lunes, 14 de julio de 2025

Colección Rotativa

Editorial Plaza & Janés

1969-1983

Varios títulos ya habían aparecido antes en distintas colecciones de Plaza & Janés, además de las de Planeta, en Círculo de Lectores. Como ya era o es costumbre los volvió a incluir en otras más de sus colecciones posteriores.

El listado está según el año de publicación que no traía la numeración. Más tarde en los años 70 se publicó en tapa blanda (rústica) ya añadiendo la numeración en el lomo de los libros que va entre paréntesis. 

No incluimos a las obras de pseudociencia ni a los socios de las dudas contagiosas.


—Jean Jacques Servan-Schreiber. El Desafío americano (1)
—Aldous Huxley. Un Mundo Feliz (2)
—Carl G. Jung. Teoría del Psicoanálisis (3)
—Elio Vittorini. Coloquio en Sicilia
—Indro Montanelli. El General de la Rovere (y otros héroes)
—Antón Chéjov. El Reto 
—Alberto Moravia. La Mascarada
—Omar Kheyyam (Khayyam). Rubaiyat (8)
—Stefan Zweig. Veinticuatro horas en la vida de una mujer (9)
—François Boyer.  juegos Prohibidos (10)
—Félicien Marceu. Creezy (11)
—Giovanni Guareschi. Vida en Familia (12)
—Luigi Bartolini. El ladrón de bicicletas (14)
―Desmond Morris. El Mono desnudo (15)
—Francis Scott Fitzgerald. El Gran Gatsby (18)
—Miguel Villalonga. Miss Giacomini
―Francisco García Pavón. Historias de Plinio
―Sigmund Freud. Epistolario I (1873-1890) (21)
— Sigmund Freud. Epistolario II (1891-1939) (22)
―Eric Malpass. A las siete de la mañana (25)
―Henri Guillamin. Napoleón tal cual (26)
—Enrico Altavila. Suecia, infierno y paraíso (28)
—Eduord Calic. Hitler sin máscara (Conversaciones secretas) (29)
—Barry Comoner. Ciencia y Supervivencia (31)
—Alexandr Soljenitsin. Un día en la vida de Iván Denisovich (33)
—John Lewis. Y Bernard Towers. ¿Mono desnudo u Homo sapiens? (34)
—Alberto Moravia. Los sueños del haragán (37)
―Charles-Ferdinand Ramuz. Cumbres de espanto (El gran miedo en la montaña, El espanto en la montaña)
—Aldous Huxley. Los Escándalos de Crome
―Fernando Díaz-Plaja. La Europa de Lenin
—Baltasar Porcel. Los alacranes
—Agustí Bartra. Cristo de 2000.000 brazos
—John Roddam. La Mente cambiante
—Frederick Osborn. El Futuro de la Herencia Humana
―H.G. Wells. Los Primeros Hombres en la Luna (44)
—Néstor Luján y Luis Bettonica. … Y Mussolini creó el fascismo (45)
—Thomas Mann. La muerte en Venecia (48)
—Dr. Lawrence Peter y Raymond Hull. El Principio de Peter (49)
—William Saroyan. Cartas desde la Rue Taitbout (51)
―Miguel Ángel Asturias. Torotumbo (52)
—Alberto Moravia. El desprecio (54)
—Ernest Hemingway. Las Nieves del Kilimanjaro
—Kenry A. Kissinger. Política exterior americana
—Colette. El trigo verde
—Hans Erlässer et al. ¿Estamos solos en el Cosmos? Once científicos discuten esta pregunta (60)
―Desmond Morris. El Zoo Humano (61) 
—Georg Ficht. Frente a la Utopía (64)
—Lawrence J. Friedman. Usos y abusos del Psicoanálisis (65)
—Eric Segal. Love Story (Historia de Amor) (70)
―Antoine de Saint-Exupéry. Vuelo Nocturno (71)
—Fred Warshofsky. El control de la vida (74)
—Miguel Hernández. Poemas (79)
—Giovanni Guareschi. Don Camilo y los jóvenes de hoy (80)
―Ray Bradbury. Fahrenheit 451 (86)
—Raymond Radiguet. El Baile del Conde de Orgel
—John Steinbeck. La Perla
—Curzio Malaparte. Sodoma y Gomorra (relatos)
—John Kenneth Galbraith. El Triunfo
—Bernadette Devlin. El precio de mi alma (biografía)
—Eric J. Trimmer. Rejuvenecimiento. La historia de una idea
—Baltasar Porcel. Solnegro (sic)
—Stephen Barber. Estados Unidos en retirada
—Julio Coll. Las Colinas de Cyborg
—Pierre Gaspar. La Amenaza. La Naturaleza enferma
—Rodrigo Rubio. La Feria
—Fernando Díaz-Plaja. Manuel del Imperfecto Viajero
―Ramón Gómez de la Serna. Diario Póstumo
—Ricardo Fernández de la Reguera. Experimento.
—Baltasar Porcel. La Luna y el velero
—Maxence Van Der Meersch. La máscara de carne
—Giovanni Papini. Palabras y sangre
—José M. Moreno Echevarría. Los Almogávares
—Concha Alós. El caballo rojo
—Armando Rojas. Ideas educativas de Simón Bolívar
―Tomás Salvador. Les presento a Manolo
—John Kenneth Galbraith. Economía y subversión
—Fernando Soto Aparicio. Mundo Roto
—Alan Earl. Breve Historia de Rusia
—Konrad Lorenz. Los Ocho pecados de la Humanidad
—Mario Lacruz. El ayudante del verdugo
—Aldous Huxley. Mi tío Spencer
—Juan Arcocha. La bala perdida
—John Kenneth Galbraith. Pasajero en China
—Colette. Cuentos de las mil y una mañanas
—Maurice Pasquelot. La tierra intoxicada
—Tomás Salvador. Vuelve Manolo. Continuación de Les Presento a Manolo
—Jorge Icaza. Hijos del Viento (Huairapamuschcas)
―Ramón Díaz Sánchez. Cumboto
—Rainer Maria Rilke. Historias del Buen Dios
—Ángel Palomino. Suspense en el cañaveral
―Hugh. R. Trevor-Roper. Los Últimos días de Hitler (95)
—Martin Caidin. Cuando estalle la guerra (99)
—Desmond Morris. Comportamiento Íntimo (100)
—Gabriel García Márquez. La Mala Hora (102)
— Gabriel García Márquez. La Hojarasca (103)
― Gabriel García Márquez. Los funerales de la Mamá Grande (104)
—Gabriel García Márquez. Ojos de perro azul (105) 
— Gabriel García Márquez. El coronel no tiene quien le escriba (106)
—Blas de Otero. País. Antología 1955-1970 (107)
—Fernando Díaz-Plaja. Cervantes (La amarga vida de un triunfador) (109)
—Antonio Burgos. Andalucía ¿Tercer Mundo? (110)
—Dr. Lawrence J. Peter. Las Fórmulas de Peter. Cómo hacer que las cosas vayan bien (111)
—Ángel Cepeda Samudio. La Casa Grande (113)
―Gabriel García Márquez. Cuando era feliz e indocumentado (116)
—Antonio Burgos. El contrabandista de pájaros (118)
—Emilio Bogani Miquel. El Alcoholismo, enfermedad social (120)
―Alberto Vázquez-Figueroa. Como un perro rabioso (122)
—Francisco Gil Tovar. Del Arte llamado Erótico (125)
— Fernando Díaz-Plaja. Los Poetas en la Guerra Civil Española (130)
―Paul Guimard. La ironía de la suerte (134)
—Pearl S. Buck. El Hombre que cambió a China (Sun Yat-Sen) (136)
―Lajos Zilahy. Algo flota sobre el agua (143)
― Françoise Sagan. Dentro de un mes, dentro de un año (145)
—Raúl Guerra Garrido. ¡Ay! (146)
—Artelle Freed. Ven, gatita (147)
—Vicki Baum. El Último Día (148)
—Tomás Salvador. Manolo, el humorista (149)
—Knut Hamsun. Pan (150)
—Colette. La Gata (151)
—Françoise Sagan. Cierta Sonrisa (Una cierta sonrisa) (152)
—Henri- Françoise Rey. El Bárbaro (153)
—Tomás Salvador. Manolo, el filósofo (154)
—George Bernanos. Diálogos de Carmelitas (155)
—Giovanni Guareschi. El Destino se llama Clotilde (157)
―A.J. Cronin. La Dama de los Claveles (158)
—Alfredo Gómez Gil y Francisco Carenas. La Vuelta de los ʺCerebrosˮ (159)
—Joan Llarch. La muerte de Durruti (160)
—J.B. Filgueira. Los Emigrantes (161)
—Lajos Zilahy. Primavera mortal (162)
―Vicki Baum. Retorno al amanecer (163)
―Eugenio Montale. En nuestro tiempo (164)
— Françoise Sagan. Buenos días, tristeza (165)
―André Maurois. La máquina de leer los pensamientos (166) 
— Françoise Sagan. Las maravillosas nubes (167)
—Enrico Altavila. Proceso a los Padres (168)
―Joan Llarch. La Batalla del Ebro (169)
—Maxence Van Der Meersch. Leed en mi corazón (170)
—Fernando Díaz-Plaja. Los pecados capitales en un coche español y en un barco francés (171)
— Maxence Van Der Meersch. La Compañera (172)
―Colette. Gigi (173)
—Frederick Kohner. Amanda. Una historia de amor (174)
—Fernando Díaz-Plaja. Descubrimiento (particular) del Amazonas (175)
—Mika Waltari. Un forastero llega a la granja (176)
—Francisco Candel. Viaje al Rincón de Ademuz (177)
―Vicki Baum. Vuelo fatal (178)
—Enrique Nácher. Proceso a la Publicidad (179)
―Manuel Vázquez Montalbán. Yo maté a Kennedy (180)
—Joan Llarch. Cipriano Mera. Un anarquista en la guerra de España (181)
—Tomás Salvador. Marsuf, el vagabundo del Espacio (182)
— Tomás Salvador. Nuevas aventuras de Marsuf (183)
―Ramón Carnicer. Cuentos de ayer y de hoy (184)
—Esteban Padrós de Palacios. Aljaba (185)
―Lajos Zilahy. Vida serena (186)
—Jorge Luis Borges. El Libro de Arena (187)
—Frederick Forsyth. El Guía (188)
―Fernando Díaz-Plaja. La Biblia contada a los mayores (189)
—Jorge Guillén. Antología. Primera Serie: Cántico (191 A)
— Jorge Guillén. Antología. Segunda Serie: Clamor (191 B) 
—Valery Giscard d'Estaing. Democracia (Démocratie Française) (194) 
—Lily Álvarez et al. Diagnosis sobre el amor y el sexo. Una indagación entre la juventud universitaria (192)
—Marabel Morgan. La Mujer Total (193)
—Baltasar Porcel. Conversaciones con el honorable Tarradellas (Josep Tarradellas, político español, 1899-1988) (195)
―Enrique Badosa. Historias en Venecia (198)
—Françoise Sagan. Un Perfil perdido (199)
—Marabel Morgan. La Felicidad Total (200)
—Norberto Bobbio. ¿Qué socialismo? Discusión de una alternativa (201)
―Ira Levin. Las Poseídas de Stepford (The Stepford Wives, 202)
—Ira Levin. El cuarto de Verónica (203)
—Fernando Díaz-Plaja. Notas de Política y Sociedad (204)
—Josefina de Silva. Nosotros, los evacuados (205)
—Antonio Pereira. Historias veniales de amor (206)
—Carmelo M. Lozano. ¡Hasta nunca! (Fermín Galán) (207)
—Robert F. Kennedy. Trece Días (La Crisis de Cuba) (209)
— Françoise Sagan. Golpes en el Alma (210)
—Federico Arana. Delgadina (211)
—Concha Alós. Os habla Electra (212)
—Hermann Hesse. Hermann Lauscher (213)
—Hermann Hesse. Viaje al Oriente (Viaje a Oriente, 214)
—Concha Alós. Rey de gatos. Narraciones antropófagas (215)
―Felipe Mellizo. Literatura y Enfermedad (216)
—Isaac BasheviS Singer. El Mago de Lublin (217)
―Irene de Borbón Parma. La Mujer y la Sociedad (218)
—Isaac Bashevis Singer. El Spinoza de la calle Maket (219)
—León-Ignacio (selección). Cómo ríen los españoles (220)
—Gérard Boulakian. El testamento de Mao y el porvenir del mundo (221)
—Manuel Barrios. Rimas de la Oposición Popular. Antología y glosa (222)
—Torcuato Luca de Tena. El Triunfador (223)
—Enrique Nácher. El Éxito (224)
—Julio Manegat. Ellos siguen pasando (225)
—Francisco Candel. Barrio (227)
—Jorge Icaza. Huasipungo (228)
—Rosa Roma. Mujer, realidad y mito (229)
—Eduardo Mignogna. Cuatrocasas (sic, 230)
—Roberto Rioja. Perfiles de Mujer. Treinta «retratos psicológicos» (231)
―Lauro Olmos. Golfos de Bien (232)
—Francisco García Pavón. Una semana de lluvia (233)
—Rafael Díaz Guzmán. Al final de los veranos (234)
―Álvaro Castillo. Nunca hasta París (235)
—Carlo Cassola. El Gigante ciego (236)
—Carlo Cassola. Última Frontera (237)
―Manuel Salado. La Cuadramenta (238)
—Dámaso Alonso. Antología Poética (239)
—Lucio Libertini. ¿Qué Parlamento? Observaciones y propuestas sobre la institución parlamentaria (240)
―Cesare Pavese. Antología Poética (241)
—Enrique Badosa. Mapa de Grecia (242)
—Orlando Araujo. 7 Cuentos (243)
—Ferdinand Finne. Una corona de islas griegas (244)
—Vladimir Nabokov. El Ojo (245)
—René Dubos. Elegir ser humano (246)
―Joseph Kessel. Tiempos Salvajes ( 248)
—Norman Mailer. ¿Por qué fuimos a Vietnam (249)
―Vladimir Nabokov. La Invención de Vals (250)
―Francisco Candel. Carta abierta a un empresario (251)
―Norman Mailer. Prisionero del sexo (252)
―Rafael Abella. Julio 1936. Dos Españas frente a frente (253)
―Vintila Horia. Informe último sobre el Reino H 254)
―Clara Janés. Sendas de Rumanía (255)
―Pedro Perdomo Azopardo. La Vida Golfa de Don Quijote y Sancho (256)
―Irwin Shaw y Ronald Searle. ¡París, París! (257)
―M.D. Muntané. Cartas de un viajero solitario del siglo XX (258)
― MaríadeGracia Ifach. Vida de Miguel Hernández (259)
―Antonio Di Benedetto. El Hacedor de silencio (260)
―Francisco Candel. Los que nunca opinan (261)
―Alexander Lernet-Holenia. Marte en Aries (262)
―Manuel Valdés. Cuentos sin corazón (263)
―Valentín Rasputín. Dinero para María (264)
―Colette. Los zarcillos del a vid (266)
—Ramón García Domínguez. Cuentos negros soberanos (267)
―Thomas Mann. Mario y el mago (268)
―León-Ignacio. Corpus de Sangre. La Rebelión de los Segadores en Barcelona
―Luis Puiseux. La energía y el desconcierto post-industrial
—Ángel María de Lera. Diálogos sobre la violencia
—Gonzalo Arango. Fuego en el altar
—Louis Hémon. Maria Chapdelaine
—FernadoHereroSalas y Horst Hina. Narrativa Alemana de hoy
—Morris West. Hijos del Sol
—Jack London. Cuentos del Mar
—Fernando Díaz-Plaja. Un Corresponsal en la Guerra de Troya
—Enrique Nácher. El mono vestido
—Tomás Salvador. ¡Ave Manolo!
—Ángel Zúñiga. Amanecer en China
—Carlos Alfonso. Extrema España
—Vicki Baum. Historia de una mujer
—Françoise Sagan. El Guardián del corazón
—John Kenneth Galbraith. Economía y Humor
―Katia Mann. Memorias
―Hans Joachim Sell. Tras las huellas de un hijo
―Jerzy Kosinski. Desde el Jardín [Bienvenido Mr. Chance (Desde el Jardín)]  
―Vicki Baum. Tienda Central
—Dr. Enrique Salgado. Erótica del Poder   
―Yasunari Kawagata. El Lago
―Vicki Baum. Vidas sin Misterio
―David Sánchez Juliao. Historias de Roca Mandaca
― David Sánchez Juliao. Cachaco, Palomo y Gato
―Abel Ávila. Sociología Económica
― David Sánchez Juliao. El Arca de Noé
―Wolfgang Luchting. Mario Vargas Llosa, Desarticulador de Realidades
―Varios autores. Homenaje a Miguel Hernández
―Andrés Caicedo. Berenice (cuentos)
―Laureano Alba. El Barrio de las flores
―Jorge Eliécer Pardo. El Jardín de las Hartmann. En 1978 (El Jardín de las Weismann desde 1982)
―Marco Tulio Aguilera Garramuño. Alquimia Popular (cuentos)
―Carlos Bastidas Padilla. Hasta que el odio nos separe
―Benhur Sánchez Suárez. A Ritmo de Hombre
―Francisco  Tovar. El Arte colombiano
―Álvaro Cepeda Samudio. Todos estábamos a la espera (relatos)




jueves, 10 de julio de 2025

Colección Tus Libros

Editorial Anaya

1981-2002

Publicación original del listado: 7 de mayo de 2011
 

1. Edgar Allan Poe. El Escarabajo de Oro y Otros Cuentos
2. Gaston Leroux. El Misterio del Cuarto Amarillo
3. Jack London. La Quimera del Oro
4. Robert Louis Stevenson. El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mr. Hyde
5. Robert Louis Stevenson. La Isla del Tesoro
6. Henry Rider Haggard. Las Minas del Rey Salomón  
7. Stephen Crane. El Rojo Emblema del Valor  
8. Mark Twain. Las Aventuras de Huckleberry Finn  
9. Arthur Conan Doyle. El Mundo Perdido
10. Horacio Quiroga. Cuentos de la Selva
11. Julio Verne. Viaje al Centro de la Tierra  
12. Iván Turguenev. Primer Amor  
13. Henry James. Otra Vuelta de Tuerca  
14. Arthur Conan Doyle. Estudio en Escarlata
15 . Louis Pergaud. La Guerra de los Botones  
16. Jonathan Swift. Los Viajes de Gulliver
17. G.K. Chesterton. El Candor del Padre Brown
18. H.G. Wells. La Máquina del Tiempo
19. Edgar Allan Poe La Narración de Arthur Gordon Pym  
20. Leopoldo Alas "Clarín". Adiós, Cordera  
21. Antoine Saint-Exupéry. Vuelo Nocturno
22. Daniel Defoe. Robinson Crusoe  
23. Benito Pérez Gáldos. Marianela
24. Mary Shelley. Frankenstein
25. Edgar Allan Poe. El Gato Negro  
26. H.G. Wells. El Hombre Invisible  
27. Marco Polo. Libro de las Maravillas  
28. Mark Twain. El Forastero Misterioso  
29. Maurice Leblanc. El Tapón de Cristal  
30. Josefina Rodríguez Aldecoa. Los Niños de la Guerra  
31. Benito Pérez Gáldos. Trafalgar  
32. Henri Alain-Fournier. El Gran Meaulnes
33. Juan José Millás. Papel Mojado
34. Alexandr Pushkin. La Hija del Capitán  
35. Henry Rider Haggard. Ella  
36. Nicolai Gogol. Tarás Bulba  
37. Julio Verne. La Vuelta al Mundo en 80 Días
38. Benito Pérez Gáldos. Misericordia
39. Bram Stoker. Drácula
40 Gustavo Adolfo Bécquer. Leyendas
41. Robert Louis Stevenson. Secuestrado  
42. Félix María Samaniego. Fábulas
43. Jack London. Fragmentos del Futuro  
44. H.G. Wells. La Guerra de los Mundos
45. Alphonse Daudet. Aventuras Prodigiosas de Tartarín de Tarascón
46. Mario Lacruz. El Inocente  
47. Gaston Leroux. El Perfume de la Dama de Negro
48. J. J. Granvillle. Vida Privada y Pública de Animales I
49. J. J. Granvillle. Vida Privada y Pública de Animales II
50. Cristóbal Colón. Diario de a Bordo  
51. Robert Louis Stevenson. Catriona (continuación de Secuestroado o Aventuras de David Balfour)
52. Henryk Sienkiewicz. A Través del Desierto y de la Selva
53. R.E. Raspe. El Barón de Munchausen
54. Jack London. La Llamada de lo Salvaje  
55. Alphonse de Lamartine. Graziella
56. Alejandro Dumas hijo. La Dama de las Camelias
57 Albert Von Chamisso. La Maravillosa Historia de Peter Schemihl  
58. Wenceslao Fernández Flórez. El Hombre que compró un Automóvil
59. Charles Lamb y Mary Lamb. Cuentos Basados en el Teatro de Shakespeare  
60. Emile Gaboriau. El Expediente 113
61. Alphonse Daudet. Tartarín en los Alpes
62. Pedro Antonio de Alarcón. El Clavo  
63. Prosper Merimée. Colomba  
64. Henrik Sienkiewicz. Quo Vadis?
65. Emilia Pardo Bazán. La Piedra Angular
66. Julio Verne. El Chancellor
67. Wenceslao Fernández Flórez. El Bosque Animado
68. Alberto Moravia. Historias de la Prehistoria
69. Óscar Wilde. El Fantasma de Canterville  
70. Luis de Eguilaz. La Espada de San Fernando  
71. Charles Dickens. Canción de Navidad
72. Jorge Ferrer-Vidal. Romancete y la Gorda
73. Rudyard Kipling. Puck de la Colina de Pook  
74. Blaise Cendrars. El Oro
75. Julio Verne. Un Drama en Livonia  
76. Cyrano de Bergerac. El Otro Mundo o Los Estados e Imperios
77. Robert Louis Stevenson.Noches en la Isla
78. Anthony Hope. El Prisionero de Zenda
79. Arthur Conan Doyle. Las Memorias de Sherlock Holmes
80. Emilio Salgari. Los Tigres de Mompracem (o Los Tigres de la Malasia)
81. Edgar Wallace. El Círculo Carmesí
82. Alejandro Dumas. El Tulipán Negro
83. Walter Scott. El Enano Negro
84. Julio Verne. De la Tierra a la Luna
85. Nikolai Gogol. La Nariz y otros Cuentos
86. Joseph Conrad. Juventud/La Línea de Sombra
87. Alejandro Dumas. Los Tres Mosqueteros
88. Julio Verne. Cinco Semanas en Globo
89. Mark Twain. Un Yanqui en la corte del rey Arturo
90. Arthur Conan Doyle. El Sabueso de los Baskerville
91. Edward Bulwer-Lytton. Los Últimos Días de Pompeya
92. Howard Pyle. Las Alegres Aventuras de Robin Hood
93. Óscar Wilde. El Retrato de Dorian Grey
94. Julio Verne. Alrededor de la Luna
95. Charles Dickens. Oliver Twist
96. Mark Twain. El Príncipe y el Mendigo
97. Walter Scott. Ivanhoe
98. H.G. Wells. La Isla del Dr. Moreau
99. Alejandro Dumas. El Conde de Montecristo, Tomo I  
100. Alejandro Dumas. El Conde de Montecristo, Tomo II  
101. Arthur Conan Doyle. Las Aventuras de Sherlock Holmes
102. Jack London. Colmillo Blanco
103. Lewis Wallace. Ben-Hur  
104. Robert Louis Stevenson. La Flecha Negra  
105. John Meade Falkner. Moonflet
106. Fedor Dostoievski. Crimen y Castigo
107. Horace Walpole. El Castillo de Otranto 108. Julio Verne. Miguel Strogoff  
109. G.K. Chesterton. La Sabiduría del Padre Brown (La Sagacidad del Padre Brown)
110. Alfred Assollant. Las Aventuras del Capitán Corcoran.
111. Karl May. El Tesoro del Lago de Plata
112. Edith Nesbittt. Historias de Dragones
113. Charles Dickens. Historias de lo sobrenatural
114. Alvar Nuñez Cabeza de Vaca. Naufragios y Comentarios  
115. Julio Verne. La Esfinge de los Hielos
116. Henry Rider Haggard. Allan Quatermain
117. Herman Melville. Benito Cereno
118. Mark Twain. Las Aventuras de Tom Sawyer
119. Óscar Wilde. El Príncipe Feliz y Otros Cuentos
120. Arthur Conan Doyle. El Regreso de Sherlock Holmes
121. Kornel. Makuszynski. Los Ladrones de la Luna
122. Harriet Beecher Stowe. La Cabaña del Tío Tom
123. Dimas Mas. El Tesoro de Fermín Minar
124. Manuel Lano. Retablo Infantil
125. Emilio Salgari. El Corsario Negro
126. Jack London. El Lobo de Mar
127. G.K. Chesterton. La Incredulidad del Padre Brown
128. Edward Lear. Fabuleario
129. Arthur Conan Doyle. La Zona Envenenada
130. Rudyard Kipling. Capitanes Intrépidos
131. Gastón Leroux. Rouletabille en el Palacio del Zar
132. James Fenimore Cooper. El Último Mohicano
133. Benito Pérez Galdós. La Guerra de la Independencia
134. Arthur Conan Doyle. El Abismo de Maracot
135. Carlo Collodi. Las Aventuras de Pinocho
136. Paul Feval. El Jorobado
137. Julio Verne. Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino
138. Gastón Leroux. El Fantasma de la Ópera
139. Arthur Conan Doyle. El Archivo de Sherlock Holmes
140. Louisa May Alcott. Mujercitas
141. Arthur Conan Doyle. El Último Saludo de Sherlock Holmes
142. Rudyard Kipling. El Libro de la Selva
143. Mark Twain. Tom Sawyer en el Extranjero/Tom Sawyer, Detective
144. Daniel Defoe. Aventuras del Capitán Singleton
145. Howard Pyle. El Rey Arturo y sus Caballeros
146. Arthur Conan Doyle. El Signo de los Cuatro
147. Walter Scott. El Talismán
148. Arthur Conan Doyle. El País de la Bruma
149. Marilar Aleixandre. La Expedición del Pacífico
150. Santiago R. Santerbás. Pickwick, Alicia y Holmes al Otro Lado del Espejo (Tres Pastiches Victorianos)
151. Emily Bronte. Cumbres Borrascosas
152. Robert Louis Stevenson. El Señor de Ballantrae
153. Arthur Conan Doyle. El Valle del Terror
154. Emile Zolá. El Sueño  
155. Vamba. El Diario de Juanito Torbellino
156. Mark Twain. Huck Finn y Tom Sawyer entre los Indios/La Conspiración de Tom Sawyer
157. Lewis Carroll. Las Aventuras de Alicia (Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas)
158. L. Frank Baum. El Maravilloso Mago de Oz
159. José María Sánchez-Silva. Marcelino Pan y Vino
160. Joseph Conrad. El Agente Secreto
161. Wilhelm Hauff. Cuentos Completos
162. Emilia Pardo Bazán. La Gota de Sangre y Otros Cuentos Policíacos
163. Nathaniel Hawthorne. Un Libro Maravilloso 


lunes, 7 de julio de 2025

El Obispo Chicheñó

 

Por Ricardo Palma

 

Lima, como todos los pueblos de la tierra, ha tenido (y tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos mansos y cándidos. A esta categoría pertenecieron, en los tiempos de la República, Bernardino, Basilio Yegua, Manongo Moñón, Bofetada del Diablo, Saldamando, Cogoy, el Príncipe, Adefesios en misa de una, Felipa la Cochina, y pongo punto por no hacer interminable la nomenclatura.

Por los años de 1780 comía pan en esta ciudad de los Reyes un bendito de Dios, a quien pusieron en la pila bautismal el nombre de Ramón. Era éste un pobrete de solemnidad, mantenido por la caridad pública y el hazmerreír delos muchachos  y gente ociosa. Hombre de pocas palabras, pues para complemento de desdicha era tartamudo, a todo contestaba con un sí, señor, que al pasar por su desdentada boca se convertía en chí, cheñó.

El pueblo llegó a olvidar que nuestro hombre se llamaba Ramoncito, y todo Lima lo conocía por Chicheñó, apodo que se ha generalizado después aplicándolo a las personas de carácter benévolo y complaciente que no tienen hiel para proferir una negativa rotunda. Diariamente, y aun tratándose de ministros de Estado, oímos decir en la conversación familiar:
—¿Quién? ¿Fulano? ¡Si ese hombre no tiene calzones! Es un Chicheñó.

En el año que hemos apuntado llegaron  a Lima con procedencia directa de Barcelona, dos acaudalados comerciantes catalanes trayendo un valioso cargamento. Consistía éste en sedería  de Manila, paño de San Fernando, alhajas, casullas de lana y brocado, mantos para imágenes y lujosos paramentos de iglesia. Arrendaron un vasto almacén en la calle de Bodegones, adornando una de las vidrieras de pectorales y cruces de brillantes, cálices de oro, con incrustaciones de piedras preciosas, anillos, arracadas y otras prendas de rubíes, ópalos, zafiros, perlas y esmeraldas. Aquella vidriera fue pecadero de las limeñas y tenaz conflicto para el bolsillo de padres, maridos y galanes.
Ocho días llevaba abierto el elegante almacén cuando tres andaluces, que vivían en Lima más pelados que ratas de colegio, idearon la manera de apropiarse de parte de las alhajas, y para ello ocurrieron al originalísimo expediente que voy a referir.

Después de proveerse de un traje completo de obispo, vistieron con él a Ramoncito, y dos de ellos se plantaron sotana, solideo y sombrero de clérigo.
Acostumbraban los miembros de la Audiencia ir a las diez de la mañana a Palacio en coche de cuatro mulas, según lo dispuesto en una real pragmática.

El Conde de Pozos Dulces don Melchor Ortiz Rojano era, a la sazón, regente de la Audiencia, y tenía por cochero a un negro, devoto del aguardiente, quien después de dejar a su amo en Palacio fue seducido por los andaluces, que le regalaron media pelucona, a fin de que pusiese el carruaje a disposición de ellos. Acababan de sonar las diez, hora de almuerzo para nuestros antepasados, y las calles próximas a la Plaza Mayor estaban casi solitarias, pues los comerciantes cerraban las tiendas a las nueve y media y seguidos de sus dependientes iban a almorzar en familia. El comercio se reabría a las once.

Los catalanes de Bodegones se hacían llevar con un criado el almuerzo a la trastienda del almacén e iban ya a sentarse cuando un lujoso carruaje se detuvo a la puerta. Un paje de aristocrática librea, que iba a la zaga del coche, abrió la portezuela y bajó el estribo, descendiendo dos clérigos y tras ellos un obispo.

Penetraron los tres en el almacén. Los comerciantes se deshicieron en cortesías, besaron el anillo pastoral y pusieron junto al mostrador silla para su Ilustrísima. Uno de los familiares tomó la palabra y dijo:
—Su señoría el señor obispo de Huamanga, de quien soy su humilde capellán y secretario, necesita algunas alhajitas para decencia de su persona y de su santa Catedral, y sabiendo que todo lo que ustedes han traído de España es de última moda, ha querido darles la preferencia.

Los comerciantes hicieron, como es de práctica, apología de sus artículos, garantizando bajo palabra de honor que ellos no daban gato por liebre y añadiendo que el señor Obispo no tendría que arrepentirse por la distinción con que los honraba.
—En primer lugar —continuó el secretario—, necesitamos un cáliz de todo lujo para las fiestas solemnes. Su señoría no se para en precios, que no es ningún roñoso.
—¿No es así, ilustrísmo señor?
Chí, cheñó —contestó el obispo.

Los catalanes sacaron a lucir cálices de primoroso trabajo artístico. Tras los cálices vinieron cruces y pectorales de brillantes, cadenas de oro, anillos, alhajas para la Virgen de no sé qué advocación y regalos para las monjitas de Huamanga. La factura subió a quince mil duros mal contados.

Cada prenda que escogían los familiares la enseñaban a su superior, preguntándole:
—¿Le gusta a su señoría ilustrísima?
Chí, cheñó —contestaba el obispo.
—Pues al coche.
Y el pajecito cargaba con la alhaja, a la vez que uno de los catalanes apuntaba el precio en un papel.

 Llegado el   momento del pago dijo el secretario:
—Iremos por las talegas al palacio arzobispal, que  es donde está alojado su señoría, y él nos esperará aquí. Cuestión de quince minutos. ¿No le parece a su señoría ilustrísima?
Chí, cheñó —respondió el obispo.

Quedando en rehenes tan caracterizado personaje, los comerciantes no tuvieron ni asomo de desconfianza, amén que aquellos no eran tiempos de bancos y papel-manteca en que quince mil duros no hacen peso en el bolsillo.

Marchados los familiares, pensaron los comerciantes en el desayuno, y  acaso por llenar fórmula de etiqueta, dijo uno de ellos:
—¿Nos hará su señoría ilustrísima el honor de acompañarnos a almorzar?
Chí, cheñó.

Los catalanes enviaron a las volandas al fámulo por algunos platos extraordinarios, y sacaron sus dos mejores botellas de vino para agasajar al príncipe de la Iglesia, que no sólo les dejaba fuerte ganancia en la compra de alhajas sino que les aseguraba algunos centenares de indulgencias valederas en el otro mundo.

Sentáronse a almorzar, y no les dejó de parecer chocante  que el obispo no echase su bendición al pan, ni rezase en latín, ni por más que ellos se esforzaran en hacerlo  conversar, pudieran arrancarle otras palabras que chí, cheñó.

El obispo tragó como un Heliogábalo.

Y entretanto pasaron  dos horas, y los familiares con las quince talegas no daban acuerdo de sus personas.
—Para una cuadra que distamos de aquí al palacio arzobispal ya es mucha la tardanza —dijo, al fin, amoscado uno de los comerciantes—. ¡Ni que hubieran ido a Roma por bulas! ¿Le parece a su señoría que vaya a buscar a sus familiares?
Chí, cheñó.

Y calándose el sombrero, Salió el catalán desempedrando la calle.

En el palacio arzobispal supo que allí no había huésped mitrado y que el obispo de Huamanga estaba muy tranquilo en su diócesis cuidando de su rebaño.

El hombre echó a correr vociferando como un loco, alborotóse la calle de Bodegones, el almacén se llenó de curiosos para quienes Ramoncito era antiguo conocido, descubrióse el pastel, y por vía de anticipo mientras llegaban los alguaciles, la emprendieron los catalanes a mojicones con el obispo de pega.

De ene es añadir fue a chirona; pero reconocido por tonto de capirote, la justicia lo puso pronto en la calle.

En cuanto a los ladrones, hasta hoy (y ya hace un siglo) que yo sepa, no se ha tenido de ellos noticia.

 

Ricardo Palma. Tradiciones Peruanas, Ediciones Libertadores de América S.RL., Lima, Perú, 1982, págs. 60-64



Notas

Chicheñó.- Perú. Persona complaciente, sin carácter e incapaz de opinar por sí misma. Diccionario de Americanismos ASALE

Los demás conceptos son del diccionario de la RAE o de otra fuente.

Cándido.- Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez. Ingenuo, que no tiene malicia ni doblez. Candoroso, ingenuo, crédulo, incauto, inocente, párvulo, sencillo, simple, panoli, candelejón.

Hazmerreír.- Persona que por su figura ridícula y porte extravagante sirve de diversión a los demás.

Tener alguien bien puestos los calzones, o tener alguien muchos calzones.- Ser de carácter fuerte y decidido.
 
Casulla.- Vestidura que se pone el sacerdote sobre las demás para celebrar la misa, consistente en una pieza alargada, con una abertura en el centro para pasar la cabeza.

Brocado.- Dicho de una tela: Entretejida con oro o plata. Tela de seda entretejida con oro o plata, de modo que el metal forme en la cara superior flores o dibujos briscados. Bordado, briscado.

Paramento.- Adorno o atavío con que se cubre algo. Vestiduras y demás adornos que usan los sacerdotes para celebrar misa y otros divinos oficios. Adornos del altar.

Calle de Bodegones.- Actual calle Carabaya, cuadra VI, en Lima.

Arracada: Arete con adorno colgante.

Real Pragmática o Pragmática: Disposición dada por el rey en virtud de su poder legislativo.
En Castilla se promulgaron pragmáticas sobre temas muy diversos con la fórmula «como si hubieran sido dadas en Cortes», en el sentido de ser consideradas con rango superior. Fue la forma habitual de legislar, desprendiéndose de las Cortes, a partir del siglo XIV o principios del siglo XV. En la Corona de Aragón las podía promulgar tanto el rey como su lugarteniente o gobernador y versaban sobre las materias no reservadas a las Cortes. Se denominan a veces reales provisiones o cartas de provisión. Diccionario Panhispánico del español jurídico, RAE, ASALE

Pelucona.-
El término "pelucona" deriva, como bien indica el diccionario, de "peluca". Esto se debe a la representación del busto del rey en las monedas, que solía mostrar una ostentosa peluca, símbolo de la moda y el estatus social de la época. Estas pelucas, grandes y elaboradas, se convirtieron en un rasgo distintivo de la nobleza y la realeza, y por extensión, de las monedas que llevaban su imagen. De ahí que la moneda, por metonimia, recibiera el nombre popular de "pelucona". bibliatodo.com
Onza de oro, y especialmente cualquiera de las acuñadas con el busto de uno de los reyes de la casa de Borbón, hasta Carlos IV inclusive. 

Apología.- Discurso de palabra o por escrito, en defensa o alabanza de alguien o algo. Alabanza, elogio, panegírico, ensalzamiento, loa, bombo, encomio, etc.  

Dar gato por liebre.-  Esta expresión significa que se ha engañado con mala fe, es decir, que se ha producido un engaño a propósito. Se dice especialmente cuando se quiere vender algo a alguien por una cantidad superior a la que realmente tiene.


Roñoso.- Miserable, mezquino, tacaño, agarrado, etc.

Talega.- Saco o bolsa anchos y cortos, de lienzo basto u otra tela, que sirven para llevar o guardar las cosas.

A las volandas.- Rápidamente, en un instante.

Fámulo.- Criado doméstico. Sirviente, camarero, mozo, lacayo, etc.

Heliogábalo.- Marco Aurelio Antonino Augusto, emperador romano (203-222), conocido también como Heliogábalo.
Por las costumbres y excentricidades que practicó este emperador se denomina heliogábalo a una persona que está dominada por la gula.

No dar acuerdo de su persona.- Reaparecer luego de una ausencia prolongada.

Amoscado.- De amoscar: recelar, desconfiar, escamar, mosquear, enfadar, enojar, irritar, cabrear, etc. wordreference.com

Chirona.- Cárcel, prisión, presidio, penal, cana, calabozo, etc.

Capirote.- Capucha antigua con falda que caía sobre los hombros y a veces llegaba a la cintura. 

Tonto de capirote.- Locución adjetiva coloquial. Pospuesto a un adjetivo despectivo como tonto, se usa para enfatizar el significado de este. RAE

Más detalles: ser un tonto de capirote.

Mojicón.- Golpe que se da en la cara con la mano.

De ene.- Se puede entender como que sobra, que está de más decirlo.



jueves, 3 de julio de 2025

El Señor snob

Por Jacinto Grau

El señor o la señora snob vienen a ser lo mismo, sin que se cuente la diferencia de sexo, porque el snobismo es una condición puramente espiritual, un estado psíquico común a ambos sexos y a todas las condiciones sociales, salvo el estado llano o el pueblo, menestrales, trabajadores manuales y campesinos, es decir, la gran masa social sobre el que descansa lo más duro del trabajo humano. Esa gran masa no tiene tiempo de ser snob.

El snobismo propiamente dicho no es, como creen algunos europeos superficiales de observación somera, un fenómeno americano, de países nuevos, en formación. Es un fenómeno europeo extendido a América y a todos los continentes, y su desarrollo es tanto mayor cuantas más instituciones de enseñanza, centros culturales, prensa y centros artísticos hay en esas capitales. Su exponente cuantitativo corre parejo con la mayor civilización externa.

En provincias chicas, en regiones apartadas de grandes movimientos y pulimento urbanos y en los pueblos reducidos no puede arraigar el snobismo. Así, en tiempos normales, sin guerras ni estados revolucionarios o prerrevolucionarios, el snobismo subsiste con la misma pujanza y distintas manifestaciones lo mismo en Londres, París, Madrid que en Buenos Aires. No es, pues, un fenómeno peculiar de determinados países, y en América, como tantas cosas, ha sido importado de Europa.

El buen señor snob —extiéndase a la señora semejantes características— es un hombre, por elevada que sea su posición social, sin apoyos propios para caminar por la vida. Falto de vigorosa personalidad determinante, sin visión ni emoción directas ante el mundo, se alimenta de la opinión ajena, sin ánimos, ni tiempo, ni capacidad para aquilatarla. Además, tampoco se lo propone, ni se inquieta por ello. Lo que le importa es el brillo, la notoriedad o la seudo notoriedad que en determinado momento alcance resonancia. Cuanto más flamante y nueva sea, al igual que la moda, más fervorosamente la acata. El snobismo, como los sastres, modistas y demás expendedores atavíos y aderezos, necesita estar siempre al último grito. Como la prensa, se alimenta primordialmente de actualidad, pero de una actualidad de relumbre y algo insólita. Cuanto más insólita mejor.


Pero así como las raras modas innovadoras, que cambian para siempre el carácter general de una indumentaria, no se adoptan dócilmente, al revés que las corrientes y molientes, y producen resistencia y protestas, así los ademanes y modos intelectuales, que ofrecen una nueva profundidad a las artes o a la filosofía, tampoco placen al señor snob, que trueca su prurito de novedad por un horror a lo verdaderamente nuevo. El señor snob necesita novedades burguesas, de fácil comprensión o acceso, que, además, vayan acompañadas de rebullicio de grupo o escuela, condición que no suelen lograr las verdaderas renovaciones transmutadoras de valores.

El snobismo, pues, sólo vive en zonas de burguesía o clases sociales elegantes, para las cuales la verdadera inteligencia no suele ser simpática ni familiar, porque el señor snob, perteneciente habitualmente a lo que se ha llamado hasta ahora “buena sociedad”, toma todas las disciplinas y actividades del arte y de la mente como toma un adorno más, de buen gusto, en la casa, en el tocado o en el tren de vida.
 

Por eso, las contadísimas veces que un verdadero grande hombre, ya casi viejo siempre, está en moda, los snobs elegantes, que son los más genuinos snobs, al tratarlo de cerca, se escandalizan y  alborotan de sus salidas, ocurrencias y boutades, y acaban por acribillarlo a murmuraciones, porque para varias damas y caballeros del mundo elegante, un eminente sabio o un gran artista debe ser un personaje domesticado, educado, dicen ellos, que se resigne a constituirse en un objeto más  de deleite de ese mundo internacional, hacendado y de buen tono: algo así cual una cerámica de mérito, un tití raro, o un perrillo de muy pura raza en auge.

Entre el diverso mundo de los snobs, pues también los hay de posición más moderada, se encuentran algunos más inteligentes que otros, como pasa en todos los mundos; pero los mejor dotados, los que poseen más avisado el espíritu, acostumbran a diferenciarse del mundo chic, puramente frívolo, teniendo más respeto por el grande hombre en boga, con tal que éste tenga la bastante humanidad e indulgencia para disimular las diferencias de carácter y condición que lo separan del montón, por dorado e intelectual que sea ese montón… Si el grande hombre tiene el prurito de la espontaneidad y se le da un ardite el efecto que produce, también concluye por desasombrar y enriquecer su anécdota pintoresca personal.

Mas, este fenómeno del verdadero grande en moda, porque lo sólito, lo normal es que el individuo que nace, acontecimiento humano, no se divulgue y esté en el candelero hasta después de muerto, y que sus obras, de la índole que sean, hayan encontrado o indiferencia y silencio u hosca hostilidad.  Y en el orden científico, donde parece más fácil convencer y propalar, porque se basa en hechos y cálculos, cercanas está aún vidas gloriosas, como la de Pasteur, cuya lucha contra muchos colegas no lerdos, y contra la ciencia oficial, no todos los hombres tendrían el temple de soportar.

Si se trata de arte o de pensamiento, el asunto es más arduo. Cuando Kant publica su famosa “Crítica de la razón pura”, apenas si se entiende y se comenta el libro; cuando Nietzche edita su “edición príncipe” de “Zarathustra”, de muy corta cantidad de ejemplares, su reducido número de admiradores se queda fríamente desencantado, y sólo uno o dos amigos, no muy convencidos tampoco, parecen dispuestos a comprender. Años antes, Schopenhauer, a los sesenta años, sorprende a unos cuantos buenos ciudadanos de Francfort con una celebridad tardía. Esos hombres, relativamente modernos, convivieron o estuvieron cerca de snobs intelectuales, subespecie que también abunda en el dilatado gremio snobista… Y fueron totalmente inadvertidos. 

Tal como los aplicados eruditos clásicos, que sólo se interesan por el documento, los snobs sólo fijan su atención en los éxitos de ruido, si en tierras extranjeras mejor, sin que influya para nada la calidad de la obra en sí. Por eso, Ibsen necesita tantos años para que se enteren coetáneos de la profunda dimensión de su teatro. Hebbel sufre hasta la madurez el desdén y olvido de sus tímidos éxitos, llevando una vida de miseria, y Pirandello —cuya importancia en el teatro y la literatura es mucho mayor de lo que creen algunos, y cuya obra se agrandará y valorará mucho más en el tiempo—, hasta muy pasados los sesenta, no alcanza ganancias y universalidad de fama, que decrece para el señor snob, después de desaparecido el autor, porque el snobismo necesita el vistoso escaparate del hoy ruidoso. 

Se nace destinado a ser snob, cuyas características principales son la satisfacción de la vanidad inmediata. El auténtico snob, desde estudiante, permanece ajeno a todo verdadero esfuerzo mental y sus emociones se confinan en lo personal. Aprender, con menor trabajo posible, aquello que pueda dar más próxima ganancia o nombradía, simulando el conocimiento, porque entregarse de ver a él embarga una vida. Ese fingimiento no impide la comedia del entusiasmo, y como el snob tiene también su mística, cuando hay que elogiar lo que está de moda, autor u obra, se despliega en una serie de gestos y posturas de admiración que constituye todo un rito vivo y transmitido, de grupo a grupo de iniciados, que dicen odiar al vulgo y se gozan en su condición de selectos, según tácito convenio entre sí.

El señor snob se contenta con campo limitado para alimentar su vanidad, unido al resplandor ajeno, en el cual se apoya. Él se sabe, fatalmente destinado a corista distinguido, y saca partido de esa distinción, procurando extraerle todo el jugo posible, en la forma que sea.

Pero cuando el señor snob está dotado de talento, que puede ser brillante, pero siempre moderado, porque si no dejaría de ser snob; cuando el señor snob desempeña algún papel importante en el país que sea, padece un creciente afán de exhibicionismo, multiplica su elegante apostolado intelectual y procura contarnos o recordarnos siempre sus selectas amistades del planeta, que son también las más ruidosas o cotizadas en la estima de las minorías. Si el señor snob trata a algún amigo, o compatriota vecino, poco conocido o considerado, jamás fijara en él su atención, aunque ese compatriota resultara un genio ingente, porque el snob es glacial ante todo lo que no tenga fama estrepitosa o muy distinguida, o no caiga dentro de su muy limitado campo emocional o intelectual.

Todas las épocas suelen ir cargadas de literatura snob…, que apenas si dura una generación.



De “Estampas”, Buenos Aires.

Revista Versiones Mundiales, Empresa Editora Zig-Zag, S.A., Santiago de Chile, págs. 95-98
El ejemplar que tengo está un tanto deteriorado y falta el dato del número pero por lo visto en contenido y averiguado correspondería al año 1, que sería entre 1945 y 1946.


Notas
Jacinto Grau Delgado: Dramaturgo, ensayista y escritor español (Barcelona, 1877- Buenos Aires, 1958)

Snob.- Una persona con un respeto exagerado por la alta posición social o la riqueza que busca asociarse con superiores sociales y le desagradan las personas o actividades consideradas de clase baja. Oxford Languages
Esnob.- Persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc., de aquellos a quienes considera distinguidos. Pedante, jactancioso, presumido, cheto, afectado, sofisticado, orgulloso, altanero, altivo. DLE RAE 


Varias citas a continuación son del mismo diccionario de la RAE.

Menestral.- Persona que tiene un oficio mecánico. Persona que tiene un oficio manual. Artesano, obrero, operario.

Prurito.- Deseo persistente y excesivo de hacer algo de la mejor manera posible. Anhelo, deseo, ansia, afán, etc.

Rebullicio:  Bullicio grande. Alboroto, agitación, etc.

Boutade (butade): Intervención pretendidamente ingeniosa, destinada por lo común a impresionar. Salida extravagante e ingeniosa, de intención a menudo provocadora. Humorada, salida, ocurrencia, genialidad; exabrupto, grosería, dislate, disparate, etc.  wordreference.com

Tocado: Peinado, adorno, aderezo, avío, ornamento, ornato, atavío, decorado, afeite, arreglo, compostura, realce, acicalamiento, etc. wordreference.com

Hacendado.- Que tiene hacienda en bienes raíces. Que tiene muchos bienes raíces. Propietario, terrateniente, latifundista, estanciero; rico, adinerado, millonario, acaudalado, potentado, etc

Tití.- Especie de pequeños monos, oriundos de la selva amazónica sudamericana. También es llamado mono pigmeo o de bolsillo por ser los más pequeños entre los primates. Wikipedia y otros.

Ardite: Moneda de poco valor que hubo en Castilla. 
[No] Dar(le) o Importarle un ardite: No importarle en absoluto; serle completamente indiferente. expresiones.info

Chic: Elegante, distinguido, a la moda. 

Desasombrar.- No está en el diccionario de la RAE. Aunque no sea una palabra reconocida oficialmente, se puede entender como reducir o eliminar el efecto de asombro o sorpresa de algo o de alguien.

Sólito.- Acostumbrado, que se suele hacer ordinariamente. Ordinario, habitual, corriente, normal, común, etc.

Lerdo.- Lento y torpe para comprender o ejecutar algo. Torpe, lento, memo, tonto, necio, etc. 

Temple.- Fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos.

Ingente.- Muy grande. Enorme, inmenso, colosal, monumental, descomunal, gigantesco, titánico, grandioso.


Cómo fue el legendario Imperio persa, la primera superpotencia de la historia que sólo pudo derrotar Alejandro Magno

 

Lo que se ha ido descubriendo es espectacular. (Detalle de un friso que representa arqueros, del palacio aqueménida de Darío I en Susa, Irán).

 

BBC News Mundo
Redacción

 

A mediados del siglo VI a.C., los persas eran una desconocida tribu de las montañas de la región de Persis, en el suroeste de la meseta iraní.

Pero surgió un fabuloso líder y, en cuestión de una sola generación, arrasó Medio Oriente, conquistando antiguos reinos, asaltando ciudades famosas y construyendo un imperio que llegaría a ser el más grande que se había visto jamás.

Gobernaba más del 44% de la población mundial, abarcando desde los Balcanes y Egipto en el oeste, la mayor parte de Asia occidental y de Asia central en el noreste, y el valle del Indo en el sur de Asia en el sureste.

Los gobernantes de su dinastía serían los más poderosos del planeta. Sus recursos, tan asombrosos que parecerían ilimitados.

La velocidad y la escala sin precedentes de sus conquistas les otorgarían un aura de invencibilidad.

Hasta que llegó otro líder fabuloso que conquistó a los conquistadores y se quedó con sus conquistas.

Esta es una historia que comenzó en 559 a.C., con el ascenso de Ciro el Grande, una de las figuras más notables del mundo antiguo, y terminó 230 años después, a manos del gigante macedonio Alejandro Magno.

Como suele suceder, en ella se mezclan lo fidedigno con lo fantasioso, pero el primer triunfo notable de quien se consagraría como el fundador del primer imperio de los persas fue vencer al rey de los vecinos medos.

Habiendo extendido su dominio por la meseta central de Irán y gran parte de Mesopotamia, se enfrentó al poderoso reino de Lidia en Asia Menor, capturando su rica capital, Sardis, y abriendo el camino para apoderarse de otras ciudades importantes a lo largo de la costa jónica.

Pero su gran victoria llegó cuando Ciro lanzó un ataque contra el imperio neobabilónico, centrado en Mesopotamia, y entró en la culturalmente sofisticada y fabulosamente rica Babilonia.

Conquistó la ciudad en el año 539 a.C., y lo sabemos porque los arqueólogos hallaron uno de los primeros ejemplos de propaganda política de la historia que tenemos.

Se lo conoce como el Cilindro de Ciro y tiene, inscrito en diminutas líneas de escritura cuneiforme, una descripción sobre cómo "el rey del mundo" había vencido, no por medio de la violencia, sino de la tolerancia

Encontrado en Babilonia en 1879, el Cilindro de Ciro es uno de los descubrimientos más célebres del mundo antiguo.

 

Una liberación de los pueblos

El cilindro fue escrito por orden de Ciro para ser enterrado en los cimientos de la muralla de la ciudad de Babilonia, cumpliendo con una tradición de la región para asegurar el favor divino y registrar los logros de un gobernante para la posteridad.

Relata que el anterior rey, Nabonido, había pervertido los cultos de los dioses babilónicos, incluyendo a Marduk, el dios de la ciudad de Babilonia, e impuesto el trabajo forzoso a su población libre, que se quejó a los dioses.

Marduk buscó a un paladín que restaurara las antiguas costumbres, detalla el Museo Británico de Londres, que alberga el antiguo documento.

El dios eligió a Ciro, lo declaró rey del mundo y le ordenó marchar sobre Babilonia, donde el pueblo aceptó con alegría su reinado.

Luego la voz cambia a primera persona:

"Soy Ciro, rey del mundo, el gran rey, el poderoso rey, rey de Babilonia, rey de Sumer y Acad, rey de los cuatro puntos cardinales (del mundo)...

"Mi vasto ejército marchó a Babilonia en paz. No permití que nadie asustara a la gente y procuré el bienestar de Babilonia y todos sus lugares sagrados".

Ciro se presenta como un adorador de Marduk que luchó por la paz en la ciudad y, además de restaurar las tradiciones religiosas, permitió que quienes habían sido deportados regresaran a sus asentamientos.

"Todo el pueblo de Babilonia bendijo con insistencia mi reinado, y me aseguré de que todos los países vivieran en paz".

El texto fue también reproducido en tabletas, que los expertos piensan eran leídas en público.

Lo que había sido una conquista, se presentó como una liberación de los pueblos.

 
La reina Tomiris con la cabeza de Ciro el Grande, de Luca Ferrari.
 
 
La campaña publicitaria parece que funcionó.

Desde tiempos antiguos, Ciro ha sido considerado un gobernante benévolo y noble, incluso por sus enemigos.

Quizás haya sido cierto, pero lo importante es que, como dice el dicho, no basta con ser, hay que parecer.

Y el Cilindro de Ciro sirvió para diseminar esa imagen, consiguiendo afectar la opinión sobre el forjador del Imperio persa durante generaciones.

El historiador griego Jenofonte (~430–354 a.C.) lo presentó como un líder ideal en su "Ciropedia", mientras que textos del Antiguo Testamento elogiaban a Ciro por poner fin al exilio judío en Babilonia y permitir su regreso a casa en Jerusalén para reconstruir su templo.

Así, a lo largo de los siglos ha sido admirado como el epítome de las grandes cualidades que se esperaban de un gobernante en la antigüedad, y asumió rasgos heroicos como un conquistador tolerante y magnánimo, además de valiente y audaz.

Y, en tiempos modernos, su cilindro hasta ha sido referenciado como la primera declaración de derechos humanos, ya que parece fomentar la libertad de culto y la tolerancia.

No obstante, los expertos advierten que esos conceptos necesariamente resonarían en el siglo VI a.C., cuando el ambiente era politeísta y a los conquistadores -antes y después de Ciro- les convenía no pasar por alto a los dioses de los lugares que tomaban bajo control.

Como le dijo a la BBC Mateen Arghandehpour, investigador del Proyecto Invisible East de la Universidad de Oxford, "cuando hablamos del mundo antiguo, la religión no era como la entendemos ahora, una entidad organizada".

"Alguien de Babilonia que adoraba a Marduk, tal vez también adoraba a otros dioses. Entonces, ¿libertad religiosa? Sí. Ciro no obligó a nadie a ir contra la religión, pero no mucha gente lo hacía en ese entonces".

 
Alejandro en la tumba de Ciro el Grande (Artista: Pierre Henri de Valenciennes, 1796).
 
 
"Yo, el rey Ciro, un aqueménida"

Poco se sabe poco sobre los últimos años de la vida de Ciro, y existen varias versiones contradictorias sobre su muerte.

Falleció mientras hacía campaña en la frontera oriental de su imperio.

Heródoto ofrece un relato de su caída en el que muere intentado conquistar a un grupo nómada, y la reina, a cuyo hijo Ciro había asesinado, ordenó que le cortaran la cabeza.

Sin embargo, el mismo Heródoto aclara que esa es solo una de las varias versiones de los hechos que escuchó.

La tumba, en cualquier caso, estaba en Pasargada, el lugar donde Ciro hizo su capital.

Yacía en el centro de un enorme jardín amurallado formal, rodeado de exuberante vegetación y aguas que fluían, una declaración del poder civilizador de Ciro contra el desierto salvaje más allá.

Ahora todo lo que sobrevive es su tumba, aparentemente modesta para el fundador no solo del Imperio Persa, sino también del sentido de identidad nacional de su pueblo.

Una simple inscripción tallada en escritura persa antigua, elamita y acadia proclama: "Yo, el rey Ciro, un aqueménida".

Es una declaración de que el nuevo y vasto imperio de Ciro el Grande estaba bajo el dominio de los aqueménidas, una dinastía real persa.

 

Otro grande

Ciro el Grande pudo haber forjado el primer Imperio persa, que sus dos siguientes sucesores expandieron, pero fue Darío I quien lo consolidó.

El ascenso de quien rivalizaría con Ciro como el más consumado de todos los gobernantes persas y presidiría el imperio en su cenit se dio por medio de la fuerza bruta.

Le arrebató el poder al hijo de Ciro, Bardiya, en un sangriento golpe de Estado, y fue despiadado cuando el imperio fue sacudido por una ola de revueltas.

En poco más de un año, derrotó, capturó y ejecutó a los líderes rebeldes, y durante el resto de su reinado de 36 años nunca más fue amenazado con un levantamiento.

Pero su formidable reputación no se basó sólo en el poderío militar.

Darío, en pocas palabras, organizó el imperio.

Creó un sistema postal, introdujo pesos y medidas estandarizados, y también la acuñación de monedas.

Para lidiar con el enorme desafío logístico de presidir tan vasto imperio, dividió los territorios en provincias o satrapías, e introdujo impuestos.

En los cargos más altos, nombraba a un pequeño grupo salido exclusivamente de los escalones más altos de la aristocracia persa.

Además, se aseguró de que se implementaran proyectos de ingeniería y construcción en todo el imperio, entre ellos un canal en Egipto entre el Nilo y el mar Rojo.

Con dominios tan extensos, se requerían vías que conectaran los principales centros con el núcleo imperial.

Y las tenían: las carreteras eran excelentes y dotadas de estaciones de servicio para facilitar los largos viajes.

Según estudiosos, la calidad de la infraestructura del Imperio persa fue un factor que le dio una ventaja competitiva crítica.

Fue ese genio administrativo el que le valió el título de Darío el Grande.

Y otra genialidad lo hizo resplandecer: la fundación de la joya de la corona del Imperio: la legendaria ciudad de Persépolis.

Apadana en Persépolis: procesión de las delegaciones de las naciones vasallas del Imperio aqueménida con ofrendas.

 

Persépolis

Incluso hoy en día, las ruinas del monumental complejo no dejan lugar a dudas sobre el esplendor del lugar que reflejaba la grandiosidad del Imperio.

Las magníficas terrazas con edificios y columnas de hasta de 20 metros, algunas de ellas con sus capiteles en la parte superior en los que aún se ven pájaros, leones y toros.

En los muros exquisitos relieves muestran escenas y personajes de ese mundo perdido.

En los de las escaleras que conducen a la plataforma donde se encuentra el gran salón del trono o Apadana, quedaron inmortalizadas delegaciones de los 23 pueblos súbditos llevándole tributos al rey.

Por el increíble detalle en sus rostros y trajes nacionales, se puede ver que vienen de todas partes, desde el sureste de Europa hasta India, trayendo polvo de oro, especias, textiles, joyas, colmillos de elefante, animales y hachas de batalla.

Ingresarían por la imponente Puerta de Todas las Naciones que estaba protegida por toro y criaturas mitológicas llamadas lamassus, unos hombres-toro originarios de Babilonia y Asiria que los persas habían adoptado, para ahuyentar el mal.

Y es que, en la arquitectura y en el arte aqueménida también se refleja la inmensidad del imperio.

Era esencialmente una mezcla ecléctica de estilos y motivos extraídos de diferentes partes, pero fusionados para producir una apariencia distintiva y armoniosa que era claramente persa.

Persépolis fue una obra maestra de la arquitectura imperial.

Y se podría suponer que se construyó explotando a un vasto ejército de esclavos.

Pero los arqueólogos hicieron un descubrimiento sorprendente.

Encontraron las Tablillas de la Fortaleza y las del Tesoro de Persépolis, un conjunto de documentos administrativos escritos en arcilla, que muestran un cuidadoso mantenimiento de registros y tasas de cambio para pagos en especie.

Incluyen numerosos datos de transacciones, relacionadas principalmente con la distribución de víveres, la gestión de rebaños y el aprovisionamiento de trabajadores y viajeros.

Entre otras cosas, hablan de grandes operaciones para el transporte de diversos productos básicos de un lugar a otro según las necesidades económicas, y de la emisión de plata y alimentos a los trabajadores de la economía real en Persépolis y sus alrededores.

Así, revelan quiénes eran los habitantes de la ciudad, dónde vivían, qué hacían y hasta qué comían.

Venían de todas partes del Imperio aqueménida a trabajar en la ciudad, y recibían salarios.

Una pista de cómo llegaban allá está en una inscripción de Susa, una de las ciudades más importantes del antiguo Medio Oriente, donde Darío habla de su deseo de construir un salón del trono.

Les asigna a los pueblos del Imperio la tarea de reunir diferentes bienes necesarios.

Así, por ejemplo, a los asirios se les dice que traigan madera de cedro, y a los afganos, turquesas y lapislázuli; a los babilonios les pide que vayan a producir ladrillos; de Egipto se requerían orfebres y trabajadores del marfil.

De esa manera, además de los tributos e impuestos, llegaban las riquezas de esos "cuatro puntos cardinales" que regían los aqueménidas al corazón del imperio.

 
La Copa de Oro de Jerjes, rey del Imperio persa aqueménida.
 
  
Persépolis floreció durante casi dos siglos y era conocida como la ciudad más rica bajo el Sol.

Y no era solo la arquitectura la que proyectaba la riqueza y la cultura aqueménida.

Hermosos objetos decorativos y joyas, hechas de oro macizo y plata, con piedras preciosas y semipreciosas, la confirmaba lujosamente.

Persépolis se convirtió en objeto de deseo, particularmente para un lugar que los persas nunca lograron conquistar: Grecia.

 

Un rey con el imperio en la mira

El intento de subyugar a Grecia de Darío el Grande había terminado sangrientamente en la batalla de Maratón en 490 a.C.

Darío murió cuatro años después y la tarea de expandir el imperio quedó en manos de su hijo Jerjes.

Aunque capturó Atenas en el 480 a.C., sus fuerzas sufrieron serias derrotas ante los griegos tanto en el mar (Salamina) como en tierra (Platea y Micale).

Ante la realidad de que Grecia nunca se incorporaría a su imperio, Jerjes desistió.

Durante el siguiente siglo y medio hubo rebeliones internas, se perdió y reconquistó Egipto y se sofocó una revuelta en Sidón (en el actual Líbano).

A pesar de todas esas crisis, la primacía de Persia continuó sin ser cuestionada, hasta que, en la antigua Macedonia, surgió un rey que desde su ascenso al trono, tenía en su mira al Imperio persa.

Había crecido con esa idea. Además, necesitaba la riqueza del enemigo de Grecia para mantener su ejercito y continuar con sus conquistas.

Pasaría a la historia como Alejandro Magno, y derribaría todo el edificio aqueménida en unos pocos años.

En el año 330 a.C., invadió Persia.

A Persépolis la saqueó, y se dice que se llevó 200 vagones de oro y plata.

En lo que aún se considera uno de los mayores actos de vandalismo de la historia, luego la incendió.

No se sabe a ciencia cierta por qué. 

 
Alejandro Magno construiría un imperio que eclipsaría incluso al de los persas. 
  
 
La razón de la destrucción

El destacado intelectual iraní Al-Biruni, en su "Cronología de las naciones antiguas", del año 1000, dio una razón con la que varias fuentes concuerdan.

"[Alejandro] quemó toda Persépolis como venganza contra los persas, pues al parecer el rey persa Jerjes había incendiado la ciudad griega de Atenas hacía unos 150 años. Se dice que, incluso en la actualidad, se pueden ver rastros del fuego en algunos lugares".

Otros, creen que fue para anunciarle a Oriente el fin del Imperio aqueménida.

O porque quería borrar la cultura y la identidad persa, y hacer desaparecer la memoria de los reyes que una vez vivieron allá.

De ser así, de cierta forma lo consiguió: mucho desapareció por completo de la historia.

Siglos más tarde, cuando los visitantes deambulaban por las ruinas y se encontraban con estatuas de extrañas bestias fantásticas, imaginaban que reyes míticos, no los aqueménidas, habían gobernado el Imperio persa.

En el siglo X, el poeta persa Abul-Qasem Ferdousí recopiló esas fábulas y las incluyó en su gran obra Shāhnāmé o "El libro de los Reyes".

Ni Ciro, ni Darío, ni Jerjes eran mencionados en ese épico libro, que ocupa un lugar central en el sentido de identidad iraní.

En Occidente, sus historias se contaban desde el punto de vista de los antiguos griegos y romanos.

Las ruinas de Persépolis permanecieron sin identificar hasta 1620.

Numerosos viajeros y académicos europeos visitaron y describieron el lugar en los siglos XVIII y XIX.

Pero no fue sino hasta 1924, cuando el gobierno iraní le encargó al erudito alemán Ernst Herzfeld (1879-1948), especialista en arqueología, historia y lenguas de Irán, que fuera a explorar el inmenso complejo palaciego aqueménida que su historia empezó a desenterrarse.

Desde entonces, cada vez es más posible contarla con las voces de esos antiguos persas, y los hallazgos arqueológicos continúna afinándola.

Así, esta historia que empezó y terminó con dos "grandes" conquistadores se sigue escribiendo.

* Principales fuentes: BBC serie "In Our Own Time", episodios "Cyrus the Great" y "Persepolis"; BBC serie "Art of Persia".

 

Fuente: Imperio Persa

 

 

 

martes, 1 de julio de 2025

Colección Infinito

Editorial Planeta

1965-1977

El número 23 tiene dos obras distintas publicadas en el mismo año.

La editorial  terminaba una colección- digamos, Goliat- y volvía (y vuelve) a poner muchos de los mismos libros en sus otras colecciones o aparecieron en las de Plaza & Janés, en Círculo de Lectores o en varias más, aunque una buena cantidad de obras ya no han sido publicadas nuevamente.

Ya que hay una confusión entre las diferentes colecciones de Planeta como Goliat, Infinito, etc., más adelante pondré otras colecciones como Luyve, Omnibus y alguna que otra más.  



1. Frank Yerby. La risa de los viejos dioses
2. Phyllis Gordon Demarest. Los Ángeles
3. Chinguiz Aitmátov. Tierra Madre
4. Máximo Gorki. Los Artamónov
5. Rumer Godden. La batalla de Villa Fiorita
6. Boris N. Polevoi. Un Hombre de verdad
7. Alexandr Bek. La Carretera de Volokolamsk 
8. Christine Arnothy. El cardenal prisionero
9. Alexandr Bek. Unos Días
10. Irwin Shaw. Al Estilo Francés
11. Alexandr Bek. La Reserva del General Panfilov
13. Margery Lawrence. La Madona de las Siete Lunas
14. Phyllis A. Whitney. Ámbar Negro
15. Joseph Hayes. El Tercer Día
16. Flora Sandstrom. Otros inviernos, otras primaveras
17. Sinclair Lewis. Cárceles de Mujeres [Ann Vickers. (Cárceles de Mujeres)]
18. C.B. Gilford. En busca de inocencia
20. Manohar Malgonkar. Los Príncipes
22. Hans Hellmut Kirst. La Última Consecuencia [La Noche de los Generales (La Última Consecuencia)]
23. John Dos Passos. El Paralelo 42 (Paralelo 42)
23. Yuri Kazakov. La Pequeña Estación
25. A.E. Johann. En la linde de los vientos
26. Frank G. Slaughter. Sangaree
27. Russsell  Foreman. La carne humana
28. Vicki Baum. Grand Hotel
29. Willi Heinrich. Vacaciones en el otro lado
31. Pierre Daninos. Snobissimo (o el deseo de parecer)
32. Frank Yerby. La verde mansión de los Jarrett
33. Vasili Axiónov. Colegas
34. Pitigrilli. El farmacéutico a  caballo
35. Ben Ames Williams. Todos los hermanos fueron valientes
36. Edna Lee. La Abeja Reina
37. Vasili Axiónov. Billete para las estrellas
39. Phyllis A. Whitney. “Jade del Mar”
40. Pitigrilli. Lecciones de Amor
41. Lidia Bogdanovich. Diario de un Psiquiatra
42. Frank Yerby. El Cielo está muy alto
43. Ben Ames Williams. El Valle hostil
44. Pearl S. Buck. Orgullo de Corazón
45. Chinguiz Aitmátov. Mi pequeño álamo
46. Pearl S. Buck. El Patriota
47.  Phyllis A. Whitney. Skye Cameron
48. Frank G. Slaughter. La Venus del cuadro
49. Ben Ames Williams. Un Pirata moderno
50. Frank G. Slaughter. La punta del bisturí
51. Konstantin A. Fedin. Sanatorio Arktur
52. Guy Des Cars. Tres noches
54.  François Mauriac. El misterio Frontenac
57. Victoria Holt. Menfreya al amanecer
58. Frank Yerby. La Novia de la libertad
60. Frank G. Slaughter. Hombres de blanco
61. Christine Arnothy. El jardín negro
62. John Dos Passos. La Primera Catástrofe (1919)
63. Mary Ellin Barrett. Amor en las dunas
64. Pearl S. Buck. Peonía
65. Nikos Athanassiadis. Una muchacha desnuda
66. Frank Yerby. Roble Claro
67. Betty Smith. Alegría por la mañana
69. François Mauriac. El Río de fuego
70. Dorothy Daniels. Danza en la oscuridad
71. Valentín Kataiev. Cacería en la estepa
72. C.Y. Lee. La Tierra de la Montaña Dorada
73. Marie Louise Fischer. Falsa Coartada
74. Ernest Hemingway. Muerte en la tarde
75. Pearl S. Buck. Puente de paso
76. A.J. Cronin. Aventuras en Dos Mundos
77. Frank G. Slaughter. Hospital de sangre
78. Giovanni Guareschi. Don Camilo. Un mundo pequeño
79. Pitigrilli. Los vegetarianos del amor
80. Giovanni Guareschi. La Vuelta de Don Camilo
81. Frank G. Slaughter. Vuestro Cuerpo y vuestra Alma
82. Valentín Katáiev. Los Malversadores
83. A.J. Cronin. El Jardinero español
84. Frank Yerby. El halcón de oro
85.  John Steinbeck. Llama Viva
86. Henry Cecil. Una Mujer llamada Anne
87. Frank Yerby. Pasiones humanas
90. Frank Yerby. Mientras la ciudad duerme
92. Pierre Daninos. Un tal señor Blot
93. Vicki Baum.  Vidas sin misterio
94. Ernest Hemingway. El Viejo y el Mar
95. Pitigrilli. La Roca de Léucade
96. Vicki Baum. Retorno al amanecer
97. Anne Edwards. Los Sobrevivientes
98. John Dos Passos. Manhattan Transfer
100. Rosemary  Harris. Todos enemigos
101. Frank Yerby. El Tesoro del Valle Feliz
102. Ernest Hemingway. Al otro lado del río y entre los árboles
104. Guy Des Cars. El Solitario
105. Rudyard Kipling. Kim
106. Stephen Gilbert. Diario del Hombre-rata
107. Frank Yerby. Mayo fue el fin del mundo
109. Peter De Polnay. Toda una Fortaleza
110. Victoria Wolff. Madre e Hija
111. Guy Des Cars. La alcahueta
112. Clyde Ware. Los Inocentes
113. Frank Yerby. Gillian
118. Henry Cecil. Se busca a un hombre
120. Frank G. Slaughter. Cirujano del Aire
124. Carlo Coccioli. El Cielo y la Tierra
125. Pitigrlli. El oficio más viejo del mundo
126. Pierre  Daninos. Nuevos comentarios del mayor Thompson
127. Máximo Gorki. La vida de un hombre inútil
128. E.M. Forster. La Mansión (Howards End)
129. Pascal Lainé. La Irrevolución
131. Geneviéve Dormann. Te traeré borrascas
132. James herbert. La invasión de las ratas
133. Iván Efrémov. La Nebulosa de Andrómeda
135. E.M. Forster. Habitación con vistas
136. Barbara y Manfred Grunert. Tu Amor no es Amor (Psicograma de un matrimonio)
137. Guy Des Cars. Una Especie de Mujer
140. Aleksandr Grin. Velas Rojas (El Velero Rojo, Velas Escarlatas)


Sin numeración conocida:

—Pearl S. Buck. Carta de Pequín (Carta de Pekín)
—Beverly Nichols. Un Caso de Servidumbre Humana. La Historia Íntima de Somerset Maugham: un verdadero caso de Servidumbre Humana
—Vicki Baum. Vuelo Fatal
—Ketti Frings. Si no amaneciera
—Max Shulman. Un casado en apuros
—Frank Yerby. Una mujer llamada Fantasía
—Vicki Baum. Una noche en el trópico
—George Orwell. 1984
—Ben Ames Williams. Una noche tenebrosa
—Pierre Daninos. Los Comentarios del mayor Thompson
—Emmanuel Roblès. Una primavera en Italia
—Umberto Simonetta. El desvergonzado
—George Orwell. Rebelión en la Granja
—G.K. Chesterton. El Hombre que fue jueves
—Chinguiz Aitmátov. La Nave Blanca
—Frank Yerby. La risa del diablo