sábado, 10 de diciembre de 2016

Forme Hijos a prueba de bravucones


El Hostigamiento en la escuela puede causar graves problemas. He aquí algunas recomendaciones para que usted…

Forme Hijos a prueba de bravucones

Por Elin McCoy

Cuando Owen, que cursaba el primer año de primaria, bajó del autobús escolar, le escurría un hilillo de sangre en la comisura de los labios, que además tenía hinchados, y en la carita se le veían huellas de tierra y lágrimas.
Un “niño malo” lo había golpeado en el autobús, le confió a su padre. En el patio de recreo de la escuela, el mismo chico le había puesto una zancadilla y le había pegado en la nariz. Las maestras no se percataron.
En otro caso, una madre de familia, profesional de servicios sociales, le preguntó a su hija de 13 años, atractiva y destacada jugadora de fútbol soccer, por qué estaba triste. La niña rompió en sollozos y le contó que un compañero de escuela, desde hacía unos seis meses, cada vez que la veía en los pasillos se acercaba a decirle cosas como: “Pareces una ballena”, “una babosa llena de granos”, o “una bruja horrible”. Lo hacía hasta diez veces al día, y empleaba palabras obscenas.
Muchos padres de familia escuchan historias parecidas de boca de sus hijos. “El hostigamiento constituye hoy día uno de los problemas más persistentes y desatendidos en las escuelas de nuestro país”, señala Ronald Stephens, director ejecutivo del Centro Nacional para la Seguridad Escolar, en California, Estados Unidos.
Sin embargo, es muy común que los niños no informen a sus mayores del conflicto; ni siquiera cuando se sienten desesperados. Un padre de familia entró en sospechas de que algo andaba mal cuando su hija, para quedarse en casa, comenzó a quejarse todas las mañanas de dolores de estómago. Entre otras señales reveladoras se cuentan la ropa demasiado sucia, moretones inexplicables, pérdidas de pertenencias, y las peticiones del niño de que se le compren más útiles o se le dé más dinero para el almuerzo;  es decir, más de lo que probablemente le quitan los bravucones.
Las consecuencias psicológicas del hostigamiento pueden ser graves. Los niños que sufren estas agresiones pueden deprimirse y, en ocasiones, convencerse de que no valen nada. Una señora no prestó atención a las quejas de su hijo, que tenía diez años, de que sus compañeros lo molestaban, hasta que las calificaciones del muchacho bajaron y él empezó a comer en exceso para compensar su frustración. Los niños que presencian el hostigamiento de un compañero y ven que no se toma ninguna medida al respecto se llenan de temor: piensan que eso les podría suceder a ellos. “A menos que los padres de familia, los maestros y el personal administrativo de las escuelas intervengan, lo más probables que el acoso continúe”, previene Stephens.
¿Qué pueden hacer los niños y sus padres? He aquí cinco de las mejores estrategias.
  
1. Que el niño no dé al bravucón una satisfacción. Cuando unos muchachos mayores asediaban a Michael, de sexto año de primaria, en el pasillo de la escuela y se burlaban de su gordura, “el niño llegaba a casa terriblemente mortificado”, recuerda su madre. “Le dije que eso era precisamente lo que querían los bravucones”. La señora tenía razón.

“Muchos niños recompensan a su agresor con lágrimas”, dice el psicólogo universitario David Perry. De hecho, los chicos que lloran en cuanto alguien empieza a agredirlos pueden ser objeto después de ataques más graves.

Con un poco de ayuda que le dieron su madre y el director de la escuela, Michael logró conservar la calma y pasar junto a los bravucones sin prestarles atención. Las burlas pronto cesaron. “Desde que él supo que lo apoyábamos cambió por completo la situación”, puntualiza su madre.

2. Que Demuestre Seguridad. A menudo no basta con mostrar indiferencia ante los bravucones, pues ellos siguen fastidiando. Pero muchos niños ignoran cómo defenderse sin pelear. Por ejemplo: a un tímido escolar de primer año de primaria, en un colegio público, tres chicos de segundo año no dejaban de hostigarlo. Entonces el orientador escolar Tip Frank le enseño a mostrar mayor seguridad en sí mismo. “Lo aleccioné para que caminara erguido, mirar a sus agresores a los ojos y les dijera con voz firme que dejaran de importunarlo”, explica.

También hizo que memorizara tres frases: “No hagan eso. No me gusta. Los acusaré si siguen”. Y le aconsejó que después de decirlas se alejara. “Al pequeño le asombró comprobar que le daba resultado”, recuerda Frank.

“Es importante decirle al bravucón que no nos gusta lo que hace, ni cómo nos sentimos por ello”, observa Richard Mills, psicólogo escolar.

3. Que Actúe de Manera Imprevista. Para Eric, de primer año de enseñanza media, la clase de educación física era un suplicio. Había un muchacho que le tiraba su ropa al suelo, le rasgaba las prendas interiores y lo rasguñaba. En una ocasión le dejó marcas en un brazo.

“Finalmente ideamos una solución”, cuenta la madre de Eric. La siguiente vez que el bravucón se le acercó, el chico Eric, con voz sonora y llena de indignación, le espetó: “Quítame tus cochinas manos de encima”. La respuesta desconcertó al agresor, porque todos se volvieron a mirarlo a él. Eric sólo tuvo que reaccionar así dos veces para que cesaran los ataques.

Es importante ensayar estas respuestas agresivas con el objeto de infundir en los niños la seguridad que necesitan para defenderse, asevera el psicólogo escolar Nathaniel Floyd.

Supongamos que un odioso condiscípulo de su hijo de 12años acostumbra a obligarlo a que le ceda su lugar en la fila para comprar el refrigerio escolar. Floyd aconseja escribir frases que su hijo pudiera soltarle al abusón para que lo pensara dos veces, como por ejemplo: “No voy a moverme de aquí, digas lo que digas, así que deja ya de fastidiar”.
Luego, que se turnen para representar los papeles de agresor y de víctima. Permítale a su hijo hacer primero el de bravucón. Esto le dará a usted la oportunidad de enseñarle a hablar de manera convincente, sin mascullar ni bajar la vista, y a romper el contacto visual con el atacante para poner fin al enfrentamiento.

4. Fortalezca las Amistades de su Hijo. A un escolar de tercer año, su padre le aconsejó que no se alejara de sus amigos cuando el provocador lo rondara. El niño hizo algo más: consiguió que cinco compañeros suyos lo ayudaran a enfrentarse a su agresor en el patio de la escuela. “Este es nuestro amigo”, le dijeron. “No está bien que lo molestes a él ni a ningún otro niño”. El bravucón emprendió la retirada. “Un solo chico que tome partido por la víctima puede representar una gran ayuda para detener al agresor”, afirma el psicólogo Ronald Slaby.

Otro psicólogo, Robert Cairns, recomienda a los padres de niños tímidos o poco sociables que los ayuden a hacer amigos invitando a sus compañeros a casa. A los niños mayores, señala, se les puede animar a “practicar algún deporte, tocar un instrumento o emprender cualquier actividad en la que pueden relacionarse con otros chicos”.

5. Pida Ayuda a las Autoridades Escolares. Cuando Grace, de primer año de primaria, estrenó sus anteojos, un chico de quinto año empezó a llamarla “cuatro ojos”. La pequeña puso en práctica todas las tácticas aquí recomendadas. Primero mostró indiferencia. Luego le dijo, sin alterarse y con voz fuerte: “Estás contando mal. Sólo tengo dos”. Nada dio resultado.

Al cabo de una semana, le dijo a una maestra lo que estaba ocurriendo, y la maestra envió al muchacho a la oficina del director. Grace se alegra de haberse quejado. El chico tuvo que pedirle una disculpa, y dejó de hostigarla.

Sin embargo, a casi ningún escolar le gusta que sus compañeros sepan que acusó a alguno de ellos, y muchos padres temen que dar a conocer las agresiones de que son objeto sus hijos signifique inmiscuirse en su vida, o sobreprotegerlos. No es así. Los padres de familia tienen el derecho de exigir que las escuelas tomen medidas enérgicas contra los bravucones.

No llame por teléfono a los padres del agresor, ni hable personalmente con él; eso casi nunca da buenos resultados. Deje que la escuela se encargue del asunto. Si los maestros y el personal administrativo observan la interrelación de ambos chicos, los padres del bravucón no podrán negar que algo pasa.

Los maestros perspicaces pueden idear soluciones sencillas y efectivas. Hubo uno que puso a un hostigador y a su víctima, alumno sobresaliente en matemáticas, en el mismo equipo de trabajo de esa materia. La facilidad del chico agredido para los números lo volvió imprescindible en el equipo, y se convirtió en líder.

A menudo vale más acudir directamente al orientador escolar o al director. Cuando Marjorie Castro, directora de una escuela, se entera de un incidente de hostigamiento, les pide a los profesores que observen con disimulo, o verifica personalmente la denuncia. Después interroga al bravucón sobre lo que ha visto (impidiendo así que tachen al otro de acusón), y le advierte de las consecuencias si continúa: detención después de clases, una entrevista con los padres e incluso la suspensión. Recientemente, cuando dos chicos que habían estado mofándose de otro niño comenzaron a arrojarle piedras, la señora Castro llamó a la estación de policía y pidió que enviaran al agente encargado de menores infractores. El oficial visitó a los bravucones en sus casas y les exigió que se presentaran en el centro juvenil una vez por semana. El hostigamiento cesó de inmediato.

Comoquiera que procedan el director y el resto del personal de la escuela de su hijo, deben crear una atmósfera que en verdad desaliente las agresiones, mediante reglas explícitas y supervisión adecuada. Algunos colegios organizan seminarios para alertar a los maestros sobre el problema y ayudarlos a combatirlo.

La mayoría de los niños son objeto de agresiones en uno u otro momento, y algunos se convierten en víctimas crónicas. La mejor protección que los padres pueden ofrecer consiste en fomentar en sus hijos la independencia y la seguridad en sí mismos, además de estar dispuestos a tomar medidas rápidas  cuando sea preciso. Sólo así formarán hijos a prueba de bravucones.

Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo CV, Número 627, Año 53, Febrero de 1993, págs. 108-111,  Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos

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