hacía aproximadamente dos o tres años, el mencionado policía sepresentó y expuso la existencia de un sistema de corrupción referente a las leyes del juego en el Bronx, y como que como resultado de una investigación llevada a cabo por jefes superiores del Departamento de Policía y la oficina del fiscal del distrito del Bronx unos ocho agente de policía fueron declarados culpables».
Roberts señaló que Serpico había prestado testimonio no sólo ante el gran jurado, sino también ante «the people versus Robert Stanard»; lo que dio lugar al encarcelamiento de un policía corrompido.
Añadió que Serpico «había llevado a cabo una obligación muchas veces ignorada por otros agentes, que Serpico había dado muestras de un gran valor moral y que este excelente policía había actuado sin pensamiento o esperanza de promoción en su carrera».
«Acaso la virtud es su propia recompensa», concluyó Roberts, pero esperaba que el comisario Leary «verá cuán justo era recompensar a Serpico con la placa de detective», añadiendo que ello quizá «daría ejemplo a otros policías para que hicieran lo mismo».
Roberts mandó una carta en los mismos términos al alcalde Lindsay y esperó en vano que le respondieran. Por fin Lindsay consideró oportuno dar una respuesta, una especie de respuesta. El día 28 de julio en un breve mensaje dirigido a Serpico, el alcalde hacía constar que el fiscal del distrito, Burton Roberts, le había escrito alabando su cooperación con el reciente juicio conducido por su oficina.
«Sé que todos los neoyorquinos aprecian en gran manera el coraje que usted ha demostrado».
Esto fue todo, a excepción de una nota al pie de la carta de Lindsay que indicaba haber enviado copias de la misma a Leary y a Roberts.
Serpico, de Peter Maas (traducción de Joana Hansen)
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