lunes, 10 de octubre de 2016

¿Quiénes somos esta vez?

En la vida real, ella era un pedazo de hielo que no conocía el amor; y él era tan tímido, que no podía hacer o decir nada sin un guión teatral. Pero, juntos sobre un escenario…
  ¿Quiénes somos esta vez?

 Cuento

Por Kurt Vonnegut, hijo

El Club de Máscaras y  Pelucas de North Crawford, una sociedad de teatro de aficionados a la que pertenezco, determinó poner en escena la obra de Tennessee Williams A Streetcar Named Desire (“Un Tranvía llamado Deseo”) en la temporada de primavera. Doris Sawyer, que siempre es la que nos dirige, nos informó que no podría hacerlo esa vez porque su madre estaba muy enferma.

Así que me vi comprometido a dirigir la obra, si bien puse antes una serie de condiciones. La primera fue que Harry Nash, el único actor verdadero del grupo, asumiera el papel de Marlon Brando (Stanley Kowalski). Para dar una idea de lo polifacético de Harry, cabe decir que en dos años había sido el Capitán Queeg, Abrahán Lincoln y Enrique VIII.

Harry no se encontraba en la reunión para poder decir si aceptaba el papel o no. Él nunca asistía a las reuniones. Era demasiado tímido. No estaba casado, no salía con mujeres ni tenía ningún amigo íntimo. No sabía qué hacer o decir sin un guión por delante.

Fui entonces a la ferretería de Miller, donde trabajaba Harry, y de paso me detuve en la compañía de teléfonos para protestar por una cuenta de una llamada a Honolulú. Nunca en mi vida había llamado a Honolulú.

Y allí estaba una hermosa muchacha a la que no había visto jamás detrás del mostrador. Me explicó que la empresa había instalado una máquina automática pero que todavía no habían logrado que funcionara sin errores. Así que borró de mi factura la cantidad que no correspondía, y yo le pregunté si ella era de los alrededores de North Crawford. Repuso que no, que había llegado con la máquina nueva para enseñar su uso a las empleadas de la población. Después, agregó, se iría a otra parte con otra máquina. Ella misma parecía una máquina automática de cortesía.

-¿Cuánto tiempo permanecerá en North Crawford? –le pregunté.

-Paso ocho semanas en cada ciudad, señor.

Tenía unos lindos ojos azules, pero ciertamente no había mucha esperanza o curiosidad en ellos. Me contó que había estado viajando de ciudad en ciudad durante dos años, siempre como una extraña.

Y a mí se me metió en la cabeza que podía ser una buena Stella para la obra. Stella era la esposa del personaje de Marlon Brando, el que yo quería que interpretara Harry.

Pareció sorprenderse y se animó un poco.  “¿Sabe?, observó algo animada. “Es la primera vez que alguien me invita a participar en alguna actividad de la comunidad”.

Me dijo que se llamaba Helene Shaw y que tal vez iría.

Se podría pensar que North Crawford estuviese harto de Harry Nash después de todos los personajes que había interpretado; pero el hecho  es que la gente  hubiera podido seguirlo admirando para siempre, porque nunca era el mismo en escena. Cuando se levantaba el telón era, en cuerpo y alma, exactamente lo que el director y el guión le indicaban.

Cuando le informé que me habían designado director y que quería que él actuara en la obra, me preguntó lo que siempre preguntaba -y, bien pensado era un poco triste: “¿Quién soy esta vez?”

Empecé los ensayos donde siempre se realizaban: en el segundo piso de la biblioteca. Doris Sawyer fue a aportar los beneficios de su experiencia. Nos sentamos arriba, mientras los aspirantes esperaban abajo. Los hacíamos subir de uno en uno.

Pedimos a Harry Nash que leyera la escena donde le pega a su esposa. A sus 65 kilos y 1,73 agregó 20 kilos y 10 centímetros en el momento en que tomó el libreto. Tenía puesto un saquito corto, como para graduación de escuela primaria, y una pequeña corbata roja, con una cabeza de caballo bordada. Se quitó el saco y la corbata, se desabrochó el cuello y se puso de espaladas a Beatriz y a mí.

Cuando se volvió, era enorme, guapo, arrogante, cruel. Doris, que tiene 74 años, leyó la parte de Stella, la esposa, y Harry la hostigó hasta hacerla creer que era una dulce jovencita embarazada, casada con un atractivo gorila que le iba a hacer saltar los sesos a golpes. Me lo hizo creer a mí también. Leí la parte de Blanche, hermana de ella en la obra, y miento si digo que Harry no me hizo sentir como una licenciosa ajada y borracha.

Y luego, mientras Doris y yo nos recuperábamos de nuestra experiencia emocional, como alguien  que sale de la anestesia, Harry dejó el libreto, se puso el saco y la corbata, y se convirtió otra vez en el descolorido empleado de ferretería.

Resulta que Helene Shaw asistió a los ensayos, y nos llevamos una gran desilusión. Creíamos que el Club de Máscaras y Pelucas de North Crawford finalmente iba a tener una muchacha hermosa y realmente joven en el escenario, en lugar de las cuarentonas que normalmente teníamos que poner a interpretar papeles juveniles.

Pero no sabía actuar. No importa lo que le diéramos a leer, era siempre la misma muchacha y su sonrisa la misma con que atendía cualquier reclamación sobre las facturas en la compañía de teléfonos.

-¿Has estado enamorada alguna vez? -inquirió Doris- te lo pregunto porque el recuerdo  de algún viejo amor podría prestar calidez a tu actuación.

-¿Vale alguna estrella de cine? No quiero decir en la vida real, sino en la pantalla.
Doris me miró y puso los ojos en blanco.

-“Bien;  gracias, señorita Shaw”, intervine. “Vaya abajo y espere. Ya le avisaremos”.

En balde intentamos pensar en otra Stella. Por fin decidimos poner a Harry frente a Helene Shaw. “Es probable que logre conmoverla”, comenté.

Cuando la chica subió, notamos que había llorado.

-Oh, querida  -preguntó Doris- ¿qué sucede?

-Estuve muy mal, ¿verdad? –contestó Helene al tiempo que inclinaba la cabeza.

Doris dijo lo único que en una sociedad de actores aficionados cabe decir cuando alguien llora:

-De ninguna manera. Estuviste maravillosa.

- No, no es cierto; soy un bloque de hielo ambulante.

- Pues nadie que te viera diría tal cosa.

-En cuanto me conozcan lo dirán. Cuando la gente me conoce, eso es lo que dicen –el llanto se hizo peor-. No quiero ser como soy, sólo que no puedo remediarlo. Las únicas experiencias que he tenido, han sido sueños locos con estrellas de cine. Cuando me encuentro con alguien en la vida real, me siento como si estuviera dentro de una botella, como si no pudiera tocar a esa persona, no importa cuántos esfuerzos haga –y empujó el aire como si hubiera una gran botella alrededor de ella-. Yo, yo, yo… - y las lágrimas no la dejaron continuar.

Se oyeron unos pasos fuertes en la escalera de la biblioteca. Sonaban como los de un explorador de las profundidades del mar. Era Harry Nash, que se convertía en Marlon Brando. Allí entró, tan posesionado de su papel, que la vista de una mujer llorando lo hizo sonreír burlonamente.

-Helene, si usted obtiene el papel de Stella, Harry Nash será su marido en la obra.

Él se inclinó hacia ella y la desnudó con la mirada. Las lágrimas cesaron al punto.

-Me gustaría que representaran la escena de la pelea -continué- y luego la de la reconciliación.

-Seguro –aprobó Harry, con los ojos todavía sobre ella-, si Stella está dispuesta.

-¿Qué? –preguntó Helene, roja como una fresa.

-Stell… Stella; ésa  eres  tú. Stell mi mujer.

Le di a cada uno un libreto. Harry me lo arrancó de la mano sin siquiera dar las gracias. Las manos de Helene no estaban muy firmes así que le ayudé a sostenerlo.

-Muy bien, nena –anunció Harry entrecerrando los párpados. Estaba a punto de pasar algo más emocionante que la carrera de cuadrigas de Ben Hur-. ¡En sus marcas!, ¡listos!, ¡fuera!

Cuando acabó la escena Helene estaba más blanda que la cera. Se sentó, boquiabierta y con la cara hacia un lado. Había salido de la botella.

-¿Me dan el papel o no? –me espetó Harry.

-Sí, señor.

-Te veré pronto, Stella –dijo, y al salir dio un portazo.

-Helene…  ¿Señorita Shaw?

-¿Yo?

-El papel de Stella es suyo. ¡Estuvo magnífica!

-Tenías fuego dentro, querida -comentó Doris.

-¿Fuego?

La chica no sabía a ciencia cierta dónde estaba.


Comenzamos los ensayos en el teatro de la escuela.  Y Harry y Helene iban a tal paso que el equipo de producción estaba medio loco de emoción. Las cosas marchaban tan bien que tuve que decirles, después de una escena de amor: “Reserven un poco para la presentación, ¿quieren? Se van a consumir”.
En el cuarto o quinto ensayo, Lydia Miller, que representaba a Blanche, se sentó a mi lado. En la vida real, es la esposa de Verne Miller, patrono de Harry.

-Lydia –observé-, va a salir bien la obra.

-Sí, seguro.

Capté enseguida el  reproche.

-¿Qué quieres decir?

-¿Sabes que esa muchacha está enamorada de Harry? -preguntó.

-¿En la obra?

-¿Cuál obra? No hay ninguna obra aquí –y dejó escapar una risita triste-. Piensa qué sucederá cuando descubra lo que Harry es realmente –se corrigió-. Lo que Harry no es realmente.
Una noche incluso trató de hacer algo y se dirigió a Helene:

-¿Sabes?, una vez representé a Ann Rutledge* y Harry a Abrahán Lincoln.

-¡Debe de haber sido divino! –respondió batiendo palmas.

-Lo fue en cierto modo. A veces me entusiasmaba tanto que lo amaba como hubiera amado a Abrahán Lincoln. Tenía que volver a poner los pies en la tierra y recordarme que él nunca iba a liberar a los esclavos, que era un simple empleado de ferretería.

-¿De qué está hablando?

-Una vez que acaba la función –continuó Lydia-, cualquier cosa que uno piensa de Harry se evapora.

-¿Por  qué me lo dice a mí? –Helene se había enfadado- Aun si fuera verdad, ¿qué me importa?

Lydia se echó atrás, y después de eso nadie volvió a abrir la boca, ni siquiera cuando se supo que Helene había comunicado a la compañía de teléfonos que ya no quería ser trasladada.

*Ann Rutledge (1813-1835) fue el supuesto primer amor de Abrahán Lincoln.


Por fin llegó el momento de la función. La presentamos durante tres noches y el público se conmovió.

Creyeron cuanto se dijo en escena; y, cuando cayó el telón, estaban todos listos para ir al manicomio junto con Blanche.

Cada noche Harry desaparecía al caer el telón. El sábado, cuando cayó por última vez deseaba irse, pero Helene no le soltaba la mano.

-¿No me invitas a  la fiesta que da el elenco?

Él se sonrojó:

-Me temo que no sirvo para fiestas.

Todo lo que tenía de Marlon Brando había desaparecido. Se le trababa la lengua del susto.

-Bueno, te dejaré ir si prometes  quedarte aquí hasta que traiga tu regalo.

Harry asintió. Era la única forma de conseguir que le soltara la mano. Y allí se quedó, sintiéndose muy desgraciado, hasta que Helene volvió del camarín con el obsequio: un librito azul con una gran cinta roja como señalador. Era un ejemplar de Romeo y Julieta. Harry se avergonzó mucho.

-Gracias -fue cuanto dijo.

- El señalador está en mi escena favorita.

-Hum

-¿No quieres ver cuál es mi escena favorita?

Tuvo que abrir el libro en la cinta roja. Helene se acercó y leyó un párrafo de Julieta: “Y dime: ¿cómo has llegado hasta aquí, y para qué? Las tapias del jardín son altas y difíciles de escalar, y el sitio, de muerte, considerando quién eres, si alguno de mis parientes te descubriera”.

Luego señaló el párrafo siguiente:

-Lee ahora lo que dice Romeo.

Harry se aclaró la garganta. No quería leer, pero se veía obligado.

-"Con ligeras alas de amor franqueé estos muros –leyó con su voz de todos los días; pero luego un cambio lo invadió-, pues no hay cerca capaz de atajar el amor -continuó leyendo y se enderezó, y se hizo ocho años más joven, y valiente y alegre- y lo que el amor puede hacer, aquello que el amor se atreve a intentar. Por tanto tus parientes no me importan"

-¡Te asesinarán si te encuentran! -replicó Helene, y comenzó a llevarlo hacia un costado del escenario.

-¡Ay! ¡Más peligro hallo en tus ojos que en veinte espadas de ellos!

Lo guió hacia la salida posterior del escenario:

-¡Por cuánto vale el mundo, no quisiese que te viesen aquí!

Salieron los dos y se fueron. No asistieron a la fiesta. Una semana más tarde se casaron.

Parecen bastante felices, aunque actúan en forma extraña de cuando en cuando, dependiendo de la obra  que estén leyendo. El otro día pasé por la oficina de teléfonos y le pregunté a Helene qué obras habían estado leyendo últimamente.

-“La semana pasada, respondió, estuve casada con Otelo, fui amada por Fausto y raptada por Paris. ¿No le parece que he sido la muchacha más afortunada del pueblo”.

Repuse que sí y le conté que me habían pedido dirigir otra obra. Le pregunté si ella y su marido estarían dispuestos a formar parte del elenco. Me dirigió una gran sonrisa y preguntó:  ”¿Quiénes somos esta vez?”


Condensado del “Saturday Evening Post” (Diciembre de 1961). © 1961 por The Curtis Publishing Co., Indianápolis (Indiana).

Fuente:
Revista Selecciones del Reader’s Digest, Tomo LXXVIII, N° 468, Noviembre de 1979, pp. 79-84, Reader’s Digest México, S.A. de C.V., México D.F., México.

-Existe una película de 1982 dirigida por Jonathan Demme y está basada en este cuento de Vonnegut.

-Se puede leer el cuento en español en la colección de relatos Bienvenidos a la Casa del Mono (traducción de Welcome to the monkey house), Extemporáneos, México, 1974

-La nota sobre Ann Rutledge es mía.



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