martes, 12 de octubre de 2021

El Malillero

Por Federico Elguera

 

No voy a tratar de aquel, que sentado detrás de una mesa corta el revesino, da capote y pasa la noche sobajando cartas.

Siga el jugador descamisándose y peinando el naipe, que eso a los demás no importa nada.

El malillero que hace daño, el perro del hortelano que no come ni deja comer, el centinela de vista, el lego del convento, el buitre, el leopardo, la pantera, la hiena, el monstruo que bloquea las expansiones del corazón e incomunica a dos seres que se quieren, es el malillero de quien voy a ocuparme; es e l tipo que aniquila, que envenena, que revienta y que mata la humanidad amante.

Ayer encontré en Mercaderes a mi primo Antonio.

Antuco, le dije, ¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida?
―¿Cómo he de estar? Me repuso. ¡Maldiciendo de mi estrella!
―¿Acaso una desgracia de familia?
―¡No, hombre!
―¿Has perdido en las carreras?
―¡Qué carreras!
―El sastre tal vez, no ha terminado tu vestido de mono para el baile de…
―¡No hay tal!
―¡Vamos! ¡Ya caigo! ¿Cuestión de amores?
―¡Justo!
―Pues cuenta lo que te pasa.
―Imagínate, que Luisa…. aquella… la de los ojos negros
―Ya
―Pues me ama. Después de mil trabajos consigo una cita para anoche en su casa, y a las 7 en punto subo la escalera. Llego, toco, ella me recibe con los brazos abiertos; y cuando me disponía a sellar sus  labios con un dulce beso, siéntese ruido. Luisa me rechaza violentamente, se abre la puerta y aparece…
―¿Quién?
―¿Quién había de ser?  ¡Un malillero!
―¿Un malillero?
―Sí.  Un sujeto estudiosamente tímido y romántico, de sonrisa fingida y maneras  ridículas. ¡Su presencia me dejó extático!

Saludó con la más exquisita cortesía; me fue presentado, le apreté la mano y tomamos nuestras posiciones: él sentado junto a mí en el sofá, y Luisa frente a los dos, en una butaca.

Cruzamos una mirada entre los tres, chispeante y expresiva la de ella, tierna y estúpida la de él, terrible y amenazadora la mía.

Luisa y yo enmudecimos, pero él habló y dijo:
―Fresca está la noche.
―Sí, frescos  estamos, le repuse yo.

Luisa dejó deslizar una sonrisa y con cierta naturalidad nos preguntó:

―¿Qué hay de nuevo?
―Nada, me apresuré a contestarle, más que con ánimo de decir verdad, con el propósito de impedir la conversación que tal pregunta podía suscitar.

Saqué cigarrillos, invité a fumar al monstruo mi vecino, y previo el permiso de estilo, fumamos.

Ninguno de los tres hablaba, Luisa y yo porque no queríamos; él, porque no tenía qué decir ni quien le contestara.

Pasado un cuarto de hora, volví a sacar cigarros, y  fumamos  nuevamente.

El silencio era sepulcral, interrumpido a ratos por el ruido que producían los resortes del sofá, cada vez que yo cambiaba de posición, y por el que Luisa hacía, con un abanico que tenía en las manos.

Después  de media hora, ella dirigió la palabra al visitante.

―¿Sabe usted hacer gallitos?
―Supe hacerlos con gracia, cuando niño contestó él.

Yo reventaba de coraje. Cada minuto que transcurría me hacía elaborar un litro de bilis; cada palabra que escuchaba, me causaba el efecto de una puñalada.

Tenía verde el corazón, verdes los ojos y lo veía todo verde. Me había metamorfoseado en un burro venenoso y me temía a mí mismo.

Aniquilado estaba de despecho y de ira considerando todo lo que me costaba esta cita, y la manera como se perdía.

Luisa debía emprender viaje al día siguiente, es decir hoy. Me había pues reservado el último momento, para que recibiera sus caricias. A la diez  y media debía yo retirarme ineludiblemente y sonaron las nueve.

¡Mi situación era espantosa!

Me sentía fatigado y desfalleciente, cual militar que fuga del campo del honor.

Sacaba el reloj, no para mirar las horas ni contar los minutos ni los segundos, sino para desahogarme con la tapa, que víctima de mis dedos, sonaba como un fulminante y para decir de ese modo a mi vecino: ¡Váyase usted! ¡Pero nada!  El impertérrito amigo no levantaba el sitio.

Hablar me era imposible, pensar difícil, y no podía combinar un plan, para salir del majadero.

Había agotado sin éxito, cuanto recurso es políticamente dable emplear: el silencio, el reloj, la mirada, la tos, el cigarro, el semblante, la posición, ¡todo!

Por último, a las 10 me decidí.
―Luisa, dije, parece que está usted fatigada. Mañana debe usted embarcarse y nuestra larga visita es importuna.
―No, respondió ella secamente, comprendiendo la intención que mis palabras envolvían-
―Sí, insistí yo. ¡Debemos  irnos!
Saqué mi reloj, y exclamé horrorizado:
―¡Las diez!

Me levanté  del sofá, púseme el sobretodo, cogí el sombrero y haciendo a Luisa una guiñada para que comprendiera que me ″iba con él, para regresar solo y aprovechar la media hora que nos quedaba″, me despedí de ella. Pasé a dar el frente al amigo de la casa, y con mucha naturalidad, le dije:

―¿Nos iremos?

Él consultó su cronómetro, movió pausadamente la cabeza en señal de duda, y en prueba de resolución me alargó la mano diciendo:

―Me quedo media hora más.


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Federico Elguera nació en Lima en 1860 y falleció en 1928. Fue abogado, político y diplomático. Colaboró en diversas publicaciones con el seudónimo de “Barón de Keef”.  Publicó F + F: Letrillas por Federico Elguera y Federico Blume, Marionetas  y El Barón de Keef en Lima.

Varios autores, Antología  del Cuento. Lima en la Narración Peruana, Presentación y Selección de Elías Taxa Cuádroz,  Editorial Continental- Kontinental Verlag, Lima, Perú, 1967, págs. 21-25


Malillero.- Adj. Perú. Entremetido que frustra un plan. Malillero

adj. Perú. Entremetido que frustra un plan.

Fuente: https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/malillero.php © Definiciones-de.com
adj. Perú. Entremetido que frustra un plan.

Fuente: https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/malillero.php © Definiciones-de.com
adj. Perú. Entremetido que frustra un plan.

Fuente: https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/malillero.php © Definiciones-de.com

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