sábado, 13 de junio de 2020

El Ingreso a San Marcos

 Por Sofocleto (Luis Felipe Angell de Lama)


Un amigo mío, el doctor Perico de los Palotes, que trabaja en la Universidad de San Marcos y está metido en las cuestiones del ingreso a dicho nosocomio estudiantil, ha tenido la gentileza de mostrarme algunos ejemplares de las pruebas escritas, rendidas por quienes aspiran a ser, mañana, los profesionales del país. Bueno, francamente, de haber bestialidades, las hay, pero encajonadas dentro de pocas alternativas, porque los sistemas electrónicos de hoy son -en el fondo- una especie de “cara o sello” con que los muchacos de antes resolvíamos cualquier problema. El postulante a universitario no tiene, en la actualidad,  sino que escoger entre el “Sí” y el “No”, porque así lo exigen los planteamientos electrónicos del cerebro que computa las pruebas. O sea, del único cerebro sanmarquino capaz de aprobar decentemente todas las preguntas del cartapacio. Desde luego, repito, hay bestias químicamente puras, que -inclusive con las facilidades modernas- todavía se las ingenian para demostrar a la humanidad que tienen la materia gris de color cabritilla:

-¿El concepto “Sí” constituye una idea afirmativa?

-No

Incurable. Pero antes, cuando las pruebas se rendían de uno en uno y cada futuro doctor tenía mano libre para responder con todas sus potencias intelectuales, saltaba cada acémila al pódium de la fama -con sus respuestas- que más de un profesor terminaba loco, se ponía bizco, se hacía examinar los tímpanos porque no podía creer lo que había oído o se quedaba tieso de impresión, como ocurrió con un catedrático de Historia a quien le respondieron que Julio César fue muerto por Estúpido y no por Bruto. La imbecilidad era más auténtica, la ignorancia más pura, el analfabetismo menos sofisticado. No ocurre como hoy día, cuando la cultura sufre tales acometidas que uno se pregunta por qué los maestros de mi época nos hicieron tanto daño, enseñándonos todas las cosas  que sabemos, en vez de orientarnos hacia la venta de fritangas ambulantes, la elaboración de emoliente o cualquiera de las otras actividades que tienen tanto prestigio en la actualidad. Desgraciadamente -en nuestro caso- ya es muy tarde para hacernos los burros, porque mi generación fue víctima de un profesorado humanista, universalista y valoretista, que nos desasnó por completo, sin dejarnos siquiera un rebuzno dedicado a las generaciones posteriores. Somos, por lo tanto, testigos presenciales e incómodos de cuanta salvajada se dijo y escribió en San Marcos por boca y cerebro de algunas eminencias contemporáneas que entraron a la Universidad porque atrás los empujaba un camión de recomendaciones. Pero algunas respuestas vibran todavía en los aires del Salón de Actos, que era donde se rendían los éxámenes orales.
 
-A ver Alumno Imbecilio Brutález, curso de Historia... 
Dígame ¿Qué sabe sobre los catorce Incas del Imperio? 

-Que fueron ocho, doctor... 

Y al jurado tenían que sujetarlo entre ochenta porteros para que no estrangulara al pollino de marras, mientras reconfortaban al más viejito de los catedráticos dándole agua de azahar para que no abandonara este mundo por límite de fouls. Recuerdo el caso del pustulante recomendado por dos ministros de la época, cuyo cerebro era tan impenetrable como la selva amazónica y al que lo tuvieron sentado cuatro horas, en el Oral, esperando que diera una respuesta, por lo  menos  remotamente emparentada con la verdad, para justificar su ingreso. Al cabo de ellas, cuando era evidente que aprobarlo era sacrificar los más elementales principios de la Cultura y un escarnio para todos los hombres que, a través de la Historia, dedicaron sus vidas a dejar al mono convertido en gente, el Presidente del Jurado se incorporó, tosió y dijo en voz alta las siguientes palabras, dirigidas a sus compañeros de Mesa, al resto de candidatos y al público asistente:

-Señores, soy padre de familia, con mujer y seis hijos... me faltan ocho años para jubilarme y la enseñanza es el único ingreso de mi hogar... necesito mi puesto de profesor como se necesita el aire y sé que al no aprobar el ingreso de este alumno a San Marcos estoy jugando mi destino, porque mañana me botan, tempranito, de la Universidad, cuando lo sepan su papá, el Ministro, y su tío, el otro ministro que, además es compadre del Rector... ¡Pero, señores, yo no puedo aprobar a este animal sin que la conciencia me remuerda las entrañas hasta la hora de la muerte... porque se trata del bestia más bestia que me ha tocado enfrentar a lo largo de veintidós años en San Marcos.... Que me boten, pero no entra y no entra!  ¡He dicho!

Al otro día, efectivamente lo botaron de la Universidad. Pero respecto al postulante se equivocó, porque el resto del Jurado sí aprobó el ingreso del bestia, por mayoría de votos. E hicieron bien, porque ahora es un distinguido funcionario que anda por ahí... ¡Qué país!


Fuente:

Luis Felipe Angell, El Ángulo Agudo, Editoral Arica, Lima, Perú, 1974, pp. 27-29
Las negritas en el texto son del autor.

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