¿Todavía guarda el lector celos y resentimientos surgidos en su
infancia al tratar con sus hermanos y hermanas adultos? He aquí cómo remediar
la rivalidad entre hermanos adultos
Por Elisabeth
Keiffer
Al dar Joan a luz
al primer varón en su familia en tres generaciones, ella y su marido quedaron
extasiados. Igual cosa les sucedió a los padres de Joan. Esta esperaba que
Sally, su hermana mayor, estuviera no menos encantada.
Joan había adorado
siempre a Sally, la beldad y estrella de
la familia, y se había alegrado de sus logros.
Sin embargo, a
partir del nacimiento del bebé, Joan y
Sally se han distanciado. Joan está resentida porque su hermana no muestra
ningún interés por el pequeño Andrew. Sally, que no tiene hijos, comenta que su
hermana menor “se comporta como si nadie hubiera tenido antes un bebé”.
Ni Sally ni Joan se
dan cuenta de que el súbito cambio operado en la posición que ocupan dentro de
la familia es la verdadera causa del alejamiento entre ambas. Joan ha superado
por fin a su dominante hermana mayor, ¡y esto a Sally no le gusta! Es posible
que la desavenencia sea temporal, pero demuestra que una rivalidad originada en
la infancia no siempre se deja atrás. Puede ser durante toda la vida un potente
ingrediente en las relaciones entre hermanos.
En un estudio
realizado en la Universidad de Cincinnati (Ohio), se les preguntó a 65 hombres
y mujeres de edades entre 25 y 93 cuáles eran sus sentimientos para con sus
hermanos y hermanas. Cerca del 75 por ciento reconoció que abrigaba
sentimientos de rivalidad. Estos, en algunos casos, eran lo bastante intensos
para haber afectado su vida entera.
Muchos adultos
mantienen estrechas relaciones con sus hermanos
y hermanas, se muestran afectuosos y dispuestos a ayudarlos, y no
obstante aún experimentan la necesidad de competir con ellos. Conozco a dos
hermanos que son enemigos mortales cuando se enfrentan en una cancha de tenis;
fuera de esta, son los mejores amigos. Mi hermana menor jamás se abstiene de hacerme
notar que he engordado; pero es pésima cocinera, lo que me complace, y cuando
viene a casa cocino como nunca. Por dicha, a pesar de estos defectillos, cada
una ha sido un importante recurso para la otra.
Entre las personas
que mantienen una intensa rivalidad con sus hermanos y las generalmente
dispuestas a apoyar a los suyos, están las que sostienen relaciones ásperas a
las cuales ninguna amistad podría sobrevivir.
Hay hermanos y
hermanas que se mantienen a una prudente distancia unos de otros, pero que
nunca llegan a romper los lazos fraternales. ¿Por qué persisten estas
relaciones incomprensibles, improductivas y a menudo dolorosas?
En parte porque los
lazos anudados en la infancia conservan su fuerza aun después de que los
hermanos han crecido en edad y seguido diferentes caminos. Tales relaciones
suelen ser tan estrechas que los participantes se profesan un afecto distinto
de cualquier otro. Pero a la vez en el afecto que contribuye a esta relación
siempre hay lugar para la irritación, la envidia y el resentimiento.
Stephen Bank,
terapeuta familia y coautor, con Michael Kahn, del libro The Sibling Bond (“El Lazo Fraterno”), nos explica las razones de
aquello: “Pocos son los adultos que no creen, en el fondo, que un hermano ha
recibido más de lo que él recibió: amor paternal, ciertas ventajas, talento,
atractivos físicos. Podría ser cierto, pero en realidad ello no tiene
importancia. Si como adultos han alcanzado el éxito suficiente para
considerarse en un plano de igualdad, los hermanos pueden darse mucho unos a
otros. De lo contrario, los sentimientos que no se hayan aclarado podrán echar
a perder sus relaciones”.
La necesidad del
amor paterno es tan instintiva como la respiración, y la lucha por disfrutar de
él en exclusiva se inicia al venir al mundo un hermanito o hermanita menor.
Según Bank, cuando la rivalidad entre adultos alcanza proporciones de neurosis,
el origen de tales sentimientos puede hallarse en un marcado favoritismo paterno
o en la convicción de uno de los hermanos de que el otro es superior a él.
Un estudio hecho
con hermanas adultas, descrito en el libro Sisters
(“Hermanas”) de Elizabeth Fishel, indica la importancia de que los padres
traten imparcialmente a los hijos. Las hermanas que dijeron tener relaciones
inmejorables entre ellas informaron que en sus familias no había favoritismo,
que sus padres no hacían comparaciones y que no enfrentaban a unas con otras.
Así como un
favoritismo abierto, las clasificaciones en apariencia inocentes que a menudo
ponen los padres a los hijos llegan a influir permanentemente en la opinión que
estos se forman unos de otros… y aun de ellos mismos. Cierto amigo mío abandonó
los deportes para los cuales había demostrado tener facultades en su
adolescencia, porque su hermano mayor era visto como “el atleta estrella” de la
constelación familiar.
Ya sean negativas o
positivas, tales clasificaciones pueden resultar irritantes para aquellos a
quienes se aplican. No hace mucho tiempo, Kim, nuestra hija de 20 años de edad,
le dijo a su hermano mayor que estaba harta de que la consideraran la
“excéntrica” de la familia sólo por haber vestido en los primeros años de su
adolescencia como si lo fuera. Le hizo notar a su hermano que las altas
calificaciones que obtenía en la universidad distaban mucho de ser excéntricas,
y él tuvo que estar de acuerdo con esto. Ahora su hermano la trata con un nuevo
respeto. Kim se dio cuenta del papel que se le había impuesto y tuvo el valor
de rechazarlo.
Los sociólogos que
han estudiado las relaciones entre hermanos adultos señalan que es común en
estos mostrarse volubles. Bien se sabe que situaciones que podría esperar
sirvieran para reconciliar a hermanos desavenidos (el nacimiento de un bebé, la
enfermedad o el deceso de uno de los padres), no hacen sino reavivar viejas
rencillas.
En vez de que la
preocupación por la enfermedad del padre o la madre acerque a los hijos, es
frecuente que estos disputen con acritud respecto a quién de ellos tiene más
cuidados para con su progenitor, quién le presta mayor ayuda económica o le
demuestra mayor cariño. Tal cosa asegura Victor Cicirelli, psicólogo de la
Universidad Purdue (Indiana), en Estados Unidos. Y al decir de abogados testamentarios,
las querellas más agrias se suscitan cuando unos hermanos tienen que dividirse
las propiedades personales de uno de los padres.
Una amiga que
perdió a su madre hace varios meses, no se habla con su hermana desde poco
después de los funerales. “Fui a casa de Patty a los pocos días de los
servicios fúnebres”, me contó Jill, con voz ronca de cólera, “y sobre una mesa de té vi el
álbum de fotos de la familia. Al preguntarle con qué derecho se lo había
quedado, me respondió que mamá habría querido que ella lo conservara por ser la mayor”.
El rompimiento de
Jill y Patty se habría solucionado ya si el marido de Jill no se hubiese
apresurado a ponerse de parte de su mujer. “Si un cónyuge desea conciliar las
cosas cuando su pareja riñe con un hermano, deberá mantenerse emocionalmente
neutral”, aconseja Bank. “es correcto respaldar a la esposa o al marido, a
condición de tener presente que el fin es ayudar al cónyuge a ser más objetivo
y no el ahondar más las diferencias”.
Al avanzar en edad,
no pocos adultos expresan su deseo de estar en mejores términos con sus
hermanos, pero a continuación agregan que tal cosa es probablemente imposible.
“Acabamos siempre frustrados por los mismos motivos de queja”, se lamentan con
frecuencia.
“No hay necesidad
de que así sea”, declara Bank. “Es posible mejorar casi cualquier relación si
las personas están dispuestas a dedicarse con energía a hacer más satisfactoria
la relación. La gente debe reconocer que las rencillas de la infancia no son
sino residuos de una lucha de la cual muy probablemente ninguno tuvo la culpa.
Si son capaces de comprender esto, podrán dejar de sentirse culpables o de
reprocharse mutuamente como solían hacerlo a la edad de doce años”.
Los hermanos se
resisten a menudo a dejar ver sentimientos ocultos por largo tiempo de enojo,
celos, inferioridad o culpabilidad. Pero una vez que estos sentimientos se han
sacado a la luz, existirá una oportunidad mucho mayor de mejorar las
relaciones.
“El primer paso
consiste en expresar sinceramente los sentimientos de rivalidad que
abriguemos”, dice Bank. “Pero es esencial ir más allá de los reproches y
acusaciones y hablar positivamente de lo que cada uno podría hacer para mejorar
las cosas”. No es frecuente que las personas digan a sus hermanos lo mucho que
los quieren, añade Bank.
“No temamos
decirles que los queremos de veras”, indica. “Y demos muestras de nuestro
afecto: un fuerte abrazo, un cumplido o un obsequio oportuno puede cicatrizar
muchas heridas”.
Cuando los hermanos
llegan a superar sus antagonismos, quizá descubran que entonces se sienten
ligados por lazos más estrechos y más duraderos que los que los ligan a
cualquier otra persona. Por mi parte, me siento profundamente complacida de la
amistad que nos une a mi hermana y a mí. A pesar de haber reñido a veces,
también nos hemos ayudado mutuamente a salir de trances difíciles como nadie
más habría podido hacerlo. Es posible que algún día ella sea la única persona
entre mis conocidas que guarde memoria de alguna lejana Navidad o que ría de
los mismos chascarrillos que yo. No creo que me moleste siquiera que me diga
que estoy engordando.
Recuadro de
la página 31
Para Hacer las
Paces
Dé usted más
importancia a cómo podría hacer de sus relaciones algo más positivo, en vez de
pensar una y otra vez en congojas pasadas. Aquí le damos algunas sugerencias:
• Exprese en una
carta cuáles son los cambios que espera. Esto aclarará sus pensamientos y con
ello evitará hacer ciertos comentarios que podría ahondar la desavenencia.
• Si en la infancia
fue usted el preferido, comprenda que su hermano sufrió por ello. En cambio, si
fue el menos favorecido, comprenda que esto no fue culpa de su hermano.
• Ofrezca ayuda a
un hermano suyo que esté en problemas. Una enfermedad, un divorcio o una
defunción pueden proporcionarle la oportunidad de demostrar que es usted más
humano de lo que suponía su hermano o hermana.
• Reúnase con su
hermano en terreno neutral, mejor que en la casa paterna, donde están vivos los
recuerdos del pasado.
• Recuerde que la
afinidad de sentimientos constituye la clave para mejorar cualquier relación.
Trate de ponerse en el lugar de su hermano para comprender cómo lo ha afectado.
©1986 por Elisabeth
Keiffer. Condensado de “Woman’s Day” (11-XI-1986), de Nueva York, Nueva York.
Revista Selecciones
del Reader’s Digest, Tomo XCIII, Número 557, Año 47, Abril de
1987, págs. 29-33, Reader’s Digest Latinoamérica, S.A., Coral Gables,
Florida, Estados Unidos