miércoles, 10 de septiembre de 2025

Pifias en letra impresa

Cuento

 

Por Bruno Gideon



“TREINTA y cinco palabras, a lo sumo, no hay espacio para más”, ordenó el director al periodista. Así pues, la nota apareció publicada en el diario en estos términos:

Una mujer resbaló al pisar una cáscara de plátano, en un paso para peatones, en la Bahnhofstrasse. Inmediatamente fue transportada a la clínica de la universidad, donde le fue diagnosticada fractura en una pierna.

La primera reacción a la noticia fue rápida: llegó una carta registrada, dirigida al director. Un importador de plátanos escribió:  “Protestamos enérgicamente por su intento de desacreditar nuestro producto. Como en los últimos meses usted ha publicado cuando menos 14 comentarios negativos contra los países productores de plátanos, nos resulta difícil creer que no haya de su parte intención de difamarlos”.

También el director de la clínica de la universidad manifestó su inconformidad, con el argumento de que la expresión “fue transportada ” podría implicar “el transporte de seres humanos como carga”, lo cual iba en contra de la política del hospital. “Además”, subrayaba el quejoso,  “puedo demostrar que la fractura de la pierna se debió la caída de la mujer, y no a su traslado a este hospital, como se ha sugerido maliciosamente”.

Por último, un empleado del Departamento de Ingeniería Civil de aquella ciudad  llamó al diario e informó que las condiciones del paso para peatones donde cayó la mujer no habían sido la causa del accidente. Además, recalcó, el Comité en Pro de la Señalización en los Pasos  para Peatones estaba a punto de concluir un informe, después de seis años de trabajo; por tanto, ¿no sería posible, para que no hubiera repercusiones políticas, suprimir toda mención de “pasos para peatones” durante los meses siguientes. 

El diario publicó en su siguiente numero la noticia modificada: Una mujer se cayó en la calle y se fracturó una pierna. 

Al otro día, la dirección recibió dos mensajes relacionados con la nota. Uno de ellos era una carta iracunda de la Asociación no Lucrativa en Favor de los Derechos de la Mujer. Su vocera impugnaba enérgicamente la expresión “una mujer se cayó”, pues la consideraba discriminatoria, una referencia clara a la estereotipada imagen de las “mujeres caídas”, y una muestra más del   “empeño machista por mantener a la mujer en condiciones de sumisión, y apuntalar el orden establecido en un mundo dominado por machos pérfidos y retrógrados”. La misiva incluía la advertencia de una posible demanda judicial, un boicot y otras medidas.

La otra reacción fue la de un lector que cancelaba su suscripción, y se quejaba del creciente número de trivialidades y tonterías que publicaba ese diario. 



© Por Bruno Gideon. Condensado de “Nebelspalter” (25-IV-1988), de Rorschach, Suiza.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo XCVIII, Año 49, Número 584, Julio de 1989, págs 75-76, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables, Florida, Estados Unidos



    
Notas

Bahnhofstrasse.- Calle comercial, la más importante de Zúrich, Suiza.
 

Impugnar.- 

1. Combatir, contradecir, refutar.
Sinónimos: refutar, rebatir, contestar, rechazar, oponer, contradecir, objetar, instar, reclamar1.

2. Interponer un recurso contra una resolución judicial. Sinónimo: recurrir. 

 

Apuntalar.-
1. Poner puntales. Sinónimos. entibar, afianzar, acodar, escorar.

2. Sostener, afirmar. Sinónimos: sostener, afirmar, apoyar, afincar, asegurar, consolidar, reforzar.  

 

Pérfido.- Desleal, infiel, traidor, que falta a la fe que debe. 
Sinónimos:desleal, infiel, traidor. 

 

Retrógrado.-

1. Adjetivo despectivo. Dicho de una persona:
Partidaria de instituciones políticas o sociales propias de tiempos pasados, o contraria a innovaciones o cambios. Sinónimos: reaccionario, retardatario, cavernícola, carca, rancio.

2. Adjetivo despectivo. Dicho de una cosa: Propia de la persona retrógrada. Ideas retrógradas. DLE RAE


martes, 9 de septiembre de 2025

El Principio de Peter

Por Dr. Lawrence J. Peter y Raymond Hull

 

Empiezo a pensar que hay gato encerrado

Miguel de Cervantes 


Cuando yo era pequeño, se me enseñaba que los hombres de posición elevada sabían lo que hacían. Se me decía: «Peter, cuanto más sepas, más lejos llegarás». Así, pues, continué estudiando hasta graduarme y, luego, entré en el mundo aferrado firmemente a estas ideas y a mi nuevo título académico. Durante mi primer año de enseñanza, me  sorprendió descubrir que numerosos maestros, directores de escuelas, inspectores e interventores parecían ser indiferentes a sus responsabilidades profesionales e incompetentes para el cumplimiento de sus obligaciones. Por ejemplo, la preocupación principal de mi director era que todas las persianas se hallaran al mismo nivel, que hubiera silencio en las aulas y que nadie pisara ni se acercara a los rosales. Las principales preocupaciones del inspector se reducían a que ningún grupo minoritario, por fanático que fuese, resultara jamás ofendido, y que todos los impresos oficiales fueran presentados dentro del plazo estipulado. La educación de los niños parecía estar muy alejada de la mente del administrador.

Al principio pensé que esto se debía a un defecto especial del sistema escolar en que yo daba clases, por lo que solicité ser destinado a otro distrito. Cumplimenté los impresos especiales, adjunté los documentos exigidos y me sometí a todos los trámites burocráticos. ¡Pocas semanas después, me fue devuelta mi solicitud con todos los documentos! 

No, no había nada malo en mis credenciales; los impresos estaban correctamente cumplimentados; un sello oficial mostraba que habían sido recibidos en perfecto estado. Pero la carta que les acompañaba decía: «Los nuevos reglamentos establecen que estos impresos no pueden ser aceptados por el Departamento de Educación a menos que hayan sido certificados en el servicio de Correos para garantizar su entrega. Le ruego que vuelva a cursar la documentación al Departamento, cuidando esta vez de hacerlo por correo certificado».
Empecé a sospechar que el sistema escolar no poseía el monopolio de la incompetencia. Al pasar la vista en derredor, advertí que en todas las organizaciones había  un gran número de personas que no sabían desempeñar sus cometidos.

 

Un fenómeno universal

La incompetencia ocupacional se halla presente en todas partes. ¿Se ha dado usted cuenta? Probablemente, todos nos hemos dado cuenta.

Vemos políticos indecisos que se las dan de resueltos estadistas, y a la «fuente autorizada» que atribuye su falta de información a «imponderables de la situación». Es ilimitado el número de funcionarios públicos que son indolente e insolentes; de jefes militares cuya enardecida retórica queda desmentida por su apocado comportamiento, y de gobernadores cuyo innato servilismo les impide gobernar realmente. En nuestra sofisticación, nos encogemos virtualmente ante el clérigo inmoral, el juez corrompido, el abogado incoherente, el escritor que no sabe escribir y el profesor de inglés que no sabe pronunciar. En las Universidades vemos anuncios redactados por administradores cuyos propios escritos administrativos resultan lamentablemente confusos, y lecciones dadas con voz que es un puro zumbido por inaudibles e incomprensibles profesores.

 


Viendo incompetencia en todos los niveles de todas las jerarquías ―políticas, legales, educacionales e industriales—, formulé la hipótesis de que la causa radicaba en alguna característica intrínseca de las reglas que regían la colocación de los empleados. Así comenzó mi reflexivo estudio de las formas en que los empleados ascienden a lo largo de una jerarquía y de lo que les sucede después del ascenso.

Para mis datos científicos, fueron recogidos centenares de casos. He aquí tres ejemplos típicos.

 

SECCIÓN GOBIERNO MUNICIPAL, CASO N° 17

J. S. Cortés  era encargado de la conservación y el mantenimiento del departamento de obras públicas de Buenavilla. Los funcionarios municipales le tenían en gran estima. Todos alababan su perenne afabilidad. 
«Me agrada Cortés ―decía el superintendente de obras—. Tiene buen juicio, y siempre se muestra atento y afable». 
Este comportamiento resultaba adecuado para el puesto que ocupaba Cortés: no era de su incumbencia hacer política, así que no tenía por qué manifestarse en desacuerdo con sus superiores.
El superintendente de obras se jubiló, y Cortés le sucedió. Transmitía a su encargado cualquier sugerencia que le llegara desde arriba. Los conflictos de política resultantes, y el continuo cambio de planes, no tardaron en desmoralizar al departamento. Llovían las quejas por parte del alcalde y los demás funcionarios, los contribuyentes y el sindicato de trabajadores.
Cortés continúa diciendo «sí» a todo el mundo, y lleva presurosamente mensajes de un lado a otro entre sus superiores y sus subordinados. Nominalmente es superintendente, pero en realidad hace el trabajo de mensajero. El departamento de conservación suele cerrar con déficit el presupuesto, y, sin embargo, no llega a cumplir su programa de trabajo. En resumen, Cortés, un encargado competente, se convirtió en un superintendente incompetente.


 

SECCIÓN INDUSTRIAL DE SERVICIOS, CASO N° 3

E. Diestro era un aprendiz excepcionalmente trabajador e inteligente del taller de reparaciones «G. Reece y Compañía», y no tardó en ascender a mecánico especialista. En este puesto, demostró una extraordinaria habilidad para diagnosticar oscuras averías e hizo gala de una paciencia infinita para arreglarlas. Fue ascendido a encargado del taller.
Pero aquí su amor a la mecánica y a la perfección se convirtió en un inconveniente. Emprenderá cualquier tarea que le parezca interesante, por mucho trabajo que haya en el taller. «Vamos a ver qué se puede hacer», dice. No dejará un trabajo hasta quedar plenamente satisfecho de él.
Se entromete constantemente. Raras veces se le encuentra en su puesto. Generalmente está con la nariz metida en un motor desmantelado, mientras el hombre que debería estar haciendo ese trabajo se encuentra de pie mirando, y los demás obreros permanecen sentados esperando que se les asignen nuevas tareas.
Como consecuencia, el taller se halla sobrecargado de trabajo, siempre desorganizado, y los plazos de entrega se incumplen con frecuencia.
Diestro no puede comprender que al cliente medio le importa muy poco la perfección. ¡Lo que quiere es que le devuelvan puntualmente su coche! No puede comprender que a la mayoría de sus hombres les interesa menos los motores que los cheques de su sueldo. En consecuencia, Diestro se ve siempre en dificultades con sus clientes, con sus subordinados. Era un mecánico competente, pero ahora es un encargado incompetente.

 

SECCIÓN MILITAR, CASO N° 8

Consideremos el caso del famoso y recientemente fallecido general A. Buenaguerra. Su modales cordiales y sencillos, su desdén hacia las pejigueras de los reglamentos y su indudable valor personal le convirtieron en el ídolo de sus hombres.
Él les condujo a muchas y merecidas victorias. 
Cuando Buenaguerra fue ascendido a mariscal de campo tuvo que tratar, no con soldados corrientes, sino con políticos y generalísimos aliados.
Le era imposible ajustarse al protocolo necesario. No podía pronunciar las cortesías y adulaciones convencionales.  Discutía agriamente con todos los dignatarios y dio en pasarse días tendido en su remolque, embriagado y sombrío. La dirección de la guerra pasó de sus manos a las de sus subordinados. Había sido ascendido a un puesto para cuyo desempeño era incompetente.

¡Una pista importante!

Con el tiempo, vi que todos estos casos tenían una característica común. El empleado había sido promovido de una posición de competencia a una posición de incompetencia. Comprendí que, tarde o temprano, esto podría sucederle a cualquier empleado en   cualquier jerarquía.



SECCIÓN CASOS HIPOTÉTICOS, CASO N° 1
Supongamos que es usted dueño  de una fábrica de  moldeado de píldoras, «Píldoras Perfectas, S.A.» Su jefe de personal muere de una úlcera perforada. Necesita usted un sustituto.

Usted, naturalmente, vuelve la vista a los moldeadores de que dispone.
La señorita Óvalo, la señora Elipse, el señor Cilindro y el señor Cubo manifiestan todos diversos grados de incompetencia. Quedarán ,como es lógico, descalificados para el ascenso. Usted elegirá ―en igualdad de circunstancias― a su moldeador más competente, el señor Esfera, y le ascenderá a jefe de personal.

Supongamos ahora que el señor Esfera acredita su competencia como jefe de personal. Más tarde, cuando su supervisor general, Rombo, ascienda a gerente, Esfera será elegible para ocupar su puesto.
Si, por el contrario, Esfera es un jefe de personal incompetente, no obtendrá más ascenso. Ha llegado a lo que yo llamo su «nivel de incompetencia».Seguirá donde se encuentra hasta el final de su carrera.

Algunos empleados,como Elipse y Cubo, alcanzan un nivel de incompetencia en el grado más bajo, y nunca son ascendidos. Otros, como Esfera (suponiendo que no sea un jefe de personal satisfactorio), lo alcanzan después de un solo ascenso.
E. Diestro, el encargado del taller de reparaciones, alcanzó su nivel de incompetencia en el tercer grado de la jerarquía. El general Buenaguerra alcanzó su nivel de incompetencia en la cúspide misma de la jerarquía.

De este modo, mi análisis de centenares de casos de incompetencia  me llevó a  formular el Principio de Peter:

EN UNA JERARQUÍA, TODO EMPLEADO TIENDE A ASCENDER HASTA SU NIVEL DE INCOMPETENCIA.



¡Una nueva ciencia!

Habiendo formulado  el Principio, descubrí que, inadvertidamente, había fundado una nueva ciencia, la jerarquiología, el estudio de las jerarquías.

El término «jerarquía» fue empleado originariamente para describir el sistema de gobierno de la Iglesia por medio de sacerdotes escalonados en grados. El significado actual incluye a toda organización cuyos miembros o empleados se hallan dispuestos por orden de rango, grado o clase.

La jerarquiología, no obstante ser una disciplina reciente, parece tener una gran aplicabilidad en los campos de la administración pública y privada (…) 

Unos cuantos excéntricos tratan de no verse insertos en jerarquías, pero todos cuantos participan en el comercio, la industria, el sindicalismo, la política, el Gobierno, las fuerzas armadas, la religión y la educación se hallan inmersos en ellas. Todas se encuentran regidas por el Principio de Peter.


Desde luego, muchos  de ellos pueden conseguir uno o dos ascensos, pasando de un nivel de competencia a otro nivel superior de competencia. Pero la competencia en ese nuevo puesto les califica para otro nuevo ascenso. Para cada individuo, para usted, para mí, el ascenso final lo es desde un nivel de competencia a un nivel de incompetencia.

En consecuencia, dado un lapso de tiempo suficiente ―y supuesta la existencia de un suficiente número de grados en la jerarquía—, todo empleado asciende a, y permanece en, su nivel de incompetencia. El Colorario de Peter dice: 
Con el tiempo, todo puesto tiende a ser ocupado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones.


¿Quién hace girar las ruedas?

Naturalmente, rara vez encontrará usted un sistema en el que todos los empleados hayan alcanzado su nivel de incompetencia. En la mayoría de los casos, se está haciendo algo para contribuir a los ostensibles fines para los que existe la jerarquía.
El trabajo es realizado por aquellos empleados que no han alcanzado su nivel de incompetencia.


Dr. Lawrence Peter y Raymond Hull, El Principio de Peter. Tratado sobre la incompetencia o por qué las cosas van siempre .
lɐɯ, Colección Biblioteca de la Empresa N° 10, traducción de Adolfo Martín, Ediciones Orbis, S.A., Barcelona, España, 1985, págs 25-34



Notas

Las cursivas son de los autores y algunas negritas son mías. 

La ilustración corresponde a la página 28.

Incompetencia.- Falta de competencia o de jurisdicción.
Sinónimos: ineptitud, incapacidad, torpeza, ineficacia, impericia, ignorancia, inutilidad, negligencia, nulidad.

Pejiguera.- Fastidioso, latoso o excesivamente exigente. Sinónimos: puntilloso, quisquilloso, exigente, minucioso, escrupuloso.

Cosa que, sin aportar gran provecho, acarrea problemas y dificultades. DLE RAE


miércoles, 3 de septiembre de 2025

Colección Biblioteca Grandes Éxitos Orbis

Ediciones Orbis/Hyspamérica

1983-1988

La ponemos como Colección Biblioteca Grandes Éxitos Orbis para diferenciarla de otras colecciones llamadas igual.

Muchos de los mismos títulos están en otras colecciones como Grandes Éxitos. Novelas de Cine, col. Biblioteca de Novela Histórica, en col. Biblioteca Grandes Éxitos. Éxitos TV (en los años 80 y 90), en col. Grandes Escritoras, en col. Biblioteca de Ciencia Ficción y en varias otras más de Orbis o en colecciones de diversas editoriales.

No figuran aquí en el listado las obras de terror ni los números 34, 35
, 40 y 41 (de lo último ya lo expliqué antes).

El número 8 de Lapierre y Collins, El Quinto Jinete, fue luego refundido y publicado como ¿Arde Nueva York?

El número 23, Estación Victoria a las 4'30 de Cecil Roberts, tiene una continuación: ¡Queremos Vivir!


1. Mario Puzo. El Padrino
2. F. Scott Fitzgerald. El Gran Gatsby
3. Harold Robbins. Avenida del Parque, 79
5. Erica Jong. Miedo a volar. En 1983 (16) 
5. Henri Charrière. Papillon. En 1984 (16)
6. Irwin Shaw. Hombre rico, Hombre pobre I
7. Irwin Shaw. Hombre rico, Hombre pobre II
8. Dominique Lapierre y Larry Collins. El Quinto Jinete
9. Grace Metalious. Peyton Place [Peyton Place. La caldera del diablo o Peyton Place (Vidas borrascosas)]
10. Harold Robbins. Los profanadores del amor
11. Margaret Mitchell. Lo que el viento se llevó I
12. Margaret Mitchell. Lo que el viento se llevó II
13. Harper Lee. Matar un ruiseñor
14. Emily Brontë. Cumbres Borrascosas
15. James Michener. Sayonara
16.  Henri Charrière. Papillon. En 1983
16. Erica Jong. Miedo a volar. En 1986 (5)
17. Maxence Van der Meersch. Cuerpos y Almas I
18. Maxence Van der Meersch. Cuerpos y Almas II
19. Lee Raintree. Dallas
20. Jacqueline Sussan. El valle de las muñecas
21. Mika Waltari. Sinuhé, el Egipcio I
22. Mika Waltari. Sinuhé, el Egipcio II
23. Cecil Roberts, Estación Victoria a las 4'30 
24. James Jones. De Aquí a la Eternidad I
25. James Jones. De Aquí a la Eternidad II
26. Giovanni Guareschi. El camarada Don Camilo
27. Patricia Highsmith. El grito de la lechuza
28. Harold Robbins. Los Aventureros I
29. Harold Robbins. Los Aventureros II
30. Herman Raucher. Verano del 42
31. Aldous Huxley. Un Mundo Feliz
32. Constantin Virgil Gheorghiu. La Hora 25
33. Erich Segal. Love Story
36. Kyle Onstott. Mandingo
37. Ben Ames Williams. Que el Cielo la juzgue
38. Jean-Claude Carrière. Viva María
39. Daphne Du Maurier. Los Pájaros
42. Victoria Holt. La Señora de Mellyn
43. Morris West. El Abogado del diablo
44. Arthur Hailey. Aeropuerto
45. Dominique Lapierre y Larry Collins. Esta Noche, la Libertad I
46. Dominique Lapierre y Larry Collins.  Esta Noche, la Libertad II
47. Pearl S. Buck. La Estirpe del Dragón
48. Peter Benchley. Tiburón
49. Pearl S. Buck. Viento del Este, Viento del Oeste
50. Richard Martin Stern. Rascacielos (The Tower)
51. László Passuth. El dios de la lluvia llora sobre Méjico I
52. László Passuth. El dios de la lluvia llora sobre Méjico II
53. Stefan Zweig. Veinticuatro horas de la vida de una mujer (Veinticuatro horas en la vida de una mujer)
54. Curzio Malaparte. La Piel
55. Pierre Rey. El Griego I
56. Pierre Rey. El Griego II
57. Cecil Saint-Laurent. Clarisa
58. Irving Shulman. West Side Story
59. Frank G. Slaughter. El Cirujano
60. James Jones. Como un torrente I
61. James Jones. Como un torrente II
62. James Hilton. Horizontes Perdidos
63. A.J. Cronin. La Ciudadela
64. Tom T. Chamales. Desnuda por el Mundo I
65. Tom T. Chamales. Desnuda por el Mundo II
66. Ray Bradbury. Fahrenheit 451
67. James Clavell. Shōgun I
68. James Clavell. Shōgun II
69. William R. Burnett. La Jungla de Asfalto
70. George Bernanos. Diario de un cura rural
71. Nelson Algren. El Hombre del brazo de oro
72. Frank G. Slaughter. Las barreras de la pasión
73. John Steinbeck. Al Este del Edén I
74. John Steinbeck. Al Este del Edén II
75. Martin Cruz Smith. El Parque Gorki
76. Alistair MacLean. Los Cañones de Navarone
77. Howard Fast. Los Inmigrantes
78. Pierre Macorlan La bandera
79. Frederick Forsyth. Chacal (El Día del Chacal)
80. Frederick Forsyth. Odessa
81. Tom T. Chamales. Cuando hierve la sangre I
82. Tom T. Chamales. Cuando hierve la sangre II
83. Daphne Du Maurier. Rebeca
84. Noel Behn. Carta del Kremlin
85. William Goldman. Marathon Man
86. Jeanne Cordelier. La Escapada
87. John Fowles. El Coleccionista
88. Alberto Moravia. El Conformista
89. William Saroyan. La Comedia Humana
90. W. Somerset Maugham. Servidumbre Humana I
91. W. Somerset Maugham. Servidumbre Humana II
92. Alberto Moravia. La Campesina
93. W. Somerset Maugham. El filo de la navaja
94. Upton Sinclair. La Jungla I
95. Upton Sinclair. La Jungla II
96. Alberto Moravia. Los Indiferentes
97. Erskine Caldwell. El camino del tabaco
98. John Fowles. La Mujer del Teniente Francés I
99. John Fowles. La Mujer del Teniente Francés II
100. Erich Maria Remarque. Sin Novedad en el Frente


martes, 2 de septiembre de 2025

Colección Bestsellers - Oveja Negra

Editorial Oveja Negra.

1984-1986.


Entre paréntesis ponemos los otros títulos con los que también es conocida la misma obra en otros países. En otros casos es sólo el uso de los artículos Los, Las.

Publicación original del listado: 15 de julio de 2010.


1. Alex Haley. Raíces
2. Eric Segal. Love Story
3. León Uris. Éxodo
4. Ken Kesey. Atrapado Sin Salida (Alguien Voló sobre el Nido del Cuco)
5. Peter Benchley. Tiburón
6. Avery Corman. Kramer contra Kramer
7. George Lucas. La Guerra de las Galaxias
8. James Jones. De Aquí a la Eternidad I
9. James Jones. De Aquí a la Eternidad II
10. Arthur Hailey. Aeropuerto
11. James Kahn. El Regreso del Jedi
12. Bob Woodward y Carl Bernstein. Todos los Hombres del Presidente
13. Hermann Hesse. Siddharta
14. Campbell Black. En Busca del Arca Perdida
15. Truman Capote. A Sangre Fría
16. Jacqueline Sussan. El Valle de las Muñecas
17. Lew Wallace. Ben-Hur
18. Pearl S. Buck. Ven, Amada Mía
19. Bram Stoker. Drácula
20. Delos Lovelace. King Kong
21. Erich Maria Remarque. Sin Novedad en el Frente
23. Henry Miller. Trópico de Cáncer
24. Alfred Hitchcock (Varios autores). Historias para Leer a Plena Luz
25. Giovanni Giuseppe Guareschi. Don Camilo
26. Margaret Mitchell. Lo que el Viento se Llevó I
27. Margaret Mitchell. Lo que el Viento se Llevó II
28. Isaac Asimov. Fundación
29. James M. Cain. El Cartero Llama Dos Veces
30. Donald F. Glut. El Imperio Contraataca
31. Jack London. Colmillo Blanco
32. Emilio Salgari. Los Piratas de Malasia
33. Graham Greene. El Americano Impasible
34. Vicky Baum. El Ángel sin Cabeza
35. H.G. Wells. La Guerra de los Mundos
36. Ernest Hemingway. El Viejo y el Mar
37. James Clavell. Tai-Pan I
38. James Clavell. Tai-Pan II
39. Jules Barbey D'Aureville. Las Diabólicas
40. Raymond Chandler. El Largo Adios
41. Michael Crichton. La Amenaza de Andrómeda
42. Truman Capote. Desayuno en Tiffany's
43. E.M. Nathanson. Los Doce del Patíbulo I
44. E.M. Nathanson. Los Doce del Patíbulo II
45. León Uris. Topaz
46. John Le Carré. El Espía que Surgió del Frío
47. Oscar Wilde. El Retrato de Dorian Gray
48. Harper Lee. Matar un Ruiseñor
49. Giuseppe Tomasi di Lampedusa. El Gatopardo
50. Morton Thompson. No Serás un Extraño I
51. Morton Thompson. No Serás un Extraño II
52. Arthur Conan Doyle. Aventuras de Sherlock Holmes
53. Isaac Asimov. Fundación e Imperio
54. Miguel de Unamuno. Niebla
55. Dashiell Hammett. Dinero Sangriento
56. D.H. Lawrence. La Serpiente Emplumada
57. Erskine Caldwell. El Camino del Tabaco
58. Herman Melville. Moby Dick I
59. Herman Melville. Moby Dick II
60. Alfred Hitchcock (Varios autores). Prohibido a los Nerviosos
61. Edgar Allan Poe. Historias Extraordinarias (Narraciones Extraordinarias)
62. James Hadley Chase. El Secuestro de Miss Blandish
63. R.L. Stevenson. Aventuras de un Cadáver
64. Carson McCullers. Reflejo en tus Ojos Dorados
65. LeónTolstoi. La Guerra y la Paz I
66. León Tolstoi. La Guerra y la Paz II
67. Raymond Chandler. El Sueño Eterno
68. Ernest Hemingway. Fiesta
69. Thomas Mann. Muerte en Venecia
70. Isaac Asimov. Segunda Fundación
71. Stephen Crane. La Roja Insignia del Valor (El Rojo Emblema del Valor)
72. Fedor Dostoievski. El Jugador
73. Alexander Solzhenitsyn. El Primer Círculo I
74. Alexander Solzhenitsyn. El Primer Círculo II
75. Mary Shelley. Frankenstein
76. Elsa Morante. La Isla de Arturo
77. G.K. Chesterton. El Hombre que Fue Jueves
79. Ross MacDonald. El Hombre Enterrado
80. Charlotte Brontë. Jane Eyre
81. Guy de Maupassant. Bel Ami
82. Daniel Defoe. Diario del Año de la Peste
83. Vicky Baum. El Lago de las Damas
84. William M. Thackeray. Barry Lyndon
85. Eric Ambler. Viaje al Miedo
86. Honorato de Balzac. Papá Goriot
87. Fedor Dostoievski. Humillados y Ofendidos
88. David Morrell. Acorralado (Rambo, Primera Sangre)
89. Daniel Defoe. Robinson Crusoe I
90. Daniel Defoe. Robinson Crusoe II
91. Franz Kafka. La Metamorfosis
92. R.L. Stevenson. El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
93. Nicolai Gogol. Almas Muertas
94. Ponson du Terrail. Aventuras de Rocambole I
95. Ponson du Terrail. Aventuras de Rocambole II
96. Charles Dickens. Tiempos Difíciles
97. Máximo Gorki. La Madre
98. D.H. Lawrence. El Amante de Lady Chatterley
99. Julio Verne. La Vuelta al Mundo en 80 Días
100. Henry Miller. Trópico de Capricornio

domingo, 31 de agosto de 2025

La mujer que supo callar

Drama de la vida real

 

Arriesgó todo por salvar la vida de un oficial cuyo uniforme tenía muchas razones para odiar

 

Por  Janice Keyser Lester



EN UN ESTANTE de mi cocina guardo un antiguo y pequeño molinillo de café. El cajón de su base contiene un trozo de papel con un a escritura descolorida. 
La tinta, hecha con jugo de bayas, sea desvanecido, y el fino papel está frágil porque lo doblaron repetidas veces hasta hacerlo caber dentro de un botón de bronce. Parte del mensaje es todavía legible. Está fechado el 14 de septiembre de 1864, y comienza así:
“Querida Bettie: Aprovecho la oportunidad de enviarte esta nota ocultándola a los yanquis…”

Se trata de una carta remitida por un oficial confederado prisionero a su esposa, joven ojiazul de 20años que vivía sola con un matrimonio de negros, antes esclavos, en el valle de Shenandoah, entonces devastado por la guerra de Secesión. La joven se llamaba Bettie Van Metre, y durante los dos meses siguientes se convirtió en protagonista de uno de los episodios más dramáticos y menos concoidos de esa guerra. Yo lo conozco porque se lo oí muchas veces a la misma Bettie; ella fue mi tía abuela favorita,  y cuando murió tenía más de 80 años.

Siempre que mi familia visitaba a la tía Bettie en su antigua casa de Berryville (Virginia), yo no dejaba tranquila a la anciana hasta que me contaba la historia. Todavía me parece verme sentada en un escabel a la espera de que ella comenzara.
Siempre lo hacía diciendo: “Jamás odié a los yanquis; sólo odiaba la guerra”.

Bettie Van Metre tenía buenas razones para detestarla. Uno de sus hermanos murió en la batalla de Gettysburgo, y otro fue hecho prisionero. Luego, James, su marido, cayó también en poder del enemigo, y su carta hablaba de enfermedad, malos tratos y hambre. 
Bettie ni siquiera sabía dónde se encontraba su marido, pues la parte de la misiva en que había escrito la dirección era ilegible.

Durante más de tres años el hermoso valle de Shenandoah sufrió los azares de la guerra, hasta que quedó convertido en un desierto lleno de granjas abandonadas y de mansiones saqueadas. Los ejércitos rivales aún combatían denodadamente, mientras bandas de desertores y de guerrilleros asesinaban y robaban. Bettie dedicaba buena parte de su jornada a trabajar en el Cuerpo de Costura y Enfermería local, el anciano matrimonio negro la ayudaba y atendía, pero no obstante la afectuosa compañía del tío “tío Dick” Runner y de Jennie, su mujer, las noches resultaban interminables. 

Un bochornoso día de fines de septiembre un convoy yanqui se detuvo frente a una granja situada a unos 750 metros de la casa de los Van Metre. De una de sus ambulancias tiradas por caballos sacaron una camilla ensangrentada donde yacía un hombre. Tres días antes, en una salvaje escaramuza que tuvo lugar antes de la batalla del arroyo Opequon, una granada había estallado junto al teniente de 30años Henry Bedell, de la Compañía D del 11° regimiento de voluntarios de Vermont. Un fragmento se le había incrustado en la mano derecha, y otro le desgarró la pierna izquierda, de tal modo que fue forzoso amputársela por el muslo.

Cuando fue necesario evacuar a los heridos y llevarlos a Harpers Ferry, los médicos decidieron que Bedell no podría resistir el angustioso trayecto de 30 kilómetros. A fin de evitarle sufrimientos inútiles decidieron dejarlo en esa granja, al cuidado de su asistente. La granja, abandonada por sus dueños, estaba ocupada por una mujer zarrapastrosa, la cual aceptó sin comentarios el dinero que le ofrecieron por dar albergue al oficial.

Era Bedell hombre fuerte y valeroso. Antes que sus compañeros lo dejaran solo, les dictó una carta para su esposa, que residía en Westfield (Vermont). Les pidió también que pusieran a su lado su fusil de repetición, diciendo que si llegaban los confederados y él no había perdido la conciencia, lo sabría usar.
Sus camaradas lo ocultaron en el desván, y luego el convoy prosiguió su marcha.

Durante dos días la mujer y el ordenanza se emborracharon y anduvieron de juerga. Nunca subieron a ver al oficial, aunque oían sus lamentos. Aburridos de esperar que se muriera, al tercer día abandonaron el lugar. Pero tío Dick Runner había visto cuando introdujeron al herido en la granja. Y cuando la pareja partió, fue a pedir auxilio a la casa de los Van Metre.

Siempre que la tía Bettie contaba su impresión al ver al hombre demacrado y barbado que yacía en el desván con el uniforme azul manchado de sangre, la indignación le enrojecía el rostro. “Era una pesadilla: ¡esos horribles vendajes, ese espantoso hedor! Así es la guerra, hijita. Ni clarines ni banderas; sólo dolor e inmundicia, futilidad y muerte”.

Para Bettie Van Metre ese hombre no era un enemigo, sino un ser humano que padecía. Le dio de beber y trató de limpiar sus terribles heridas. Luego salió al aire y se apoyó contra la pared de la casa, esforzándose para no vomitar.

Sabía que era su deber dar aviso de la presencia de un oficial yanqui a las autoridades de la Confederación. Pero también sabía que no lo haría. “Me preguntaba si tendría una esposa esperándolo en alguna parte, sin saber dónde se encontraba su marido, como me pasaba a mí. Y me parecía que lo único importante era hacerlo volver a su hogar”.

Lentamente, con paciencia y habilidad, Bettie reanimó la vacilante llama vital  próxima extinguirse en Henry Bedell. Tres veces al día subía al desván para llevarle el alimento que podía encontrar. Carecía casi por completo de de medicamentos, y no estaba dispuesta a sacar ninguno de la escasa provisión del hospital confederado. Pero ya no podía volverse atrás. Bedell le había dicho que no lo apresarían vivo. “Todavía puedo tirar con mi mano izquierda”, agregaba hosco. 

Recuperaba poco a poco sus fuerzas; hablaba con Bettie de su mujer y sus hijos, que habían quedado en Westfield, y escuchaba atentamente cuando ella se refería a sus hermanos y a James. “Yo sabía que su mujer oraba por él, como yo lo hacía por mi marido”, decía la tía Bettie. “Algunas veces me sentía extrañamente cerca de ella”.

En el valle las noches de octubre comenzaron a ser frías. Las heridas de Bedell se volvieron a infectar, y aumentó el riesgo de que muriera de pulmonía en el desván sin calefacción. Entonces Bettie decidió llevarlo a su casa. Con ayuda del tío Dick y de Jennie, lo trasladó durante la noche y lo acostó en una cama puesta en un disimulado entrepiso encima de la cocina. Pero el movimiento y la intemperie afectaron seriamente al debilitado enfermo. A la mañana siguiente amaneció con fiebre alta; a mediodía deliraba, y al anochecer Bettie se dio cuenta de que moriría sin asistencia profesional. Luego de pedir a Dios que la iluminara, escribió una nota al médico de su familia, Dr. Graham Osborne, a quien había conocido desde niña.

El médico no perdió tiempo en recriminaciones. Examinó a Bedell y movió negativamente la cabeza.
Había pocas esperanzas, a menos que pudieran obtenerse remedios apropiados, que ya no había en la Confederación. Pero Bettie no se dio por vencida. “Entonces iré a Harpers Ferry a pedírselos a los yanquis”.

El médico trató de disuadirla. El cuartel enemigo estaba a 30 kilómetros de distancia, y aun en el caso de que consiguiera llegar allí, nadie creería su historia.

“Llevaré una prueba”, arguyó ella. En el cuchitril donde yacía Bedell había encontrado un ensangrentado documento con el sello oficial de la Secretaría de Guerra.  “Es el certificado de su último ascenso. Cuando se lo muestre a los yanquis, tendrán que creerme”.

Obligó al médico a escribir una lista de las medicinas que necesitaba, y al día siguiente partió muy temprano. Viajó durante cinco horas, deteniéndose sólo para que descansara la yegua. En una ocasión un vagabundo se levantó de una zanja y trató de coger la brida. Bettie le asestó un latigazo; el animal, asustado, se encabritó y partió a la carrera, y el hombre no pudo alcanzarlo. Ya se ponía el sol cuando mi tía se encontró por fin con el comandante yanqui, general John Stevenson, quien escuchó a la joven sin disimular su escepticismo.

“Señora”, le dijo,  “el asistente de Bedell nos informó que había muerto”.

“Está vivo”, insistió Bettie. “pero no lo estará mucho tiempo si no me da usted las medicinas de esta lista”.

El general vaciló. “Bueno”, dijo por fin, “no voy a arriesgar las vidas de unos cuantos soldados para descubrir la verdad. Que se entregue a la señora Van Metre lo que pide”, ordenó a su ayudante. Y sin querer escuchar las palabras de agradecimiento de Bettie, ledijo: “Sea o no verdad lo que afirma, es usted una mujer valiente”.

Con los remedios que ella llevó a Berryville, el Dr. Osborne logró detener la infección. Diez días más tarde Bedell andaba con un par de toscas muletas que el tío Dick le había hecho. Pero ya habían comenzado a propagarse rumores de que en la casa de los Van Metre habitaba un forastero, y pronto llegaron a oídos del médico, quien en su próxima visita dijo sin rodeos: “Bettie, usted se encuentra  en una posición peligrosa”.

Bedell estuvo de acuerdo: “Yo no puedo seguir comprometiéndola a usted. Ahora me siento lo suficientemente fuerte para viajar. Y tengo un plan”.

El plan consistía en ponerse de acuerdo con uno de los vecinos, un tal señor Sam, viejo granjero inconsolable por la pérdida de unas mulas que según él le habían robado los yanquis. Le quedaba una, y un carro. Se le propuso que llevara en él a Bedell hasta Harpers Ferry, pues allí probablemente lograría cambiar al inválido oficial por los animales desaparecidos. El anciano se dejó convencer de mala gana. 

Entonces Bedell confió a Bettie el resto de su proyecto: ella debía ir con él. “La guerra ya casi ha terminado”, agregó, “y quizá yo pueda ayudarla a encontrar a su esposo”.
Bettie vacilaba, pero finalmente estuvo de acuerdo.

El tío Dick preparó un arnés doble para enganchar la yegua al carro, junto con la mula de Sam. El oficial se acostó en una canasta vieja llenade heno, el fusil al alcance de su mano, así como también las muletas. El viaje fue largo y lento, y casi terminó trágicamente. Cuando se encontraban a una hora de distancia de los yanquis, aparecieron de pronto dos jinetes. Uno de ellos exigió dinero con una pistola, y el otro derribó del carro a Sam. Mientras Bettie permanecía inmóvil, paralizada de miedo, sonó una detonación detrás de ella, tan cerca que sintió el viento del disparo. El guerrillero de a caballo cayó al suelo, y un segundo tiro derribó a su compañero. Bettie vio como Bedell bajaba el arma y se quitaba las pajas de heno del cabello.
“Sigamos adelante”, dijo él.

Al llegar al campamento yanqui, los soldados no ocultaron su asombro ante la exhausta joven y el viejo labrador. Su sorpresa fue aun mayor cuando vieron levantarse de su cama de heno a un oficial de la Unión con una pierna de menos y la mano mutilada. “Todo cuanto recuerdo”, decía la tía Bettie, “es la expresión del rostro de Henry cuando descubrió su bandera y la saludó con la mano vendada”.

Bedell fue enviado a Washington. Allí contó lo ocurrido a Edwin Stanton, secretario de Guerra, que inmediatamente escribió una carta de agradecimiento a Bettie y firmó la orden de poner en libertad a James. Se concedió a ella un pase especial para los ferrocarriles a fin de que buscara a su marido, y se dispuso que Bedell la acompañara.

La busca no fue fácil. Los registros indicaban que un James Van Metre había sido enviado a una prisión de Ohio, pero cuando se hizo formar ante Bettie a los demacrados y andrajosos prisioneros, James no estaba entre ellos. Visitaron una segunda cárcel. Con el mismo resultado. Bettie luchaba contra el temor de que su marido hubiera muerto. Pero en Fort Delaware (Maryland), cuando se terminaron todos los recursos, un hombre alto, de ojos hundidos en el rostro extenuado, salió de las filas y cayó en brazos de su mujer. Ella lo oprimió contra su pecho, mientras las lágrimas le corrían por la cara. Y Henry Bedell, apoyado en sus muletas, lloró también.

Los tres regresaron por barco a Washington, y luego por ferrocarril a a la casa de Bedell en Vermont.
Una durable y profunda amistad surgió entre ambas familias. Más tarde cuando los Bedell tuvieron otros dos hijos, les dieron el nombre de sus amigos, Bettie y James. 

Poco después de terminada la guerra los Van Metre recibieron a  los Bedell en su plantación de Virginia.
Cincuenta años más tarde ambas familias mantenían aún cordiales relaciones.  Entonces la Legislatura de Vermont aprobó una resolución por la cual se agradecía a Bettie su acto de bondad. Y en 1915, el día del aniversario del nacimiento de Lincoln, el gobernador, Charles Winslow Gates, presidió un banquete ofrecido en Westfield en honor de mi tía, y le entregó un pergamino en el que se recordaba su hazaña.

Todavía puedo ver chispear los ojos azules de Bettie y escuchar su risa. Y en algunas ocasiones, cuando los hechos que ocurren en nuestro tiempo me parecen casi increíbles, tomo el antiguo molinillo de café y saco la frágil carta que James escribió hace más de un siglo. Eso me recuerda que, por oscuro que pueda parecer el porvenir, el amor es todavía más fuerte que el miedo, y que los actos misericordiosos se ven a menudo premiados inesperadamente.


Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo LVIII, N° 349, Diciembre de 1969, págs. 139-144, Reader’s Digest México, S.A. de C.V., México, México.


 

Notas

Guerra de Secesión o Guerra Civil Estadounidense (1861-1865), fue un conflicto entre la Unión (el Norte antiesclavista) y la Confederación (el Sur esclavista y  secesionista).

Abraham Lincoln (12 de febrero de 1809-15 de abril de 1865).- Político y abogado estadounidense. Fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos (1861-1865).

Valle de Shenandoah.- Valle situado principalmente  en el estado de Virginia y en parte del de Virginia Occidental (Estados Unidos).

Jugo.- Zumo, concentrado, néctar, caldo, etc. 

Ilegible.- Que no puede leerse. Sinónimos: indescifrable, ininteligible, incomprensible.

Escaramuza.- Refriega de poca importancia sostenida especialmente por las avanzadas de los ejércitos. Lucha, contienda, enfrentamiento,  pleito, disputa, pelea. etc.

Zarrapastroso/sa.- Desaseado, andrajoso, desaliñado y roto.  Desaseado, desaliñado, andrajoso, desastrado, astroso, harapiento, sucio, descuidado, adán.

Ordenanza.- Milicia.  Soldado que está a las órdenes de un oficial o de un jefe para los asuntos del servicio.

Demacrado.-Que muestra demacración (Acción y efecto de demacrarse). Consumido, macilento, enfermizo, delgado, pálido, flaco, descolorido, mustio, etc..

Entrepiso.- Piso que se construye quitando parte de la altura de uno, entre este y el superior. Entreplanta, altillo. DLE RAE


viernes, 29 de agosto de 2025

El Recrearse en el Pasado y el Arte de Olvidar

PUEDE CONVERTIRSE EN VÍCTIMA DE SÍ MISMO MEDIANTE SU PROCEDIMIENTO DE RECREARSE EN SU PROPIO PASADO

Mientras otras personas están decididamente dispuestas a utilizar las referencias al pasado para manipularle según les parezca o convenga, usted también puede llevar a cabo un trabajo importante en ese terreno. Tal vez, como muchos otros, vive usted hoy sobre la base de creencias anteriores que ya ni siquiera se aplican. Es posible que se sienta atrapado por el pretérito, pero sin deseos de liberarse de él y empezar de nuevo.

Joanne, una paciente que acudió a mí en busca de consejo porque siempre estaba nerviosa y predispuesta a la ansiedad, me confesó que le resultó imposible pasar un solo día sin sentirse tensa. Me reveló que siempre estaba reprochando a sus padres el hecho de que su infancia, la de Joanne, hubiera sido infeliz. «No me concedían el menor asomo de libertad. Controlaban mi conducta continuamente. Fueron los culpables de la tremenda tensión nerviosa que padezco hoy, de la ruina en que estoy convertida». Tales eran las lamentaciones de Joanne, incluso aunque ya tenía cincuenta y un años y sus padres habían fallecido. Continuaba aferrada a lo sucedido treinta y cinco años antes, de modo que ayudarla a liberarse de un pasado que ella no podía cambiar constituyó el objetivo principal de las sesiones de consulta. 

A base de analizar lo estéril que resultaba odiar a sus padres pero que hicieron lo que consideraban adecuado y de situar todas aquellas experiencias en el punto que les correspondía ―en el pasado―, Joanne no tardó en aprender a suprimir la contraproducente idea de culpar a sus difuntos padres. Comprobó que, en su adolescencia, había tomado decisiones que permitieron a sus superprotectores padres trastornarla y que, si hubiese sido más enérgica durante la juventud, no la habrían avasallado tanto. Empezó a creer en su propia capacidad de ELECCIÓN, a darse cuenta de que había estado optando siempre por su desdicha y de que continuar con esa costumbre era autodestructivo. Al eliminar esas conexiones con un pasado que ella nunca podría cambiar, Joanne se liberó literalmente de su inquietud.

Cuando valore la influencia que el pasado ha ejercido sobre su vida, asegúrese de que no cae en la tentación de creer que el prójimo es responsable de lo que usted siente, hace o incluso deja de hacer hoy.  Si usted es de los que se empeña en echar la culpa de sus problemas actuales a sus padres, a sus abuelos, a los tiempos difíciles o a lo que sea, grábese en el cerebro esta frase: «Si mi pasado tiene la culpa de lo que soy actualmente y es imposible cambiar el pasado, estoy sentenciado a permanecer tal como me encuentro ahora». El hoy es siempre una experiencia flamante y uno puede adoptar ahora mismo la decisión de tirar por la borda todas las cosas desagradables que recuerde de su pasado y hacer de este instante un momento agradable.

La sencilla verdad acerca de sus padres es:  Hicieron lo que sabían hacer. Punto. Si su padre era un alcohólico o le abandonó cuando usted era niño, si su madre era superprotectora o despreocupada, entonces es que no sabían hacer otra cosa en aquellas fechas. Sean cuales fueren las desgracias que le sucediesen en su juventud, es muy probable que usted se las presente como más traumáticas de lo que fueron en aquel momento. 

Por regla general, los chiquillos se adaptan a todo (a menos que sea espantosamente debilitador) y no se pasan los días protestando o lamentándose de que sus padres sean así o asá. Suelen aceptar a sus familiares, las actitudes de sus padres, etcétera, tal como son, lo mismo que las condiciones meteorológicas, y se avienen a ello. Las maravillas del universo llenan su cabeza y disfrutan creativamente incluso en condiciones que otros llamarían desventuradas. Pero, en nuestra cultura, los adultos analizan con reiteración su pasado y rememoran experiencias terriblemente abusivas, muchas de las cuales ni siquiera vivieron.

Cuando recibo clientes que se preocupan de profundizar en el pasado para descubrir por qué se comportan hoy como lo hacen, les ruego que seleccionen dos o tres explicaciones de una lista como la siguiente, que las utilicen, si lo consideran necesario, y continúen luego con nuevas opciones actuales. Éstas son algunas de las más corrientes razones del pasado que la gente suele emplear para explicarse por qué son hoy como son.

Después de emplear buenas cantidades de tiempo y dinero en terapia investigadora del pasado, la mayoría de las personas averiguan alguna de estas cosas:

Mis padres eran irresponsables.
Mis padres se inhibían mucho.
Mi madre era superprotectora.
Mi madre velaba por mí menos de lo imprescindible.
Mi padre me abandonó.
Mi padre era demasiado riguroso.
Todo el mundo hacía las cosas por mí.
Nadie hacía nada por mí.
Yo era hijo único.
Yo era el mayor de…
Yo era el menor de…
Soy un hijo mediano.
Los tiempos eran realmente duros.
Las cosas eran demasiado fáciles.
Vivía en el suburbio.
Vivía en una mansión (palacio, casa grande, hotelito, etc.).
Carecía de libertad.
Éramos demasiado devotos.
En mi casa no se practicaba la religión.
Nadie estaba dispuesto a escucharme.
No tenía intimidad alguna.
Mis hermanos y hermanas me odiaban.
Era hijo adoptivo.
Residíamos en una zona donde no había otros niños.
(Y así sucesivamente).

Cualesquiera que sean las razones que usted elija, tenga presente que es un mito que haya interpretaciones exactas del pasado de alguien. Lo más que cualquier terapeuta, masculino o femenino, puede proporcionarle son sus suposiciones, que promoverán la autocomprensión de usted si cree que son acertadas. A decir verdad, lo provechosamente correcto no son las suposiciones o teorías, sino la circunstancia de que usted se sienta satisfecho. Si bien puedo asegurarle que desarrollará usted su penetración interior, que se formará una idea de sí mismo, al examinar su pasado, lo cierto es que esa penetración no alterará el pasado ni el presente, y que culpar al pasado de lo que es usted hoy sólo servirá para que siga usted en su estancamiento.

La mayoría de los grandes pensadores olvidan el pasado, salvo en lo que se refiere a experiencia o historia susceptible de ayudarles, y viven totalmente en el presente, con un ojo puesto en la posibilidad de mejorar el futuro. Los innovadores no dicen nunca: «Siempre hemos hecho esto así y, por lo tanto, no podemos cambiarlo». Nunca. Aprenden del pasado, pero no viven en él.

En varias de sus obras, Shakespeare alude a la necedad de consumirse uno mismo con el pasado. En un punto advierte: «Lo que ya ha pasado y no sirve de ayuda, no debe servir de aflicción». Y en otro de sus versos nos recuerda que «las cosas que no tienen remedio, tampoco deben importarnos ya; lo hecho, hecho está».

El arte de olvidar puede ser esencial para el arte de vivir. Todos esos espantosos recuerdos que tan cuidadosamente ha ido usted almacenando en su cerebro distan mucho de merecer que los rememore. Como dueño y señor de lo que se alberga en su cabeza, no tiene por qué elegir conservarlos. Desembarácese de esos recuerdos automutiladores y, lo que es más importante, abandone todos los reproches y aborrecimientos que abrigue hacia personas que no estaban haciendo más que lo que sabían hacer. Si le trataron de manera realmente horrible, aprenda de ellos, prométase no tratar así a los demás y perdone en el fondo de su corazón a tales personas. Si no puede usted perdonarlas, será que elige seguir lastimándose, lo que sólo va a procurarle mayor tiranía. Es más, si no olvida y perdona, será usted la única persona, lo subrayo, la única persona que sufrirá con ello. Cuando lo enfoque desde ese punto de vista, ¿por qué va a continuar aferrándose a un pasado sojuzgador si la única víctima va a seguir siendo usted?

 

MANIOBRAS PARA DEJAR DE SER VÍCTIMA A TRAVÉS DE LAS REFERENCIAS AL PASADO

Su estrategia básica para evitar las trampas para víctima orientadas hacia el pasado consiste en estar alerta, «verlas venir», y dar un rodeo, al objeto de no asentar el pie en las arenas movedizas. Una vez haya analizado la situación, la conducta enérgica y valerosa le conducirá hasta el final feliz. A continuación, exponemos algunas pautas para hacer frente a las personas que traten de arrastrarle hacia el paralizador lodo de las referencias al pasado.

―Cada vez que alguien le diga que tal cosa siempre se ha hecho de determinada manera o le recuerde el modo en que otros se comportaron en el pasado, táctica empleada con vistas a avasallarle a usted en el presente, pruebe a preguntarle: «¿Te gustaría saber si me importa lo que me estás diciendo ahora» esto desarmará cualquier opresión potencial antes incluso de que empiece a desarrollarse. Si ese alguien dice: «Está bien, ¿te importa?», limítese a responder: «No, lo que me interesa es hablar acerca de lo que puede hacerse en este momento».

―Cuando personas con las que tenga que tratar directamente empleen los «debería usted haber…», «precisamente la semana pasada», etcétera, a fin de no tener que escuchar lo que usted está diciendo, pruebe a alejarse a cierta distancia: cree un pequeño «retiro».
Uno enseña a la gente mediante la conducta, no con las palabras, así que demuestre que está decidido a no hablar de cosas que pertenecen al pasado cuando alguien le salga con razones por las que usted debe convertirse en víctima ahora.

―Esfuércese en suprimir de su lenguaje coactivas referencias al pasado, de forma que no enseñe a los demás a utilizarlas con usted.  Ponga cuidado en evitar los «Debiste haber…», «¿Por qué no lo hiciste así?» y otras martingalas por el estilo, que sojuzgan a sus amistades y parientes. El ejemplo que dé usted indicará lo que solicita de los demás y, cuando, pida que le ahorren esa clase de avasallamiento, no se encontrará con una «Mira quien fue a hablar». 

―Cuando alguien empiece con «Debería usted haber…», procure decir a esa persona: «Si puede conseguirme un billete de vuelta al momento de marras, tendré mucho gusto en hacer lo que usted dice que debería haber hecho yo. Pero si no puede…». Su «adversario» captará el mensaje de que está usted al cabo de la calle respecto a la trampa, lo que representa más de la mitad del camino hacia el triunfo. Alternativamente, puede usted intentar: «Tiene razón, debí haber…». Una vez se ha mostrado usted de acuerdo con eso, le corresponderá a su «contrincante» la responsabilidad de tomar la iniciativa con usted en el presente.

—Si alguien le pregunta por qué hizo usted algo de determinada manera, dele la mejor respuesta breve de que disponga. Si la persona argumenta que las razones de usted estaban equivocadas, puede usted mostrarse o no de acuerdo con el momento, PERO manifieste que creía que lo que se le solicitaba era explicase su razonamiento y no que justificara lo que hizo. Y, si es necesario, puede añadir: «Si no le satisface mi explicación de por qué hice aquello, tal vez le gustaría decirme por qué cree usted que lo hice, y entonces podemos hablar de los puntos de vista de usted en lugar de debatir los míos».  Esta clase de enfoque directo, al grano, indicará a sus interlocutores que usted no va a sucumbir a las estratagemas sometedoras que suelen emplear.

—Cuando presienta que alguien está molesto con usted y utiliza típicos lazos de orientación hacia el pasado para manipularle, en vez de expresar lo que piensa de usted en ese momento, fuerce el asunto con: «Está decepcionado de veras conmigo en este instante, ¿no es cierto?», «Vaya, parece que está usted más enojado de lo que creí», «Tiene la impresión de que le he fallado y por eso está furioso». El foco de atención se desviará para proyectarse sobre el auténtico problema, que es la preocupación actual de su interlocutor. Esta estrategia de «señalar» los sentimientos presentes desceba también las oportunidades de los demás para sojuzgarle.

—Si comprende que en una situación que se está tratando obró usted equivocada o desconsideradamente, no tema reconocer: «Tiene usted razón. La próxima vez no lo haré así». Decir simplemente que ha aprendido la lección resulta mucho más eficaz que considerarse obligado a defenderse y revisar inacabablemente todo el pasado de uno.

—Cuando alguien próximo a usted ―un compañero, un amigo al que aprecia― empiece a sacar a relucir un incidente del pasado de usted que es doloroso para esa persona y del que ya se ha hablado y discutido más que suficiente, trate de que la atención se concentre sobre los sentimientos de dicha persona, antes que dejarse dominar por los acostumbrados:  «¿Cómo pudiste…?» o «¡No debiste…!» Si la persona insiste en sus repetidas andanadas de reproches, no responda usted con un torrente de palabras que sólo sirvan para intensificar la pesadumbre, es preferible que recurra a un gesto afectuoso ―un beso, una palmada en el hombro, una sonrisa cálida y cordial— y luego se retire momentáneamente. Mostrar afecto y luego marcharse puede indicar a los demás mediante la conducta, que usted está con ellos, pero que no va a permitir que se le coaccione por el sistema de darle cien vueltas más a un asunto del que ya se trató anteriormente y que sólo puede terminar por herir los sentimientos propios o ajenos.

―Prometa aprender del pasado, en vez de repetirlo o hablar del mismo indefinidamente, y comente su resolución con quienes le consta a usted son sus opresores más importantes. Deje bien sentadas las reglas básicas que le gustaría quedasen entendidas a partir de ahora.  «Vamos a dejar de machacarnos verbalmente el uno al otro con asuntos que ya pasaron a la historia y, cuando nos percatemos de que eso empieza a ocurrir, avisémonos el uno al otro». Con  su esposa o con alguien similarmente próximo a usted puede incluso convenir con una seña, sin palabras, como tirarse levemente de la oreja, por ejemplo, para emplearla cuando se dé cuenta de que la coactiva referencia al pasado amenaza con aparecer.

—Cuando alguien empiece a hablarle de los felices viejos tiempos, de cómo hacía las cosas en su juventud o de cosas por el estilo, usted puede responderle: «Claro, como estuviste más tiempo entregado a ello, contaste con más tiempo para practicar y fortalecer los métodos de hacer las cosas ineficazmente, así como con más tiempo para aprender por experiencia. De forma que el hecho de que siempre hiciste de determinada manera las cosas no demuestra que yo deba parecerme más a ti y hacerlas también de ese modo». Una sencilla observación como esta participará al avasallador potencial que usted está ojo avizor en cuanto al gambito y que no rige su vida conforme a las normas por las que otras personas regían la suya.

―No acumule en su memoria demasiados recuerdos de cosas a fin de poder acordarse de ellas. Procure disfrutar del presente tal como viene. Y luego, en vez de consumir sus momentos futuros dedicado a la reminiscencia, puede concentrarse en nuevas experiencias agradables. No es que los recuerdos sean algo neurótico, pero la verdad es que sustituyen a momentos presentes más amenos. Compruebe lo que Francis Duvarige escribió sobre el particular: «Nos enseñaron a recordar; ¿por qué no nos enseñaron a olvidar? No existe hombre vivo que, en algún momento de su existencia, no haya admitido que la memoria era tanto una maldición como una bendición».

―Esfuércese al máximo para eliminar sus propias lamentaciones acerca de cosas en las que nada puede usted hacer para que cambien… cuestiones como las que figuran en la lista relacionada anteriormente en este capítulo. Domínese cada vez que observe que estas quejas inútiles surgen en su cerebro o en su conversación, hasta que usted sea capaz de dejar la práctica de estas estratagemas autosojuzgadoras. Si lo considera necesario, anote diariamente sus éxitos en ese terreno, para tener constancia de los mismos. 

―Perdone silenciosamente a todo aquel que crea usted que le agravió en el pasado y prometa no sacrificarse a sí mismo en el futuro con ideas perversas o de «venganza particular» que no harán más que lastimarle.
A ser posible, escriba o telefonee a alguien con quien se negaba a hablar y reanude las relaciones. Guardar rencor sólo servirá para impedirle a usted disfrutar de muchas vivencias potencialmente provechosas, en su trato con los demás, porque en una o dos ocasiones ellos cometieron errores que le afectaron a usted. ¿Y quién no ha cometido errores de ese tipo? Y recuerde, si está usted molesto o perturbado por su conducta pasada entonces ellos todavía siguen controlándole. 

—Afánese activamente en lo que se refiere a correr riesgos ―conducta enérgica, disposición al enfrentamiento con lo que sea― con tantas personas como sea posible. Reserve tiempo para comunicar a sus interlocutores que es lo que opina ahora y explique, cuando lo considere necesario, que no va a continuar discutiendo cosas que ya no pueden cambiarse. Arriésguese con las personas o sea una víctima: a usted le corresponde elegir.


NOCIONES CONCISAS
 

Nuestros cerebros tienen capacidad para almacenar una increíble cantidad de datos. Aunque esto es una bendición, en muchos sentidos, también puede ser una maldición cuando nos encontramos llevando de un lado para otro recuerdos que sólo sirven para perjudicarnos.

Su mente es personal e intransferible; dispone usted de una tremenda aptitud para expulsar de ahí todos los recuerdos sojuzgadores. Y con determinación y vigilante cuidado, también tiene usted facultades para contribuir a que los demás dejen de avasallarle.

Dr. Wayne Dyer, Evite Ser Utilizado. Técnicas dinámicas para gozar de la vida sin ser manipulado, traducción de Manuel Bartolomé López, Ediciones Grijalbo, Barcelona, España, 1989, págs 99-109



Notas

El título sale del mismo contenido del libro de Dyer. 

Parar los pies.- Locución verbal. Detener o interrumpir su acción por considerarla inconveniente o descomedida.

Deudo.- Pariente, familiar, allegado,  consanguíneo

Coser y cantar.- Ser muy fácil.

Duro de pelar.- Dicho de persona: Difícil de convencer o derrotar. Dicho de cosa: Que tiene muchas dificultades.

Tirar por la borda.- Deshacerse inconsideradamente de alguien o de algo.

Inhibir.- tr. Impedir o reprimir el ejercicio de facultades o hábitos.
Sinónimos: impedir, reprimir, cohibir, contener, refrenar, represar, coartar, prohibir.
Prohibir, estorbar, impedir.
Abstenerse, dejar de actuar. Sinónimos: abstenerse, privarse, apartarse, retraerse, parar, reportarse.

Coaccionar.- Ejercer coacción sobre alguien.
Sinónimos: intimidar, conminar, presionar, amenazar, extorsionar, chantajear, violentar, imponer, compeler, boicotear, etc.

Sojuzgar.- Sujetar o dominar con violencia algo o a alguien. Sinónimos: avasallar, someter, dominar, subyugar, doblegar, oprimir, esclavizar, tiranizar, abusar, vencer. 

Coactiva.- Que ejerce coacción o resulta de ella. Sinónimos: apremiante, coercitivo, conminatorio, constrictivo, obligatorio1, extorsionador, extorsionista.

Martingala.-  Artificio o astucia para engañar a alguien, o para otro fin. Artimaña, argucia, treta, truco, marrullería. DLE RAE 

Estar al cabo de la calle o de algo.- Haberlo entendido bien y comprendido todas sus circunstancias.

Estratagema. Ardid de guerra. Astucia, fingimiento y engaño artificioso.
Sinónimos: artimaña, ardid, maña, artificio, treta, fingimiento, astucia, añagaza, truco, celada, engaño, trampa, trácala, jugarreta.

Descebar.- Quitar el cebo a las armas de fuego. Vaciar el interior de una bomba centrífuga.

Ojo avizor.- Alerta, en actitud vigilante.

Gambito.- En el juego de ajedrez, lance que consiste en sacrificar, al principio de la partida, algún peón u otra pieza, o ambos, para lograr una posición favorable.

Todos los significados fueron tomados del Diccionario de la Lengua Española RAE


jueves, 28 de agosto de 2025

La Familia como Avasallador Típico

Algunos Avasalladores Típicos


Una vez que haya acomodado sus perspectivas de forma que encajen con sus aptitudes reales, tendrá que aprestarse a tratar con los sojuzgadores dispuestos a impedir que cumpla usted sus objetivos. Aunque es posible que usted se deje avasallar virtualmente por cualquiera, en un estamento social determinado, algunos factores de nuestra cultura son fastidiosos de manera particular. Las seis categorías de dictadores que se reseñan a continuación figurarán reiteradamente en los ejemplos que se incluyen en el resto del libro, del mismo modo, poco más o menos, en que los problemas relacionados con ellos surgirán en su propia existencia cotidiana.

 

LA FAMILIA

En una reciente conferencia, pedí a las ochocientas personas que constituían el auditorio que relacionasen las cinco situaciones más corrientes en que se consideraban víctimas de atropello. Recibí cuatro mil ejemplos de situación típica de víctima.  El ochenta y tres por ciento estaban relacionados con la familia de las víctimas. Imagínese, algo así como el ochenta y tres por ciento de las arbitrariedades que sufre usted pueden deberse a la ineficacia en el trato con los miembros de su familia que acaban por dominarle o manipularle.
¡Y sin duda usted hace lo mismo con ellos!

Las típicas coacciones familiares que se citaban eran: verse obligado a visitar parientes, efectuar llamadas telefónicas, llevar en el coche a alguien, aguantar a padres molestos, hijos incordiantes, verse postergado por los demás, quedar convertido en prácticamente un criado, no ser respetado o apreciado por otros miembros de la familia, perder el tiempo con desagradecidos, carecer de intimidad por culpa de las expectativas familiares, etcétera, etcétera.

Aunque la célula de la familia es ciertamente la piedra angular del desarrollo social, la institución principal en la que se enseñan valores y actitudes, es también la institución donde se expresa y aprende la mayor hostilidad, tensión y depresión. Si visita usted un establecimiento mental y habla con los pacientes, comprobará que todos o casi todos ellos tienen dificultades en el trato con los miembros de sus respectivas familias. No fueron vecinos, patronos, profesores o amigos las personas que crearon problemas de relación a los perturbados, hasta el punto de que hubo que hospitalizarlos. Casi siempre fueron miembros de la familia.

He aquí un brillante pasaje del último libro de Sheldon B. Kopp, If You Meet The Buddha on The Road, Kill Him! The Pilgrimage of Psychoterapy Patients (Si encuentras a Buda en el camino, ¡mátalo! La peregrinación de los pacientes de la psicoterapia):

Desconcertó enormemente a los demás miembros de la familia de Don Quijote y de su comunidad enterarse de que el hombre había optado por creer en sí mismo. Se mostraron desdeñosos hacia su deseo de cumplir el sueño que albergaba. No relacionaron el principio de locura del caballero con el aburrimiento mortal de la monótona existencia en aquel ambiente de mojigatería beata. La remilgada sobrina, el ama conocedora de lo más conveniente para cada uno, el obtuso barbero y el ampuloso cura, todos sabían que la lectura de aquellos libros perniciosos que llenaron la debilitada cabeza de don Quijote, atiborrándola de ideas absurdas, fue la causa de su desequilibrio mental.

Kopp traza luego una analogía entre Don Quijote, entrado en años, y la influencia de las familias modernas sobre personas seriamente perturbadas.

Su hogar me recuerda el seno de las familias de donde a veces salen jóvenes esquizofrénicos. Tales familias ofrecen a menudo apariencia de estabilidad hipernormal y bondad moralista. En realidad, lo que ocurre es que han desarrollado un sistema elaboradamente sutil de indicaciones para advertir a cualquier miembro que inconscientemente esté a punto de hacer algo espontáneo, algo que pueda romper el precario equilibrio familiar y dejar al descubierto la hipocresía de su supercontrolada pseudo-estabilidad.

 

Su familia puede constituir una parte inmensamente provechosa de su vida, y lo será si usted obra en el momento idóneo. Pero la otra cara de la moneda puede resultar un desastre. Si permite que su familia (o familias) empuñen las riendas de usted, pueden tirar de ellas tan fuerte, a veces en distintas direcciones, que le destrozarán.

Eludir la condición de víctima le obligará a aplicar las directrices que propugna este libro, del modo más específico, a los miembros de su familia. Tiene usted que ponerse en su sitio, pararles los pies a los miembros de su familia que creen que usted les pertenece, a quienes usted se considera obligado a defender simplemente a causa de un parentesco sanguíneo o quienes se consideran con DERECHO a decirle cómo debe regir su vida, sólo porque son sus deudos.

No estoy alentando la insurrección dentro de la familia, sino apremiándole a que se esfuerce al máximo para aplicar normas de redimido, poniendo todo su empeño al tratar con las personas que serán las menos receptivas a su independencia, o sea, sus allegados: esposa, antigua esposa, hijos, padres, abuelos, parientes políticos y familiares d de todas clases, desde tíos y primos hasta miembros adoptivos de la familia. Este amplio grupo de deudos será el que ponga verdaderamente a prueba la postura ante la vida de ente liberado de la condición de víctima y si sale triunfante aquí, el resto será coser y cantar. Las familias resultan tan duras de pelar, porque en la mayoría de los casos sus miembros consideran que se pertenecen recíprocamente, como si hubiesen invertido los ahorros de su vida unos en otros, igual que si se tratara de otras tantas acciones o valores… lo que les permite emplear el veredicto de CULPABLE cuando llega el momento de ocuparse de miembros insubordinados que se convierten en «malas inversiones». Si permite que su familia le tiranice, ándese con cien ojos para comprobar si utilizan o no el concepto de culpabilidad a fin de que se mantenga dentro del orden y siga «el mismo camino que siguen los demás».

A lo largo de este libro se dan numerosos ejemplos de eficaz condición de antivíctima familiar. Debe armarse usted de la resolución de no permitir que los demás le posean, si va a enseñar a su familia la forma en que quiere que le traten. Créalo o no, al final captarán el mensaje, empezarán a dejarle en paz y, lo que es más sorprendente, le respetarán por su declaración de independencia. Pero antes, querido amigo, procure estar sobre aviso, porque le advierto que intentarán todos los trucos imaginables para conseguir que usted siga siendo víctima de ellos. (…)


Trampa de comparación corriente 

La comparación incesante con los hermanos produce mayor número de personas de vida adulta desasosegada que cualquier otro de los demás sistemas de parangón. 
Los niños no pueden desarrollar sentido de la individualidad y de la propia valía cuando se espera de ellos que sean igual que los otros miembros de la familia. Cada persona es un ente único y como tal hay que tratarla.


Dr. Wayne Dyer, Evite Ser Utilizado, traducción de Manuel Bartolomé López, Ediciones Grijalbo, 1989, págs 39-43, 129, 131


Notas

El título puesto sale en base de lo que dice el mismo texto citado.

Los otros avasalladores aparte de la familia que menciona Dyer en el mismo libro son: el trabajo, figuras con autoridad y profesionales, la burocracia, los empleados del mundo y uno mismo.

Más adelante pondré lo que dice el autor sobre la familia y el vivir aferrado al pasado. 

Algunas negritas y cursivas son mías.



martes, 26 de agosto de 2025

Colección Élite

Ediciones Picazo

1966-1978


Lo de los dos títulos en el número 26 así figuran publicados.



1. The Gordons. Jugada por el poder

2. Carlos de Arce Robledo. Donde el amor cambia de nombre
  
3. Charles Webb. El Graduado 

4. Manuel Cañete. Un día, un hombre

5. Alfred de Musset. La confesión de un hijo del siglo

6. Diego Moreno. Sin trompetas ni tambores

7. Allen R. Dodd. El cazador de empleos

8. Torcuato Miguel. Los extraños peregrinos de Hamburgo

9. Michael A. Musmanno. El infierno negro (huelgas, minería de carbón, años de 1920)

10. Carlos de Arce Robledo. La borrachera de los olvidados

11. Peter Tompkins. Un Espía en Roma

12. Alfonso Martínez-Mena. Las alimañas

13. Grace Halsell. Yo fui negra (racismo, discriminación, Estados Unidos, años 60)

14. Fernando Santos Rivero. Horas antes de mi muerte

15. Gabriel Juliá Andreu. Pedro

16. George William Rae. Los Don de la Mafia

17. Torcuato Miguel. La increíble pesadilla

18. María Fagyas. La quinta mujer

20. Dimitri A. Fúrmanof.  Tchapayef

22. Louis Honing. Sólo para leer, después destruir 

23. Grace Halsell. Sexo negro/blanco

24. William Makepeace Thackeray. Las Aventuras de Barry Lyndon

26. Bill Ballinger. El Corso

26. Gregorio Javier. Después de nunca

27. John O'Hara. Una Historia de Fladelfia

28. Robert Travers. El apartamento de la calle K

30. Francisco Gonzáles Ledesma. Los Napoleones





lunes, 25 de agosto de 2025

Quién fue realmente el rey Midas y de dónde salió la leyenda de que convertía en oro todo lo que tocaba

 

Al abrazar a su hija, el rey Midas se dio cuenta del error que había cometido al pedir su deseo (Ilustración de 1893 de un libro para niños de Nathaniel Hawthorne).

 

Por Bella Falk
BBC Travel *

 

Quienes visitan Turquía siempre quedan cautivados por sus magníficos sitios históricos.

Desde las imponentes columnas de la Biblioteca de Celso en Éfeso hasta las colosales cabezas del monte Nemrut, el país casi se hunde bajo el peso de su esplendor histórico.

Pero hay una ciudad antigua (recientemente coronada como el vigésimo sitio del Patrimonio Mundial de la Unesco de Turquía) que anuncia su importancia con mucha menos fanfarria.

Su nombre es Gordio, la antigua capital del reino de Frigia de la Edad del Hierro, y tiene al menos 4.500 años.

Situada a unos 90 kilómetros al suroeste de Ankara, en una llanura árida y azotada por el viento, Gordio parece más una cantera o el cráter colapsado de un volcán extinto que una ciudad que alguna vez fue poderosa. 

Un enorme montículo, los restos enterrados de una ciudadela de 135.000 m², se eleva suavemente desde el paisaje circundante con un camino arenoso que conduce a la cima.

Desde allí, puedes mirar hacia las excavaciones abiertas y distinguir los contornos de las paredes derrumbadas, marcando las huellas de antiguas mansiones y almacenes como el plano de un agente inmobiliario.

Al otro lado del horizonte, docenas de montículos más pequeños salpican los campos como gigantescas madrigueras de topos prehistóricas.

Sólo la monumental puerta, rodeada por enormes muros de piedra de 10 metros de altura, da alguna indicación de que alguna vez fue la capital de uno de los reinos más grandes de la Edad del Hierro.

"Mucha gente no ha oído hablar de los frigios, pero aproximadamente entre los siglos IX y VII a.C. dominaron Asia Menor, lo que hoy es Turquía", explicó Brian Rose, profesor de Arqueología de la Universidad de Pensilvania, que ha dirigido excavaciones en Gordión desde 2007.

"Gordio se encuentra en la intersección de las principales rutas comerciales de este a oeste: al este estaban los imperios de Asiria, Babilonia y los hititas, y al oeste, Grecia y Lidia. Los frigios pudieron aprovechar esta ubicación estratégica y se hicieron ricos y poderosos".

Pero si bien el nombre Frigia puede no resultarte familiar, hay una persona asociada con esta ciudad que muchos pueden reconocer.

Los arqueólogos creen que Gordio fue gobernado por el legendario rey Midas, "el hombre del toque dorado".

En el histórico y antiguo valle, la Ciudad de Midas en Yazılıkaya, tiene casas y estructuras excavadas en las rocas.

 

Núcleo de verdad

El de Midas es un cuento con moraleja tradicional: el rey le hizo un favor al dios Dioniso y a cambio se le concedió un deseo.

En lugar de desear algo útil, el codicioso monarca pidió que todo lo que tocara se convirtiera en oro.

Inmediatamente se dio cuenta de su error: la comida se solidificó antes de que pudiera comerla, y cuando abrazó a su hija, ella se convirtió en una estatua.

La moraleja de la historia es bien conocida: ten cuidado con lo que deseas.

"La historia no es literalmente cierta", señaló la profesora Lynn Roller de la Universidad Davis de California, que ha estudiado a Gordio desde 1979.

"Pero muchos mitos tienen un núcleo de precisión histórica, aunque se distorsionan a medida que se vuelven a contar a lo largo de los siglos".

Pero, ¿quién fue Midas y de dónde viene la idea del "toque dorado"?

Para separar la realidad de la ficción, los arqueólogos primero tuvieron que demostrar que el rey Midas era una persona real.

La forma más sencilla de hacerlo era consultando textos antiguos.

"Un rey frigio llamado Midas se menciona en varias fuentes antiguas, incluidos los anales del gobernante asirio Sargón II", explicó Roller.

"Los asirios lo consideraban un rey poderoso y un rival importante en sus esfuerzos por expandir su territorio durante el siglo VIII a.C.".

Se pueden encontrar más pruebas de la existencia de Midas a unas dos horas al oeste de Gordio, en un lugar llamado Yazılıkaya, más comúnmente conocido como "Ciudad Midas".

Rara vez visitado por turistas, es un sitio de espectacular belleza en la cima de una colina donde las formaciones volcánicas sobresalen del paisaje.

Está plagado de cuevas y tumbas antiguas, y escaleras de 3.000 años de antigüedad conducen a túneles con eco tallados a mano en roca sólida.

 
En esta fachada de un templo está la prueba en piedra de que Midas existió.
 
 
Pero el más espectacular de todos los monumentos que hay aquí es la magnífica fachada de un templo, de 17 metros de altura, tallada en una pared de roca hace unos 3.000 años.

En la parte superior, una inscripción en frigio antiguo dice: "Ates […] ha dedicado [esto] a Midas, líder del ejército y gobernante".

Prueba, escrita en piedra, de que Midas era un rey real, lo suficientemente importante como para que el poderoso señor local Ates le dedicara su templo.

"Dado que Midas era un rey poderoso, es muy probable que esté enterrado en algún lugar de Gordio", dijo Rose.

"Encontrar su tumba sería un descubrimiento de enorme importancia. Y el lugar obvio para buscar era uno de los montículos que rodean la ciudad".

 

Sorpresa

Más de 125 túmulos rodean Gordio y datan del siglo IX al VI a.C.

Esos gigantescos movimientos de tierra, que parecen montículos alienígenas en un paisaje que de otro modo sería llano, fueron construidos para proteger las tumbas de personas importantes de los ladrones de tumbas, de forma muy similar a las pirámides egipcias.

El más grande, un pico empinado ahora cubierto de maleza y hierba amarilla, tiene 53 metros de altura, lo que lo convierte en el segundo túmulo más grande de Turquía.

Los expertos estiman que se necesitaron 1.000 personas y hasta dos años para construirlo.

"Los primeros arqueólogos lo llamaron 'Montículo de Midas' porque pensaban que Midas debía estar enterrado en su interior. Pero no lo sabían con certeza", dijo Rose.

"Tuvieron que ser increíblemente cuidadosos cuando lo excavaron porque no es más que un gran montón de tierra compactada. Si lo haces mal, todo puede derrumbarse encima de ti".

En 1957, trabajando con un equipo de mineros del carbón turcos, los expertos excavaron cuidadosamente un túnel en el montículo.

En el interior, encontraron una gran cámara funeraria construida con troncos de pino y enebro, perfectamente conservada dentro de su capullo hermético durante casi 3.000 años.

Los expertos estiman que se necesitaron 1.000 personas y hasta dos años para construir el Montículo de Midas.

 

Hoy en día, los visitantes pueden seguir ese mismo túnel de excavación hasta lo profundo del montículo para visitar la tumba, el edificio de madera más antiguo que aún se conserva en el mundo .

Es tan frágil que ahora está sostenida por vigas y protegida por una valla de metal, pero eso no implica que no te quedes con la boca abierta al ver esa antigua estructura que estuvo escondida bajo tierra durante tanto tiempo, como una Pompeya turca, pero casi 800 años más antigua.

El ocupante de la tumba era un hombre de unos 60 años, acostado en una cama y rodeado de tinajas de bronce, cuencos y cántaros decorados, muebles de madera tallada, fragmentos de telas finas y otras ofrendas preciosas acordes con el entierro de un rey.

¿Pero era Midas?

A principios de la primera década de este milenio, los arqueólogos de Gordio recurrieron a la dendrocronología (datación de anillos de árboles) en busca de respuestas.

Pero cuando analizaron los troncos utilizados para construir la cámara funeraria, se encontraron con un problema.

"La madera data de alrededor del año 740 a.C., pero según los registros asirios, Midas todavía estaba vivo en el año 709 a.C., 31 años después", reveló Rose.

"Esta tumba no puede pertenecer a Midas".

Entonces, ¿quién es el hombre en la tumba?

Por el fastuoso entierro es claramente un rey, pero ¿cuál?

 

Un nudo legendario

La fecha de su muerte sólo puede significar una cosa.

"Probablemente murió el año en que Midas llegó al poder", dijo Rose.

"Entonces, estamos bastante seguros de que debe ser el padre de Midas, Gordías".

Como su hijo, Gordías también es legendario.

La historia cuenta que cuando el rey anterior murió sin heredero, la gente del pueblo pidió ayuda al oráculo.

Declaró que el próximo hombre que entrara en la ciudad conduciendo un carruaje de bueyes debería ser nombrado rey.

Momentos después, Gordías, un granjero, llegó a la ciudad. Fue coronado y el nombre de la ciudad fue cambiado a Gordio en su honor.

 Alejandro Magno cortando el nudo gordiano (Colección de Musei di Strada Nuova, Génova). 
 
 
Para celebrarlo, su carruaje se exhibió en un templo, atado con un complicado nudo: el famoso Nudo Gordiano.

La leyenda decía que cualquier hombre que pudiera desatar el nudo gobernaría Asia.

A lo largo de los años, muchas personas lo intentaron, pero todos fracasaron.

"No hemos encontrado ninguna evidencia de un carruaje o un nudo", dijo Rose.

"Pero varios historiadores de la antigua Grecia informan que en 333 a.C. Alejandro el Grande vino aquí en su camino para derrotar al ejército persa.

"Cuando se enfrentó al nudo, simplemente desenvainó su espada y lo cortó.

"Por eso, creemos que el nudo realmente existió. Y más tarde Alejandro conquistó grandes zonas de Asia, cumpliendo la profecía".

Pero ¿qué pasa con el "toque dorado"? ¿De dónde surge esta idea?

Sorprendentemente, los arqueólogos no han encontrado mucho oro entre los 40.000 artefactos descubiertos hasta ahora en Gordio: algunas joyas, algunas monedas de oro y una talla de una esfinge exquisitamente dorada.

Si había oro en la ciudad, es posible que haya sido saqueado a lo largo de los siglos, o tal vez todavía esté escondido dentro de los 85 túmulos aún por excavar.

Pero los arqueólogos tienen otra teoría sobre el origen del mito.

"Creemos que es una metáfora", explicó Roller.

"Bajo el gobierno de Midas, Gordio se volvió rica y poderosa. La historia se convirtió en una metáfora de una persona de gran riqueza.

"Hasta hoy en día, cuando decimos que alguien tiene el 'toque dorado' nos referimos a una persona que logra riqueza o éxito con facilidad.

"El rey Midas parece haber tenido ese don".

* Si quieres leer la nota original en inglés, haz clic aquí

 

Fuente:  El Rey Midas