Todos sabían que la gigantesca computadora había sido su arma principal. ¿Cómo habrían ganado la guerra sin ella?
Cuento
Por Isaac Asimov
LA ALEGRE celebración duraría mucho tiempo aún, e impregnaba el ambiente hasta en las silenciosas profundidades de las cámaras subterráneas de la Multivac. Por primera vez en un decenio, los técnicos no se afanaban en torno de las partes vitales de la gigantesca computadora, y las suaves luces no parpadeaban sus caprichosas configuraciones: el flujo de información se había detenido.
Aquel era el único rincón apacible de una metrópoli enloquecida. Tres hombres lo habían buscado como por instinto.
Lamar Swift, director ejecutivo de la Fundación Solar, se quitó la gorra militar y se sentó, cansado, en una de las sillas giratorias. El uniforme, en el que nunca se había sentido cómodo, lucía pesado, arrugado.
ꟷ Echaré de menos todo esto, pero no con agrado ꟷanuncióꟷ. Es difícil recordar los días en que no estábamos en guerra con Deneb y, ahora, parece contrario a la naturaleza estar en paz y ver las estrellas sin sentir angustia.
Los otros dos hombres eran más jóvenes que Swift. Ninguno de ellos estaba tan canoso ni parecía tan extenuado como él.
A John Henderson que tenía labios delgados, le resultaba difícil disimular el alivio que sentía por el triunfo.
ꟷ¡Todavía no puedo creerlo! ꟷexclamóꟷ. Hablamos tanto, durante tantos años, de la amenaza que pendía sobre la Tierra y todos sus mundos; sobre todos los seres humanos… ¡Y ahora estamos vivos y son los denebianos quienes han sido destruidos!
ꟷTodo gracias a la Multivac ꟷcompletó Swift al mismo tiempo que echaba una mirada al imperturbable Max Jablonsky, que durante toda la guerra había sido el Intérprete Principal del enorme oráculoꟷ. ¿No es así, Max?
Jablonsky se encogió de hombros.
ꟷ¡Bueno! Eso es lo que dicen ellos ꟷdijo, y su grueso pulgar se movió en dirección a su hombro derecho, apuntando hacia arriba.
ꟷ¿Estás celoso, Max?
ꟷ¿Por qué aclaman a la Multivac? ꟷreplicó el aludido, mientras su áspero rostro adoptaba un aire de desprecioꟷ. ¿Qué me importa eso? Que sea la Multivac la máquina que ganó la guerra, si eso les complace.
Con el rabillo de los ojos, Henderson miró a los otros dos, consciente tan sólo del peso de su culpa. Súbitamente, como si ese peso fuera demasiado grande para seguirlo soportando, protestó:
ꟷLa Multivac no tuvo nada que ver con la victoria. Es sólo una máquina, y no es mejor que los datos que se le suministran ꟷse detuvo, repentinamente acobardado por lo que decía.
Jablonsky lo miró.
ꟷTú debes saberlo ꟷadvirtióꟷ, porque tú le suministraste los datos.
¿O estás adjudicándote el mérito?
ꟷ¿No! ꟷse indignó Hendersonꟷ. No hay mérito en esto.
¿Qué saben ustedes delos datos que la Multivac tenía que usar, predigeridos en un centenar de computadoras subsidiarias aquí en la Tierra, en la Luna, en Marte y hasta en Titán? Hace ocho año, cuando pasé a ser el Programador Principal, la guerra apenas empezaba; era una aventura sin peligro real. No habíamos llegado al punto en que las naves tripuladas tuvieran que hacerse cargo de la situación, y las curvaturas interestelares podían tragarse un planeta. En ese momento empezaron las verdaderas dificultades. Ustedes no saben nada de esto.
ꟷCuéntanoslo ꟷpidió Swift.
ꟷ¡Está bien! Los datos perdieron valor, literalmente… ¡Ustedes dos no estaban allá, en lo más reñido de los combates! Tú, Max, no te separabas nunca de la Multivac, y tú, Señor Director, jamás salía de la Mansión como no fuera las visitas oficiales, en las que sólo veías lo que ellos deseaban que vieras.
ꟷYo estaba más enterado de lo que supones ꟷse defendió Swift.
ꟷ¿Saben ustedes ꟷprosiguió Hendersonꟷ hasta qué punto se volvieron inciertos los datos concernientes a nuestra capacidad de producción, nuestro potencial de recursos, nuestro personal capacitado, y todo lo que resultaba importante para el esfuerzo bélico, en la segunda mitad de la guerra? Los jefes de grupo, civiles y militares, se preocupaban por proteger su propia imagen y, por eso, disimulaban lo malo y exageraban lo bueno.
Jablonski reflexionó, y comentó:
ꟷNunca dijiste que fueran inciertas, John.
ꟷ¿Cómo iba a decirlo? ꟷreclamó Hendersonꟷ. Todo nuestro esfuerzo se vinculaba a la Multivac. Esta era la única gran arma que teníamos de nuestro lado, ya que los denebianos no poseían nada comparable.
¿Qué otra cosa mantenía en alto la moral de la población, ante la perspectiva de destrucción total, sino la seguridad de que la Multivac prediría y evitaría siempre cualquier ataque denebiano? Si yo te hubiera dicho que los datos no eran fidedignos, ¿qué habrías hecho, aparte de despedirme y de negarte a creerme? Yo no podía permitirlo.
ꟷ¿Qué hiciste entonces? ꟷpreguntó Max Jablonski.
ꟷCorregí los datos.
ꟷ¿Cómo? ꟷindagó Swift.
ꟷ¡Por intuición! Al principio hice algunas modificaciones aquí y allá para corregir ciertos datos que a todas luces eran imposibles. Cuando vi que todo el mundo se nos venía encima, me envalentoné. Ya al final, casi no me preocupaba. Simplemente anotaba los datos necesarios conforme se requerían. Hasta hice que el Anexo de la Multivac me preparara datos según el modelo privado de programación que diseñé.
Para sorpresa de Henderson, Jablonski sonrió, y sus ojos oscuros lanzaron destellos tras las arrugas de los párpados inferiores.
ꟷEn tres ocasiones se me informó del uso no autorizado del Anexo ꟷdijoꟷ, y en cada una de ellas hice la vista gorda. Si el asunto hubiera sido importante, lo habría investigado y te habría descubierto, John. Pero, por supuesto, nada relacionado con la Multivac importaba en esos días y, por lo tanto, te saliste con la tuya.
ꟷ¿No importaba nada? ꟷpreguntó Henderson con cierto recelo.
ꟷNo. ¿Qué te hizo pensar que la Multivac funcionaba bien? ¿Dónde estuvieron mis técnicos en los últimos años de la guerra? Habían salido a alimentar a las computadoras de mil artefactos espaciales distintos. ¡No estaban! Así que tuve que trabajar con los muchachos en los que no podía confiar, y con veteranos que no estaban actualizados. A mí no me importaba que fueran fidedignos, o no, los datos que se suministraban a la Multivac. Los resultados no lo eran. Eso sí lo sabía.
ꟷ¿Y qué hiciste? ꟷle preguntó Henderson.
ꟷLo mismo que tú, John. Me dejé guiar por la intuición… y fue así como la máquina ganó la guerra.
Swift se arrellanó en su silla y estiró las piernas.
ꟷ¡Qué revelaciones! ꟷcomentó Lamarꟷ. ¡Entonces, resulta que el material que se me entregó para orientarme en la toma de decisiones era la interpretación humana de datos recabados por hombres! Tuve razón al no confiar mucho en él.
ꟷ¿No confiaste en el material? ꟷpreguntó Jablonski. A pesa r de loque acababa de confesar, logró aparentar que se sentía herido en su dignidad profesional.
ꟷTemo que no. La Multivac parecía indicar: “Ataquen aquí, y no allá; hagan esto, y no aquello״, pero nunca tuve la certeza de que realmente quería decir lo que parecía decir.
ꟷ¡Pero el informe final de la máquina era siempre muy claro, señor! ꟷprotestó Jablonski.
ꟷTalvez, para quienes no debían tomar decisiones; pero, para mí, no.
¡Era insoportable la responsabilidad de tales decisiones
Dejándose llevar por aquella atmósfera de confesiones mutuas, Jablonski se olvidó de los títulos:
ꟷ¿Qué hiciste entonces, Lamar?
Después de todo tomaste decisiones… ¿Cómo fue?
Swift metió la mano en el bolsillo y sacó una moneda que databa de los años previos a la escasez de metal que originó el sistema de crédito controlado por computadora, y la sostuvo entre los dedos, contemplándola.
ꟷLa Multivac no es la primera computadora, ni la más conocida, ni la más eficiente para descargar de los hombros del ejecutivo el peso de las decisiones ꟷseñalóꟷ. Ahora bien, sí fue un artefacto de cómputo el que ganó la guerra; uno muy sencillo, mucho más antiguo que la Multivac. Y lo usé cada vez que tuve que tomar una decisión particularmente difícil.
Con una leve sonrisa nostálgica, Swift arrojó al aire la moneda, que destelló al girar en lo alto y cayó en su mano derecha. Luego cerró la mano sobre la moneda y la depositó sobre el dorso de su mano izquierda.
ꟷ¿Cara o cruz, caballeros?
Condensado de “The Machine That Won The War״, © 1961 por Mercury Press, Inc. del libro “Nightfalls and Other Stories״ © 1967 por Isaac asimov, publicado por Doubleday, de Nueva York, Nueva York.
Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CII, Número 609, Año 51, Agosto de 1991, págs 3-6, Reader’s Digest Latinoamérica, Coral Gables, Florida, Estados Unidos
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