sábado, 20 de febrero de 2021

La Controvertida y Sorprendente Historia del Síndrome de Estocolmo

Por BBC Radio 4

Serie "Sideways"

 

"Dicen que uno puede congelarse del miedo y yo creo que mi mente se desconectó. Pavor indescriptible".

Así recuerda Kristin Ehnmark el momento más aterrador de su vida.

Era el verano de 1973 y ella era una de los cuatro rehenes en el asalto del Kreditbanken, un banco de la plaza Norrmalmstorg de Estocolmo, perpetrado por Jan-Erik Olsson, un delincuente experto en abrir cajas de seguridad y en explosivos de 32 años.

En algún momento Olsson quiso demostrarle a la policía que estaba hablando en serio, así que escogió a Sven Safstrom, otro rehén, y le dijo "'te voy a disparar en la pierna, pero voy a evitar los huesos, para no hacerte tanto daño", le cuenta Kristin a la BBC.

En ese momento crucial, Kristin dijo algo extraño: "Sven, es sólo en la pierna".

¿Por qué diría algo así? ¿Por qué se puso del lado de un peligroso criminal?

Probablemente crees tener la respuesta, una compuesta de dos palabras que se unieron tras ese evento hace casi medio siglo, pero cuando se trata del síndrome de Estocolmo, no todo es tan claro.

Volvamos al principio.

 

 Un 23 de agosto en la capital sueca

Era un día soleado cuando Kristin, quien entonces tenía 22 años y trabajaba como estenógrafa en el Kreditbanken, estaba terminando de escribir una carta.

"De repente, oí disparos y me tiré al piso. El asaltante se metió tras el escritorio y apuntándonos nos ordenó a mí y dos colegas que nos levantáramos", le dijo Kristin a la BBC.

El robo se frustró cuando la policía llegó.

Pero Olsson, quien acababa de escaparse de la cárcel, tenía un plan: usar a los rehenes para huir del país. 

El asaltador exigió dinero, un auto y que le trajeran al banco a un amigo que estaba cumpliendo una condena.

Su nombre era Clark Olofsson y al oírlo Kristin lo reconoció.

"Lo describían como 'extremadamente peligroso'".

Tenía 26 años y era uno de los criminales más famosos de Suecia. Robaba bancos, había estado vinculado al asesinato de un policía y ya se había escapado de la prisión dos veces.

Asombrosamente, los negociadores accedieron, trajeron a Olofsson y lo dejaron entrar al banco.

Además, les dieron el dinero y estacionaron un Ford Mustang azul con el tanque lleno de gasolina listo para que Olsson y Olofsson lo usaran pero le negaron una petición: permitir que se llevaran a algunos de los rehenes con ellos.

Los delincuentes metieron a los rehenes en la bóveda. De repente, un policía que había entrado pasando desapercibido cerró la puerta, dejando a los 4 rehenes junto con los 2 delincuentes atrapados.

Mientras las autoridades intentaban controlar la situación, adentro Olsson sentó a una de las rehenes frente a la puerta, le amarró una bomba a un pie y apagó las luces.

En la oscuridad, lo único que rompía el silencio era el sonido de Olsson mascando pastillas de cafeína.

Con el paso de las horas, se empezó a poner nervioso y decidió que tenía que demostrarle a la policía que estaba hablando en serio. Fue entonces que se le ocurrió dispararle a Sven en la pierna.

Y fue entonces que Kristin empezó a comportarse de esa extraña manera que sería detallada y debatida durante los siguientes 50 años.  


La Llamada

"A mí realmente me avergüenza lo que dije. No soy así. Me tomó como 10 años hablar del tema".

Los otros trataron de convencer a Olsson de que no era buena idea, que no iba a conseguir nada hiriendo a Sven.

Kristin tuvo otra idea peculiar: llamó al primer ministro de Suecia Olof Palme.

Se identificó con su nombre y como uno de los rehenes del banco. "La secretaria me dijo que esperara un momento y luego él habló".

Si una conversación entre un rehén y un primer ministro te parece rara, el mundo más tarde se asombraría más de lo que ella le dijo. Habló con calidez de sus captores y dijo que confiaba en ellos más que en la policía.

En la grabación de la conversación, se oye a Kristin diciendo que está "muy decepcionada" con él.

El primer ministro estaba estupefacto, sonaba hasta ofendido.

"Intenté de todas las maneras posibles de convencerlo de que dejara que dos de nosotros fuéramos con Olsson y Olofsson en el auto", le cuenta a la BBC.

Palme le respondió que era imposible, que le dijera a los delincuentes que entregaran sus armas; ella le dijo que no lo harían. Esta conversación se repitió varias veces hasta que el primer ministro, exasperado, dijo algo que fue borrado de la grabación de esa conversación: "Pues bien, entonces quizás usted tendrá que morir".

Desesperada, Kristin colgó.

El sitio continuó por seis días más. Eventualmente, la policía tomó el banco y, con sus armas listas, le gritaron a los rehenes que salieran primero.

"Jan nos dijo: 'si salen antes, nos van a matar'. Así que les dijimos: 'salgan ustedes primero'", recuerda Kristin. Los rehenes estaban protegiendo a quienes los habían tenido secuestrados y amenazado sus vidas.

Los delincuentes salieron primero, se detuvieron en la puerta para despedirse de los rehenes -besos para las mujeres y un apretón de manos con Sven-. Cuando Kristin salió, trató de evitar que la acostaran en una camilla; parecía más enojada con la policía que con los criminales.

 

El Síndrome 

Unos días más tarde, el negociador principal, el psiquiatra Nils Bejerot, le explicó al mundo por qué Kristin había actuado de esa manera. La causa de su conducta irracional, aseguró, era un síndrome psiquiátrico al que llamó Norrmalmstorg.

Así nació el síndrome de Estocolmo, que adoptó el nombre de la ciudad, no de la plaza sueca.

"Cuando una persona normal es secuestrada por un delincuente que tiene el poder de matarla, en cuestión de horas, el rehén tiene una especie de regresión a emociones infantiles: no puede comer, hablar, ir al baño sin permiso. Hacerlo es un riesgo, así que acepta que su captor es quien le da la vida, como lo hizo su madre", explicaba después el psiquiatra Frank Ochberg, quien definió el síndrome para el FBI y Scotland Yard en la década de 1970.

Y, en 1974, Patty Hearst, la heredera de la fortuna una familia dueña de un periódico californiano, fue secuestrada por militantes revolucionarios. Tras meses en cautiverio, se unió a ellos en un robo. Finalmente fue capturada y en el juicio, sus abogados usaron el síndrome de Estocolmo para defenderla.

El síndrome se popularizó y desde entonces ha reverberado en las ciencias sociales, no siempre para bien.  

 

Antes y Después

"Kristin es una de las mujeres más famosas y menos comprendidas de la psicología", declaró el psicólogo Allan Wade, terapeuta e investigador enfocado en problemas de violencia, en conversación con la BBC.

"El síndrome de Estocolmo forma parte de la familia de conceptos usados para representar personas violadas y oprimidas".

Y tiene raíces anteriores al caso de Suecia.

"Básicamente viene de varias líneas de pensamiento combinadas por Ana Freud en su artículo de 1940 sobre la identificación con el agresor", señala Wade.

Sigmund Freud trabajó con niños abusados y Ana, su hija y fundadora del psicoanálisis infantil, llegó a la conclusión de que un niño tratado violentamente internalizaba esa violencia y simpatizaba con el agresor. Para ella, se trataba de un mecanismo de defensa.

 "La idea psicoanalítica era que cuando la gente está abrumada por el miedo, inconscientemente regresa a una etapa infantil y se empieza a identificar con el agresor, pues es quien les da vida. Ideas relacionadas con estas pueden encontrarse en algunas formas de pensamiento marxista para explicar la razón por la que el proletariado no se levanta contra sus opresores".

En todos esos casos, son las víctimas las que están actuando irracionalmente en contra de sus intereses.

La versión remozada de estas teorías, el síndrome de Estocolmo, se filtró en aún más campos.

En la década de 1990 se convirtió en una forma de explicar la conducta no sólo de rehenes o el proletariado, sino de las víctimas de abuso doméstico, que no quieren o pueden dejar a sus agresores.

Algo que ha sido vehementemente rechazado. El síndrome de Estocolmo no debe usarse para explicar el abuso doméstico, denuncian opositores

"Para quienes no entendían por qué una mujer no actuaba como pensaban que debería hacerlo y tenían una comprensión muy limitada sobre el abuso doméstico, fue una manera fácil de explicar una situación increíblemente compleja que puede tener múltiples y calidoscópicas razones", dice Jess Hill, autora del premiado libro "Mira lo que me hiciste hacer".

"En una relación íntima, que es muy distinta a una situación de secuestro con un extraño, la idea del síndrome de Estocolmo es absurda. Hay principios de apego en juego. Está el hecho de que el momento de la partida es el más peligroso. Usualmente dependen económicamente de sus agresores... hay mucha gimnasia mental que a menudo resulta en que las mujeres concluyen que no tienen otra opción más que quedarse", opina Hill.

¿Debería entonces evocarse síndrome de Estocolmo sólo al tratarse de secuestrados por delincuentes?

Ni siquiera, alegan muchos.

Volvamos al verano de 1973 en ese banco sueco

 

Desde otro punto de vista

¿Hay otra manera de interpretar la historia de Kristin Ehnmark?

"Las opciones de la policía eran básicamente 'salgan o entraremos a atraparlos', y eso, por supuesto, llevaba a consecuencias trágicas: la posible muerte de perpetradores, policías y rehenes", le explicó a la BBC Gary Noesner, exjefe de la Unidad de Negociadores del FBI.

Un estudio publicado dos años después del incidente en Estocolmo estimó el riesgo de muerte de rehenes en un enfrentamiento con la policía en un 79%.

Hay que tener en cuenta que, como señala Kristin, los rehenes estaban supremamente atemorizados.

"No dormíamos. No sabíamos qué iba a hacer la policía. Todo el tiempo trataban de acercarse. Pensé que quizás terminarían haciendo algo que me afectaría, porque los ladrones se estaban poniendo nerviosos".

 El segundo día del secuestro en el banco, el psicólogo Bejorot tuvo la idea de traer al hermano de Olsson, quien entró al banco gritando "No disparen". Olsson abrió fuego. Resulta que no era su hermano. Cada vez que la policía intervenía, aumentaba el riesgo para los rehenes.

"No es raro que los rehenes sientan que la policía es un peligro: si empiezan a disparar, ¿van a morir en el fuego cruzado?", señala Noesner.

Cuando había pasado casi una semana, el gobierno estaba bajo presión.

"Ese fue el momento en el que taladraron el techo y echaron gas", cuenta Kristin. El plan era dormirlos a todos en la bóveda, entrar y liberar a los rehenes.

"Jan nos dijo que si estaban usando gas, íbamos a sufrir daños cerebrales y como él no quería que eso pasara, nos iba a matar". Les puso sogas en el cuello. "Pensé que había llegado mi fin".

La vida de los rehenes pendía de un hilo.

Olsson y Olofsson se rindieron; Kristin y los otros rehenes sobrevivieron. Pero la policía los había encerrado en una bóveda, les había echado gas mientras tenían una soga en el cuello, hasta el primer ministro había dicho que quizás tendrían que morir. 

 El segundo día del secuestro en el banco, el psicólogo Bejorot tuvo la idea de traer al hermano de Olsson, quien entró al banco gritando "No disparen". Olsson abrió fuego. Resulta que no era su hermano. Cada vez que la policía intervenía, aumentaba el riesgo para los rehenes.

"No es raro que los rehenes sientan que la policía es un peligro: si empiezan a disparar, ¿van a morir en el fuego cruzado?", señala Noesner.

Cuando había pasado casi una semana, el gobierno estaba bajo presión.

"Ese fue el momento en el que taladraron el techo y echaron gas", cuenta Kristin. El plan era dormirlos a todos en la bóveda, entrar y liberar a los rehenes.

"Jan nos dijo que si estaban usando gas, íbamos a sufrir daños cerebrales y como él no quería que eso pasara, nos iba a matar". Les puso sogas en el cuello. "Pensé que había llegado mi fin".

La vida de los rehenes pendía de un hilo.

Olsson y Olofsson se rindieron; Kristin y los otros rehenes sobrevivieron. Pero la policía los había encerrado en una bóveda, les había echado gas mientras tenían una soga en el cuello, hasta el primer ministro había dicho que quizás tendrían que morir. 

Sin embargo, debido a la forma en la que Kristin se comportó durante el episodio fue etiquetada con un desorden psiquiátrico. Y quien lo hizo fue Bejerot, el responsable de todas las decisiones que produjeron pánico entre los rehenes.

"La quisieron sacar en una camilla y cuando le preguntaron si criticaba las acciones de la policía, ella respondió 'sí, fue peligroso'. La siguiente persona que entrevistaron fue quien se debió haber sentido criticado, y él básicamente dijo: 'no pueden tomarla en serio, tiene síndrome de Estocolmo'", subraya Wade.

"Para mí, fue una manera de desestimar lo que hizo para resistir, preservar su dignidad y proteger a los otros rehenes".

Lo increíble fue que nadie se molestó en preguntarle a Kristin su opinión.

"Ninguno de los expertos mundiales en síndrome de Estocolmo que ganaron mucho dinero hablando del tema jamás conversaron con ella. Hablaron sobre ella, sin ella, en vez de darle voz para que articulara su propia experiencia", apunta Wade.

"Siempre sentí que había hecho algo malo", le dice Kristin a la BBC.

"Kristin me dijo que hubiera querido que alguien la hubiera abrazado por un rato muy, muy largo. Eso no sucedió. Le asignaron una patología sin respetar la ética y hablar con ella", denuncia Wade.

En vez de ver la situación desde la perspectiva de las víctimas, se asumió como parcialmente su error. El poder estuvo en manos de quienes determinan las explicaciones.

Y, curiosamente, incluso expertos como el abanderado del síndrome, Frank Ochberg, aceptó que los casos de síndrome de Estocolmo son raros.

De hecho, no existen criterios de diagnóstico ampliamente aceptados para identificar el síndrome, y no se encuentra en ninguno de los dos manuales psiquiátricos principales, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) y la Clasificación Internacional y Estadística de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud (CIE).

Para Kristin Ehnmark, "es mierda, si eso se puede decir en la BBC".

"Yo hice lo que pude para sobrevivir"

 

Fuente:

BBC News Mundo 

 

martes, 16 de febrero de 2021

Cómo ayudar a tus hijos a aceptar el aburrimiento (y por qué puede ser bueno)

Por Redacción BBC Mundo  

 

 "¡Estoy aburrido!".

"No sé qué hacer…".

"¡Qué aburrido es esto!".

Durante los confinamientos, los niños han gozado de un tiempo casi ilimitado para estar frente a las pantallas mientras los padres hacían malabares para entretenerlos lejos de ellas y cumplían al mismo tiempo con sus obligaciones laborales.

 Y a pesar de ese ingente esfuerzo por parte de la familia, hay muchos niños para quienes los confinamientos son frustrantes y aburridos.

Sin embargo, algunos especialistas consideran que el aburrimiento puede esconder algo bueno.

"Uno pensaría que los niños de la era de internet ya no saben qué es el aburrimiento, pero las investigaciones muestran que los niños están más aburridos que nunca", explicó al programa de la BBC Bitesize el doctor Sandi Mann.

Este profesor de psicología en la Universidad de Central Lancashire y autor de "The Science of Boredom: Why Boredom is Good" (La ciencia del aburrimiento: por qué el aburrimiento es bueno) recuerda que los niños de ahora "tiene un nivel muy alto de estimulación, que reduce su umbral de aburrimiento".

Esto significa que necesitan más estimulación para no aburrirse, mientras que las generaciones anteriores aprendieron a usar herramientas diferentes y más allá de la red.

Para la académica Teresa Belton, el aburrimiento es potencialmente la chispa que necesitamos para ser creativos.

"Cuando los niños no tienen nada que hacer, ahora encienden inmediatamente la televisión, la computadora, el teléfono o algún tipo de pantalla. El tiempo que dedican a estas cosas ha aumentado", dice.

"Pero los niños necesitan tener tiempo para imaginar y para seguir sus propios procesos de pensamiento o para asimilar sus experiencias a través del juego o simplemente observando el mundo que los rodea".

Entonces, ¿de verdad hay que dejar que se aburran?

 

El doctor Mann tiene 3 consejos para los padres:

1. Sí, deja que se aburran

"Creo que tenemos mucho miedo de que si nuestros hijos se aburren, estemos fracasando como padres, pero en realidad creo que es al revés y estamos fracasando como padres si no dejamos que se aburran", dice.

2. Limita el tiempo de pantalla y las computadoras

"No confíe únicamente en los dispositivos que utilizan elementos pasivos para reducir su aburrimiento. Necesitan un tiempo de aburrimiento real donde lo único que tienen para entretenerse es su propia imaginación y creatividad".

El especialista cree que en esta era digital, eso es algo que hemos perdido

3. Proporciónales herramientas

Dales ropas para que se disfracen u objetos para hacer manualidades. Cualquier cosa que puedas encontrar por ahí.

"Necesitan hacerlo de forma activa; necesitan usar su propia imaginación. Esto los hace más tolerantes con el aburrimiento, les ayudará a poder concentrarse más y a desarrollar su propia creatividad"

El doctor teme que si los niños no pueden tener un tiempo de inactividad, su creatividad se apaga".

 

La Experiencia de una Madre 

La maestra de escuela primaria Monica Saunders tiene tres hijas de 15, 13 y 5 años. Está de acuerdo con el enfoque del Dr. Mann.

"Ha llevado semanas encontrar una rutina que funcione para todas. Les dejé encontrar su propia manera de hacerlo y ellas mismos crearon sus propias rutinas diferentes".

Saunders cuenta como animó a sus hijas a utilizar este tiempo de confinamiento para encontrar algo que les guste hacer y para lo que normalmente no tendrían tiempo.

"Las redes sociales son excelentes para mantenerse en contacto con amigos, pero han comenzado a aburrirse y han comenzado a encontrar otras cosas que hacer", dice. 

"Lo bueno de esto es que ha conseguido que tengan más recursos para la vida diaria. Incluso yendo por zonas que conocen bien, normalmente mirarían mapas en sus teléfonos para saber si iban por el camino equivocado".

"Pero debido a que hay muchas menos actividad en redes sociales están comenzando a encontrar otras cosas: jugaron a las preguntas el fin de semana y ellas mismas prepararon las pruebas".

"También pasaron mucho tiempo en el jardín pensando en pistas que normalmente no tienen la paciencia o el tiempo para preparar".

Hay que decirle a los niños: "El aburrimiento es bueno para ti, ¡disfrútalo mientras puedas!".

 

Fuente:

BBC News Mundo 

sábado, 6 de febrero de 2021

¿Cuál era para Platón la Mejor Forma de Gobierno (y por qué creía que la Democracia era una de las peores)?

BBC News Mundo

Si estuvieras en medio del océano en un barco, ¿qué harías:

A. Convocarías una elección para ver como pilotear el barco o...

B. Tratarías de averiguar si hay alguien a bordo experto en hacerlo?

Si escogiste B, presuntamente piensas que los conocimientos especializados son útiles en este tipo de situaciones... no quieres que meros aficionados estén adivinado qué hacer cuando se trata de asuntos de vida o muerte.

¿Y qué opinas cuando se trata de quienes pilotean el gran barco que es un Estado?

¿No sería también más efectivo encontrar a alguien experimentado para que fuera el líder en vez de votar?

Eso es lo que Platón, el gran filósofo de Atenas -la cuna de la democracia-, alegó hace unos 2.400 años en el libro VI de la "República", uno de los primeros y más influyentes textos sobre... casi todo: justicia, naturaleza humana, educación, virtud.

Pero también sobre gobierno y política.

Está escrito en la forma de una serie de diálogos, entre ellos una conversación entre Sócrates, su maestro, y algunos amigos sobre la naturaleza de los regímenes y las razones por las cuales uno es superior a otro.

En ella queda en evidencia que su opinión sobre la democracia -en griego "el gobierno del pueblo"- como proceso para decidir qué hacer, era poco favorable.

Incluso votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos; no se daban cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar, así como para navegar.

"Los expertos que Platón quería al timón del buque del Estado eran filósofos especialmente entrenados, escogidos por su incorruptibilidad y por tener un conocimiento de la realidad más profundo que el común de la gente", explicó el filósofo Nigel Warburton en la serie BBC History of Ideas.

 *Cracia

 En esa forma de gobierno era la aristocracia -griego para "el gobierno de los mejores"-, donde unos pocos se pasarían la vida preparándose para el liderazgo, los que se encargarían de dirigir la República, de modo que pudieran tomar decisiones sabias para la sociedad.

"Aunque sus puntos de vista eran indiscutiblemente clasistas, Platón creía que esos aristócratas gobernarían desinteresada y virtuosamente", explica la filósofa Lindsey Porter en una animación de BBC Ideas.

Sin embargo, esta sociedad ideal estaría en constante peligro de derrumbarse.

"Anticipó que los hijos de los hombres sabios y educados se corromperían con el tiempo por los privilegios y el ocio, que terminarían preocupándose únicamente por la riqueza, y la aristocracia se convertiría en una oligarquía, que en griego significa 'el gobierno de unos pocos'", señala Porter.

Estos nuevos gobernantes ricos y mezquinos estarían obsesionados con equilibrar el presupuesto. La austeridad dominaría y la desigualdad aumentaría.

"A medida que los ricos se hacen cada vez más ricos, cuanto más piensan en hacer una fortuna, menos piensan en la virtud", escribió Platón.

Al crecer la desigualdad, los pobres incultos terminarían superando en número a los que acaudalados.

Eventualmente, los oligarcas serían derrocados y el Estado colapsaría en una democracia.

¿Colapsaría?

 Esto porque, así como la búsqueda ciega de la riqueza ocasiona una sed de igualdad, "el deseo insaciable de libertad ocasiona una demanda de tiranía".

Exceso de Libertad

Aquí va otro concepto difícil de concebir.

Básicamente, la idea es que una vez que la gente tiene libertad, quiere aún más.

Si la libertad a cualquier precio es el único objetivo, se produce un exceso de libertad que genera un exceso de facciones y una multiplicidad de perspectivas, la mayoría de las cuales están cegadas por intereses estrechos.

Quien desee ser líder debe entonces halagar a esas facciones, complacer sus pasiones, y ese es un terreno fértil para el tirano, que manipula a las masas para "dominar la democracia", según Platón.

Es más, esa libertad ilimitada degenera en histeria colectiva. Es entonces cuando la fe en la autoridad se atrofia, la gente se inquieta y cede a un demagogo estafador que cultiva sus miedos y se posiciona como protector.

No Obstante... 

Los antiguos atenienses tenían una democracia directa, así que el electorado votaba casi todo. Básicamente, referendos interminables.

"Hoy en día hay muchas instituciones a la mano que no existían en la época de Platón: la democracia representativa, la Corte Suprema, leyes de Derechos Humanos, educación universal...", señala la filósofa Lindsey Porter.

"Sirven de salvaguardas para controlar el gobierno de una multitud desconsiderada", añade. 

Sin embargo, en los últimos años, la emergencia de líderes del estilo de Donald Trump han hecho resonar las advertencias de "La República" entre varios analistas, entre ellos el comentarista político Andrew Sullivan, quien en 2017 le dio voz a sus cavilaciones en un impactante video de BBC Newsnight.

Con Platón como su estrella polar, resalta que este tipo de personajes "suele ser de la élite pero está en sintonía con la época. (...) Se apodera de una turba particularmente obediente y tildando de corruptos a sus pares ricos.(...)

"Finalmente, se queda solo, ofreciéndole a los ciudadanos confundidos, distraídos y autoindulgentes una especie de alivio de las interminables opciones e inseguridades de la democracia (...) y se ofrece a sí mismo como la respuesta personificada a todos los problemas.

"Y con el público emocionado por él como una posibilidad de solución, una democracia voluntaria e impetuosamente se autoanula".

Pero hay algo más 

Para la filósofa Porter hay algo más que destacar.

Aunque la idea de ser gobernados por aristócratas nos haga ruido, de fondo lo que estaba deseando era un liderazgo de personas desinteresadas en los placeres vagos, pues así serían incorruptibles y, gracias a su educación, tomarían decisiones sabias destinadas a la virtud.

Líderes que se preguntarían constantemente: "¿Cuál sería el curso de acción más justo y prudente?".

"Esa es la clave para Platón: tomar decisiones justas, prudentes y sabias. Que gobernara la virtud, no la pasión". 

 

Fuente:

BBC News Mundo 

miércoles, 3 de febrero de 2021

Michael Sandel: "El primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales para todos"

Por Irene Hernández Velasco

Hay Festival Digital Colombia@BBCMundo

 

Michael Sandel (Mineápolis, 1953) es mucho más que un filósofo o un intelectual.

Muchos consideran que este profesor de Derecho de la Universidad de Harvard es algo así como una especie de estrella del rock de la filosofía.

Y la verdad es que las cifras de sus charlas y conferencias rozan las de los conciertos multitudinarios. Sandel ha llenado de seguidores la catedral de San Pablo en Londres, ha atiborrado de gente la emblemática Casa de la Ópera en Sídney, ha congregado a 14.000 personas en un estadio de Seúl…

Y eso por no hablar de sus cifras en internet. Sus clases magistrales se han visto decenas de millones de veces en YouTube y se han hecho absolutamente virales. 

El último libro de Sandel lleva por título "La Tiranía de la Meritocracia" y en él analiza en profundidad ese concepto, tan de moda en los últimos años, según el cual todo el mundo debe disfrutar de las mismas oportunidades, lo que en teoría garantizaría que los que lleguen a lo alto habrían conseguido el éxito por sus propios métodos. 

Sandel, sin embargo, arremete contra esa idea y las numerosas falacias que en su opinión esconde. 

¿Qué tiene de malo la meritocracia?

En determinada manera, la meritocracia es un ideal atractivo porque promete que si todo el mundo tiene las mismas oportunidades, los ganadores merecen ganar. Pero la meritocracia tiene un lado oscuro. Hay dos problemas con la meritocracia.

Uno es que en realidad no estamos a la altura de los ideales meritocráticos que profesamos o proclamamos, porque las oportunidades no son realmente las mismas.

Los padres adinerados son capaces de transmitir sus privilegios a sus hijos, no dejándoles en herencia grandes propiedades sino dándoles ventajas educativas y culturales para ser admitidos en las universidades. 

En su libro usted revela por ejemplo que la inmensa mayoría de los estudiantes de universidades tan prestigiosas como la de Princeton o Yale pertenecen a familias muy ricas…

Así es. De hecho, en las universidades de la denominada Ivy League (que incluye a las universidades de Brown, Columbia, Cornell, Dartmouth College, Harvard, Pensilvania, Princeton y Yale, algunas de las más prestigiosas de Estados Unidos) hay más estudiantes que pertenecen al 1% de las familias con más ingresos del país que al 60% con menos ingresos.

Así que el primer problema de la meritocracia es que las oportunidades en realidad no son iguales.

¿Y el segundo problema?

El segundo problema de la meritocracia tiene que ver con la actitud ante el éxito. La meritocracia alienta a que quienes tienen éxito crean que éste se debe a sus propios méritos y que, por tanto, merecen todas las recompensas que las sociedades de mercado otorgan a los ganadores.

Pero si los que tienen éxito creen que se lo han ganado con sus propios logros, también tienden a pensar que los que se han quedado atrás son responsables de estar así.

Así que el segundo problema de la meritocracia es un problema de actitud ante el éxito que lleva a dividir a las personas en ganadores y perdedores. La meritocracia crea arrogancia entre los ganadores y humillación hacia los que se han quedado atrás. 

Y si la meritocracia es algo en realidad tan perverso, ¿por qué en las últimas décadas muchos políticos, sobre todo del centro-izquierda, la han abrazado?

Es una pregunta muy interesante. Durante las últimas décadas, los partidos de centro, de izquierdas y derechas han adoptado una versión neoliberal de la globalización que ha provocado un aumento de las desigualdades.

Y los partidos de centro-izquierda han respondido a estas desigualdades no buscando reducirlas directamente a través de políticas económicas, sino ofreciendo la promesa de que era posible ascender socialmente, lo que en mi libro llamo 'la retórica del ascenso'.

La idea es que si creamos igualdad de oportunidades, entonces no tenemos por qué preocuparnos mucho de la desigualdad porque la movilidad puede permitir a las personas ascender de trabajos con salarios estancados a otros mejores.

Los partidos de centro-izquierda han ofrecido la retórica del ascenso en lugar de responder directamente a la desigualdad. 

Por decirlo de otro modo: en lugar de encarar directamente la desigualdad ofrecieron el mensaje de que se podía conseguir la movilidad individual si se accedía a la educación superior, decían que para ganar en la economía global había que ir a la universidad y sacarse un título universitario, porque el dinero que uno iba a cobrar dependía de lo que había aprendido y estudiado, y que si uno se esforzaba podía lograrlo.

Todos esos lemas forman parte de la retórica del ascenso, y los partidos de centro-izquierda pensaron que era una forma inspiradora de alentar a las personas a mejorar su propia condición como individuos obteniendo un título universitario.

Y, de alguna manera, ese mensaje es inspirador, todo el mundo quiere creer que si trabaja duro, puede mejorar su condición.

Pero aunque puede ser de algún modo un mensaje inspirador, por otro lado es insultante, porque implica que si no has ido a la universidad y estás pasándolo mal en la nueva economía, la culpa de tu fracaso es sólo tuya. Y eso, insisto, es insultante para muchos trabajadores.

Lo que las élites, las élites políticas y meritocráticas olvidan, es que la mayoría de la gente no tiene un título universitario. En Estados Unidos y en Gran Bretaña, casi dos de cada tres personas no tienen un título universitario.

Es un error crear una economía en la que la condición para el éxito es un título universitario que la mayoría de la gente no tiene. Y eso vale también para Europa.

Y, de ese modo, los partidos de centro izquierda han perdido a muchos de los votantes de la clase trabajadora que tradicionalmente eran su base de apoyo. Lo hemos visto con el Partido Demócrata en Estados Unidos, con el Partido Laborista en Gran Bretaña, con los partidos socialdemócratas en Europa… 

Esos partidos se han ido convirtiendo cada vez más en partidos de clases profesionales, de élites con formación universitaria, y han ido perdiendo apoyo entre los trabajadores sin educación universitaria.

¿Y a dónde se han ido esos votantes?

Esos votantes comenzaron a apoyar a políticos y a partidos populistas autoritarios, apoyaron a Donald Trump en Estados Unidos, el Brexit en Gran Bretaña y a partidos populistas autoritarios en Francia, en España y en otros países.

¿Qué tiene que ver exactamente la meritocracia con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca tras las elecciones de 2016 o con el auge de los populismos?

En las últimas décadas, se ha ido profundizando la división entre ganadores y perdedores, envenenando nuestra política y separándonos. Esa división tiene que ver en parte con las crecientes desigualdades de las últimas décadas. 

Pero también se tiene que ver con cómo han cambiado las actitudes ante el éxito con el aumento de desigualdad.

Los que han llegado a la cima en la era de la globalización, llegaron a creer que su éxito era todo suyo porque lo habían ganado por sus propios méritos, y que los perdedores no tenían a nadie a quien culpar de su fracaso más que a ellos mismos.

Eso refleja la idea meritocrática, porque si las posibilidades son iguales para todos, los ganadores merecen sus ganancias.

A medida que estas actitudes se afianzaban, la arrogancia meritocrática llevó a los ganadores a creer que su éxito era el resultado de sus propios talentos y del trabajo duro, y llevó la desmoralización y la humillación a los perdedores.

Y una de las formas más potentes y poderosas de reaccionar contra eso es la acción violenta y populista contra las élites.

Muchos trabajadores sienten que las élites los desprecian, que no los respetan, no respetan el tipo de trabajo que hacen.

Y eso creó una ira y un resentimiento cada vez más profundos entre los trabajadores, que sabían que estaban trabajando duro pero recibiendo menos dinero, porque los salarios de los trabajadores están estancados desde hace cuatro décadas.

Los partidos populistas autoritarios apelan a los agravios de esas personas que sienten que este sistema los desprecia, un resentimiento que las actitudes meritocráticas hacia el éxito han alimentado.

La mayoría de las ganancias de la globalización fueron a parar al 20% más rico, y la mitad inferior de los trabajadores no recibió ninguna de esas ganancias, ninguna. Pero no fue sólo exclusión económica.

También ese sentido de humillación que surge al sentir que las élites te menosprecian, que consideran que tú eres el culpable de tu propio fracaso y que si ellos tienen éxito es porque se lo han ganado. Eso creó la ira y el resentimiento al que apelaron figuras populistas autoritarias como Donald Trump.

Donald Trump, efectivamente, siempre ha criticado a las élites. Pero, al mismo tiempo, se ve a sí mismo como el resultado de la meritocracia, como un hombre que se ha hecho a sí mismo. Es un poco contradictorio, ¿no cree?

Donald Trump ha sido un hombre de negocios que ha ganado mucho dinero. Pero la ira y el resentimiento no son contra aquellos que aspiran a tener riqueza y una posición social.

De ese modo, y a pesar de tener mucho dinero, Donald Trump expresaba el sentimiento de agravio contra las élites meritocráticas, porque él mismo a lo largo de su carrera empresarial siempre se ha sentido despreciado por las élites financieras, las élites profesionales y las élites intelectuales de Nueva York. 

  hay mucha verdad en eso, nunca fue aceptado ni respetado por las élites de Nueva York o las élites meritocráticas.

Por eso siempre sintió una profunda inseguridad, que procedía de sentirse menospreciado. Y paradójicamente eso le permitió, a pesar de ser un hombre rico, expresar el sentimiento de resentimiento que muchos trabajadores sentían por las élites meritocráticas.

Y si la meritocracia no es buena, si no funciona correctamente, ¿qué deberíamos hacer para lograr sociedades más igualitarias?

Creo que deberíamos concentrarnos menos en preparar a la gente para la competencia meritocrática y centrarnos más en la dignidad del trabajo.

Debemos impulsar medidas y políticas que hagan la vida mejor y más segura para los trabajadores, independientemente de cuáles sean sus logros y títulos académicos.

En el libro ofrezco varias formas en las que podríamos cambiar el discurso político hacia esa dirección. Y en ese sentido me parece muy interesante la elección de Joe Biden como presidente de EE.UU. tras derrotar a Donald Trump.

Biden es el primer candidato demócrata a la presidencia en 36 años sin un título de una prestigiosa universidad de la Ivy League, ¡el primer candidato demócrata en 36 años!

Eso muestra cómo durante las últimas cuatro décadas el Partido Demócrata ha sido un reflejo del dominio de las élites meritocráticas. 

Y creo que parte del éxito de Biden reside precisamente en que al no provenir de la élite meritocrática, ha sido capaz de conectar de manera más efectiva con los votantes de la clase trabajadora. Durante la campaña electoral, por ejemplo, Biden habló de la necesidad de renovar la dignidad del trabajo.

Pero no me malinterprete: no digo que debamos abandonar el proyecto de igualdad de oportunidades. Ese es un proyecto muy importante, moral y políticamente.

El error es asumir que crear más igualdad de oportunidades es una respuesta suficiente a las enormes desigualdades de ingresos y riqueza que ha provocado la globalización neoliberal.

La pandemia de coronavirus ha revelado la importancia fundamental que tienen para la sociedad muchos trabajos que sin embargo están muy mal pagados. ¿Cree que eso puede ayudar a cambiar mentalidades?

Potencialmente, sí. Puede ayudar a que asumamos que el dinero que mucha gente recibe por su trabajo no es la verdadera medida de su contribución al bien común, una idea errónea y que debemos de cambiar.

La experiencia de la pandemia proporciona una posible apertura para un debate público sobre lo que realmente es una contribución valiosa al bien común, más allá del veredicto del mercado laboral.

Aquellos de nosotros que tenemos el lujo de poder trabajar desde casa nos hemos dado cuenta de lo mucho que dependemos de algunos trabajadores a los que a menudo pasamos por alto.

No se trata sólo de aquellos que trabajan heroicamente en los hospitales cuidando a los pacientes de Covid, sino también de los trabajadores de reparto, los empleados en almacenes, el personal de supermercados, los conductores de camiones, los proveedores de atención médica a domicilio, los cuidadores de niños… Ninguno de esos trabajos es de los mejor pagados. 

Y, sin embargo, ahora reconocemos a los que los hacen como trabajadores esenciales, como trabajadores clave. Así que la experiencia de la pandemia podría ser el comienzo de un debate público amplio sobre cómo reconocer la importancia del trabajo y las contribuciones a la sociedad que esas personas hacen.

Depende de nosotros, es una pregunta abierta. Pero creo que la experiencia de la pandemia ha puesto de relieve las desigualdades que existen en nuestras sociedades y la importante contribución de quienes sin embargo no obtienen las mayores recompensas por parte del mercado. 

¿Considera entonces que esos trabajadores esenciales deberían estar mejor pagados?

Sí. Creo que se les debería pagar mejor como medida de emergencia durante esta pandemia. Pero también creo que deberían recibir en general un mejor salario, incluso cuando superemos la pandemia.

Reconocer el importante papel de los trabajadores esenciales durante esta pandemia debería impulsarnos a establecer un salario digno para todos los trabajadores.

Y también deberíamos proporcionar permisos pagados por enfermedad a todos los trabajadores durante la pandemia, porque muchos de esos trabajadores están poniendo en riesgo su salud al realizar el trabajo que hacen, mientras que el resto de nosotros podemos proteger nuestra salud quedándonos en casa.

Se les debería proporcionar un salario digno, permisos por enfermedad remunerados y otras medidas para mostrar el reconocimiento de la sociedad a la importancia de su contribución.

Un estudio de la New Economic Foundation de 2009 revela que algunos de los trabajos mejor pagados son socialmente muy destructivos, son trabajos que no aportan nada al bien común…

Así es, y de eso me ocupo en el capítulo 7 de "La Tiranía de la Meritocracia". ¿Por qué ganan por ejemplo tanto dinero los muy generosamente pagados ejecutivos de la industria financiera de Wall Street?

A veces asumimos que las transacciones financieras especulativas son algo de vital importancia para la economía y la sociedad. 

Pero los estudios han demostrado, y cito algunos de esos estudios en el libro, que más allá de cierto punto, la ingeniería financiera compleja y la especulación no sólo no contribuyen a la productividad de la economía sino que en realidad es un lastre para la productividad, algo que daña a la economía real.

Y si eso es así, entonces recompensar a esos ejecutivos financieros pagándolos generosamente no es consistente con cómo se pagan las contribuciones verdaderamente valiosas a la economía y el bien común.

¿Y qué propone?

Propongo un cambio en la estructura tributaria. Sugiero que consideremos establecer un impuesto a las transacciones financieras especulativas y a la actividad financiera especulativa, que gravemos esa actividad y usemos el dinero recaudado para reducir el impuesto sobre el trabajo que en Estados Unidos pagan los trabajadores ordinarios.

El mensaje de mi libro es abrir un amplio debate público sobre lo que se considera una contribución verdaderamente valiosa a la economía y al bien común, y revisar nuestra política fiscal y otras políticas del mercado laboral para que éstas den mayor reconocimiento y respeto a aquellos que hacen contribuciones valiosas y que actualmente están mal pagados y poco reconocidos.

Muchos padres, ya sean ricos o pobres, inculcan a sus hijos que si se esfuerzan y trabajan duro lograrán las metas que se propongan, un mensaje muy meritocrático. ¿Es peligroso decirles eso?

Sí y no, depende. Por supuesto, que los padres animen a sus hijos a estudiar y trabajar mucho es una cosa buena que da a los jóvenes la inspiración y la motivación para esforzarse. 

Eso es algo positivo, pero hasta cierto punto. Los padres deben tener cuidado y combinar ese mensaje con otro, deben animar a sus hijos a trabajar duro, pero no sólo para que puedan obtener un trabajo que les permita ganar mucho dinero, también debemos fomentar en nuestros hijos el amor por el aprendizaje en sí mismo.

No debemos convertir la educación sólo en un instrumento de progreso económico, porque eso privará a nuestros hijos del amor por el aprender por el placer de aprender.

Y otro aspecto importante que debemos inculcarles es que si tienen éxito el día de mañana será en parte gracias a su propio esfuerzo, pero en parte gracias también a sus maestros, a su comunidad, a su país, a los tiempos en que viven, a las circunstancias, a las ventajas de las que hayan podido disfrutar...

Enseñar a nuestros hijos que su éxito sólo es resultado de su propio esfuerzo podría hacerles olvidar que están en deuda con los demás, incluida su comunidad. Debemos criar niños que tengan un sentido de gratitud y humildad cuando tengan éxito. 

 

Fuente:

BBC News Mundo